septiembre 16, 2025

La de la lengua española: una geopolítica sin misiles



El pasado 28 de agosto de 2025 dimos en la Ciudad de México, para el Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa, dentro del Seminario Geopolítica del Pensamiento Iberoamericano, nuestra conferencia titulada «La geopolítica de la lengua española: Reinvención e identidades en la era de la movilidad latinoamericana». 

Comenzamos citando a Heidegger: «Das Sprache sprich» (el lenguaje habla). La pregunta no es si nosotros hablamos español, sino si el español nos habla a nosotros, si somos capaces de escuchar su historia y su potencial. 

Siguiendo a Wittgenstein, los límites de nuestro idioma son los límites de nuestro mundo. 

Cuando la geopolítica se pensaba en términos de imperios y fronteras de tierra y mar, Harold Mackinder definió la batalla por el poder global en un ajedrez de "Heartland" (el corazón terrestre de Eurasia), "Rimland" (las costas que lo rodean) y "Peripheryland" (el resto del mundo, incluyendo América). Pero ese mapa, tan familiar, ha caducado. En la era de la movilidad, el espacio ya no se define por la geografía, sino por la velocidad y la información. Como señalaba el filósofo y teórico de la estética Paul Virilio, el siglo XXI ya no es geopolítico, sino "aeropolítico" o "cosmopolítico". Estamos en la guerra digital, la "guerra de las galaxias", donde la batalla se libra en el ciberespacio y en los sistemas de navegación que trazan nuevas rutas de poder. Y en este nuevo escenario, ¿dónde queda el español?

En la carrera por ser una lengua planetaria, el español no solo se ha quedado atrás, sino que quizá nunca lo fue. Al contrastarlo con el pragmatismo anglosajón, o con la voluntad imperial de la francofonía, conviene aceptar una verdad incómoda: el español de América es, en esencia, una lengua proletaria. Una lengua de la diáspora, de la resistencia cultural, de la servidumbre. Se oye en las cocinas y los servicios de los más lujosos restaurantes de Nueva York y de Londres con mucha más frecuencia que en las universidades o centros políticos de esas capitales imperiales. Lo que no implica que sea también una lengua universitaria, académica, de élites y burgueses. 

 De lo militar a lo cultural

El lenguaje es un artefacto con historia, con cicatrices. Y si el inglés cobró una inmensa ventaja en la guerra digital, es porque desde hace siglos su fuerza no dependió de una academia, sino de un imperio pragmático. Como decía Borges en "Otro poema de los dones," "quien mira al mar ve a Inglaterra." Los británicos miraron al mar, construyeron flotas mercantes y navales, y su idioma se expandió no por imposición gramatical, sino por la inercia del comercio y la conquista. En cambio, España se atrincheró en academias, en políticas estatalistas que intentaban fijar una lengua que ya era de facto.

La tesis de la conferencia es una muy aguda y que resuena con grandes problameas europeas aún no resueltos: "los profesores de lengua son más importantes que los cañones". A comienzos del siglo XX, mientras los geoestrategas austríacos como Jordis von Lohausen o los franceses como el mariscal Louis Lyautey, pensaban en términos de ejércitos, flotas y colonias para imponer una lengua, en el mundo hispano el desinterés, o la falta de una visión clara, nos llevó a un escenario de pasividad. 

Las ironías de la historia: del monasterio a la conquista fallida Para entender la geopolítica de nuestra lengua, hay que volver a sus orígenes. Mucho se ha debatido si el castellano nace en el monasterio de Silos o en el de la Cogolla. La filología moderna ha zanjado la discusión: los primeros documentos escritos en lo que hoy conocemos como castellano son las Glosas Emilianenses, del monasterio de San Millán de la Cogolla, datadas a finales del siglo X o principios del XI. Las Glosas Silenses son un poco posteriores, del siglo XI. Este origen en la frontera con el califato andalusí lo marca para siempre: es una lengua de reconquista, que absorbe en su léxico y fonética arabismos como "almohada" o "azúcar", pero mantiene una sintaxis y gramática profundamente latina. Es una lengua de combate, pero también de mestizaje.

Y entonces llegó 1492. Antonio de Nebrija, formado en la Italia del Renacimiento, donde el estudio del latín había revivido, le entrega su Gramática de la lengua castellana a la Reina Isabel, antes de que Colón zarpara a América. En su prólogo, pronuncia la fatídica sentencia: “siempre la lengua fue compañera del imperio”. Pero la ironía de la historia es que a esta obra magna no se le hizo mucho caso. 
El decolonoliastas Walter Mignolo, en su obra The Darker Side of the Renaissance, nos recuerda que las élites criollas y las clases altas de las colonias, para demostrar su estatus, se educaban en latín. Se publicaron más ediciones de los manuales de gramática latina de Nebrija que de la castellana. El español se impuso en América de facto, a punta de evangelización y supervivencia, no por un plan maestro. Un viajero de 1800..., al cruzar de la Ciudad de México a Puebla, probablemente aún necesitaba un traductor por la multitud de lenguas indígenas que se hablaban en las zonas rurales.

La lengua con ejército y marina: el contrapunto francés

La historia se vuelve aún más irónica cuando la contrastamos con el caso de Francia. Mientras España, la gran potencia del siglo XVII, fracasó militar y lingüísticamente en el norte de África (basta recordar los años de cautiverio de Miguel de Cervantes en Argel, donde actuó como agente secreto de Felipe II, y su posterior ingenio al aducir que el Quijote era una traducción del árabe de un tal Cide Hamete Benengeli), los franceses lograron lo que nosotros no. El mariscal Louis Lyautey, a inicios del siglo XX, impuso el francés en el Magreb bajo la firme convicción de que la lengua nacional tiene un ejército y una marina de guerra. Esta mentalidad de conquista lingüística planificada es la que nos faltó.

