noviembre 27, 2025

Sobre la muerte del autor y otras resurrecciones: intervención en el tribunal de tesis de Carlos Piana


De izquierda a derecha, Dra. María del Pilar Saiz Cerreda, Dr. Daniel Nemrava, Dr [nuevo] Carlos Piana, Dr. Javier de Navascues y Dr. Sebastián Pineda



La defensa de una tesis doctoral es uno de los últimos rituales sagrados de la vida académica; un espacio donde la teoría cobra vida y se somete a juicio. Recientemente, tuve el honor de formar parte del tribunal que evaluó la investigación doctoral de Carlos Piana Castillo sobre las "posturas literarias posnacionales". Fue una oportunidad para debatir si, como profetizó Roland Barthes, el autor ha muerto, o si simplemente se ha transformado en una "postura" estratégica para sobrevivir en el mercado global y en la redes sociales.

En mi intervención, que comparto íntegra a continuación, discuto el alcance de la investigación doctoral de Piana, cuya motivación al respecto tiene mucho de auto-etnografía: él mismo es ecuatoriano de nacimiento y primera formación lo mismo que europeo por pasaporte, familia y cultura. Piana analiza cómo escritores como José Carlos Llop construyen un autoexilio insular en Mallorca que trasciende nacionalismos, o cómo la venezolana Karina Sainz Borgo negocia su identidad desde el desarraigo. Pero el debate nos llevó más lejos, cruzando el Atlántico hacia Ecuador. Discutimos la tensión histórica entre el indigenismo telúrico de Jorge Icaza —cuya novela  Huasipungo llegó a convertir el exceso de nacionalismo en el verbo "huasipunguear"— y la vanguardia cosmopolita de Pablo Palacio, quien ya era posnacional antes de que inventáramos el término.

Esta tesis nos recuerda que la literatura contemporánea ya no ocurre en un solo país, sino en la frontera misma del lenguaje. A continuación, dejo a disposición de los lectores el texto completo de mi discurso, donde profundizo en estas tensiones entre el mercado, la identidad y la palabra. 

noviembre 23, 2025

Obituario de Ricardo Cuéllar Valencia (1943-2025)






Conocí a Ricardo Cuéllar una mañana de 2016 en la Universidad Iberoamericana Puebla. Me lo presentó mi colega Pepe Sánchez Carbó, entonces coordinador de Literatura y Filosofía. Ricardo, poeta y profesor colombo-mexicano recién jubilado de la Universidad de Chiapas, me saludó con una seriedad férrea. Temía que yo fuera un jovencito petulante, acaso ignorante de quién era él: un poeta y profesor con trayectoria internacional y en absoluto un mero desempleado ofreciendo sus servicios. La tensión era palpable: el viejo y veterano profesor frente a otro mucho más joven; ambos colombianos trashumantes. 

–¡Así que tú eres Ricardo Cuéllar! – le dije, desarmándolo con una sonrisa. Mi papá y un tío político siempre me hablaban de ti: «Allá en México hay otro profesor colombiano, amigo nuestro, a ver si algún día lo conoces», me decían. ¡Y mira dónde te he venido a encontrar! 

–¿Quién es su papá? – me preguntó Ricardo aún sin tutearme, sin sonreír y hasta un poco enfadado. 

Cuando le respondí, de inmediato bajó las armas. Cedió. Sonrió. 

Al cabo me lo llevé a pasar por lo alrededores de Puebla. Lo llevé a ver los murales de Desiderio Hernández Xochitiotzin en Tlaxcala. Un guía local se ofreció a explicarnos aquellos murales, que desmentían el mito de que «la culpa es de los tlaxcaltecas». “¿Cuánto nos cobra?”, le pregunté al guía local. “Mil pesos”, respondió. A lo que que Ricardo, para desmentir la imagen de turistas ingenuos, le espetó al guía local: "¡Qué le pasa!” Dio un manotazo al aire y avanzó por su cuenta a través de los murales de Xochitiotzin 


También visitamos en Tlaxcala las Escalinatas de los Héroes, donde el tiempo se diluye en peldaños y colores. Lo presenté con colegas profesores de la BUAP, Deni, Jaime Villarreal, Gerardo Castillo y Alejandro Lambarry. Y se hizo íntimo de otros coterráneos que estudiaban el doctorado en literatura hispanoamericana: Esnedy Zuluaga y David Betancourt. De hecho, para Esnedy, Ricardo fue como otro tío: ella lo auxilió en varias borracheras. 


Cierta vez, por tanto beber y comer a deshoras, cayó enfermo en el hospital público de Puebla. Cuando le dieron de alta, siguió bebiendo y comiendo a deshoras y a prometer que escribiría ensayos, novelas y poemarios. A veces recordaba su juventud en Medellín cuando se conoció con mi papá en clases, fiestas, paseos y borracheras pantagruélicas. «Hasta me quedaba a dormir en el sofá del apartamento de tu abuelo», me contó. Hablaba de la década de 1970. Del Frente Nacional, del «estado de sitio» de Turbay. Ser subversivo y estudiante, para él, encarnaba lo mismo. Nada o muy poco de la ascética cristiana del estudio. Alguna trifulca política en alguna universidad pública colombiana (la de Caldas en Manizales, probablemente) con sicarios acechándolo, lo obligó a poner pies en polvorosa.   


