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diciembre 27, 2012

2666: UN LIBRO QUE LEÍ EN EL FIN DEL MUNDO




-Cuidado con mis digresiones [parece advertirnos el narrador], son quizás el asunto central.
Que en 2666 haya una novela dentro de una novela y esta a su vez dentro de otra novela es porque todo en el universo es susceptible de volverse novela. Una alga roja, tinturada de azul, es tema novelable. Lo mismo poner a dialogar  al mar Báltico con el mar Adriático, a través de los Alpes. O volver personaje al paisaje de los Cárpatos, en medio de la contraofensiva soviética contra el ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial. O al desierto de Chihuahua en Ciudad Juárez [Santa Teresa] en la frontera con Arizona (árida-zona) cuando se perpetraban asesinatos contra mujeres por el solo gusto de matarlas. O alrededor de un libro de geometría, colgado de un tendedero de ropa, a merced del viento del desierto que lo lee y lo relee. Nunca antes la esquizofrenia había logrado tanta belleza. 
A menudo, durante la lectura, no sabemos cuando volveremos a emerger a la superficie. ¿A la realidad? Más aun, no sabemos si hay superficie -realidad- porque en esta novela, en efecto, Bolaño quita el suelo del argumento conformista, único, dejándose precipitar o despeñar por cualquier digresión o referencia, pero sin golpearse o caerse del todo. Si todo lo sólido se desvanece en el aire, hundiéndose y emergiendo como pez en el agua funciona el narrador omnisciente de este océano narrativo. La narrativa parece devorarlo o develarlo todo. "Dios se desacraliza narrándose", dice una erudita de la Cábala [Esther Cohen]. Y sí: los secretos de la cultura del siglo XX y los secretos de esos secretos se abren a la manera de una muñeca rusa: el nazismo, los nacionalismos y políticas de Estado, los móviles de guerra, el machismo, el feminicidio, el periodismo cultural, la saturación academicista y la crítica literaria, el mundillo editorial, todo. La cultura en México como política de Estado, por ejemplo, mediante una digresión sobre el Cerdo (Almendro), un poderoso editor con ínfulas de escritor que recibe al misterioso escritor alemán en Ciudad de México y lo pasea por el Zócalo, por la Catedral y por las antiguas ruinas de piedra del imperio azteca. En esta parte, Bolaño rinde un homenaje a "Visión de Anáhuac" de Alfonso Reyes:

"...se fueron a dar una vuelta por los alrededores del Zócalo, en donde visitaron la plaza y los yacimientos aztecas que surgían como lilas en una tierra baldía, según expresión del Cerdo, flores de piedra en medio de otras flores de piedra..." (p. 140). 

Esas flores de piedra vienen de "Visión de Anáhuac", donde Reyes precisa: 


“En mitad de la laguna salada se asienta la metrópoli, como una inmensa flor de piedra, comunicada a tierra firme por cuatro puertas y tres calzadas, anchas de dos lanzas jinetas”.


Bolaño, a través de la voz del exiliado chileno Amalfitano, devela cómo el Estado controla el "librepensamiento" de los escritores: 

El intelectual puede ser un fervoroso defensor del estado o un crítico del Estado. Al Estado no le importa. El estado lo alimenta y lo observa en silencio. Con su enorme cohorte de escritores más bien inútiles, el Estado hace algo. ¿Qué? Exorciza demonios, cambia o al menos intenta influir en el tiempo mexicano. [...] Esta mecánica, de alguna manera, desoreja a los escritores mexicanos. Los vuelve locos. [...] La literatura en México es como un jardín de infancia, una guardería, un kindergarten, un parvulario, no sé si lo podéis entender. (p. 161). 

2666 está llena de humor. Así desacraliza todo mejor. Desmitifica el patriotismo, refugio de canallas y una de las causas de mayor mortandad. Da a entender, al narrar la vida del raro escritor Benno von Archimboldi, cómo la historia europea se partió en dos pedazos con el nazismo alemán. O en tres. El editor Bubis, que publica las novelas de Archimboldi, lo sabe. Ha regresado a Hamburgo tras Hitler, pese a que todos sus parientes han sido quemados en campos de concentración. "Germania, triste de habitar y contemplar". Se lamenta de que no volverán a su editorial manuscritos de un nuevo Musil, de un nuevo Kafka "(aunque si apareciera un nuevo Kafka, decía el señor Bubis riéndose pero con los ojos profundamente entristecidos, yo me echaría a temblar), de un nuevo Thomas Mann". (p. 1011). Las descripciones descarnadas, a ratos de una violencia extrema, no están despojadas de belleza. Ni de ironía, cosa que le faltó a Kafka.
La novela 2666, hallada entre los papeles de Roberto Bolaño tras su desaparición en 2003, se publicó por primera vez en 2004. Me pregunto si en el año 2666, de sobrevivir nuestra especie, todavía andará por ahí, viva como los libros en los escaparates, a la mano de un lector del futuro. Porque también el tiempo es gelatinoso. El pasado sucede todavía. Mucho de lo que ya pasó apenas estamos viéndolo. Todos los libros que nos faltan por leer es una prueba. Todas las estrellas, acaso ya muchas extintas, aún siguen destellando su luz del pretérito en este planeta alejadísimo.
-Mira las estrellas, Hans -le dijo. [...]
¿Te das cuenta dónde estamos, Hans? -dijo riéndose con una risa que a Archimboldi le pareció una cascada de hielo.
-En la montaña, querida -dijo sin soltarle la mano e intentando vanamente abrazarla otra vez.
-Estamos en la montaña -dijo Ingerborg-, pero también estamos en un lugar rodeado de pasado. Todas estas estrellas -dijo-, ¿es posible que no lo comprendas, tú que eres tan listo?
-¿Qué hay que comprender? -dijo Archimboldi.
-Mira las estrellas -dijo Ingerborg.
-No soy tan listo -dijo-, tú lo sabes.
-Toda esa luz está muerta -dijo Ingeborg-. Toda esa luz fue emitida hace miles y millones de años. En el pasado, ¿lo entiendes? Cuando la luz de esas estrellas fue emitida nosotros no existíamos, ni existía la vida en la tierra, ni siquiera la tierra existía. Esa luz fue emitida hace mucho tiempo, ¿lo entiendes?, es el pasado, estamos rodeados por el pasado, lo que ya no existe o solo existe en el recuerdo o en las conjeturas ahora está allí, encima de nosotros, iluminando las montañas y la nieve y no podemos hacer nada para evitarlo.
-Un libro viejo también es el pasado -dijo Archimboldi-, un libro escrito y publicado en 1789 es el pasado, su autor ya no existe, tampoco existe su impresor ni sus primeros lectores ni la época en la que el libro fue escrito, pero el libro, la primera edición de ese libro, aún está aquí. Como la pirámides de los aztecas -dijo Archimboldi.
-Odio las primeras ediciones y las pirámides y también odio a esos aztecas sanguinarios -dijo Ingeborg-. Pero la luz de las estrellas me marea. Me dan ganas de llorar -dijo Ingeborg con los ojos húmedos de locura. (p. 1043).

La multitud de voces que hablan en esta novela, conviene adverirlo, se deslizan y se filtran por el pasadizo de los sueños. Tras leerla completa, después de la medianoche, tardaremos en dormirnos. Pero tendremos sueños de una riqueza oceánica. 

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