Este desinterés, o quizá esta incapacidad, tuvo su momento más trágico en el otro lado del mundo: Filipinas. Como mi amigo Isaac Donoso, especialista en este tema, ha documentado, la lengua española, que fuera oficial durante siglos, dejó de serlo en 1987. Un silencioso genocidio lingüístico, resultado de la falta de apoyo, del aislamiento y del olvido.

El legado de Andrés Bello: el antídoto al desinterés

En contraste con la Real Academia de la Lengua Española, que ha sido a menudo vista como una institución con intención "fijadora" y afrancesada, la visión anglosajona siempre fue diferente. Ni el Dr. Samuel Johnson en Inglaterra ni Noah Webster en Estados Unidos tuvieron la intención de "arbitrar" la lengua. Simplemente la registraron, la describieron. La dejaron ser.
Pero nuestro verdadero héroe, nuestro antidoto al desinterés, fue Andrés Bello. Su Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos (publicada en 1847) no fue una imposición, sino un acto de autonomía. Bello no quería una lengua de imperio, sino una herramienta para la emancipación. Quiso unificar el español de las nuevas repúblicas para que no se fragmentara en múltiples dialectos. Su labor fue la de un estratega cultural que, sin ejército ni marina, creó las bases de la comunidad de hablantes más grande del mundo.
Al final o la final (¿cuál es la forma correcta?), el verdadero desafío es existencial. 


julio 20, 2025

The Father Waiting for His Daughter at the Airport to Fly to Colombia

On that last Sunday—our seventh, sacred day,

the day of feeding fish in Tecaljetes—

we walked as we often did from our new home,

maybe only two blocks but a world’s journey for us.

You, SariSofi, held the whole trembling earth in your arms

as you tossed breadcrumbs onto the green water.

The garden gave us back a green more generous than spring—

Tecaljetes, the park you loved to say aloud,

its name a soft murmur in the reeds, your laughter echoing.

Your small fingers knotted in my hair,

the world shrank to a gentle circle where,

for a moment, the river’s current seemed to run backward.

Just for us. Just for the hush that told us nothing is ever truly lost, as long as we remember.

Mexico is a country I tried to make mine too.

As long as I love seeing you learn,

as long as I tried to build a home and a family here—

you, Sari-Sofi, are my only tie,

the living fruit of a deep love

that could not plant more seeds.

Sara Sofía is not a coin to flip,

nor a treasure to fight over or hoard.

I turn away from the theories, the reports—

“adult-centrism,” “child’s voice,” “well-being”

—because you are none of these.

Your voice is one of the most musical in the world:

remember I signed you up for music class to sing your favorite songs?

That voice—that is the one I love.

As long as you can read, my lovely and little daughter,

I hope one day you find these lines or hear them spoken,

just as they come from my heart,

meant only for you.

On the day of departure,

I wrote alone. Your ticket unused,

your name missing next to mine at the check-in desk.

Rain blurred every border;

the law, which promised to keep us together,

became an abstract wall,

a father writing silent lines in an airport...

Sometimes I imagine us—

laughing, landing together in Colombia,

your grandparents’ arms wide with welcome,

the family we visited every six months,

you, your mom and me, a trio of guides.

I know this should not weigh you down,

and I write not to lay any burden,

but to keep open a door only love can see.

You are so much more than paperwork,

so much more than a debate or a verdict.

You are the heart I built a house for,

the only family I have here,

the daily hope that gives meaning to a country

that sometimes feels less like home

when I am not with you.

You know how I love you,

how I tried—always, together with your mother—

to build a family.

Even when it was not possible,

I never renounced you,

never stopped walking beside you,

never lost the joy in every new day we shared.

My Sari-Sofy,

nothing and no one—not a law, not a quarrel, not time—

can erase the green of those quiet Sundays

or the love that made me, always, your father.

Love you—always.

junio 18, 2025

Parábola de la Hidra y la Flor Reparadora




En el confín de un pantano, donde la niebla se confunde con el aliento de los días, habita la hidra de mil cabezas de sierpe.

Hércules, en su segundo trabajo, aprende que la hidra no puede ser vencida en soledad. Cada tajo, cada intento de solución directa, solo complica el enredo. Es entonces cuando llama a su red de apoyo: Yolao, el sobrino, que cauteriza las heridas abiertas para impedir que la hidra se regenere.

En otro tiempo y en otro jardín, Rodó habló de la flor reparadora: una flor que, al ser colocada en la copa de cristal, purifica el agua turbia y devuelve la esperanza. La parábola de Rodó es luminosa: todo bien puede ser restaurado si se cuida la fragilidad de la copa, si se protege el amor y la confianza. Pero la hidra plantea un desafío mayor. Aquí, la copa de cristal ya no contiene vino ni agua clara, sino un fango espeso, resultado de años de resentimiento, opacidad y desgaste; un fango tóxico por su propia traición. 

¿Puede la flor reparadora enraizar en el lodo, o se marchitará bajo el peso de las cabezas que nunca cesan de brotar? La hidra enseña que la solución no está en la destrucción, sino en la cauterización: en cerrar los ciclos.

La hidra nunca muere del todo, pero puede ser contenida, y la flor, si resiste, puede convertir el pantano en jardín…