Como tantos colombianos forjados por el desarraigo, Ricardo eligió a México como vocación. O México lo eligió a él. Y en Chiapas, en esa cultura tan deliberadamente mestiza, de inmediato se convirtió en profesor universitario. Para subir de escalafón, cursó algún doctorado en España, pero no soportó el rudo modo de ser del castellano, que es todo lo opuesto a la suavidad  mexicana, y rápidamente se devolvió. Fatigó las aulas y los talleres de poesía en Tuxtla Gutiérrez y en San Cristóbal de las Casas. Al jubilarse ensayó radicar en Puebla, donde su hija menor empezaba la universidad, mudándose con todos sus libros. Eran tantos que, en su nueva casa, se apretujaban hasta en el baño y la cocina. No los había leído todos. A veces me regalaba uno que me interesara. Luego, al ver que yo lo ponía en mi librero de la oficina, todo subrayado y lleno de post-it coloridos, lo cogía de nuevo y se lo llevaba. No quería perderse de nada. 


Con el nacimiento de mi hija en 2018, mi vida de papá me obligó a dejar atrás el ritmo de Ricardo; le perdí un poco el rastro. Ahora lo recuerdo como un Zaratustra maicero, uno de esos colombianos trashumantes de la vieja Antioquia que quieren este mundo como belleza insondable, que poseen en sobreabundancia el entusiasmo (es decir, que están poseídos por un dios o presos en un dios), pero que carecen de la disciplina que exige sacar a ese dios interior y materializarlo. No sé si Ricardo rechazaría el mito del Crucificado. ¿Basta morir para entrar en la vida eterna de un supuesto trasmundo inventado? A la exaltación patética y absurda del sufrimiento de la pérdida de la vida individual, Dyonisos indefinidamente renovado...

octubre 30, 2025

Para una edición numerada de «Pedro Páramo»

Brevísima nota introductoria






Dado que se trata de una novela deliberadamente escrita en fragmentos —algunos de los cuales alcanzan la temperatura y condensación de un poema en prosa—, la siguiente edición de Pedro Páramo ha numerado cada fragmento. Hay en total 68. Cada uno se indica en números arábigos entre corchetes. Esta decisión busca facilitar al lector el seguimiento y la organización de la experiencia lectora, a la vez que pone en primer plano la naturaleza polifónica, discontinua y experimental del texto de Rulfo.

Conviene recordar que Rulfo redactó su novela entre 1953 y 1955, bajo el patrocinio del Centro Mexicano de Escritores, una institución financiada por la CIA y la Rockefeller Foundation, lo que sitúa su trabajo en un contexto intelectual influenciado por el experimentalismo y la complejidad informativa. En otras palabras, Pedro Páramo fue escrita bajo el auge de las nuevas teorías de la comunicación y la cibernética (Shannon, Wiener), que comenzaron a difundirse desde Estados Unidos a partir de 1948. Rulfo puso en práctica la idea de que un mensaje confuso o impredecible puede contener, paradójicamente, más información que uno claro y conciso. Rulfo apostó de manera radical por el fragmento. Y todo fragmento, como ya lo habían anticipado los románticos (Schlegel, Novalis), es una crítica de la modernidad –del progresismo lineal. Con lo cual, cada fragmento de Pedro Páramo tiene como función sacudir, incomodar, negar el sentido, confrontar al lector en una yuxtaposición de los hechos que incluso borran las fronteras entre muertos y vivos. 


Por otra parte, lo anterior no obsta para insistir en que la novela sí que cuenta una historia concreta y goza de un argumento histórica y geográficamente ubicable. Ocurre en el cambio de siglo 1800 /1900, desde el fin de la economía de haciendas del Porfiriato (1880-1910) pasando por el estallido de la Revolución mexicana (1910-1920) hasta la Guerra Cristera (1926). Explícitamente se mencionan a Comala (del Estado de Colima) y a otros pueblos del sur de Jalisco.
 
Por lo demás, como se verá en el texto de Rulfo, el uso de cursivas tiene también una función oral y experimental: aproxima el texto escrito al teatro y al recital, y actúa como “guía de lectura sonora”, como las instrucciones en textos antiguos (la Celestina, por ejemplo), que orientan la lectura en voz alta, musical, coral. Por lo tanto, cada lector debe reconfigurar su postura —no sólo “leer”, sino “escuchar” y reconstruir el ritmo interno de la memoria. Insistamos en que Rulfo redactó su novela de manera ambivalente bajo la idea de que un mensaje confuso o impredecible contiene, paradójicamente, más información. Es decir: a mayor incertidumbre, mayor riqueza y potencial interpretativo. Pero tal abundancia solo se revela si cada lector abandona la pasividad y actúa como descifrador activo: con inteligencia y creatividad. Pedro Páramo no es narración plana, sino un mensaje cifrado. En Rulfo, el sentido hay que construirlo: trabajar la ambigüedad, escuchar los ecos y rehacer el mensaje. Solo así se accede a una verdad literaria imposible en la simple linealidad.

