Inspirado por Los motivos de Proteo (1909) del
uruguayo José Enrique Rodó, en 1907
el colombiano Carlos Arturo Torres publicó
Idola Fori.
Este ensayo debería estudiarse tanto como un compendio del proceso
republicano de Colombia así como una síntesis de las ideas del siglo XIX en
Occidente. Carlos Arturo Torres lo escribió después de la Guerra de los Mil
Días, un guerra parroquial a principios de siglo XX. Uno de los conflictos de
mayor significación para la humanidad, según Torres, reposa en la guerra entre
Julio César y Marco Bruto: en la monarquía contra la república. Citando a
Bernard Shaw, el ensayista colombiano nos advierte: “son igualmente idólatras
el que mata a un rey como el que muere por un rey”. Esta idolatría se alimenta
de las supersticiones y los fanatismos:
“Hay el
fanatismo de la religión y el fanatismo de la irreligión; la superstición de la
fe y la superstición de la razón; la idolatría de la tradición y la idolatría
de la ciencia; la intransigencia de lo antiguo y la intransigencia de los
nuevo; el despotismo teológico y el despotismo racionalista; la incomprensión
liberal y la incomprensión conservadora”. (Idola
Fori, Cáp. VIII).
A las ideas, sostiene Torres, hay que aplicarles el mismo método de las
ciencias físicas y químicas: el del relativismo, pues ellas viven en permanente
transformación. Siguiendo a Pascal, cifra en el pensamiento la medida de todas
las cosas, para no caer en los dogmas. Y aquí comienza la gran tesis del
pensador colombiano.
Llama “supersticiones democráticas”
a aquellas en las cuales impera el dictado delirante de la pasión,
tanto, que hasta puede erguirse un tirano democrático: “Cuanto más larga y más
intensa es la precedente convulsión anárquica, más inexorable es la
personalidad del César democrático que la sucede y que la enfrena”. (Idola Fori, Cáp. II). Entre las
“supersticiones aristocráticas” señala la del Libertador Bolívar, divinizado
por su valor militar en todos los pueblos bolivarianos. Nos pide, pues,
mantener siempre encendidas las lámparas de la historia, para comparar
conceptos, aclarar juicios; para no olvidar que vivimos en perpetua renovación.
Su gran mensaje consiste en huir de la soberbia intelectual y acercarnos
mejor a la tolerancia. Porque un espíritu que se rectifica no se aniquila, sino
que se perfecciona. José Enrique Rodó, quien prologó la primera edición de Idola Fori, celebró que el autor
comprendiera sus Motivos de Proteo,
esto es, que todo está transformándose. Al igual que Rodó, Torres también
escribió para la juventud de todos los tiempos, acercándose a una oratoria
sagrada. “Que levante cada ola su rumor”, es su mensaje último. Parecida a la
imagen que Rubén Darío forja en su poema “El coloquio de los centauros”:
hay un alma en cada
una de las gotas del mar.
El pensamiento de Torres no es sólo modernista, sino también, y acaso por
ello, poético, panteísta. Ante los
tiempos que corren, debemos tener Idola
Fori debajo del brazo. Equilibra nuestro espíritu.
CAPÍTULO I
LOS IDOLOS DEL FORO
Por Carlos Arturo Torres
Bien es sabido que Bacon llama Ídolos del Foro" (idola fori) aquellas fórmulas o ideas - verdaderas supersticiones políticas - que continúan imperando en el espíritu después de que una crítica racional ha demostrado su falsedad. Un concepto que pudo ser verdadero en su época y que por eso se afirmó vigorosamente en la conciencia humana, perdura, con letal fuerza catalíptica, con acción de presencia superior a las demoliciones del tiempo y la imposición rectificadora de nuevas ideas, cuando ya han variado por modo definitivo las perspectivas que lo hicieron posible y desaparecido las circunstancias que lo impusieron como necesario y legítimo. La verdad de ayer se convierte por tal modo en la preconcepción perturbadora de hoy; el principio vivificante y fecundo degenera en una suerte de lóbrega prisión de la mente, y el fantasma de una verdad que se extinguió, convertido ya en error dañoso por lo inoportuno o excesivo del culto que se le consagra, entenebrece, en los niveles inferiores, el horizonte de la inteligencia y de la razón como las sombras de la noche cubren aún los valles profundos cuando ya la cresta de la montaña arde en luz al beso del amanecer.
El culto de las divinidades desaparecidas que reclaman aún para su ara todas las víctimas de los sacrificios antiguos, es en sí misma un elemento de error y un principio de muerte. Tal agitación del espíritu en el vacío, tal persistencia de dislocadas orientaciones, semejante a la persistencia de imágenes en la retina que nos hace ver una línea donde hay sólo un punto, y una esfera en donde existe sólo una línea, constituye una peligrosa ilusión de óptica moral, y nos engaña con las seducciones del miraje allí donde reina la soledad del desierto o el horror del abismo. Cuando se medita en el perturbado desarrollo histórico de nuestros pueblos se advierte que el fanatismo de los nombres es una de las formas de extravío de criterio que mayores males ha causado en las democracias hispanoamericanas; el poder de las palabras, que tanto inquietaba a Bacon, ha sido en ocasiones más terrible que la potencia de las tinieblas con que nos aterra Tolstoi, el grande. A abstracciones que no corresponden a la concresión de una realidad categórica, a intangibles fantasmas de la plaza pública se han ofrendado más lágrimas y sangre que a las divinidades crueles del politeísmo oriental. La sugestión de una palabra sonora, el prestigio de una fórmula incomprendida, la brillantez de los colores de una bandera, la idolatría de una tradición ciegamente aceptada, todas las formas primitivas de esa gran ley de imitación que estudia admirablemente Tarde, han llevado a hombres y partidos, plenos de entusiasmo generoso, pero desatentado, a la inmolación estéril, al sacrificio colectivo y al aniquilamiento nacional en el sangriento histerismo de nuestras revoluciones.