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marzo 11, 2025

–II– La voluntad rige esta transformación y la orienta. Persistencia indefinida de la educación


Inteligencia significa presteza en ver las cosas tal como son. Semejante definición está condensada en el más impresionante poema filosófico de la antigüedad, La naturaleza de las cosas (De rerum natura), del romano Lucrecio. 


Santayana, en Tres poetas filósofos, relaciona a Lucrecio con Demócrito: espectadores aristocráticos que desdeñan a los tontos. Pues, si el mundo y la vida se ríen de nosotros y si todos los seres vivientes persiguen la mayor felicidad posible, perseguir la felicidad gratuita acusa una miopía peligrosaEn un mundo tan desapacible como el nuestro, la única felicidad posible consiste en aceptar con presteza que no somos otras cosa sino formas pasajeras de una sustancia permanente. Polvo que se convierten en polvo.


Quien vive bajo esta advertencia está consciente de la actividad sin tregua del cambio y procura cada día, según Rodó, tener clara noción de su estado interior y de las transformaciones operadas en las cosas que lo rodean. 


A Alfonso Reyes le encantaba esta máxima de Rodó. Atención: 

"Mientras vivimos está sobre el yunque nuestra personalidad. Mientras vivimos, nada hay en nosotros que no sufra retoque y complemento. Todo es revelación, todo es enseñanza, todo es tesoro oculto, en las cosas; y el sol de cada día arranca de ellas nuevo destello de originalidad. Y todo es, dentro de nosotros, según transcurre el tiempo, necesidad de renovarse, de adquirir fuerza y luz nuevas, de apercibirse contra males aún no sentidos, de tender a bienes aún no gozados; de preparar, en fin, nuestra adaptación a condiciones que no sabe la experiencia. [...] Conviene, en lo intelectual, cuidar de que jamás se marchite y desvanezca por completo, el interés, la curiosidad del niño, y el estímulo que nace de saberse ignorante (ya que lo somos siempre)...". 


Remover el recuerdo, vigilar lo adquirido, alentar nuestra aptitud a nueva energía, ensanchar nuestro amor, combatir el miedo y desanimar a la esperanza. Pues miedo y esperanza –en ello es incisivo la Ética de Spinoza– son las dos formas encubiertas de la esclavitud. 


junio 04, 2019

Cartilla Moral", de Alfonso Reyes. Revisited





   

No es mi intención preguntarme las razones políticas que han llevado al gobierno mexicano actual a publicar con semejante difusión el texto de Reyes. Más bien, lo que quisiera proponer es una contextualización de la Cartilla Moral, pues no se puede entender un texto sin comprender su contexto

Reyes escribió tal Cartilla moral muy rápido (¡en un fin de semana!), entre el 16 y 17 de septiembre de 1944 - ¡en dos días! - a juzgar por su diario y por la correspondencia con José Luis Martínez (véase el artículo al respecto del hijo de José Luis Martínez, Rodrigo Martínez Baracs, en  Letras Libres). ¿Por qué redactó tan rápido semejante texto? Porque, como veremos, Reyes buscó poner en práctica sus notas tanto de la Política como de la Retórica de Aristóteles. 


Conviene aclarar que la Retórica no está citada en la Cartilla moral. Tampoco se menciona en ella nunca, explícitamente, la palabra México. Pero tanto Aristóteles como guía y México como contexto están implícitos. 

              No hay que olvidar, por otra parte, que la Cartilla moral está escrita en plena Segunda Guerra Mundial y que su principal conclusión está tomada de la Política aristotélica: la parte debe dar la vida por el todo, es decir, el soldado por la patria; el ciudadano por la ciudad. Pero no se trata, como lo querían los dictadores del comunismo y del nazismo, de asumir la moral del Estado o de que el individuo renuncie a su individualidad. No. Reyes en ello es bastante sutil. Aconseja, para evitarlo, la ironía:  


“El descanso, el esparcimiento y el juego, el buen humor, el sentimiento de lo cómico y aun la ironía, que nos enseña a burlarnos un poco de nosotros mismos, son recursos que aseguran la buena economía del alma, el buen funcionamiento de nuestro espíritu. La capacidad de alegría y de humor es una fuente del bien moral. Lo único que debemos vedarnos es el desperdicio, la bajeza y la suciedad. Los antiguos griegos, creadores del mundo cultural y moral en que todavía vivimos, distinguían este sentimiento de la propia dignidad, y la justa indignación ante las vilezas ajenas. Estos dos principios son el fundamento exterior de las sociedades”. 

        En marzo de 1941, tres años antes de escribir la Cartilla moral, Reyes dio un curso sobre retórica grecorromana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, cuyas notas recogió y reunió en un tratado que publicó en el Fondo de Cultura Económica en 1942 y con el título de La antigua retórica (se puede encontrar, junto con La crítica en la edad ateniense, en el tomo XIII de sus Obras completas). Es quizás uno de sus mejores libros. Orgánico de principio a fin.  En él, Reyes resume a Aristóteles, Isócrates, Cicerón, Quintiliano. Y, para resumirlos, despliega su mejor prosa. No se ha reparado lo suficiente en que Reyes es uno de los mayores retóricos de la literatura mexicana del siglo XX en cuanto prosista (incluso de la moderna lengua española, junto con José Ortega y Gasset). Dos de sus libros de cabecera fueron, desde su juventud, la Retórica y la Política aristotélicas. 

