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enero 31, 2013

HASTA LA VISTA, FACEBOOK

    


Durante casi cuatro años –pensar que perdí cuatro años– logré 
hacer casi tres mil amigos y por lo visto hubiera gastado varias vidas en agregar el millón de amigos que pide Roberto Carlos "para así más fácil poder cantar". 

Pero ni siquiera hice amigos. Los amigos suponen una comunidad en donde "se viva" y nacen de afinidades electivas, de compartir afectos y odios, de cierta coincidencia que en el Facebook se anula porque todo está fríamente calculado.

El Facebook gana a expensas del prójimo, no de su propio trabajo. Se aprovecha de la servidumbre de quienes entregan, voluntariamente, toda su información personal.

Además entontece viendo puros balbuceos y hace que nos volvamos más paranoicos con tantas fotos y referencias inútiles. 


Me desterré del Facebook porque me explotó hasta la saciedad la vanidad, la mentira, el rencor, la envidia, la simulación, el engaño, la necedad, sobre todo la necedad. Lo bajamente romántico. Me dejé intimidar. Me dejé sofocar y casi arrebatar aquellos placeres clásicos de la auténtica lectura: la lucidez, la inteligencia. 

El Facebook anuncia una era pertinazmente fascistoide. Está convirtiendo a todo el mundo en policía, en espía, en voyeur de la vida ajena. Juega con el poder de intimidar al otro, con vigilarlo. Cumple a la perfección la orden de Mussolini: permitirle al individuo solo aquella libertad inútil y dañosa, para capturar y controlar de él lo esencial: su ocio, su tiempo libre.   


El Facebook
 eleva la mentira al rango de lo sagrado. Hace tiempos los griegos advirtieron que las palabras no son otra cosa que representaciones de conceptos, verdaderos o falsos. No el mundo. Ese CARELIBRO es una representación del mundo perversa por lo mediocre y simplista porque, además, viene prediseñada y de antemano proyectada. 


Confundí mis  post y enlaces y fotos y likes y comments y buzz y cuanta juguetería de párvulos exista con libertad de expresión. 


Adiós, República Infantil y Populista y Fascista de Facebook. Me margino y me exilio mientras tanto en esta república de Google que no demorará en convertirse en lo mismo. Entonces la abandonaré también. No hay pedo. 









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