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septiembre 21, 2018

Heine y la imagen de Alemania (contra el romanticismo)


            Introducción

Canetti y Borges y creo que también Roberto Bolaño, tres hombres tan distintos, dijeron que, así como el mar es el símbolo de los ingleses, el bosque era la metáfora donde vivían los alemanes.

A semejante metáfora se opondría Heinrich Heine (1797-1856). Él, que había acusado a Madame de Staël de ser una simple aficionada a la filosofía, habría celebrado un cuento de Borges, "Deutsches Requiem" (1949), en que el argentino advierte que no hay nada inofensivo en pensadores como Kant o Schopenhauer. 

Hacia 1835, cuando el autoritarismo prusiano disolvió el movimiento de la Junges Deutschland Literatur, Heine se exilió de Alemania y radicó en París. Allí se encontró que entre los franceses predominaba una imagen inocente y romántica de Alemania: un país sumido en un bosque encantado con reyes, duendes, princesas y filósofos. 

Perplejo, alarmado, Heine se dio a publicar  artículos que corrigieran semejante mentira. Quienes alababan la espiritualidad, la honestidad y la cultura de los alemanes, no veían "nuestras cárceles, nuestros burdeles y nuestros cuarteles ["unsere Zuchthäuser, unsere Bordelle, unsere Kasernen"]. 


Del mutuo entendimiento entre Francia y Alemania dependía el futuro de la humanidad. De lo contrario, como pasaría a partir de 1870, la falta de entendimiento entre ambas naciones desencadenaría la guerra franco-prusiana  y protagonizaría batallas campales en la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Ya en  la Segunda (1939-1945), en un santiamén, Hitler ordenó a sus soldados nazis ocupar París.   

             Prusia contra Napoleón

Ya en la Batalla de Jena (1806) las tropas napoleónicas habían expulsado a los últimos fantasmas medievales de los castillos alemanes, a sus duendes y princesas encantadas. Pero con la derrota de Napoleón en Waterloo (1815), a través de la Santa Alianza, "los alemanes recibimos la orden suprema de liberarnos del yugo extranjero, y así nos encendimos en cólera viril, indignados por haber soportado durante tanto tiempo aquella servidumbre, y nos entusiasmamos con las buenas melodías y los malos versos de las canciones de Körner, y conquistamos nuestra independencia: pues es sabido que nosotros hacemos todo lo que nos mandan nuestros príncipes." (p. 81 [cito la traducción de Manuel Sacristán y Juan Carlos Velasco (Madrid: Alianza, 2010)].  

Para Heine, la verdadera Reforma Protestante no fue la de Lutero, sino la sensual y plástica del Renacimiento italiano, cristalizada por Miguel Ángel cuando éste pintó los frescos del Vaticano.


         Los románticos son reaccionarios

En consecuencia, nostálgicos de Reyes, princesas, duendes y autoritarismo teológico,  hay quien subrepticiamente acude a la filosofía alemana en busca de teología. Nietzsche, en El Anticristo, le hizo la guerra a los teólogos alemanes disfrazados de filósofos  cuyo principal representante es el chino de Könisberg. 

Heine profetizó todo ello al sentar tremenda oposición contra el romanticismo fabricado en Alemania en su polémico e irónico ensayo titulado  La escuela romántica [Die Romantische Schule, 1833-1836]. En él, Haine se opone al mito indigenista alemán, es decir, se opone a creer que lo alemán tenga su origen en el ensueño medieval de los teutones o de los nibelungos, sin ningún contacto con Roma o el catolicismo. 

Es cierto que Alemania tuvo una Edad Media rica en cuentos populares llenos de fantasía. Pero idealizar el medioevo era, para Heine, una actitud reaccionaria que anhelaba en el fondo retornar al Antiguo Régimen de príncipes y reyes. 

La escuela romántica se volvió hostil al espíritu francés y gloriaba todo lo que fuera tradicionalmente alemán en el arte y en la vida. La escuela romántica apoyaba las tendencias del gobierno y de las sociedades secretas.

