En
diciembre de 1912, tres años después del primer Manifiesto futurista de Marinetti, los escritores rusos David
Burljuk, Kricenych, Velemir Chlebnikov y Vladimir Maiakovsky redactaron otro
manifiesto, al que le pusieron de título Bofetón al gusto del público. “Hay que echar a Pushkin, Dostoievski, Tolstoi, etcétera, de
la nave de nuestro tiempo”, declararon con el mayor desparpajo. Necesitaban
andar ligeros de equipaje para la conquista del espacio exterior. Los libros,
lo sabían, son lo que más pesa. El pasado.
Me
pregunto, cien años después del manifiesto de Maiakovsky y sus amigos, si no
vivimos en una nave espacial. Muy pocos habitantes del planeta poseemos una
casa con jardín o huerto. Nuestras megalópolis han engullido pastizales,
potreros, campos abiertos, cementerios. Por ellos corren avenidas saturadas de
tráfico que llevan y traen seres bípedos, robotizados, de sus lugares de
trabajo a sus apartamentos apretados como cajas de fósforo. Cada habitante se
encierra en su cabina y se acuesta en su camarote a masturbarse de tecnología.
Hasta
tal punto vivimos en una nave que pasamos la mayor parte del día en el asiento
de un automóvil, agarrados a los barrotes del metro o el autobús. Nuestro
índice se desliza por la pantalla táctil de un teléfono. Llevamos en el
bolsillo el dispositivo de un satélite, al que le da lo mismo si leemos a Pushkin,
Dostoievski, Tolstoi, si escribimos sobre Espinosa o García Márquez, si
consultamos el Facebook o vemos pornografía.
En
cualquier caso, más que fríos blindajes dando vueltas alrededor de la
estratósfera, los satélites son ángeles secularizados. Ángel se decía en griego
αγγελοι y en hebreo Malachim, o también Elohim, lo que en cristiano llamamos
mensajero. A ellos elevo un ruego para que, en la atropellada autopista de la
información, me permitan echar reversa, ir en busca de mis recuerdos.
Durante mis estancias de un país a otro, desde que dejé de residir en Colombia a mediados de 2008, he procurado llevar conmigo los libros de Espinosa. El recuerdo de nuestras pláticas. Llevo ambas cosas, junto con los de mi tía pintora, en mi nave espacial.
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