Solía decir el ex presidente Uribe ante sus colegas de izquierda (Lula, Chávez, Evo, Correa) que esa categoría ya no decía nada en el mundo moderno. Que izquierda y derecha eran dos conceptos vagos, imprecisos. Al parecer el ex presidente Uribe tomaba esta extraña idea de su lectura de Ortega y Gasset, un "gran" filósofo español muy idolatrado en Colombia. En especial, leyó en el ensayo "La rebelión de las masas", cómo el arrogante peninsular llegaba a la conclusión sentenciosa de que "SER DE LA IZQUIERDA ES, COMO SER DE LA DERECHA, UNA DE LAS INFINITAS MANERAS QUE EL HOMBRE PUEDE ELEGIR PARA SER UN IMBÉCIL"(*1).
La arrogancia de esta frase posee un gran poder ensordecer. A nadie ya le provocaría ser de izquierda ni de derecho por temor a ser un imbécil. Pero, a poco de hurgar en la historia política del siglo XX, a todas luces esa frase ensordecedora carece de argumentos sólidos. El propio filósofo español nunca criticó la dictadura de Franco. Había dicho en 1930 que el fascismo resultaba imposible en España, que eso era propio de Italia o Alemania. En 1936 la realidad lo abofeteó cuando explotó la guerra civil española. Hay varios ejemplos por el estilo. Porque Ortega tenía una metodología fantasmal y "una visión -a la vez frívola y falsa- de la realidad española" (*2) Además, detestaba a Hispanoamérica; nos veía por encima del hombro, como pura naturaleza sin historia.
¿No le hubiera sido más fácil a Uribe con sus colegas presidentes, sí, confesar que era de derecha y sobre esa base discutir con los de izquierda? ¿Por qué tanta reticencia o resquemor al confesar que se es de derecha? Admitamos que por supuesto existan combinaciones entre ambas categorías políticas. Que el mundo no es blanco ni negro. Que está lleno de contradicciones y contradictores. Bien está. Pero en la esfera de la filosofía política negar las categorías y lanzar sentencias como esas, tan aparentemente conciliadoras, acaba por rayar en el ecleticismo.
Durante 8 años los ex uribistas desdeñamos hasta la saciedad a los izquierdosos o mamertos. Nos parecían ingenuos y nos reíamos cuando los presidentes de Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina y Brasil decían propender por la justicia social y se llamaban a sí mismos "gobiernos progresistas". ¡Cómo si no hubieran aprendido la lección de la Unión Soviética o de Cuba, esa prisión a cielo abierto! Nosotros nos preocupábamos por la seguridad democrática, a eso estuvimos orientados. Pero cuando advertimos que ese fin no se había conseguido y que tardará incluso mucho en conseguirse, si no nunca, una señal iluminó el camino. ¡CUIDADO! También hay mamertos de derecha. ¡PELIGRO! Toda política es una máquina de distorsión. Y hay que ponernos los lentes de la filosofía (no ciertamente los de Ortega, pero sí la de Spinoza que además los fabricaba) para enfocar lo que la pantalla y el lenguaje de los noticieros distorsiona.
Leí una frase de Alfonso Reyes que reproduzco porque me gustó.
"La derecha es realista; la izquierda es utopista. Por su sola y pura energía, aquella cuajaría al hombre en la etapa de las cavernas, considerándolo incapaz de mejora; y ésta lo lanzaría a un sueño desenfrenado, a un constante nomadismo y al cambio incesante de sus cuadros e intuiciones.(...) y deseamos el triunfo de aquella filosofía política que ofrece la libertad con la justicia, la coherencia entre la persona y la sociedad, y no el triunfo de la que sólo exhibe los anhelos de venganza y explosiones de odio. Cuando la violencia, la impudicia, la barbarie y la sangre se atreven a embanderarse como filosofías políticas la duda no es posible un instante" (*3)
http://www.justa.com.mx/?p=25137
Notas:
(*1) La rebelión de las masas, Santiago de Chile, Andrés Bello, 1996, pág. 38.
(*2) Alejandro Rossi, "Residuos", en Manual del distraído, Barcelona, Random House Mondadori, 2007, pág. 152. Rossi, en especial, hace referencia a un ensayo que Ortega escribió en 1926,Destinos diferentes, donde compara el alma española con el alma italiana. Su premisa era que en España sería imposible el fascismo. Diez años después, la realidad lo traicionó.
(*3) Alfonso Reyes, Ultima Tule, Tomo XI, México, FCE, 1997, pág. 253
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