abril 07, 2010

INVITACIÓN AL DEBATE DEL GRAN INTELECTUAL COLOMBIANO


Cuando el colombiano corrija un poco la patanería y la vulgaridad de un lado, y el acomplejamiento y la timidez de otro, estará en condiciones de apreciar el pensamiento crítico de uno de los intelectuales más influyentes de la lengua española en la segunda mitad del siglo XX: Rafael Gutiérrez Girardot (Sogamoso, Boyacá, 1928 - Bonn, Alemania, 2004).


Sus lúcidos ensayos tejidos a lo largo de cincuenta años encarnan la conciencia crítica de Colombia, mucho más de lo que pretenden los del brillante pero patán y vulgar de Fernando Vallejo.


Rafael Gutiérrez Girardot es la piedra en el zapato de todos aquellos que viven en la simulación intelectual y se conforman con un peligroso dogmatismo que está muy lejos de plantear soluciones robustas a la realidad inmediata de un pueblo desorientado.


A menudo lo acusan de resentimiento, de vehemencia y tal vez de locura. Tales acusaciones no obedecen sino al horror que siente la medianía colombiana ante la crítica inteligente.


Gutiérrez Girardot, templado como estaba en la filosofía alemana más exigente (fue alumno de Heidegger), se atrevió a cuestionar con argumentos muy bien fundamentados a vacas tan sagradas como El Tiempo, o al multimillonario negocio de las universidades privadas de Colombia, o a la vanidosa oligarquía criolla que detesta al trabajador del espíritu y suele escudarse en una cultura simulada y retrógrada.


Puso el dedo en la llaga. No se lo perdonaron.


Por estos días la revista "Anthropos", editada en España, ha lanzado un número dedicado a RAFAEL GUTIÉRREZ GIRARDOT, en que sus criticas aparecen diáfanas y como una invitación a quien desee sumergirse en sus ideas. Los artículos y la edición de la revista está coordinados por uno de sus antiguos alumnos, el profesor Juan Guillermo Gómez.


LOS JUDÍOS NO MATARON A JESÚS, quien proscribió a las diosas


AGRADEZCO a los lectores que se tomaron la molestia de comentar mi artículo en mi blog de El Tiempo "Los judíos no mataron a Jesús". De la discusión anterior, basada en el libro del gran scholar y novelista inglés Robert Graves (versado en hebreo, griego, latín y otras lenguas antiguas), quise arrancar con la aclaración de que los judíos no asesinaron a Cristo.

 ¿Por qué nunca en todo caso perdonaron los cristianos a los judíos si Jesús les enseñó a perdonar?

Y por aquí es por donde quería inclinar mi discusión. Seré breve. Robert Graves arranca su libro Rey, Jesús con una curiosa idea: Cristo vino a destruir las obras de la gran Triple Diosa Lunar que regía las creencias de los antiguos pueblos del Mediterráneo. Los griegos - el pueblo más brillante que ha producido la humanidad - junto con los romanos, de donde vienen buena parte de nuestras instituciones y de nuestra lengua, jamás concibieron el universo bajo un solo Dios-macho. Nunca admitieron un Dios sin Diosa, pues eso es egoísmo e insuficiencia espiritual. Juno, esposa y madre por igual de Zeuz o Júpiter, preside el universo y encarga a su hija Minerva de las actividades intelectuales. Zeuz se casa también con Hera. De Deméter, otra diosa, nacen las diosas Afrodita. "Naturaleza", Dios en femenino, ¿pues acaso no es la mujer la única capaz de dar a luz?

Lo que Graves ignora, al fin y al cabo anglosajón, es que la Virgen encarna esa compañía femenina de Dios en el mundo latino-católico. Es la Madre de Dios.

Graves también lamenta el miedo a la sexualidad femenina de Jehová y otros fanáticos del Medio Oriente, quienes desterraron a las sacerdotisas - a las mujeres - de sus ritos machistas.

Pero por aquí llagamos a las peligrosísimas interpretaciones anacrónicas.


EL BICENTENARIO ES SOBRE TODO OCASIÓN DE OFICINISTAS

Quizás ello explique la falta de público en los innumerables actos que ha habido y que habrán durante todo 2010. Quizás ello explique también la pobreza investigativa y el temor a una revisión crítica de 200 años de una democracia mentirosa, de una oligarquía simuladora y de una masa acomplejada y tímida.

Las celebraciones oficiales y masificadas del Bicentenario son efímeras. El ciudadano colombiano es el menos nacionalista (en el buen sentido) de Latinoamérica. Hay cierto menosprecio por lo típico y mucha incomodidad por la crítica, sin la cual nunca habrá celebraciones profundas. Además el Ministerio de Cultura está en manos de quienes no saben hacer "cultura", porque el intelectual es visto como alguien "raro", torpe e impráctico. Los tecnócratas de la cultura todo lo producen por encargo, no sólo porque no son escritores o intelectuales, sino porque el estado carece de editoriales propias. Este año del Bicentenario habrá un gran auge del blablablá.

No es que las instituciones culturales sean malas en sí mismas; los malos son los funcionarios que se entregan demasiado al mundillo social (léase cocteles, lanzamientos, lobbies, cabildeos o intrigas) olvidando cultivarse a sí mismos. Hay que colaborar en el ámbito institucional ("creencia nada anacrónica que hoy coincide con los planteamientos de Jürgen Habermas"), pero sin descuidar nunca el cultivo del jardín interior: nuestras lecturas o investigaciones personales y nuestra misión por adquirir un criterio.

No me fío mucho del Bicentenario. No creo que doscientos años definan la historia de un pueblo o de un conglomerado humano. Porque la república de Colombia (cuyo nombre lo ideó Francisco de Miranda, un venezolano) no brotó de la nada. Colombia no sólo es el fruto de varias culturas nativas que no tuvieron el tiempo necesario para crear su propia civilización como en Perú o en México, sino - como toda Latinoamérica - el producto de la civilización latina-occidental que se asimiló a este territorio por la expansión y la violencia.

Resulta idiota decir que los españoles "nos conquistaron" y que nos "independizamos" de ellos. Aparte de inventar odios, pues los españoles de ahora no son los que vinieron hace 500 años ni con quienes peleamos hace 200, esa visión sólo infla de vanidad a los europeos y justifica a gobernantes como José María Aznar para imponernos el visado; recuérdese que Colombia fue el último país de Suramérica que España reconoció como república (sólo en 1881) y a cuyos ciudadanos más restricciones impone ahora mismo. Si el gobierno colombiano quiere hacer algo por el Bicentenario que empiece por negociar con el de España el intercambio académico y por facilitar y abaratar el turismo entre ambos países.

El concepto racial hace rato perdió su validez histórica. Hay que insistir que una cultura se determina ante todo por el idioma, por el lenguaje. La patria es el idioma, se dice. Entonces si somos 500 millones de hispanohablantes - de compatriotas - deberíamos volver a unirnos como el commonwealth británico en una ciudadanía hispánica y aun portuguesa.