junio 18, 2025

Parábola de la Hidra y la Flor Reparadora




En el confín de un pantano, donde la niebla se confunde con el aliento de los días, habita la hidra de mil cabezas de sierpe.

Hércules, en su segundo trabajo, aprende que la hidra no puede ser vencida en soledad. Cada tajo, cada intento de solución directa, solo complica el enredo. Es entonces cuando llama a su red de apoyo: Yolao, el sobrino, que cauteriza las heridas abiertas para impedir que la hidra se regenere.

En otro tiempo y en otro jardín, Rodó habló de la flor reparadora: una flor que, al ser colocada en la copa de cristal, purifica el agua turbia y devuelve la esperanza. La parábola de Rodó es luminosa: todo bien puede ser restaurado si se cuida la fragilidad de la copa, si se protege el amor y la confianza. Pero la hidra plantea un desafío mayor. Aquí, la copa de cristal ya no contiene vino ni agua clara, sino un fango espeso, resultado de años de resentimiento, opacidad y desgaste; un fango tóxico por su propia traición. 

¿Puede la flor reparadora enraizar en el lodo, o se marchitará bajo el peso de las cabezas que nunca cesan de brotar? La hidra enseña que la solución no está en la destrucción, sino en la cauterización: en cerrar los ciclos.

La hidra nunca muere del todo, pero puede ser contenida, y la flor, si resiste, puede convertir el pantano en jardín…

abril 27, 2025

Consejo para novelistas

 –“Distintas aventuras a idéntico protagonista o idéntica aventura a protagonistas distintos: quien pasa de la primera interpretación a la segunda, descubre la historia.
...y la diferencia entre el folletín y la novela”.

N. Gómez Dávila, Escolios a un texto implícito II. (Bogotá: Villegas Editores, 2005, p. 287).

El escolio  de arriba abre el cofre de la poética narrativa. Pues su mecanismo secreto reside en la arquitectura del relato y en la profundidad de sus criaturas.

 – Distintas aventuras, un solo rostro

Imagina el folletín decimonónico: una sucesión de peripecias, cada una más vertiginosa que la anterior, donde el protagonista –invariable, casi inmutable– es arrojado de tempestad en tempestad, de abismo en abismo. El héroe del folletín, como el Dick Sand de Verne o el Tom Sawyer de Twain, es un eje fijo alrededor del cual giran los engranajes de la aventura. El lector asiste a un desfile de pruebas, peligros y emociones, pero el protagonista permanece, en esencia, idéntico: su función es la de un imán para la acción, no un espejo del alma.
El folletín, por tanto, se alimenta de la repetición de la estructura: cada capítulo es una nueva aventura, un nuevo sobresalto, pero el protagonista es el mismo, y su transformación es escasa, si no nula. El suspense, el cliffhanger, la promesa de la próxima entrega sostienen la atención del público. Así pues, el folletín encarna una epopeya superficial: el héroe no cambia, cambian los decorados y los peligros.

 El rostro múltiple – Una aventura, múltiples rostros


En la novela –esa invención moderna, hija de la introspección y el desencanto– la mirada se desplaza. Ya no importa sólo lo que ocurre, sino a quién le ocurre. La misma aventura, si es vivida por distintos personajes, revela su pluralidad de sentidos: cada protagonista la interpreta, la sufre, la transforma según su carácter, su historia, sus heridas. Aquí la aventura es pretexto y espejo: lo esencial es la metamorfosis interna, la variación de la experiencia.
La novela, a diferencia del folletín, no se contenta con la acumulación de peripecias. Busca la profundidad, la ambigüedad, la resonancia. El protagonista puede ser muchos, o uno solo que se desdobla, se fragmenta, se interroga. La historia se convierte en una exploración de la conciencia, un laboratorio de identidades. Así, quien pasa de ver la narración como “distintas aventuras a idéntico protagonista” a “idéntica aventura a protagonistas distintos” ha comprendido el salto de la superficie a la hondura, del entretenimiento a la indagación.

Ensayo sobre la diferencia – Folletín versus novela

El folletín, como señala la crítica, tiende a la simplificación y la exageración, a la repetición de esquemas y emociones intensas, a la fidelización por medio del suspense y el cliffhanger. La novela, en cambio, busca la complejidad, la ambigüedad, la exploración de la interioridad y el sentido último de la experiencia humana.

Epifanía en la penumbra

Quien narra, pues, debe decidir: ¿quiere ofrecer al lector la embriaguez de la aventura incesante, la promesa de un héroe inalterable, o el vértigo de la transformación, el temblor de la identidad? ¿Quiere multiplicar las peripecias o desdoblar las conciencias? El tránsito de la primera a la segunda interpretación es la puerta de entrada a la historia –no como suma de sucesos, sino como exploración de lo humano.

La diferencia entre folletín y novela no es sólo de técnica o de formato, sino de visión del mundo: el folletín celebra la exterioridad; la novela la interioridad. Y, en el fondo, quien descubre esta diferencia, descubre también el arte de narrar: no basta con inventar aventuras, hay que inventar destinos.

abril 07, 2025

El Estado terapeútico




Como respuesta a la falta de solidaridad comunitaria y al resquebrajamiento familiar, el Estado terapéutico despliega  un ejército de psicólogos frente al cual conviene elevar nuestro intelecto.