Después de impartir durante casi tres meses un curso sobre novela latinoamericana del siglo XX en la Universidad de Navarra, tengo la impresión de haber atravesado las formas extremas de la imaginación hispanoamericana. Algo así como un Mito y Archivo en corto circuito. Lo que empezó como un curso de “lecturas intensivas” se convirtió, sin pedir permiso a los manuales, en una arqueología crítica de la razón antropológica y tecnológica del siglo pasado.
El estudio de la narrativa latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX no puede prescindir de obras canónicas como Pedro Páramo (1955) y Cien años de soledad (1967). La persistencia ininterrumpida de estas novelas, destacada en programas académicos especializados, sugiere que su éxito continuo radica en algo más profundo que la forma: su capacidad de diagnosticar las ansiedades fundamentales sobre el control social, la comunicación y la catástrofe inherentes al pensamiento sistémico de la posguerra
Ha sido un privilegio compartir esta ruta en el entorno de la Universidad de Navarra, y hago un alto necesario para expresar mi gratitud al Profesor Javier de Navascués y a los estudiantes, cuya atención rigurosa y cuestionamientos insistentes son el caldo de cultivo donde germinan las mejores tesis.
Nuestra ruta comenzó con la doble fundación canónica del Boom, preguntándonos no solo qué contaban, sino cómo funcionaban sus mundos.
La lectura de Pedro Páramo (1955) no nos arrojó a un mero "pueblo fantasma". No. Comala es la geografía de la violencia del «rencor vivo», de la incapacidad de perdonar, de un catolicismo a ratos fallido. Las heridas de la Guerra Cristera (1926-1929). Una de las últimas imágenes de la novela es la del padre Rentería airado, alzado en armas.
Al pasar a Cien años de soledad (1967), entramos a un mundo de ladinos, de marranos, de gitanos, de judeoconversos («el bisabuelo de Úrsula era un comerciante aragonés»), muy poco convencidos de la «autoridad» estatal del alcalde Apolinar Moscote y mucho menos de la del padre Nicanor. Los Buendía son en sí mismos colonos fundadores, ambiciosos, altaneros, alérgicos a cualquier integración real. De suyo solitarios. Al salir del gueto, desafiantes, los Buendía no quieren sino volver a él –al útero (a la casa grande) de Úrsula.
El tránsito por el Posboom nos mostró las consecuencias de estos colapsos fundacionales. Con El ojo de la patria (1991) de Osvaldo Soriano, el curso abandonó la espiral épica para abrazar la sátira política y la picaresca.
Finalmente, llegamos a Roberto Bolaño. Aquí se cierra el gran arco, pasando de la Novela Total a la Novela Maximalista. Estrella distante (1996) es el paradigma del infrarrealismo y de la obsesión por el archivo fallido. El poeta-sicario, Carlos Wieder, el poeta-aviador para-militar, Alberto Ruiz-Tagle, el Dr. Jekyll and Mr. Hyde chileno, antártico, es la imagen más brutal de la perversión de la estética y la tecnología al servicio de la dominación.
Al terminar el curso, la conclusión es sencilla y, a la vez, incómoda: la novela latinoamericana del siglo XX lleva décadas haciendo el trabajo sucio que muchas ciencias prefieren delegar. Rulfo, García Márquez, Soriano y Bolaño aparecen, vistos desde Pamplona, como cuatro formas de auditar la modernidad y dejar constancia de sus averías: del rencor vivo en Comala al feedback genealógico de Macondo, de la parodia del espionaje argentino al archivo aéreo y fotográfico de Wieder, todo parece indicar que el continente ha pensado sus traumas con más rigor desde la ficción que desde los informes oficiales. Que de ese viaje salga una tesis sobre la razón antropológica y tecnológica no es un exceso académico, sino casi una forma de cortesía: cuando los novelistas llevan medio siglo avisando de que la máquina falla, alguien tiene que escribir el reporte técnico.

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