Cuando por último triunfaron plenamente el patriotismo alemán y la nacionalidad alemana, triunfo también definitivamente la escuela nacional-germánico-cristiana-romántica, el arte-alemán-religioso-patriótico. "Napoleón, el gran clásico, se derrumbó tan clásicamente como Alejandro y César, y los señores August Wilhelm y Friedrich Schlegel, tan románticos y pequeños como Pulgarcito y el Gato con Botas, se erigieron como vencedores". (p. 81-82)

Heine insistió en que la Antigüedad, el Renacimiento y la Reforma, así como también el Clasismo alemán desde Lessing a Goethe, conforman las tradiciones afirmativas que hay que propagar y robustecer. Porque, en contraste, la Edad Media y el Romanticismo son ramas "decadentes" que hay que extirpar para favorecer el Progreso de Alemania.



        Una teología solapada y terrorista

La Filosofía alemana es un Cristianismo materialista, más aun, un programa de acción, una máquina de matar, dijo Heine en su notas Sobre la historia de la religión y la filosofía en Alemania [Zur
Geschichte Der Religión und Philosophie in Deutschland, 1835]. La tesis inicial de Heine es que la filosofía alemana hay que verla, en buena parte, como un sustituto de la religión. Lutero, pues, el primer "filósofo" alemán. Es posible que el Papa no se diera siquiera cuenta de lo que pretendía Lutero en 1517. El Papa andaba demasiado ocupado con la construcción de la basílica de San Pedro, cuyos costos estaba precisamente cubriendo con la compraventa de indulgencias, de tal modo que el pecado era la fuente de la financiación de la gran Iglesia. Pero el placer de los sentidos (una Capilla Sixtina pintada por Miguel Ángel) eran cosas que no comprendía Lutero. 

"Nosotros, septentrionales, somos gentes de sangre más fría, y para lavar nuestros pecados carnales no necesitábamos tantas cédulas y bulas de indulgencia como nos mandó León. El clima nos facilita el ejercicio de las virtudes cristianas, y el 31 de octubre de 1517, cuando Lutero clavó en la iglesia del castillo de Wittenberg sus tesis contra la indulgencia, los fosos de la muralla de Wittenberg estaban ya probablemente helados, y la gente saldría a patinar por ellos, lo cual es placer sumamente frío y, consiguientemente, nada pecaminoso” [cito la traducción de Manuel Sacristán y Juan Carlos Velasco (Madrid: Alianza, 2008). pp. 74-75]. 

            
Comentario: aquí está explicado, con suma claridad, el origen de Lutero. Lo de que salieran a patinar en el hielo, mientras Lutero clavaba sus tesis, me recuerda un cuadro de Brueghel el Viejo. 



        Tremenda interpretación del protestantismo 

A partir de la Dieta imperial en que Lutero niega la autoridad del Papa y declara que su doctrina debe refutarse por medio de sentencias de la Biblia misma o por motivos de razón, empieza una nueva era en Alemania. [...] La propia religión se transforma; desaparece de ella el elemento gnóstico-hindú, y vemos erguirse de nuevo en ella el elemento judeo-deísta Surge así el cristianismo evangélico. [...] El sacerdote se hace hombre, toma mujer y engendra hijos, como la manda Dios. El propio Dios vuelve, en cambio, a ser una celeste soledad orgullosa y sin familia; se discute la legitimidad de su Hijo; se destituye a los santos; se cortan las alas de los ángeles; la Madre de Dios pierde todas sus pretensiones a la corona celeste, y se le prohíbe hacer milagros.” (p. 84).   

            Todo lo real es racional

Los alemanes usan la misma palabra para pedir perdón que para envenenar: vergeben
            Es espantoso, dice Heine, cómo nos piden alma los cuerpos que hemos creado. “El pensamiento quiere ser acción, la palabra quiere ser carne". 
Y añade en uno de sus momentos de mayor lucidez:
      "Anotaos esto, orgullosos hombres de acción: no sois más que peones inconscientes de los hombres del pensamiento, los cuales, en humilde silencio, han predeterminado a menudo todo vuestro hacer del modo más exacto. Maximiliam Robespierre no fue sino la mano de Jean-Jacques Rousseau, la mano ensangrentada que sacó del seno de los tiempos el cuerpo cuya alma había creado Rousseau. […] Immanuel Kant, este gran destructor del reino del pensamiento, rebasa ampliamente en terrorismo a Maximilian Robespierre”. (pp. 153-155). 

