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octubre 06, 2023

Leonardo Padura y el policial habanero: una reflexión sobre la policía

 Una reflexión sobre la policía




En otro tiempo fuimos lectores asiduos de Leonardo Padura Fuentes (ahora ya sólo se conoce por su primer apellido), especialmente de la serie del detective Mario Conde, el policía habanero hecho detective en medio del totalitarismo desordenado y carnavalesco de Cuba. 

 Recordemos que la figura del detective surge en la emergencia de la modernidad racionalizada-industrializada en la década de 1840 con el personaje Auguste Dupin, en "The Murders of the rue Morgue", de E. A. Poe. Por lo general, el detective es privado y está asociado con la lógica más fría y con la libertad o campo de acción que ofrece el mundo capitalista. Esto último, evidentemente, no lo hay en Cuba, la isla-cárcel-a-cielo-abierto. Por lo demás, aunque no puede ser un detective privado porque no hay nada privado en aquel régimen totalitario, Conde sí que comparte con Dupin la condición lectora. La cultura. 

Leyendo de Padura un libro de ensayos que encierra parte de su poética, Cómo nace un personaje: la historia de un detective en La Habana, confirmamos que él hasta cierto punto fue un «policía del pensamiento» al trabajar inicialmente  como periodista en Juventud rebelde cuando, hacia 1989, con la fractura del Muro de Berlín, aquel oficio lo agarra con las manos en la masa, lo agarra en el epicentro de un régimen que ya de ninguna podía ser monolítico.

De lo que queremos hablar aquí, en todo caso, es de la figura del policía. ¿Qué es la policía? ¿Son agentes uniformados y armados de una estructura civil, pero con modelo militar? 

Por definición, la policía está representada allí donde haya fuerza de ley. Está presente, invisible a veces, pero siempre eficaz, allí donde hay conservación del orden social. La policía es un deber ser (un Dasein) coextensivo al deber ser (al Dasein) de la pòlis (cf. J. Derrida, Nombre de pila Benjamin, p. 110). La policía, de polis, viene etimológica e históricamente de la estructura de la ciudad y sirve, por lo tanto, para mantener o conservar el orden, pero también para imponerlo y si es del caso alterarlo. La ciudad es por lo demás, junto con el reino y el Imperio, las tres formas naturales de gobierno. 

Al alborear la modernidad surge otra cuarta forma de gobierno, el Estado democrático, en el que se supone que ya no hay necesidad de policía. Pues en las democracias el espíritu de la policía causa estupor.  Ya en 1921, bajo el terrorismo de la República de Weimar (de un régimen aparentemente democrático y que ya se había cargado contra Rosa Luxemburgo), Walter Benjamin publicó originalmente en alemán Zur Kritik der Gewalt (Para una crítica de la violencia). Es un texto lleno de referencias barrocas. Pues por esa época Benjamin escribía El origen del drama barroco alemán. Allí decía que el espíritu (Geist) se manifiesta en el poder (weist sich aus in Macht); el espíritu es la facultad de ejercer la dictadura (Geist is dar Vermögen Diktatur auszuüben). Esta facultad exige una disciplina interior rigurosa, así como una acción sin escrúpulos (skrupelloseste Aktion).  

A lo que comenta Derrida que la degeneración del poder democrático (y la palabra poder es con frecuencia la más adecuada para traducir Gewalt, la fuerza o la violencia interna de su autoridad) no tendría otro nombre sino el de la policía. ¿Por qué? Porque en la monarquía absoluta los poderes legislativos y especulativos están unidos. En consecuencia ahí la violencia de la autoridad o del poder es normal, conforme a su esencia, a su idea, a su espíritu. En la democracia, en cambio, la violencia no está ya de acuerdo con el espíritu de la policía. A causa de la supuesta separación de poderes, aquello se ejerce de forma ilegítima, sobre todo cuando en lugar de aplicar la ley, la hace. Benjamin indica aquí el principio de un análisis de la realidad policial en las democracias industriales y sus complejos militares de alta tecnología informatizada. Doble consecuencia o doble implicación: 

No hay democracia digna de ese nombre. 

De modo que el policía habanero Mario Conde, al serlo de una dictadura, encaja como anillo al dedo.