Páginas

Buscar

mayo 20, 2018

Diario del nacimiento de Sara-Sofía:




Anunciación: 19 de septiembre de 2017

Ella se anunció cimbrando el mundo. Terromotico, llegamos a pensar en llamarla. 
         Fue unas horas después del terremoto, cuyo epicentro tuvo lugar en Puebla donde Diana se encontraba y cuya fuerza Diana sintió como el sonido de una maquinaria roñosa que sacude todo lo frágil y pone a volar todos los pájaros de los árboles, cuando llegaron las pruebas del laboratorio. De inmediato, Diana me lo comunicó por WhatsApp: “Mi amor: salió positivo. Estoy embarazada”.

La vida sigue su marcha. Imparable.
        
También un 19 de septiembre, pero de 1985, la mamá de Diana –la pediatra Carmen– se enteró de que estaba embarazada de Diana. 
La fecha más probable de parto se calcula para el 23 de mayo, es decir, el mismo día en que Diana cumple años.

La noticia de que seré padre me ha tocado como una bendición después de semejante susto. El terremoto me ha agarrado en el campus de la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México. Acababa de salir de una entrevista radial con colegas de allí –Joseba y Ángel Octavio– cuando, de repente, el suelo se volvió gelatinoso; salté al antejardín en busca del descampado, tal como habían indicado que lo hiciéramos durante el simulacro para protegernos de un probable derrumbe; pero seguía temblando y al fondo vi, reflejando el sol del mediodía, los ventanales de los edificios bancarios de Santa Fe como a punto de estallarse. Si el mundo se acaba, me dije, al menos quisiera saber cómo suena: y puse mi oreja contra el suelo para oír las placas tectónicas...
La ciudadela financiera de Santa Fe se volvió un caos. Tenía que volver esa misma noche a Puebla a como diera lugar para abrazar a Diana. Pero, por un lado, el centro de la Ciudad de México resultaba intransitable entre varios escombros y, por el otro, la salida a Puebla, por la Ignacio Zaragoza, había colapsado, según oía por la radio el relato de un periodista montado en un helicóptero que sobrevolaba el Valle de México, el saturado circo de montañas, la inmensa flor de piedra sacudida.
He sobrevivido, me dije una vez que me vi montado en el autobús con destino a Puebla. Lo había abordado, por suerte, en un estacionamiento contiguo a la Ibero en compañía de Fabiola, otra colega; el ágil conductor, a través del laberinto de callejuelas y viaductos de Santa Fe, logró salir al Circuito Exterior Mexiquense. Fue entonces cuando consulté el Facebook y, entre tantos mensajes solidarios de amigos en otros países, escribí en mi perfil: “Dios Todopoderoso y Eterno” en alusión a la noticia del embarazo más que a la del terremoto. Porque la vida sigue su marcha. Imparable.