            Al comenzar La antigua retórica, Reyes afirma que la Antigüedad sintió agudamente que el lenguaje es el sostén de la vida humana, el Logos. También dijo que el lenguaje lógico o filosófico de la Antigüedad todavía nos gobierna. No hacemos más que seguir a Aristóteles cuando hablamos de “facultad”, “energía”, “potencia”, “actualidad”, “máximo”, “medio”, “motivo”, “principio”, “forma” (p. 367). Ahora bien. Reyes considera la retórica una teoría del pensamiento discursivo –no científico, sino al alcance del pueblo; dicho de otro modo: el oficio de la Retórica es el de poner el Derecho en manos de la sociedad, como un ejercicio general de los ciudadanos, para que estos sean capaces de la demanda y la defensa, de la prueba, del alegato y de la sentencia. En consecuencia, la Retórica es el arma de la Política. 


            En la Lección 13 de la Cartilla moral, Alfonso Reyes resume el contenido de la primera parte. Detengámonos en el primer punto: “EL HOMBRE es superior al animal porque tiene conciencia del bien.” Esta es una noción tomada de la Política aristotélica, una variación de la famosa expresión politikón zoion (Libro 1, 1253ª9). El sustantivo zoion, explica en un pie de nota el traductor Manuel García Valdez, quiere decir “ser viviente”, “animal”, y el adjetivo que lo acompaña lo califica como perteneciente a una pólis, que es a la vez la sociedad y la comunidad política. La conciencia del bien, que hace superior al hombre con respecto al animal, se funda según Aristóteles en que el hombre es el único animal que tiene palabra […] Pues la palabra es para manifestar lo conveniente y lo perjudicial, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio del hombre frente a los demás animales: poseer, él sólo, el sentido del bien y del mal, de lo justo y lo de injusto, y de los demás valores, y la participación comunitaria de estas cosas constituye la casa y la ciudad”. (Libro, 1253ª 10). O, de acuerdo con la Ética a Nicómaco (Libro IX 9, 1170b11), “se intercambian palabras y pensamientos, porque así podría definirse la sociedad humana, y no, como la del ganado, por el hecho de pacer en el mismo prado”. Es decir, que así como el ganado hace comunidad pastando y rumiando, el hombre hace comunidad hablando en la plaza pública o posteando en blogs o chateando en el Facebook, twiteando, whatsappeando...


            Lo que entiende Reyes por el sustantivo bien es equiparable a la noción de polis, es decir, a la de ciudad. Pues, para Aristóteles, “la ciudad es anterior a la casa y cada uno de nosotros, porque el todo es necesariamente anterior a la parte”. (Política, 1253ª13). De ahí que sostenga que el bien no debe confundirse con nuestro gusto o nuestro provecho y que a él debemos sacrificarlo todo, porque si no fuese así, no habría persona humana, ni familia, ni patria, ni sociedad. El bien, pues, está encarnado en la idea de ciudad, que Reyes llama “el conjunto de nuestros deberes morales”. Desobedecer o salirse de este conjunto equivale al mal. Y la maldad más insoportable es la que posee armas; no sólo  armas cortopunzantes o de fuego, sino de palabra, verbales, retóricas. Pues la verdad y la justicia, aun cuando sean más fuertes que la mentira y la injusticia, pierden si carecen de métodos o técnicas. Si ya es lamentable no tener armas ni saberse defender con los puños, mucho más lo es no saberse defender con la palabra, lo más auténticamente humano.


De modo, lector, que no desperdicies tu tiempo en bajezas, pues el cerebro (por lo que ves y oyes) también se ensucia. La lectura de Aristóteles y de Reyes (pero sobre todo de Aristóteles) equivale a un aseo mental (la de Reyes equivale a un aseo verbal si se quiere). 

 .

noviembre 19, 2017

Teoría de México en Visión de Anáhuac

Teoría en griego quería decir también visión, por un lado, y Anáhuac es hasta cierto punto sinónimo de México, por el otro, con lo cual Visión de Anáhuac es un título que perfectamente podemos traducir como Teoría de México



La primera regla del paisajista es no hacer parte del paisaje. La segunda regla del paisajista es amar al paisaje tanto como a sus ojos.
Inmensa flor de piedra

            Los pintores y escritores de un país por lo general nunca violan la segunda regla. Pero sí la primera. Porque, para evitar hacer parte del paisaje, hay que haber salido fuera del país y tener agudizado el sentido de la vista –los ojos– por otros paisajes y otras formas. La universalidad vuelve al escritor o pintor, hasta cierto punto, un extranjero en su propia patria. 

