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febrero 27, 2015

House of Cards: el nuevo Maquiavelo




En tiempos recientes se ha exaltado cierta tendencia novelesca caracterizada por una sobredosis de fantasía desabrida; no se sabe si para fugarse de la realidad o para no estrellarse con ella, el novelista premiado parece no haber vivido sino frivolidades; la aventura, el thiller, el suspenso y el conflicto entre el
individuo y el Estado (épica de nuestras sociedades secularizadas) hay que buscarlos leyendo ensayos libres o viendo las ficciones políticas de Netflix.

En el episodio 13 de la primera temporada de House of Cards, a la altura del minuto 21, el poderosísimo político Francis Underwood visita el interior de una iglesia en Washington. Se acerca a la cruz y está a punto de arrodillarse, pero de repente se detiene y nos mira de frente –a la lente de la cámara—: en vez de dirigirse al espectador, se dirige a Dios. Y ora (orar es hablar en voz
alta) lo siguiente:

“Every time I’ve spoken to you, you’ve never spoken back. Although, given our mutual disdain, I can’t blame you for the silent treatment. Perhaps I’m speaking to the wrong audience. Can you hear me? Are you even capable of language, or do you only understand depravity? […] There is no solace above or below. Only us, small, solitary, striving, battling one another. I pray to myself, for myself”.

La política, se quejaba Ortega en la Revista de Occidente, “no aspira nunca a entender las cosas”. Ni tiene por qué, pues las cosas en sus combinaciones ciegas no tienen justicia ni injusticia. 

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