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febrero 09, 2013

VÍCTOR BARRERA ENDERLE, O EL CRÍTICO INSURGENTE


Compartiré mis subrayados y anotaciones al margen de Lectores insurgentes. La formación de la crítica literaria hispanoamericana (1810-1870), el libro con el que Víctor Barrera Enderle ha ganado el Premio honorífico de Ensayo Ezequiel Martínez Estrada (Casa de las Américas, 2013). 

En la compleja Hispanoamérica, donde escribimos una misma lengua pero hablamos una docena, hay que mirar con reserva términos como insurgencia y revolución. La avenida más larga de Ciudad de México se llama Insurgentes y el Partido Revolucionario Institucional (PRI) es el que gobierna. Pero tales palabras suenan muy distinto en Colombia (el segundo país más poblado de Hispanoamérica, seguido de Argentina), donde no ha triunfado ninguna revolución y lo insurgente se entiende en su sentido más militar (¿terrorista?), es decir, como levantamiento contra la autoridad que multitud de grupos (llámese guerrilleros, paramilitares o simple insurgencia) esgrimen contra un Estado astutamente débil. Criticar a nuestra insurgencia: he ahí una labor pendiente. Víctor Barrera Enderle, que estudió su doctorado en la Universidad de Chile y que se ha paseado por Suramérica, no parece ignorarlo. 

Lo que él entiende por el adjetivo insurgente también tiene una dimensión políticasin duda, pero mucho más crítica y por lo tanto más auténtica. Ni estatal ni anti-estatal. Tampoco marginada. Por lectores insurgentes Víctor Barrera Enderle se refiere a los intelectuales-creadores, no al simple lector o difusor cultural. Habla de aquellos que tienen como rasgo común “ser modernos a través de nuestra reflexión crítica”. Así, según él, los lectores insurgentes son los críticos-creadores de principios del siglo XIX, los que antes incluso de la insurgencia política se rebelaron contra un orden anacrónico a partir de lo que leían y escribían. Los que advirtieron que el sentimiento de Independencia se respiraba entre los ilustrados tanto de España como de Hispanoamérica porque ambos quería librarse del pasado mutuo, el de la Contrarreforma y la Inquisición. Ellos, antes de lanzarse a las armas, notaron que el problema también era de representación, literario si se quiere. Vieron una crisis jurídica, una crisis filológica de la lengua española –la lengua del gran imperio– y que la primera tarea consistía en emprender una crítica profunda de sus viejos términos. Revisar el pasado. Templarlo al aire de las nuevas ideas. Hacerlo fuerte.

"Como producto de ese deseo, entiendo los esfuerzos intelectuales de José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827), de Andrés Bello (1781-1864), de Esteban Echeverría (1776-1827), de José Victoriano Lastarria (1819-1888), de Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) y de Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893), solo por mencionar los ejemplos más excelsos, las puntas de ese inmenso iceberg que es la producción intelectual hispanoamericana del siglo XIX". (p. 35).

¿En qué medida se levantaron esos lectores insurgentes contra la autoridad? Y ahora bien, ¿contra cuál autoridad? Dos épocas abarca el libro de Barrera Enderle: 1) el del desarrollo de las independencias políticas, que cubre desde los últimos años del siglo XVIII hasta la muerte de Bolívar en 1830; y 2) el que comprende el periodo de la formación y consolidación de los Estados-nacionales, de 1830 a1870. La primera empieza poco antes de las guerras civiles de la Independencia, en plena decadencia del Imperio español.

“El intelectual hispanoamericano saltará a la escena pública en el momento en que se hagan evidentes las falencias de la monarquía hispánica y su furioso control sobre la expresión de las ideas heterodoxas […] el intelectual hispanoamericano nacerá como un disidente porque en el mundo colonial no hay espacio para el cuestionamiento social. Las instituciones culturales de mayor importancia (la Iglesia, la Universidad y el Palacio) cumplen una función estática: garantizar, a través de la burocracia y la ortodoxia, la continuidad del orden jerarquizado. En segundo lugar, este “sujeto moderno adelantado” se sabrá subordinado en el ámbito público y cultural. Y en tercera instancia, a lo largo de la administración colonial las élites criollas ilustradas desarrollarán una serie de identidades alternativas (sobre todo en la Nueva España), cuya característica principal será, en casi todas ellas, su anti-hispanidad". (p. 50). 
A cierta conclusión parecida había llegado Gutiérrez Girardot cuando en su ensayo Temas y problemas de una historia social de la la literatura hispanoamericana (1989) señaló cómo dos de los principales intelectuales del continente, Andrés Bello y Domingo Faustino Sarmiento, contemporáneos de lo que se pregona como "formación nacional", habían concebido sus obras en oposición esa "formación nacional", politizada, de sus repúblicas. Por politizada hay que entender absolutismos velados. Entre 1810 a 1870 dominaba en Hispanoamérica esa clase de absolutismo. Había, por decirlo así, muchas autoridades –no insurgencias– y cada una quería hacerse con el poder total. De hecho, parte de ese absolutismo disfrazado de anarquía podría explicar una de las paradojas más singulares de la historia del mundo occidental, esto es, la desintegración del ex imperio español en una veintena de repúblicas sin más vínculos concretos que una lengua en común. Los países  hispanoamericanos nunca han tenido una moneda ni un pasaporte ni un parlamento: ninguna integración real como lo es la de Estados Unidos de América o la de la Unión Europea. Y siempre ha habido cierto infantilismo y un abuso retórico alarmante cuando los políticos hablan de Latinoamérica y dicen con la mayor sinvergüenza "Nuestra América". Alfonso Reyes lamentó y aclaró muy bien en qué consistía el verdadero latinoamericanismo. 