Los paisajes o pasajes  literarios más íntimos y luminosos del Valle de México, del Anáhuac, se los debemos seguramente a Alfonso Reyes, que no era capitalino de nacimiento y que había agudizado su alma y su retina en París y en Madrid entre 1914 y 1915, exiliado por el periodo más violento de la Revolución mexicana (por Carranza y Villa) y excitado por el correlato vanguardista de la Primera Guerra Mundial, es decir, por el futurismo y el cubismo. Entre muchos otros detalles de la gran Tenochtitlan imaginada por Reyes es impresionante su descripción de uno de los momentos más importantes de la historia de la Cristiandad, el momento en que Cortés y sus hombres se asoman al Valle del Anáhuac: 

"Y fue entonces cuando, en envidiable hora de asombro, traspuestos los volcanes nevados, los hombres de Cortés ("polvo, sudor y hierro") se asomaron sobre aquel orbe de sonoridad y fulgores —espacioso circo de montañas. A sus pies, en un espejismo de cristales, se extendía la pintoresca ciudad, emanada toda ella del templo, por manera que sus calles radiantes prolongaban las aristas de la pirámide. Hasta ellos, en algún oscuro rito sangriento, llegaba —ululando— la queja de la chirimía y, multiplicado en el eco, el latido del salvaje tambor."

La chispa o el estímulo literario de Visión de Anáhuac hay que buscarlo en un texto más o menos similar de otro exiliado mexicano de la época, compañero de Reyes tanto en el Ateneo de la Juventud como en sus primeros meses en Madrid, esto es, en La querella de México (1915) de Martín Luis Guzmán. En ella,  Guzmán culpó a la población indígena de ser “un lastre o un estorbo”, sin más función que “la del perro fiel que sigue ciegamente los designios de su amo”. Desvaloró el pasado prehispánico y despachó como sanguinarios y crueles a las antiguos dioses aztecas.

Sin atacar la tesis de Guzmán –dominado por las sutilezas mexicanas que le impedían caer en polémica pugnaz– Reyes escribió Visión de Anáhuac como una contestación a La querella de México. En lugar de acusar de “lastre” al legado indígena, le concedió un valor espiritual –hegelianamente hablando– a los antiguos aztecas (pero no a sus descendendientes), ya que los primeros habían colaborado en la desecación del Valle de México. Aquellos “hombres ignotos”, decía, tenían una “amplia y meditabunda mirada espiritual”. No fueron meros accidentes del paisaje. Vieron en el Valle de México un símbolo –en el nopal, el águila y la serpiente– que los llevó a asentarse “sobre aquellos lagos hospitalarios” y a fundar una ciudad que se dilató en una “civilización ciclópea, como la de Babilonia y Egipto”. Sin embargo, tanto Babilonia como Egipto fueron civilizaciones “orientales” en las que –siguiendo con una hegeliana filosofía de la historia– no había aparecido aún el espíritu.

No hay indigenismo –tal como lo entendemos hoy– en Visión de Anáhuac. Lo que hace pragmático este texto es justamente lo contrario, la aceptación de que el esplendor indígena ha quedado subsumido y que ya no se puede volver a él. 

La etimología de Anáhuac daría pie para largas dilucidaciones. Bástenos por ahora recordar que se deriva de la palabras “atl” (agua) y “nahuac” (locativo que significa “circunvalado o rodeado”), y que si se antecede con el vocablo “cem” (traducción del adverbio “totalmente”), tenemos que “Cem Anáhuac” era el nombre dado por los antiguos aztecas al mundo conocido –el valle de México encima de los dos océanos– del cual ellos se sentían el centro, es decir, amos y señores.

Para leer más al respecto, enlazamos  a"Teoría de México en Visión de Anáhuac"

noviembre 10, 2017

Ensayo hispanoamericano del siglo XX (curso-taller)


En el Museo de Arte San Pedro, en el centro histórico de la ciudad de Puebla, la Secretaria de Cultura ha organizado un taller sobre Ensayo hispanoamericano del siglo XX. Me ha pedido que yo lo imparta.

Lo primero que he querido aclarar ha sido el significado de la palabra taller. Vimos que viene del francés atelier y que tiene la misma raíz que "astilla", con lo cual una traducción literal podría ser astillero, es decir, aquel lugar en donde se hacen barcos (ver etimología). En catalán, lengua de mar, sigue hasta cierto punto conservando dicho significado.  

Con esta divagación (de divagaciones están hechos los ensayos) quisiera empezar aclarando que mi aproximación o método de exposición es una guía-tertulia-taller. Guía de lectura; tertulia o comentario libre de tales lecturas, y posterior taller (fabricación del barco en el astillero) para navegar con un escrito propio el mar del ensayo. 

Dado que nuestro lugar de enunciación es México, no hay mejor modo de empezar un curso sobre el ensayo hispanoamericano del siglo XX que leyendo Visión de Anáhuac. 1519, de Alfonso Reyes, publicado en 1917. Lo selecciono en razón de que dicho ensayo abre nuevos horizontes de posibilidades literarias del género merced al cubismo; también porque se despide, al mismo tiempo, de varios idealismos y utopías decimonónicas merced al futurismo. Es una época de vanguardias la que Reyes vive a plenitud en España.  Posteriormente leeremos El laberinto de la soledad (1950), de Octavio Paz.


Añado el programa de nuestra curso: 

Ensayo hispanoamericano del siglo XX

Imparte: Dr. Sebastián PinedaBuitrago 

Horario: jueves de 17:30 a 19:30 horas.



