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marzo 12, 2025

–III– De cómo el tránsito violento suele ser necesario


De modo súbito, hay cambios que anulan la obra de luengos años. Convierten nuestro inmediato pasado, lo que antes resultaba familiar y cercano, en algo extraño e inasible. 

Nada es igual después de una inundación, de la devastación de una creciente si el río se empeña en fluir por un nuevo (¿y errático?) lecho. Y hemos hecho bien en salvarnos quedándonos en la orilla opuesta. 

No conviene culpar a nadie de lo sucedido, pues toda naturaleza es cruel y placentera a la vez. Conviene, por el contrario, adaptarse con ánimo equilibrado a las dos caras de la suerte. A las dos orillas. Confiar en cierta crueldad; inclinarse a cierto desprecio. 

La piedad y el arrepentimiento son vanos y malos; lo que aumenta nuestro poder y alegría aumenta también nuestra bondad (Spinoza). 


«Las mudanzas sin orden, los bruscos cambios de dirección, por más que alteren la proporcionada belleza de la vida y perjudiquen a la economía de sus fuerzas, son, a menudo, fatalidad de que no hay modo de eximirse, ya que los acontecimientos e influencias del exterior, a que hemos de adaptarnos, suelen venir a nosotros, no en igual y apacible corriente, sino en oleadas tumultuosas, que apuran y desequilibran nuestra capacidad de reacción [...]; y el cambiar por tránsitos bruscos y contrastes violentos, si bien interrumpe el orden en que se manifiesta una vida armoniosa, suele templar el alma y comunicarle la fortaleza en que acaso no fuera capaz de iniciarla más suave movimiento: bien así como el hierro se templa y hace fuerte pasado del fuego abrasador al frío del agua». 

Rodó, Motivos de Proteo.



 

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