Si orar es hablar en voz alta, don Alfonso, elevo esta plegaria a su
naturaleza epistolar con el afán de comunicarme con usted en algún punto del
cosmos palpitante o en algún pliegue de la luz. Repetiré su nombre según varios
significados a la manera de una divinidad mitológica, con la intención de
repartirlo y unirlo dentro del lenguaje (que otros llaman el universo)
Alfonso, de la primera letra del
alfabeto griego: alpha; Alfonso, del Aleph de la Cábala hebrea: sustancia
primigenia del universo, padre sostenedor del universo; Alfonso, según un
diccionario de astronomía, es el único valle de la luna en palpitante actividad
volcánica y en el que posiblemente haya alguna forma de vida (pienso en “aquel
valle de la luna donde está el tiempo que desgastan los sueños”). Alfonso o
Ildefonso, de acuerdo a un diccionario etimológico hispánico, dispuesto al
combate, al combate con el lenguaje y con la vida porque “vivir es esforzarse”,
aunque más bien sea un dejarse resbalar o caer por los pliegues más cómodos del
universo así como usted lo intuyó en su “Exégesis en marfil”. Alfonso, Alfonso
X el sabio de esa España variopinta cruzada por todas las culturas del
Mediterráneo; Alfonso, Alfonso Reyes emparentado hasta con los filipinos del
Asia, Alfonso mexicano con la X en la frente, Alfonso universal,
Danos hoy la frase, la máxima de cada día
Perdónanos al copiarte y no citarte
Déjanos caer en la tentación de parafrasearte
Líbranos de la mediocridad.
AMEN
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