El Estado terapéutico se ha erguido en el centro de nuestra vida como respuesta a la falta de solidaridad comunitaria y al resquebrajamiento familiar, desplegando un ejército de terapeutas, frente al cual conviene elevar nuestro intelecto.
El fin del Estado es la seguridad de la vida, admite Spinoza en la segunda parte de su Ética demostrada según el orden geométrico. Pero rápidamente se pone en guardia contra el tirano, el sacerdote y el esclavo. Gilles Deleuze, en su interpretación de Spinoza, se pregunta qué tienen en común el tirano, el sacerdote y el esclavo (y añadamos: el terapeuta tradicional), y responde que los cuatro necesitan entristecer la vida. Tienen necesidad de hacer reinar la tristeza, porque el poder que tienen no puede estar fundado más que sobre la tristeza.
Cierto. No hay terror que no tenga como base una especie de tristeza colectiva. El sacerdote, por ejemplo, inyecta entre sus fieles una cultura de la tristeza al llamar al remordimiento y al arrepentimiento. El sacerdote –lo mismo el judío que el protestante o católico– tiene necesidad de cultivar la tristeza.
Nietzsche, según Deleuze, retoma esta idea, y a ello le llama «mala conciencia». ¿Por qué? Porque la «mala conciencia» es la de aquel que se siente tanto mejor cuando peor va todo. El esclavo es aquel que, cualquiera sea la situación, siempre tiene que ver el lado feo. El propósito es entristecer la vida en alguna parte. ¿Y por qué? Porque se trata de juzgar la vida. Pero la vida, según Deleuze, no es juzgable.
La vida no es objeto de juicio. La única manera de que puedan someterla a juicio es inyectándole primero la tristeza. Desde luego, el tirano puede reír, el sacerdote ríe, el esclavo hasta se carcajea. Pero es una risa cercana a la sátira, no a la ética. La del hombre libre y fuerte es, por el contrario una risa muy benévola.
Si la esencia de la vida no es la Razón, sino el Deseo, aquello que incrementa nuestra potencia de obrar incrementa nuestra alegría.
Cuando podamos, actuemos y apoyemos a quien nos inspire deseo, comuniquémosle nuestro poder-amor Pero cuando ya no podamos (porque la naturaleza humana es imperfecta y porque a ciertas almas las sofoca la mano que las ampara), desprendámonos.
Sin odio: odiar degrada. Sepamos que la traición, la deslealtad y la infidelidad son parte de nuestra naturaleza imperfecta, y que no deberíamos sentirnos engañados por nuestro prójimo, sabiendo de antemano de su naturaleza imperfecta.
El perdón y el arrepentimiento son vanos y malos; lo que aumenta el poder y la felicidad de un hombre también aumenta su bondad.
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