Kikí de Monparnasse, amante de Alfonso Reyes |
En la Consejería de Educación de España en
México, el pasado 30 de abril de 2013, tuve ocasión de abrir el tema o debate en el conversatorio entre Agapito Maestre y Adolfo Castañón, a propósito de la
presentación del ensayo de este último, Alfonso Reyes, caballero de la
voz errante (última edición, 2012). Me referí a un ensayo de Reyes,
"Montaigne y la mujer", donde el mexicano parece retratarse a sí
mismo: el erudito desenfadado y amigable y apasionado de la concordia, que nunca se deja ganar del patetismo y la locura femenina, o que sabe ocultar muy bien su desenfreno por una mujer. Nada hay amoroso dedicado a su esposa de toda
la vida, Manuela Mota, madre de su único hijo. Tampoco a alguna de sus amantes en Argentina y Brasil, como no sea hurgando en sus diarios. Según Alberto Enríquez Perea, quien estaría en condiciones de elaborar una buena biografía del mexicano, uno de sus amores de embajador en Buenos Aires fue Nieves Gonet, esposa de Rinaldini, crítico de arte argentino. Por la correspondencia se supone que ella estuvo muy enamorada de él, en algún momento. A Reyes le gustaba y acaso la quiso y hasta hayan tenido sexo, pero no pareció amarla ni estar enamorada –¿de ninguna mujer?
Puede ser cierto, admitió Agapito, consejero de Educación de España en México. Pero también es cierto que Reyes era un mujeriego a juzgar por su texto "El licencioso" (en Obras Completas, tomo XXIII), donde confesaba cosas –como que alguna vez le dio urticaria en el miembro y pedía que le quitaran la comezón pero le dejaran la dimensión–, o bien, su sueño en ser experto en "erección de senos" de alguna universidad de Estados Unidos, o su acusación a Don Quijote de viejo verde porque no podía pensar sino en violadores de doncellas; Reyes también prologó Picardía mexicana (1958), la colección de albures y piropos calientes de Armando Jiménez (véase el ensayo de Edgar Valencia, El erotismo de Alfonso Reyes). Ante la pregunta de la imagen de la mujer en el erudito mexicano, Adolfo Castañón, minucioso, ya me había dado su respuesta en un correo electrónico:
Puede ser cierto, admitió Agapito, consejero de Educación de España en México. Pero también es cierto que Reyes era un mujeriego a juzgar por su texto "El licencioso" (en Obras Completas, tomo XXIII), donde confesaba cosas –como que alguna vez le dio urticaria en el miembro y pedía que le quitaran la comezón pero le dejaran la dimensión–, o bien, su sueño en ser experto en "erección de senos" de alguna universidad de Estados Unidos, o su acusación a Don Quijote de viejo verde porque no podía pensar sino en violadores de doncellas; Reyes también prologó Picardía mexicana (1958), la colección de albures y piropos calientes de Armando Jiménez (véase el ensayo de Edgar Valencia, El erotismo de Alfonso Reyes). Ante la pregunta de la imagen de la mujer en el erudito mexicano, Adolfo Castañón, minucioso, ya me había dado su respuesta en un correo electrónico:
"El
tema de la mujer en Alfonso Reyes es
mercurial, si no es que vidrioso y un si-es-no-es pegajoso... pero por
supuesto que si es un tema... Alfonso
Reyes era por supuesto, como se diría en
francés, un chaud lapin –un
conejo caliente– como bien se documenta en la exposición sobre la cual
le estoy mandando una crónica del
escritor colombiano avecindado en París, Eduardo Garcìa Aguilar, donde por cierto se expresa con simpatìa generosa sobre mi persona. En
esa exposición, como decía, hay una servilleta de restaurant llena de dibujitos
y de versos en jitanjàfora donde la
famosa dama de la vida alegre de los años treintas Kikì de Montparnasse,
célebre por la novela que le escribiò
Charles-Louis Philippe, titulada Bubù de Montparnasse, le suplica a don Alfonso que no
la deje sola en la cama y que la vaya a acompañar... y se lo dice con un
tono entre meloso e imperativo que
trasparenta el tipo de relación que podìan tener, a la vez digamos sentimental
y bancaria.