Durante los 9 meses

Ya te puedo hablar de tú a tú. Te vamos a poner Sara Sofía (princesa en hebreo y sabiduría en griega): las dos universalidades por excelencia. 
Mamá, durante tu gestación, dio media vuelta al mundo. Si el 19 de septiembre te anunciaste (¡y de qué forma!), para el 1 de octubre ya estaba contigo en Berlín. La descomposición horaria –el jet lag que llaman– desencadenó en ella los síntomas del embarazo, los mareos y los vómitos. Menos mal sus amigas del apartamento compartido, Brenda y Liang, la auxiliaron, lo mismo que Johanna, Carolin y Julia en la universidad. Seguramente oíste contar a mamá, una y otra vez en español y en alemán, el relato del terremoto en México. Te la pasaste con ella consultando libros en la Biblioteca del Ibero-Amerikanisches Institut, cerca de Potsdamer Platz donde acaso probaste el sabor de algún chocolate, y en los salones de clase del Lateinamerika-Institut de la Freie Universität Berlin; te la pasaste montando en autobús de dos pisos o en metro subterráneo, del estudio a la casa y de la casa al estudio.
Yo las alcancé la tercera semana de diciembre, poco antes de Navidad. Hacía un frío polar, y a los pocos días despegamos de Berlín y volamos a Alicante. Aterrizamos de noche. Recuerdo, andando por la bahía de camino al hotel, que las constelaciones fulguraban. Fue cuando mamá sintió tus primeros movimientos. Al otro día en la mañana ella dictó, en la Facultad de Filosofía y Letras y con la presentación del Profesor Pedro Aullón de Haro, una conferencia sobre el modernismo y la relación entre España y México. A Pedro le hemos pedido ser tu padrino intelectual. Ya lo conocerás. 
Estamos, un día después, caminando relajadamente por la playa soleada; ventea una levísima brisa algo fría que riza o azulea mucho más el Mediterráneo. Un ascensor nos sube al Castillo de Santa Bárbara, construido encima del montículo o acantilado que rodea la bahía de Alicante.
         Una semana después, tras visitar dos ciudades aledañas, Cartagena y Murcia, viajamos a Granada en Andalucía. Las formas geométricas de la Alhambra, el goce con el agua entre aquellos antiguos arquitectos del desierto que no podían representar imágenes, ha encantado a mamá. Más adelante te volveremos a llevar para que lo presencies a viva luz. Aquella vez, de paso también por Granada se encontraba una profesora de la Universidad de Boston, Adela, quien nos ha invitado a subir a las Alpujarras de la Sierra Nevada con su esposo Boris. En carro, claro. Pero no fue lo mejor. A pesar de que comimos un guisado delicioso, ¡qué mareada nos pegamos zigzagueando por esas curvas! Tu mamá hasta vomitó. ¡Ya ves en qué buen lugar se ocultaron los moros reacios a la Conquista de la Reina Isabel en 1492!
Noche Buena la pasamos en el mejor lugar para entender su significado profundo: en la Catedral de Sevilla, una de las más grandes de España. Presenciamos allí misa en latín en la que, según alcancé a entender, el sacerdote indicó con nombres romanos y griegos y hebreos el preciso momento histórico en que, en un pesebre de Belén, nació un Niño. Nos acompañaban dos amigos colombianos, el historiador Santiago y la abogada Catalina, con quienes volvimos a encontrarnos en Madrid para pasar la Noche Vieja.
Días antes, el Día de los Santos Inocentes, un amigo de Puerto Llano nos invitó a almorzar en El Escorial. Es un castillo-catedral cuya arquitectura, si estoica y grisácea por fuera, por dentro está ahíta de pinturas y símbolos. Creo que terminé por marear a mamá, demorándola y retrasando la hora de comer mientras le señalaba, arriba en el techo de la Biblioteca Real, la representación de las Siete Muchachas o Artes Liberales: Gramática, Dialéctica y Retórica (el Trivium); Aritmética, Geometría, Astronomía y Música (el Cuadrivium). Me pregunto por cuál te inclinarás tú…
         A principios de febrero de 2018, contigo ya notable a juzgar por su panza, Mamá regresó a México.
Mira: no has nacido y ya has cruzado dos veces el Atlántico. Nacerás en el Nuevo Mundo, aunque me late que te has quedado con el horario del Viejo porque sueles despertarte a medianoche. Te ponemos una sinfonía, “En la gruta del rey de la montaña” de Edward Grieg, para que bailes un rato en la panza de mamá.

A finales de marzo, durante Semana Santa, nos visitó tu amorosa abuela Susana, en quien tendrás tremendo referente de inteligencia y profesionalismo y celeridad y agudeza y generosidad. Vino desde Colombia, donde está la otra mitad de tu familia, para colmarte de regalos en tu Baby Shower. 

El primer Baby Shower lo celebramos al sur de Ciudad de México en casa de nuestra amiga Vicky, por Fuentes Brotantes, y al que asistieron nuestros amigos de la gran capital; y otro en Cholula, con nuestros amigos de Puebla, en casa de Alejandro Lámbarry, cerca de la famosa Pirámide que, en 1519, Bernal Díaz del Castillo comparó con la Torre de Babel y desde donde, en 1820, el joven José María Heredia compuso el primer gran poema del romanticismo hispanoamericano, "En el Teocalli de Cholula".  


A los 9 meses: mayo, 2018.

Si vieras a Mamá: está toda panzona porque tú ya estás muy grande y te estás preparando para emerger a la luz. Y la luz está contenta de iluminarte y de ser refractada por ti. Y el aire de rozarte y el oxígeno de henchir tus pulmones...