"Hay que estar a mil leguas de las mecánicas preocupaciones políticas… desatenderse de toda esa andamiada jurídica del panamericanismo, y fundarse sólo en un impulso de colaboración superior que dicta el sentimiento y que la razón corrobora. Porque son una gran mentira todos esos centros de propaganda, todos esos congresos parlantes, todas esas tramas diplomáticas. Porque la fraternidad americana no debe ser más que una realidad espiritual, entendida e impulsada de pocos, y comunicada de ahí a las gentes como una descarga de viento: como un alma". (A. Reyes, "Rodó: una página a mis amigos cubanos", en OC III, FCE, 1996, p. 134). 


Algo parecido les comunica –como un viento de alma– Víctor Barrera Enderle a sus amigos cubanos. Pero también mexicanos o colombianos. Y lo hace al oponerse al falso nacionalismo que reduce todo a "la perspectiva hegemónica del Estado-nación", o a "la lectura republicana sobre la identidad”. (p. 52). En la primera parte de su libro, Víctor  Barrera Enderle critica a Octavio Paz por haber negado toda tradición reflexiva en el siglo XIX y por pensar que solo con él, con Paz, empezaba la modernidad al empezar también la reflexión crítica. A Paz le faltó aplicar lo que él mismo había vislumbrado en El ogro filantrópico, esto es, asumir nuestro pasado para saber hacer su crítica. ¿Desconoció Paz, de un plumazo, a Lizardi, Sarmiento, Bello y Altamirano? Al menos no logró darse cuenta de la otra cara de la moneda. De, como dice Víctor Barrera Enderle en otro de sus libros, "criticar a nuestra crítica". Esa labor pendiente nuestro amigo la apuntó en su tesis doctoral de 2002. Esta vez, con su ensayo ganador, la ha cumplido a plenitud. Enhorabuena. 

Envío memorioso




Nada sabía de Víctor Barrare Enderle hasta que el domingo 13 de agosto de 2006, buscando en Google, di con la referencia de La mudanza incesante, su tesis doctoral sobre la teoría literaria de Alfonso Reyes. También di con su e-mail. Le escribí de inmediato con la suposición de que mi mensaje lo pillaría en Monterrey, al norte de México y que acaso me contestaría en el transcurso del mes. Éramos pocos los que nos dedicábamos a la teoría literaria de Alfonso Reyes. Seis horas después de escribirle recibí su respuesta contándome que estaba en Bogotá y que al otro día, el lunes 14, daría una ponencia en la Biblioteca Luis Ángel Arango. El vago azar o las precisas leyes... 

Víctor Barrera Enderle, autor también de La amistad literaria, no ignora en absoluto esa secreta red de lectores insurgentes. En él, además, hay cierta especie de simpatía o cortesía que hace que quien lo conozca lo aprecie de inmediato, a juzgar por las impresiones de mi novia de ese momento, Lili Rivera Orjuela y por la de un par de amigos con quienes nos bebimos unas cervezas en Bogotá Beer Company. Gracias a ese encuentro azaroso y preciso del 14 de agosto de 2006, recibí de Víctor La mudanza incesante, cuyo título es ya una precisa y preciosa definición del fenómeno literario. En octubre del año siguiente volvimos a tomarnos otro par de cervezas ya en Monterrey, en el Parque Fundidora, al calor del Forum Universal de las Culturas 2007. Entonces también conocí otro de sus libros, La otra invención (2005). Lo releí varias veces para seguir su consejo: elaborar una historiografía literaria con fórmulas caseras, capaz de enfrentarse con las estrategias de poder de nuestros cánones estéticos e ideológicos. Parte del enfoque de mi "Breve historia de la narrativa colombiana" se la debo a ese consejo. No basta sino celebrar que Víctor Barrera Enderle haya recibido el Premio de Ensayo Casa de las Américas. Significa un gran impulso para quienes nos dedicamos a esa otra invención: la crítica. 

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