Objetivos


Familiarizar al estudiante con la importancia del ensayo dentro la literatura hispanoamericana del siglo XX a través de sus principales exponentes, poniendo énfasis en Alfonso Reyes (1889-1955) y Octavio Paz (1914-1998). Se trata de tender un puente, a través de dichos ensayistas, entre la crítica literaria y la historia social y política, relacionándolos también con otros “campos culturales” en los que se desarrolla la literatura hispanoamericana: periodismo cultural, ámbito editorial, políticas culturales, relaciones internacionales, etc. 

Metodología
El curso se dividirá en dos segmentos principales. En el primero se hará una lectura directa de un corpus escogido de ensayos de Alfonso Reyes (principalmente, Visión de Anáhuac, El suicida y Las vísperas de España), con el fin de trazar un puente entre el género narrativo y el poema en prosa. La obra de Reyes tiende también un puente entre México y España, lo que permite a su vez entender el contexto de la Revolución mexicana y de la Primera Guerra Mundial, así como, posteriormente, de la Guerra Civil española.

En el segundo segmento se hará una lectura minuciosa de algunos ensayos de Octavio Paz como El laberinto de la soledad, junto con otros textos relacionados, con la intención de contextualizar el interés por la identidad mexicana o “latinoamericana” luego de las dos guerras mundiales. La lectura de El arca y la lira y Los hijos del limo, por otra parte, permitirá entender la constante lucha entre racionalismo versus fantasía dentro de la historia literaria, sin olvidar el contexto político mexicano –el régimen del PRI, la masacre del 68, la Guerra Fría, etc. –de la segunda mitad del siglo XX.

Sistema de evaluación

Quien lo desea podrá elaborar un trabajo monográfico que corresponda respectivamente a los dos segmentos del curso: sobre un aspecto de la obra de Alfonso Reyes y sobre algún aspecto de la obra de Octavio Paz. Las características se fijarán oportunamente a partir de una entrevista con el profesor.

Contenido

1.      Breve historia del ensayo hispánico: de la crónica a la prosa de ideas.

La historia del ensayo hispanoamericana podría remontarse a las primeras crónicas de Indias (Bernal Díaz del Castillo, Bartolomé de las Casas, Pedro Cieza de León, etc.), pasando por los tratadistas o moralistas del Siglo de Oro (Fray Luis de Granada, Baltasar Gracián, Quevedo, etc.) hasta los escritores de la era republicana del siglo XIX, como Andrés Bello, Domingo Faustino Sarmiento o Justo Sierra. Sin tal tradición sería inexplicable la originalidad de Alfonso Reyes y Octavio Paz. El ensayo moderno fusiona la crónica y el tratado con la poesía, es decir, combina la acción o narración de los hechos con su reflexión o meditación, y expone las ideas con cierta intención estética o poética.

2.      Contexto de la obra principal de Alfonso Reyes

Alfonso Reyes escribe sus ensayos más creativos cuando se exilia en España a causa de la Revolución mexicana y vive en Madrid entre 1914 y 1924. Tres de sus libros, en especial, merecen un estudio a profundidad: a) Visión de Anáhuac, porque pone de manifiesto la fusión entre narrativa-poesía o prosa-poética, así como la importancia del paisaje en la configuración cultural de la identidad hispanoamericana; b) El suicida (acaso su ensayo más filosófico), porque trata de la vitalidad y el optimismo en medio de la Primera Guerra Mundial en Europa; c) Las vísperas de España, por último, porque permite un diálogo con los escritores españoles de la época, como Ortega y Gasset, Valle-Inclán, Miguel de Unamuno, Juan Ramón Jiménez, entre otros. La obra de Reyes, en general, interviene en el periodismo de la época y construye una red intelectual que se extiende hasta Argentina (país en el que fue embajador), en donde se tiene como un maestro de Jorge Luis Borges.

3.      Contexto de la obra principal de Octavio Paz

Octavio Paz publica la primera edición de El laberinto de la soledad en 1950, pero a lo largo del tiempo le añade numerosas rectificaciones y posdatas. Es, como se dice en inglés, un work in progress que desde un principio levantó profundas polémicas sobre el nacionalismo mexicano. En tal ensayo, además de analizarse el estilo poético como estrategia retórica, se pueden examinar diversas etapas de la cultura mexicana como la migración a los Estados Unidos, el mestizaje, el centralismo, etc. Por otra parte, El arco y la lira y Los hijos del limo invitan a una reflexión sobre las vanguardias poéticas del siglo XX en medio del conocimiento demasiado racionalizado o institucionalizado, lecturas que pueden complementarse con un texto de la ensayista española María Zambrano, Filosofía y poesía. Por último, como lectura complementaria, El ogro filantrópico ofrece rutas para investigar las políticas culturales de la era contemporánea. 

Lecturas básicas:

Reyes, Alfonso, Visión de Anáhuac / Vísperas de España, en Obras completas II, FCE, México, 1997. 
–––––––––––––, El suicida, en Obras completas III, FCE, México, 1996.
–––––––––––––, Simpatías y diferencias, en Obras completas IV, FCE, México, 1996. 

Paz, Octavio, El laberinto de la soledad, FCE, México, 2005.
––––––––––, Los hijos del limo, Seix Barral, Barcelona, 1974.
––––––––––, El ogro filantrópico: historia y política, Joaquín Mortiz, México, 1979.

