Con todo, ha sido en los países de raíz protestante o calvinista (Alemania, Suiza, Inglaterra) en donde más trabajo se ha hecho para la recuperación ambiental y la salvación de ríos y lagunas. El romanticismo ayudó en parte a esa armonía con la naturaleza. En cambio, entre nosotros, el odio a la naturaleza parece encarnar un odio de clases. Como si, al contaminar un río o talar las selvas, le estuviéramos echando la culpa a la naturaleza tropical por nuestra supuesta "inferioridad".
Santiago Pérez Zapata me regaló un breviario de
teología política: El protestantismo y el mundo moderno,
del teólogo alemán Ernst Troeltsch, amigo de Max Weber y de Heidegger. (El
título original es Die Bedeutung des Protestanismus für die Entsehung
der modernen Welt, con lo cual la traducción literal sería El
significado del protestantismo para el entendimiento del mundo moderno. La traducción
es de Eugenio Ímaz, FCE, México, 1951, reimpresión, 2013).
Una vez que lo leí me asaltó la pregunta de si las raíces religiosas
de la destrucción ambiental, de la expansión sobre la superficie terrestre de
la presencia humana a través de megalópolis, no habría que buscarlas justamente
a partir de Lutero.
El horizonte de iglesias y conventos de la ciudad
medieval ha sido reemplazado por el de chimeneas y rascacielos. Semejante
civilización industrial no ha podido llegar a reinar sin un determinado
trasfondo espiritual. En su penetrante investigación, La ética
protestante y el espíritu del capitalismo, Max Weber demostró que éste no
se produjo por sí mismo con los inventos industriales, con los descubrimientos
y con las ganancias mercantiles. Se produjo tras la tajante separación con la
Iglesia católica, que impuso primero Lutero en 1517 y un poco después, en el
mismo siglo, Calvino.
Ernst Troeltsch (1865-1923) comienza por decir que
la cultura moderna no es sino la lucha contra la cultura eclesiástica: “Fúndese
como se funde, todo lo domina la autonomía frente a la autoridad eclesiástica,
frente a las normas divinas directas y puramente exteriores. […] Sólo el
catolicismo riguroso se mantiene apegado a la vieja idea de autoridad y queda
agitándose en el mundo moderno como un enorme cuerpo extraño.” (p. 17). Como si
el mar se hubiera retirado, las catedrales católicas son ballenas varadas en la
desolada playa espiritual de lo estatal y burocrático. Ya no asustan a ningún
Jonás.
Como nada firme se puede fundar en la tolerancia
democrática y en la proliferación de opiniones, la religión del progreso
encontró en la ciencia, en sus fundamentos científico-naturales, los recursos
nuevos para dominar espiritual y técnicamente al hombre. Sí: a punta de chips,
cámaras y satélites.
La cultura moderna no es sino la lucha contra la
cultura eclesiástica: “Fúndese como se funde, todo lo domina la autonomía
frente a la autoridad eclesiástica, frente a las normas divinas directas y
puramente exteriores. […] Sólo el catolicismo riguroso se mantiene apegado a la
vieja idea de autoridad y queda agitándose en el mundo moderno como un enorme
cuerpo extraño.” (p. 17). La
consecuencia inmediata de una autonomía semejante es, necesariamente, un
individualismo creciente de las convicciones, opiniones, teorías, fines
prácticos […] proliferación de toda clase de opiniones humanas:
“En lugar de la
infalibilidad divina y de la intolerancia eclesiástica tenemos, necesariamente,
la relatividad y tolerancia humanas. Mientras se fueron buscando normas
objetivas y posiciones seguras frente a la pura arbitrariedad subjetiva, no se
encontró ningún otro medio que el de la ciencia, la cual, en virtud de sus
fundamentos científico-naturales, radicalmente nuevos frente a la Antigüedad y
la Edad Media, proporcionó los recursos nuevos de una orientación metódica
sólida y del dominio técnico de la naturaleza. En vez de la revelación gobernó
la ciencia.” (p. 18).
Aquí se explica muy bien cómo, para
escapar de la sociedad discutidora, la modernidad tuvo que fundarse en el
carácter científico-racionalista, en el sistema natural-racional de las
ciencias, desplazando o marginando a las artes y a las disciplinas del
espíritu. Frente al vacío por lo humano o espiritual, este mismo carácter
científico-racionalista del mundo moderno poco a poco fue engendrando el
socialismo, es decir, una tendencia de izquierda, social y aparentemente
más humana, sin que en ningún momento pactara con la cultura
autoritaria de la Iglesia católica. Por el contrario, según Troeltsch, tal
reacción socializante se aleja aun más de lo eclesiástico y restaurador por lo
mismo que se funda en el moderno principio de la creación autónoma y
consciente del orden humano.
La fe en el progreso, el afán de trabajo siguen siendo teologías diluidas, o mejor, inyecciones del calvinismo principalmente, con algo de luteranismo de fondo, sin exceptuar todos los cismas medievales.
La fe en el progreso, el afán de trabajo siguen siendo teologías diluidas, o mejor, inyecciones del calvinismo principalmente, con algo de luteranismo de fondo, sin exceptuar todos los cismas medievales.
Los expansión de Estados Unidos,
durante el siglo XIX y XX, asumió la idea de una “inferioridad católica” sobre los países latinos.
Desde el siglo XVI el luteranismo fue eliminando de
varios puntos de Europa el culto a Nuestra Señora. La ética sexual protestante,
al destronar de la imagen de la Virgen, influyó notablemente en el aumento de
las cifras de población. Inyectó, a través de una teología diluida, la fe en el
progreso. Si hay una religión en el mundo moderno está se halla determinada
esencialmente por el protestantismo. En ella, sin embargo, no han
desaparecido los ritos religiosos. Hay una religión civil al servicio de
presidentes, ministros y funcionarios a quienes hay que servirles. Si los
antiguos monjes se flagelaban en sus celdas, los modernos burócratas se
mortifican en el tráfico de ciudades populosas. Odian el mundo interior y exterior.
Carecen de espíritu y de amor a la naturaleza. Muestran, por el contrario, una
voracidad insaciable. No hay río que no contaminen, bosque que no talen, laguna
que no sequen, aire que no envenenen.
Ha sido posible vislumbrar el problema religioso de
la contaminación ambiental. Pero de ningún modo el hombre moderno va a aceptar
como solución el abandonar la religión del progreso. Por el contrario, la misma
fe en el progreso conlleva –se nos dice– al llamado desarrollo sostenible o
sustentable. Porque el progreso es imparable: si el olor de tal río es
nauseabundo se canaliza y se tapa de concreto; si hay más dinero, se construye
una planta de tratamiento de aguas residuales. La idea es no parar. El mandato
del capitalismo es la producción por la producción.
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