5 de marzo de 2015 (de día)
El vuelo
Despegamos de Berlín a las 7 de la mañana. Volamos con dirección a la Selva Negra y por un momento vimos, nevados, los Alpes suizos. Tres horas después aterrizamos sobre la Mancha color ocre, ambarina, casi rojiza.
Metro de Madrid que cambias. Se ha especializado la compra de billetes: se debe indicar en la pantalla a qué estación va uno, pues los precios varían, vamos, como si no pudiera uno equivocarse o dar vueltas en la línea circular o montarse por simple diversión.
Desde la T 4 del aeropuerto nos bajamos en Vodafone Sol.
¿Protectorado inglés?
Así, con el nombre de una compañía telefónica inglesa, han mancillado el corazón de Madrid. Dicen que era la única opción para evitar mayor alza en las tarifas, que será así por un par de años, pero yo no me lo creo.
España se ha refinado mucho para las vacaciones de los ricos del mundo entero; se han amanerado sus viejos mercados (el de San Miguel, el de Chueca) en pasarelas de moda, y sus viejas posadas picarescas ya son hoteles boutique.
—Así es la economía, macho –me dice un amigo —. Es lo que hay.
La carrera de San Jerónimo
Estamos en la Puerta del Sol. El cielo: un duchado del azul de Velásquez; una antesala del Prado. En la apretada y luminosa plaza, Dianis respira como en cualquiera de nuestros pueblos y hasta cree ver, en las reverberaciones arquitectónicas, reminiscencias de Tapalpa, Jalisco, Nueva España.
Yo alzo los brazos. He vuelto.
Andando por la carrera de San Jerónimo, hacia el hospedaje, entramos al Museo del Jamón. Dianis oye mi diálogo con el camarero:
—Ponme dos cañas.
—De 40 o de 70.
—De 70 pa' que me des tapita.
Las bebimos sedientos.
—Me cobras.
— Pues 1,40.
Y pusimos tres monedas sobre la bandejita de plata, sorprendidos por lo barato.
A un lado de nuestro hostal, diagonal a los leones del Congreso de los Diputados, ondeaba la bandera de México. Ahí, en el salón de actos, en octubre de 2010 (hará ya casi cinco años) me crucé por primera vez con Conrado J. Arranz y Andrés del Arenal. Entonces yo vivía en Madrid. Me españolizaba.
El Guadarrama nevado
Desde los ventanales de la habitación vemos el Guadarrama coronado de nieve, al fondo, endulzando el horizonte madrileño. Pertenece a la cordillera de Gredos (de ahí el nombre de la editorial) que separa las dos Castillas.
Si el Guadarrama estuviera en Latinoamérica, donde las ciudades no tienen límite, sus colinas ya estarían pobladas de casuchas, de tugurios, de favelas.
Condón, hombre; pastillas anticonceptivas, muchacha: menos cardumen electoral pa'las democracias latinoamericanas.
A la Complu
A las 2 de la tarde, cruzando la Puerta del Sol, nos proyectamos por Calle del Carmen hasta Gran Vía. Cogimos el bus 133 hasta la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid. Llegamos. Grafitis con la oz y el martillo; muerte a los pijos; feminismo.
Las universidades tienen mucho de guardería: crayolas, acuarelas, aerosoles. El letrero que indica BIBLIOTECA MARÍA ZAMBRANO parece indicar, más bien, un salón de párvulos.
Nuestro amigo tiene un mapa de Rusia en su despacho. Nos invita a comer en el restaurante estudiantil. Primer plato, paella; segundo, filete de bacalao; de postre un helado de vainilla. Digerimos el almuerzo bordeando los jardines de la Facultad hasta la descuidada estatua de José Ortega y Gasset.
Andando hacia calle Princesa, con dirección a la librería del
Fondo de Cultura Económica, merodeamos también la Facultad de Medicina de la
Complu, donde estudió mi abuelo Buitrago antes de la Guerra.
Antes de entrar al Fondo, done tendremos la presentación de un libro, nos tomamos dos copas de sangría, acolarados, frente al Ejército del Aire.
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