Lecturas complementarias:

Ortega y Gasset, José, Meditaciones del Quijote, ed. de Julián Marías, Cátedra, Madrid, 1998.
_____________________, El Espectador, Obras completas II, Alianza-Revista de Occidente, Madrid, 1983.
Rodó, José Enrique, Ariel-Motivos de Proteo, Fundación Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1993
Unamuno, Miguel de, Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos, ed. de Nelson Orringer, Editorial Tecnos, Madrid, 2005.
Zambrano, María, Filosofía y poesía, FCE, México, 1997.


Bibliografía sobre A. Reyes:


García, Carlos (ed.), Discreta efusión. Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes. Epistolario (1923-1919) y crón´ica de una amistad, ed. de Carlos García, El Colegio de México-Bonilla Artigas Ediciones, México, 2010.

Martínez, José Luis (ed.), Alfonso Reyes / Pedro Henríquez Ureña. Correspondencia I. 1907-1914, FCE, México, 2004.
Borges, Jorge Luis, “Cómo conocí a Alfonso Reyes”, Boletín de la Capilla Alfonsina 28, México, abril-diciembre de 1973, pp. 47-50. 
Castañón, Adolfo, Alfonso Reyes. El caballero de la voz errante, UANL, Monterrey, 2012.
García Morales, Alfonso, “Alfonso Reyes en España. Salvaciones del exilio, perdiciones de la diplomacia”, en Viajeros, diplomáticos y exiliados en España (1914-1939), ed. de Carmen de Mora y Alfonso García Morales, vol. 1, Peter Lang, Bruselas, 2012, pp. 111-131.
Gutiérrez Girardot, Rafael, Ensayos sobre Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña, ed. de Juan Guillermo Gómez García, Diego Zuluaga Quintero y Andrés Arango, El Colegio de México, México, 2014.
Ibieta, Gabriela, “Alfonso Reyes como precursor de las vanguardias en Hispanoamérica”, Chasqui; revista de literatura latinoamericana, vol. 10, No. 2/3 (Feb.-May., 1981), pp. 47-53.
Myers, Jorge, “El intelectual-diplomático: Alfonso Reyes, sustantivo”, en Historia de los intelectuales en América Latina II. Los avatares de la ciudad letrada, ed. de Carlos Altamirano, Katz Editores, Buenos Aires-Madrid, 2010, pp. 82-87.
Pacheco, José Emilio, “Alfonso Reyes en Madrid (1914-1924)”, en Alfonso Reyes en Madrid. Testimonios y homenaje, ed. de Alfonso Rangel Guerra, Fondo Editorial de Nuevo León, Monterrey, 1991.
Paz, Octavio, “El jinete del aire: Alfonso Reyes”, Generaciones y semblanzas. Dominio mexicano, Obras completas 4, ed. de autor, Círculo de Lectores-FCE, México, 2006.
Perea, Héctor, La caricia de las formas: Alfonso Reyes y el cine, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 1988.
Pineda Buitrago, Sebastián, (ed.) Alfonso Reyes, Comprensión de España, Casimiro, Madrid, 2014.
–––––––––––––––––––––––– “Comprensión de España en clave mexicana. Alfonso Reyes y la Generación del 14”, en Revista de Hispanismo Filosófico (núm. 19, año 2014), Asociación de Hispanismo Filosófico-FCE, Madrid, 2014, pp. 11-32. 
Pineda Franco, Adela; Sánchez Prado, Ignacio (eds), Alfonso Reyes y los estudios latinoamericanos. Universidad de Pittsburgh, 2004.
Quintanilla, Susana, Nosotros. La juventud del Ateneo de México. De Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes a José Vasconcelos y Martín Luis Guzmán, Tusquets, México, 2008.
Stanton, Anthony “Poesía y autobiografía en un momento de la obra de Alfonso Reyes (1908-1916), en NRFH, Tomo LXI, núm., 2, jul-dic., 2013, pp. 521-556.
________________, “Poesía y poética en Alfonso Reyes”, NRFH, XXXVII (1989), no. 2., p. 621.
Willis Robb, El estilo de Alfonso Reyes. Imagen y estructura, FCE, México, 1978.
___________, “La cena de Alfonso Reyes, cuento onírico: ¿surrealismo o realismo mágico?, en revista Thesaurus, tomo XXXVI, núm., 2 (1981), Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1981, pp. 272-283.



Bibliografía sobre Octavio Paz


Faber, Sebastián en “Silencio y tabúes del exilio español en México: Historia oficial vs. Historia oral”, Espacio, tiempo, forma, Serie V, Historia contemporánea, t. 17, 2005, pp. 379-389.
Jaimes, Héctor (coord..), Octavio Paz: la dimensión estética del ensayo, Siglo XXI Editores, México, 2004.
González Torres, Armando, Las guerras culturales de Octavio Paz, El Colegio de México, 2014.
Gutiérrez Girardot, Rafael, Provocaciones, Ariel, Bogotá, 1989.
Rico Moreno, Javier, La historia y el laberinto: hacia una estética del devenir en Octavio Paz, Bonillas Artigas-UNAM, México, 2013.
Stanton, Anthony, El río reflexivo: poesía y ensayo en Octavio Paz (1931-1958), FCE-El Colegio de México, 2015.
­­–––––––––––––––– (coord.), Octavio Paz: entre poética y política, El Colegio de México, 2009.





