«A lo que se asemejan todas esas antenas que hay en las ciudades gigantescas es al cabello erizado. Constituyen una invitación a establecer contacto con los demonios [...] La simple necesidad que la gente siente de absorber noticias varias veces al día es ya un signo de angustia. La imaginación gira y gira, y de esa manera va creciendo y paralizándose la inteligencia».
Así decía Ernst Jünger en La emboscadura (Der Waldgang, 1951), un ensayo libertario y en rebeldía contra el «nuevo orden mundial» de la Posguerra.
Decía también Jünger que le parecía un espectáculo chocante ver cómo unos Estados que están fuertemente armados y en posesión de todos los medios de poder, resultaban al mismo tiempo sumamente susceptibles. Aquellos Estados y para-estados armados hasta los dientes intuyen, según Jünger, que los hombres libres son poderosos, aunque constituyen únicamente una minoría pequeñísima. En realidad, las grandes masas conectadas simultáneamente a una misma red social no son tan transparentes como la superficie lisa de la pantalla. No. En el seno gris del rebaño se esconden lobos, es decir: personas que continúan sabiendo lo que es la libertad.
Y esos lobos no son sólo fuertes en sí mismos; también existe el peligro de que, cuando amanezca un mal día, contagien sus atributos a la masa de modo que el rebaño se convierta en horda. Tal es la pesadilla que no deja dormir tranquilos a los que tienen el poder.
Preguntémonos qué pensaría Jünger de la pandemia de 2020, del confinamiento, de la introducción de la tecnología 5G. Acaso diría que el coronavirus se asemeja a la minoría en tanto cuanto causa un efecto enorme, imposible de calcular, y que impregna la totalidad del Estado. Para averiguar dónde se hallan los puntos en que ataca ese virus, para observarlos y vigilarlos, son necesarios grandes contingentes de policías y antenas. A medida que va creciendo la adhesión de las masas, también va creciendo la desconfianza respecto de ellas. Es preciso vigilarnos a todos.
Nada es gratuito. Ni siquiera la comodidad de «quedarse en casa». Pues hay que pagar la comodidad de que los tubos traigan agua, electricidad, gas, video y música. Si no nos percatamos de nuestra situación de animal doméstico, según Jünger, arrastraremos consigo la situación de animal de matadero: el de representar el papel de policía de sí mismo cuando coopera con su propia aniquilación.
Pero el miedo puede ser vencido por la persona singular si ésta adquiere conocimiento de su poder. La emboscadura, en cuanto conducta libre en la catástrofe, es independiente de las fachadas político-técnicas y de sus agrupaciones.
No podemos prescindir de los poetas. Ellos son los que introducen la subversión y los que inician también el derrocamiento de los Titanes. La imaginación — y con ella el canto — forman parte de la emboscadura.
Uno debe creer en sí mismo; amarse, respetarse.
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