De modo súbito, hay cambios que anulan la obra de luengos años. Convierten nuestro inmediato pasado, lo que antes resultaba familiar y cercano, en algo extraño e inasible.
Nada es igual después de una inundación, de la devastación de una creciente si el río se empeña en fluir por un nuevo (¿y errático?) lecho. Y hemos hecho bien en salvarnos quedándonos en la orilla opuesta.
No conviene culpar a nadie de lo sucedido, pues toda naturaleza es cruel y placentera a la vez. Conviene, por el contrario, adaptarse con ánimo equilibrado a las dos caras de la suerte. A las dos orillas. Confiar en cierta crueldad; inclinarse a cierto desprecio.
La piedad y el arrepentimiento son vanos y malos; lo que aumenta nuestro poder y alegría aumenta también nuestra bondad (Spinoza).
«Las mudanzas sin orden, los bruscos cambios de dirección, por más que alteren la proporcionada belleza de la vida y perjudiquen a la economía de sus fuerzas, son, a menudo, fatalidad de que no hay modo de eximirse, ya que los acontecimientos e influencias del exterior, a que hemos de adaptarnos, suelen venir a nosotros, no en igual y apacible corriente, sino en oleadas tumultuosas, que apuran y desequilibran nuestra capacidad de reacción [...]; y el cambiar por tránsitos bruscos y contrastes violentos, si bien interrumpe el orden en que se manifiesta una vida armoniosa, suele templar el alma y comunicarle la fortaleza en que acaso no fuera capaz de iniciarla más suave movimiento: bien así como el hierro se templa y hace fuerte pasado del fuego abrasador al frío del agua».Rodó, Motivos de Proteo.
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