Bibliografía general sobre el ensayo hispanoamericano


Arciniegas, Germán, “Nuestra América es un ensayo”, en revista Anthropos, n. 234, ed. de Sebastián Pineda Buitrago, pp. 45-53, Barcelona (España).
Aullón de Haro, Pedro, Teoría del ensayo, Verbum, Madrid, 1992.
Barrera Enderle, Víctor, La otra invención: ensayos sobre crítica literaria y literatura de América Latina, Fondo estatal para la cultura y las artes de Nuevo León, Monterrey, 2005. 
–––––––––––––––––––––––, La reinvención de Ariel. Reflexiones neoarielistas sobre posmodernidad y humanismo crítico en América Latina, Conarte, Monterrey, 2013.
Borges, Jorge Luis, Prosa completa 2, Bruguera, Barcelona, 1985. Obras completas, vol. II, Emecé, Buenos Aires, 1996.
________________, Otras inquisiciones, Emecé, Buenos Aires, 1964.
––––––––––––––––, Textos recobrados (1919-1929), ed. de Sara Luisa del Carril, Emecé, Buenos Aires, 1997.
Fuentes, Víctor, “Revistas literarias: desde los orígenes al presente”, en Enciclopedia del español en los Estados Unidos, Anuario del Instituto Cervantes, ed. de Humberto López Morales, Instituto Cervantes-Santillana, Madrid, 2009, pp. 555-562.
Granados, Aimer (coord..), Las revistas en la historia intelectual de América Latina: redes, política, sociedad y cultura, UAM, Cuajimalpa, México, 2012. 
Gutiérrez Girardot, Rafael, El ensayo en lengua española en el siglo XIX, trad. de Juan Guillermo Gómez García, GELCIL-UNAULA, Medellín, 2012.
––––––––––––––––––––––––, Temas y problemas de una historia social de la literatura hispanoamericana, Ediciones Cave Canem, Bogotá, 1989.
Guzmán, Martín Luis, La querella de México, Planeta-Conaculta, 2002.
Henríquez Ureña, Pedro, Ensayos, ed. de José Luis Abellán y Ana María Barrenechea, Archivos, París, 1998.
Katz, Friedrich, The Secret War in Mexico. Europe, The United States and the Mexican Revolution, The University of Chicago Press, Chicago, 1981.
Krauze, Enrique, Caudillos culturales de la Revolución mexicana, SEP-Siglo XXI, México, 1985.
Millares, Selena, (ed.), Prosas hispánicas de vanguardia. Antología, Cátedra, Madrid, 2013.
Pineda Buitrago, Sebastián, Tensión de ideas: el ensayo hispanoamericano de entreguerras, UANL, Monterrey, 2016.
Weinberg, Liliana, Pensar el ensayo, Siglo XXI Editrores, México, 2006.


mayo 23, 2015

Viaje con Marcos a Monterrey


Martes 19 de mayo de 2015

Estoy por tercera vez en Monterrey, y Marcos Daniel Aguilar por segunda vez. Nos invitaron al Festival Alfonsino que se celebra en mayo de cada año. Marcos viene a conocer a su segundo hijo de ensayo, La terquedad de la esperanza, y está inquieto como papá en pasillo de hospital. A la salida de vuelos nacionales, exhibiendo un cartelito con nuestros nombres, nos recoge Homero –semejante nombre ya hace literario cualquier viaje. 

Desde la ventanilla de la furgoneta que nos conduce del aeropuerto al hotel, con sólo alzar los ojos, puede verse toda clase de pancartas con insignias, lemas y rostros de políticos. Habrá elecciones de gobernador, diputados y presidentes municipales dentro de muy poco. Se tiene que alzar un poco más la vista para ver, envueltas en el aire del desierto, las cumbres del cerro de la Silla (asiento de gigantes), del cerro de las Mitras (como el gorro de un Papa teñido de mirra) y los cuernos de la Sierra-Madre-del-Norte. Marcos dijo, citando la "Atenea política" de Alfonso Reyes, que se necesita mirar al frente para percibir la grandeza, para no marearnos con la pequeñez. 

Reyes era oriundo de aquí. Nació en Monterrey el 17 de mayo de 1889. ¿Venimos a decir nuevas cosas sobre él o vamos a repetir las mismas necedades?   

–A ver Homero– le digo a nuestro guía. – Dime si te suena todavía actual este poema de Reyes  sobre Monterrey (lo he venido memorizando desde el avión). Bájale al radio que ya han sonado como tres canciones de Los Diablitos y de Los Inquietos (aquí se oye puro vallenato ventiado  como si estuviéramos en Barranquilla ¿no? Es que ya les digo: el Caribe colombiano y el norte de México se parecen porque son frontera por donde se miren). 

Homero apagó el radio. Recité a trechos las estrofas del poema "Infancia", y me salté hasta la última estrofa para acusar una voz más ronca:


Ay de mí! Cada vez que me sublevo,
mi fantasía suscita y congrega
cazadores, jinetes y vaqueros,
guardias contrabandistas,
poetas de tendajo,
gente de las moliendas, de las minas,
de las cervecerías y de las fundiciones;
y ando así, por los climas y naciones,
dando, en la fantasía
—mientras que llega el día—,
mil batallas campales
con mis mesnadas de sombras
de la Sierra-Madre-del-Norte.

