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octubre 27, 2017

El futurismo ruso: vivimos en una nave

En diciembre de 1912, tres años después del primer Manifiesto futurista de Marinetti, los escritores rusos David Burljuk, Kricenych, Velemir Chlebnikov y Vladimir Maiakovsky redactaron otro manifiesto, al que le pusieron de título Bofetón al gusto del público. “Hay que echar a Pushkin, Dostoievski, Tolstoi, etcétera, de la nave de nuestro tiempo”, declararon con el mayor desparpajo. Necesitaban andar ligeros de equipaje para la conquista del espacio exterior. Los libros, lo sabían, son lo que más pesa. El pasado.  

Me pregunto, cien años después del manifiesto de Maiakovsky y sus amigos, si no vivimos en una nave espacial. Muy pocos habitantes del planeta poseemos una casa con jardín o huerto. Nuestras megalópolis han engullido pastizales, potreros, campos abiertos, cementerios. Por ellos corren avenidas saturadas de tráfico que llevan y traen seres bípedos, robotizados, de sus lugares de trabajo a sus apartamentos apretados como cajas de fósforo. Cada habitante se encierra en su cabina y se acuesta en su camarote a masturbarse de tecnología.

Hasta tal punto vivimos en una nave que pasamos la mayor parte del día en el asiento de un automóvil, agarrados a los barrotes del metro o el autobús. Nuestro índice se desliza por la pantalla táctil de un teléfono. Llevamos en el bolsillo el dispositivo de un satélite, al que le da lo mismo si leemos a Pushkin, Dostoievski, Tolstoi, si escribimos sobre Espinosa o García Márquez, si consultamos el Facebook o vemos pornografía.
En cualquier caso, más que fríos blindajes dando vueltas alrededor de la estratósfera, los satélites son ángeles secularizados. Ángel se decía en griego αγγελοι y en hebreo Malachim, o también Elohim, lo que en cristiano llamamos mensajero. A ellos elevo un ruego para que, en la atropellada autopista de la información, me permitan echar reversa, ir en busca de mis recuerdos.
Durante mis estancias de un país a otro, desde que dejé de residir en Colombia a mediados de 2008, he procurado llevar conmigo los libros de Espinosa. El recuerdo de nuestras pláticas. Llevo ambas cosas, junto con los de mi tía pintora, en mi nave espacial. 


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