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Imagen de la servilleta de Kiki (Capilla Alfonsina) |
Si el tema de Montaigne y la
mujer es un tema obligado entre los montañistas –aunque muchos le sacan la
vuelta pues acarrea el tema Montaigne y el amor y la amistad y eso ya nos
lleva a la zona llena de escollos de la
relación con de Montaigne con Etienne de la Boètie–, el tema de Alfonso Reyes y la
mujer se impone también en distintas vertientes y estribaciones geográfìas y situaciones y de hecho nuestro querido Maestro y Dr. Chaud Lapin tiene diversas páginas más o
menos pegajosas y poemas que, como diría
el mexicano, no cantan mal las rancheras, es decir, la canción ranchera algo
quejosa... Pero todo eso habrá que
situarlo en su espacio y momento
pues si la respiración natural del alma de Reyes pasa por la escritura y su
vida es leer y escribir, y si doña Manuela Mota, su esposa, llegó a ser como
el ama de llaves de los papeles y
archivos, habrá que ponerle un grano de
sal doméstica a los devaneos y aventuras
del señor Embajador que jugaba golf y ponía la pelota en el hoyo con el mismo
tino y desprendimiento con que practicaba el arte de la equitación amorosa... Más allà siento que nuestro querido y
simpático Arcipreste mexicano tenía sin duda un don como de obispo o confesor
para auspiciar y provocar las confesiones de las damas –igual que el poeta Enrique Gonzàlez Martínez– y que andaba siempre
rodeado de señoras como es el caso
de Juan de Ibarbourou, Gabriela
Mistral –quien distinguía a Reyes con su amistad hembruna–, Marìa Rosa
Oliver –ese espíritu de hierro en silla de ruedas–, Victoria Ocampo o en
Brasil Cecilia Meireles. Y dentro de este grupo cabe también
incluir a los amigos prácticos de la
gaya ciencia o de gallo sentir como Carlos Pellicer, Salvador Novo o Jaime
Torres Bodet con quienes el regio
prosista y poeta sabía intercambiar guardias y estocadas más o menos
atrevidas. Así que como se ve nuestro maestro era y podía ser un
diplomático de cuerpo completo, con
su mirada certera de Apolo y su rostro ruiseño de fauno dionisiaco". (Castañón, carta de junio 24 de 2007).
Kiki, desnuda. |
Esas escaramuzas
amorosas de Reyes se dieron en París, en sus tiempos de diplomático, es decir, con todo
el poder que ello confiere. Tal vez el Reyes más interesante sea, para mí, el que vivió en
Madrid de 1914 a 1920, exiliado, sin puestos diplomáticos, volcado a la calle, libre, sin mucho dinero, teniéndoselo que ganar escribiendo. ¿Qué tantas mujeres ligó Reyes en España entre 1914 y 1920? Ninguna, según sugiere Paulette Patout, porque él estaba acostumbrada a
la suavidad (¿sumisión?) de la mujer mexicana, o al encanto de la mujer francesa –o al "encanto" ($) que puede ver una "madame" en un rechoncho diplomático–. Pero las españolas lo desorejaron. En su ensayo "Magia y Feminismo" (en De Servicio en Burdeos, Vísperas
de España) narró su encuentro
con la feminista Madame Vogée d’Avase. “Yo estoy encantado: ¡en vez de ser
vuestros esclavos, seremos vuestros iguales, eso es todo! ¡Oh! Los hombres
podrán entonces vivir tranquilos: la mujer sabrá defenderlos. Considero
atentamente a aquella dama nerviosa y frágil, que así se ofrece a defendernos.
Escribe sus señas […] toma nota de todas las vulgaridades que acabo de
decirle”.
- Pero en la "Oda
a las modelos de la Maison de France” (en El
cazador, O. C., t. III), Reyes se inquieta por la
revolución femenina. “¿Quiénes son esas mujeres nuevas que hay por las calles
de Madrid?” (p. 106). No entiende. Quiere disimularlo, ponerse los ojos de un
entomólogo y llamarlas “insectos de vivos ojos y antenas temerosas”, para a
continuación considerarlas demonios. “Yo no sé qué fuertes demonios, con senos
y cabelleras”. Pide que la mujer no sea del todo lo
blanda, mullida o tierna sino que sea fuerte, que resista y soporta
bien la fatiga. “Pero éstas [se refiere a unas bailarinas] tienen unos cuellos blandos, sumisos a la
degollación”. Lo curioso es que, al cabo, el gran erudito se contrariaba. Se contradecía. “¿Y a mí que me importa todo eso? Verdaderamente, los
hombres tenemos los gustos suaves. Son ellas las que se enamoran de la rudeza y
de la fealdad. ¿Cómo pueden darse a esos papás panzudos, nariz reventona, ojos
de gallo? Son ellas las que tienen los gustos ásperos; nosotros nos enamoramos
de esas palomas”. Reyes. Que amen la rudeza es obvio: duro hay que ponerse (en el pene)
para amarlas con locura.
Golden Slumbers: Zeus
impregnates Danae
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