–Pues sí, vato – me dice Homero. – Mira. Allá está el parque Fundidora y un poco más allá la cervecería Carta Blanca – y señaló hacia la izquierda, mientras se desviaba de la autopista para tomar el puente y cruzar el hilo de agua, pero con un cauce grande, del río Santa Catarina. 
 
Llegamos, hambrientos, al hotel. Dejamos las cosas en la habitación. Le enseñé a Dianis, por la pantalla del Iphone, el lecho del río Santa Catarina y las cimas de la Sierra-Madre-del-Norte. 

Al bajar vi sentado ya a Marcos en el comedor. Hablaba por celular con Margarito Cuéllar, el partero de su hijo de ensayo, La terquedad de la esperanza.

–Come, compadre –le digo. –Ya al rato te lo traen para que lo saludes y lo acicales.

Al terminar de comer una carne asada, llegó Margarito Cuéllar con el hijo de Marcos. Me pasó un ejemplar. 
–Mira – me dijo enseñándome la contraportada. –Recuerda que tú eres uno de sus padrinos. 
Pues sí. A ver cómo lo apadriné hace unos meses. Juzguen ustedes:

            Sin desdeñar el rigor académico, en el que parecen algo atascados los estudios sobre el Ateneo de la Juventud, este libro de Marcos Daniel Aguilar se diferencia de otros por su vitalismo. Vitalismo es una palabra muy cara para los intelectuales mexicanos de principios del siglo XX, deseosos de romper con una dictadura de 30 años –la de Porfirio Díaz–, pero a la vez temerosos de precipitarse en la violencia. José Vasconcelos, Martín Luis Guzmán, Pedro Henríquez Ureña y especialmente Alfonso Reyes (el más mencionado en este libro) vivieron entre brutales entusiasmos revolucionarios y contrarrevolucionarios, y escogieron el camino más difícil:  el término medio de la concordia y la cultura, lo que Marcos Daniel llama La terquedad de la esperanza. Parte de su tesis es que antes de que el Ateneo de la Juventud se disolviera tras la Decena Trágica en febrero de 1913, antes de la violencia y de los partidos gregarios, los jóvenes ateneístas planearon una revolución mucho más honda: la del nuevo hombre, la del ser humano en perpetua invención. 
            Ensayo de largo aliento con ser un libro corto (no supera las cien páginas), La terquedad de la esperanza incluso resucita a Alfonso Reyes en el Madrid de 1916, y Marcos Daniel se pone a dialogar con él y le abre cuentas y perfiles en Twitter y en Facebook. Lo actualiza: lo rejuvenece en el más bello sentido de la palabra. De ahí el vitalismo de su libro. El rigor académico, necesario para este tipo de investigaciones, no se aviene mal con el sentido narrativo de la vida, única condición para actualizar y resucitar –hacer nuestro– el pasado intelectual que nos antecede. El sentido de continuidad es la clave de la cultura. 
             
 Bonito eso del sentido de la continuidad como secreto de la cultura. Todo lo que rompe con la continuidad obliga a empezar de nuevo. 

20 de mayo de 2015


Después de haber almorzado por la carretera nacional y recorrer el municipio de Santiago y merodear una represa y pasear por una cascada como una cola de caballo, ya a las 19 horas del día estabámos en el patio sur del Colegio Civil. 

José Garza, director de publicaciones de la UANL y organizador del Festival Alfonsino, nos tenía tendida la mesa para el diálogo entre Marcos Daniel Aguilar, Víctor Barrera Enderle y yo.  

Entonces volví a ver, en primera fila, a Minerva Margarita Villarreal (nuestra próxima madrina) y, en otro lado, a Víctor Barrera Enderle. Ahí estaba a punto de sentarse. Igual de joven que hace casi diez años cuando lo conocí en la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá.

–Me he puesto yo más viejo, Víctor –le digo tras el abrazo. –Mira: ya tengo canas en la barba. 

Víctor Barrera Enderle es uno de los ensayistas mexicanos más interesantes actualmente. Este año acaba de publicar Nadie me dijo que habría días como éstos (editorial An.alfa.beta, Monterrey, 2015).

—Ahorita lo hojeas —me dice Víctor. —Empecemos.
Comencé comentando la alegría de volver a hablar de Reyes en Monterrey. Son uno para el otro. Luego pasé a proyectar una presentación en Power Point. En la primera imagen expliqué con varias fotografías el impacto histórico de la Decena Trágica, comienzo de la Primera Guerra Mundial si se mira a la historia en permanente conexión. Me despaché contra la historia eurocéntrica, y continué con la siguiente imagen: la invasión naval del puerto de Veracruz por la marina de Estados Unidos. La última imagen fue la de un huelguista castellano en agosto de 1917, a quien dos guardias civiles, jalándolo, tratan de desenchufarle los brazos. Écfrasis, digo; écfrasis, como quien grita ¡Eureka, Eureka!