Hemos decidido que nazcas en Celaya, Guanajuato, México. Verás. Tu abuelo, el Doctor Tomás, goza de mucho respeto entre el gremio médico de Celaya y nos ha recomendado con el Doctor de La Peña en cuyas manos, de dedos largos y finos como de pianista, hemos confiado para que delicadamente te saquen del vientre de mamá.

Dos días antes: 12 de mayo de 2018

Desde Puebla hoy he tomado, en la mañana, el Arco Norte rumbo a Celaya.  Por las recientes lluvias, que justamente coinciden con tu aparición, los campos lucen verdecidos. Los dos volcanes, el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, están bañados de nieve como dos conos de vainilla. Veo a la vera de la carretera, bien peinados y arados y a veces hasta salpicados de pequeñas lagunas, tierras cultivadas. Es la época del año en que se aprovechan los campos mexicanos cuya agricultura­ –¿puedes creerlo? – apenas representa un 3.5% del PIB. Bueno. Son cosas que luego discutiremos. Lo cierto es que todo lo fertilizan y fructifican las lluvias de mayo, tu mes. Acelerando por el Arco Norte, pasando del estado de Puebla al de Tlaxcala y de éste al de Hidalgo se abre de repente, cruzando leves montículos, el valle de Tula cuyas refinerías al fondo aparecen como llamas olímpicas. El petróleo sí que se enseñorea en el PIB mexicano.
A las 3 de la tarde, hambriento y ansioso, llego por fin a casa de tu abuelo Tomás. Abrazo a mamá y, claro, te saludo a ti a través de su panza.

El día de tu nacimiento: 14 de mayo

9:30am:
Estoy en el hospital. No quise entrar al quirófano. Hubiera estorbado, no más. Estoy viendo por la ventana. Aguardo a que aparezcas en la sala de bebés, donde te vendrán a meter un ratito en la incubadora para que adquieras la temperatura ambiente.

10:00am:
 Tu abuela Carmen, que sí ha entrado al quirófano con celular en mano, me acaba de enviar una foto de ti, desnuda, recién nacida. Sonríes. Estás preciosa. Tienes un poco de cabello, de mechones, y los ojos, los ojos muy abiertos; te los adivino redondos y marrones. Creo que te he escuchado llorar. Eso está bien para ensayar tus pulmones. 

10:10am:
 De pronto apareces a través de la ventana en los brazos de tu abuela. Pongo la cámara. Disparo cuantas veces puedo. Me miras. Nos reconocemos. Claro. Ya nos conocíamos. Me dejan entrar. Te pongo sobre mis brazos y no paras de mirarme y sonreírme. Te digo, “Sarita, Sarita-Sofía, mi amor, ¿cómo estás?”. Y no lloras. Sino que echas un poco de saliva y juegas a hacer burbujitas. Le pido a tu abuela Carmen que mi quite los lentes y que me tome otra foto contigo. Te meten en la incubadora. Y allí, mientras todavía sonríes, te tomo otra foto. Me da la impresión de que tus ojos tienen una pupila redonda y azulada.

10:20am

Inmediatamente, a través de la red satelital, porque hasta los satélites de todo el mundo están atentos a tu nacimiento, envío una foto tuya, de tus ojos, a tus abuelos, Susana y Felipe, y a tus tíos, Tatiana y Santiago, y a tus tías abuelas, Silvia y María-Eugenia, hasta Medellín, Bogotá y Cali. 

11:00am:

Sigo aquí. Pendiente de ti. Tu abuela dice que ya no tardan en llevarte con mamá. Pero me angustio: lloras dentro de la incubadora pidiendo cariño y comida.


11:10am:

Mamá acaba de salir del quirófano. Le di un beso en la boca de felicidades y agradecimiento y de amor. Me ha pedido que me quede pendiente de ti a través de la ventana. Lloras. No paras de llorar. Tienes hambre.

12:00am:

Por fin, sin darte leche de borrego ni ponerte a beber de un biberón de plástico, una enfermera te lleva a la habitación adonde mamá. Vas escoltada por tu abuela y por mí. Beberás, por ahora, solo leche materna. Tu boca busca el pezón y por fin, tras algunos intentos, lo besa y lo agarra y lo succiona. Momento estelar. Y mientas mamas –en la milenaria costumbre de nuestra especie mamífera– me miras sonriente y tranquila. Madre Naturaleza. Señora. Diosa. Dios. ¡Cómo os agradezco!

        


No hay comentarios:

Publicar un comentario