Índice numerado de fragmentos

1) «Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo». 
2) «Era ese tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente…»
3) «Era la hora en que los niños juegan en las calles de todos los pueblos».  
4) «Me había quedado en Comala». 
5) «—Soy Eduviges Dyada.» […]». Juan Preciado ya no siente su cuerpo físico. 
6) Primera irrupción de la voz de Pedro Páramo. 
7) «–Abuela, vengo a ayudarle a desgranar el maíz».
8) «Por la noche volvió a llover.»
8) Historia de Dolores, la madre de Juan Preciado. Otros. episodios. Frases en cursivas y entrecomilladas. 
9) «Pues sí, yo estuve a punto de ser tu madre. Eduviges recuerda…»
10) «El día en que te fuiste entendí que no te volvería a ver». 
11) «¿–Qué es lo que pasa, doña Eduviges?»
12) «–Qué pasó? – le dije a Miguel Páramo–.» 
13) «En el hidrante las gotas caen una tras otra». 
14) «Hay aire y sol, hay nubes». [El padre Rentería se niega a bendecir el cadáver de Miguel Páramo].
15) «Durante la cena tomó su chocolate como todas las noches.» [Confesión de Ana, sobrina del padre].
16) «Un caballo pasó al galope donde se cruza la calle real con el camino de Contla». 
17) «Había estrellas fugaces». 
18) «–Más te vale, hijo.» 
19) «“Fulgor Sedano, hombre de 54 años, soltero, de oficio administrador, apto para entablar y seguir pleitos, reclamo y alego lo siguiente…”».
20) «Tocó con el mango del chicote». 
21) «¿De dónde diablos habrá sacado esas mañas el muchacho?»
22) «Fue muy fácil encampanarse a la Dolores». 
23) «Ya está pedida y muy de acuerdo». 
24) «Tocó nuevamente con el mango del chicote…»
25) «–Este pueblo está lleno de ecos».
26) «Oí que ladraban los perros, como si yo los hubiera despertado.»
27) «La noche. Mucho más allá de la medianoche. Y las voces...»
28) «Mañana, en amaneciendo, te irás conmigo, Chona». 
29) «Ruidos. Voces. Rumores».
30) «Vi pasar las carretas».  
31) «La madrugada fue apagando mis recuerdos». 
32) «Por el techo abierto al cielo vi pasar parvadas de tordos…»
33) «Como si hubiera retrocedido el tiempo». 
34) «–¿No me oyes? –pregunté en voz baja». 
35) «El calor me hizo despertar al filo de la medianoche.»
36) «–¿Quieres hacerme creer que te mató el ahogo, Juan Preciado?»
37) «Al amanecer, gruesas gotas de lluvia cayeron sobre la tierra». 
38) «–Allá afuera debe estar variando el tiempo». 
39) «El padre Rentería se acordaría muchos años después de la noche…». 
40) «Estoy acostada en la misma cama donde murió mi madre…»
41) «–¿Eres tú la que ha dicho todo eso, Dorotea?»
42) «Fue Fulgor Sedano quien le dijo:…»
43) «“Espere treinta años a que regresaras, Susana…». 
44) «–Hay pueblos que saben a desdicha». 
45) «–¿Sabías, Fulgor, que ésa es la mujer más hermosa…?»
46) «Sobre los campos del valle de Comala está cayendo la lluvia». 
47) «Era la medianoche y allá afuera el ruido del agua apagaba todos los sonidos.»
48) «Muchos años, cuando ella era una niña, él le había dicho…»
49) «Los vientos siguieron soplando todos esos días.»
50) «Un hombre al que decía el Tartamudo llegó a la Media Luna…» 
51) «Mi cuerpo se sentía a gusto sobre el calor de la arena.»
52) «Pardeando la tarde, aparecieron los hombres». 
53) «–¿Quién crees tú que sea el jefe de éstos?»
54) «–¿Qué es lo que dice, Juan Preciado?»
55) «Esa noche volvieron a sucederse los sueños». 
56) «–¿Sabe, don Pedro, que derrotaron al Tilcuate?»
57) «–Don Pedro, he regresado, pues no estoy satisfecho conmigo mismo.»
58) «Faltaba mucho para el amanecer.» 
59) «–Supe que te habían derrotado, Damasio.»
60) «En el comienzo del amanecer, el día va dándose vuelta, a pausas…»
61) «–Ve usted aquella ventana, doña Fausta, allá en la Media Luna…»
62) «–Tengo la boca llena de tierra». 
63) «–Yo. Yo vi morir a doña Susanita.» 
64) «Al alba, la gente fue despertada por el repique de las campanas.»
65) «El Tilcuate siguió viniendo:…».
66) «Pedro Páramo estaba sentado en un viejo equipal…»
67) «A esa misma hora, la madre de Gamaliel Villalpando, doña Inés, barría la calle…»
68) «Allá atrás, Pedro Páramo, sentado en su equipal, miró el cortejo…»