Marcos Daniel Aguilar habló de los elementos de rebeldía que había hallado en su lectura de Cuestiones estéticas, el primer libro de Reyes (salió en París en octubre de 1910), como un plan de vida y de obra trazado por un joven que ya se olía muchos desastres y muchas miserias. La terquedad de la esperanza en medio de la Revolución mexicana, de la Primera Guerra Mundial, de la Guerra Civil española, de la Segunda Guerra Mundial. 

Reyes fue un maestro de dificultades. Movilizó la buena voluntad. México y el mundo no será mejor mientras cada uno no se haga mejor. El bien tiene que salir de lo privado a lo público, del individuo a la colectividad. La reforma moral, sentencia Marcos Daniel Aguilar. Necesitamos una reforma moral entre quienes nos "gobiernan". 

Aplausos. 

Esa noche cenamos en compañía de Minerva, de Víctor, de Ludivina Cantú, la directora de Filosofía y Letras de la UANL, y hablamos de cómo la nueva generación de estudiosos de Alfonso Reyes superan cualquier agresivo nacionalismo. 
—Pero por supuesto —dije—: Reyes  nos llega más, nos habla más a quienes no somos mexicanos de nacimiento que Octavio Paz, quién se enredó demasiado en los berenjenales del nacionalismo. 
—Tienes razón—, dice Víctor. — Pensar que hay quienes encierran a Reyes en un discurso mexicanista, y despachan a Pedro Henriquez Ureña por ser de la República Dominicana... 
Olvidan, continuamos hablando, la carta pública que Reyes le envió a Valery Larbaud en su revista Monterrey de agosto de 1930. Le dijo que no olvidara a Pedro Henriquez Ureña, cuya acción fue tan eficaz, tan determinante, que Reyes admitía tener una cicatriz de su traso siempre vigilante y orientador. 

Nos despedimos. 

Marcos y yo quisimos pedir un trago en el bar del hotel Crown Plaza, pero no había barman ni el mood suficiente. 

Jueves 21 de mayo de 2015 
 
—Y si te preguntaran que miedo y esperanza son, en su origen, lo mismo: dos formas de dominación política —le pregunté a Marcos en el desayuno. 
—Fíjate que en el Facebook una amiga justo me hizo un comentario parecido—me dijo. —Confundió la palabra esperanza con el maltrato que le han dado ciertos grupos políticos. 
—Pues toma aquí un rosario de escolios de Nicolás Gómez Dávila, que ayuda a agudizar los conceptos.
—Ustedes  los colombianos —me dice Marcos— o son revolucionarios o reaccionarios. Pocos tienen termino medio. 

Otro conductor nos llevó hasta el campus de la UANL. La seguridad se había triplicado, y un vigilante tuvo que consultar con otro, por radio, si permitía el ingreso del carro con "dos chavos, que vienen a presentar no sé qué cosa". 

¿Chavos? Marcos Daniel Aguilar y yo somos de 1982. Tenemos la edad de Cristo. Barbas. ¿Por qué se empeñara este vigilante en llamarnos chavos? 
—No llevamos traje, no portamos corbata, compadre—, me dice Marcos. 
—Hay que seguir el ejemplo de Héctor Iván Gozález: vestirse de traje para toda presentación. Una reforma moral— dije. —De vestimenta, para que no nos llamen chavos como el personaje del confuso Chespirito. 


A las 11:30 de la mañana nos sentamos en el auditorio de la Capilla Alfonsina de Monterrey. En el medio, para presentarnos, la directora y poeta Minerva Margarita Villarreal. Al fondo, en un mural, el paisaje de Monterrey: el cerro de la Silla, de las Mitras, las eróticas puntas de la Sierra-Madre-del-Norte. 
Si este mural hubiera sido hecho en tiempos de los muralistas revolucionarios, como el que pintó Diego Rivera en el Palacio Nacional del Df, hubiera desdeñado el paisaje. La visión. Reyes era un visualista, dije. Consideraba la vista como nuestro principal sentido. 
—Y el oído—añadió Munerva—. Porque era poeta. 
Por supuesto. Reyes se despojó de las vendas de las ideologías para ver con nitidez el mundo en torno. 
Marcos comenzó hablando de la relación entre Reyes y José Ortega y Gasset. El uno es un pensador utópico; el otro es un distópico, es decir, un cuestionador de utopías. Ambos se complementan. Y Marcos pasó a leer un extracto de un texto inédito. 

Aplausos. 

Abrazos con José Javier Villarreal y con Minerva y saludos al hijo veterinario de ambos que anda en Pelotas, una ciudad de Brasil. 

De regreso al hotel, para despedirnos, comimos con Pepe Garza y con Margarito Cuéllar. 
 
Por la ventanilla de la furgoneta conducida por Homero al aeropuerto, para tomar el avión al Df, me acordé de la prinera impresión que tuvo de Monterrey el colombiano  Barba Jacob cuando llegó en 1906: “montañas únicas, todo el imperio de la fantasía de la tierra, todo el caudal de matices, de la luz refractada y envolvente, todo el símbolo, toda la fuerza… ¡Espectros de una amistad elevada, sencilla, noble…! A su estímulo vital comencé a trabajar…” (“El poeta habla de sí mismo”, prólogo a El corazón iluminado, 1942. Pág., 10). 
A ver si pronto, Barba Jacob, comienzo a trabajar y a devengar.