                      Contra Kant y Fichte


Heine les dice a los franceses: “No sonriáis al oír mi consejo, el consejo de un soñador que os pone en guardia ante kantianos, fichteanos y filósofos de la naturaleza. El pensamiento precede a la acción como el rayo al trueno.” (pp. 208-209). 


Heine se indigna de la ingenuidad pacifista de ciertos políticos franceses  que buscan desarmar a  Francia. "Debéis conocer el Olimpo", les dice. “Entre los desnudos dioses y las desnudas diosas que allí se complacen con néctar y ambrosía podéis ver a una diosa que, aunque rodeada de tanta alegría y entretenimiento, lleva siempre coraza, el casco puesto y la lanza en la mano. Es la diosa de la sabiduría” (p. 210).

A continuación, en un párrafo censurado y que más tarde publicó por separado en la revista Der Geächtete, bajo el título de “La futura revolución en Alemania”, agrega Heine: 

“La filosofía alemana es un asunto importante, que afecta a toda la humanidad.

[...] Aparecerán kantianos que tampoco querrán saber nada de compasión en el mundo fenoménico, y resolverán sin misericordia el suelo de nuestra vida europea con la espada y con el hacha, hasta arrancar las últimas raíces del pasado. Entrarán en escena fichteanos armados, que en su fanatismo de la voluntad no son refrenables ni por el temor ni por el egoísmo; pues ellos viven en el espíritu, resisten a la materia y la niegan igual que los primeros cristianos, a los que tampoco era posible vencer con torturas o placeres corporales; aún más: esos idealistas trascendentales serían, en una transformación social, mucho más resistentes que los primeros cristianos.

[…] Pero aún más espantosos serían los filósofos de la naturaleza interviniendo activamente en una revolución alemana e identificándose ellos mismos con la obra destructora. Pues si la mano del kantiano golpea fuerte y segura porque su corazón está libre de todo respeto tradicional, y si el fichteano resiste valerosamente todo peligro porque para él la realidad empieza por no existir, el filósofo de la naturaleza será temible porque se encuentra en contacto con las potencias primigenias de la naturaleza, porque puede conjurar las fuerzas del antiguo panteísmo germánico, y porque en él se despierta entonces aquel gusto por la lucha que hallamos en los viejos germanos y que no lucha por destruir ni por vencer, sino por luchar.” (pp. 207-208).

En síntesis, Heine avizoraba a Marx y sus métodos tremendos de todas las formas de lucha. 



Heine vuelve a Alemania

Cuando, en 1844, Heine tuvo oportunidad de regresar a Alemania tras un largo exilio en París, compuso su poemario Deutschland. Ein Weintermärchen (Alemania. Un cuento de invierno). El título es engañoso porque nada tiene de infantil ni de navideño. En el canto séptimo, Heine acepta con ironía que Alemania sea una nación que ha llegado tarde al reparto colonial del mundo y que, en consecuencia, deberá resignarse a influir o dominar mediante el pensamiento: 

La tierra es de franceses y rusos 
y el mar de los británicos, 
pero en el aéreo reino del sueño 
poseemos el dominio indiscutible. 

Ahí ejercemos la hegemonía, 
ahí somos invencibles; 
los otros pueblos sólo se han 
desarrollado a ras de tierra 
(versión de Jesús Munáriz).


Ironizaba. La imagen de que los alemanes viven en la estratósfera como un pueblo filósofo, como un conglomerado de reinos con castillos, princesas, duques y nobles, y filósofos y poetas sumamente respetuosos de la Autoridad, es la que persiste todavía. Se trata de una imagen reaccionaria, fabricada desde 1814 por Madame de Staëlpara vengarse contra Napoleón, el "Espíritu a Caballo", el que en el 18 Brumario del año VII (9 de noviembre de 1799) dio el Golpe de Estado e instaló el primer Consulado (1799-1804), sin  restablecer nunca a la antigua nobleza a la que pertenecía Madame de Staël. 


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