Un profeta errante auxilió demasiado a un humilde ovejero en el cuidado de su rebaño. En lugar de gratitud, el ovejero colmó al profeta errante con aparente sumisión y resignación. Lo dejó pastorear demasiado sus ovejas hasta que, agobiado, el ovejero se volvió apático. Ni el profeta ni el ovejero anticiparon tanto agotamiento y hastío.
El ovejero, para librarse del profeta, pero para que incluso éste siguiera auxiliándolo, acudió a la treta de la agresividad, de la opacidad, de la «privacidad», de la independencia, de la rebeldía.
Advertido, el profeta errante continuó su errancia, pensando:
«O es perpetua renovación o es una lánguida muerte nuestra vida. Conocer lo que dentro de nosotros ha muerto y lo que es justo que muera, para desembarazar el alma de este peso inútil. [...]. Renovarse, transformarse, rehacerse.» (Rodó, Motivos de Proteo»).
Independencia con reciprocidad. Nada más difícil en un mundo regido por bajas pasiones. Quizás es lo natural entre los humanos ser un poco canallas y un poco crueles. Hasta es posible que la bondad y la generosidad sean una anomalía, observaba el realista y rudo Baroja en Las inquietudes de Shanti Andía.
Se necesita una Ética muy alta y geométrica, forjada en el infierno como la de Spinoza, para recomendar la generosidad y la firmeza de ánimo en la práctica corriente de la vida. Pues quien vive bajo la guía de la razón se esfuerza cuanto puede en compensar, con amor o generosidad, el odio, la ira, el desprecio, etc., que otro le tiene.