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noviembre 14, 2010

El hegeliano visado para España

Hegel, el precursor filosófico de la Unión Europea, sostenía hacia 1825 que el Weltgeist, el Espíritu universal, se reducía a los países de origen germánico y protestante. Todo lo demás estaba destinado a extinguirse o subsumirse bajo ese Espíritu. La América del Sur, decía, "se ha mostrado siempre y se sigue mostrando floja tanto física como espiritualmente. Desde que los europeos desembarcaron en América, los indígenas han ido decayendo, poco a poco, al soplo de la actividad europea" (Filosofía de la Historia, p. 107)... ¿Es ello cierto 200 años después?


Sí. Es cierto. Pues España acabó por subsumirse a lo germánico y protestante, vale decir, a la OTAN, a Estados Unidos, pues es de notar que asumió más las formas anglosajonas que las europeas en sí (el metro de Madrid, por ejemplo, es más parecido al de Londres, y el sistema federalista español más parecido al alemán, y en nada similar al francés, que es centralista).

 En su momento, varios "intelectuales" de Colombia, encabezados por García Márquez, Álvaro Mutis, Héctor Abad y William Ospina, protestaron contra el visado de turismo para entrar a España impuesto a los ciudadanos colombianos. Ellos entonces dijeron lo siguiente:

"Somos hijos, o si no hijos, nietos o biznietos de España. Y cuando no nos une un nexo de sangre, nos une una deuda de servicio: somos los hijos o los nietos de los esclavos y los siervos injustamente sometidos por España. No se nos puede sumar a la hora de resaltar la importancia de nuestra lengua y de nuestra cultura, para luego restarnos cuando en Europa les conviene. Explíquenles a sus socios europeos que ustedes tienen con nosotros una obligación y un compromiso históricos a los que no pueden dar la espalda".

Visa o visado viene del latín charta visa (papel que se ha visto), con lo cual al decretar el visado (y aquí se han equivocado los intelectuales colombianos) España no nos ha dado la espalda. Todo lo contrario. Nos ha puesto los ojos encima. 

En todo ello pienso mientras salgo de la Embajada de España en Bogotá. Por fin me otorgaron la visa para cruzar el océano Atlántico. 

Al otro día volé no sé cuántas horas en un avión. 

Aterricé en Barajas. 

Mientras me deslizaba por los pasillos como un autómata hacia las cabinas de inmigración, reparé en que oficialmente, hasta no estampar el sello de la Unión Europea en mi pasaporte, no me hallaba en Europa todavía. 

Ciudadanos de la comunidad europea por acá, resto del mundo por allá. 

Y aun entre viajeros del resto del mundo hay diferencias. Los colombianos, allá, en un rincón.

La mayoría de inmigrantes colombianos vienen del Viejo Caldas o Eje Cafetero (ver informe La inmigración colombiana a España, 2007). Como si aún persistiera la colonización antioqueña. 

Algo de ese espíritu andariego me dejaron mis abuelos. Ambos viajaron a Europa en la primera mitad del siglo XX, a lo lomo de mula hasta el mar y luego en trasatlántico cuando ni siquiera había necesidad de mostrar pasaporte al entrar. Se devolvieron porque los sorprendió la guerra. A mi abuelo Buitrago por poco lo agarra la Guerra Civil española. A mi abuelo Pineda lo despertó un bombazo nazi (un misil de la bomba V2) en su cuarto de hotel en Norfolk Square, y agarrando su maleta corrió a Paddington Station y se marchó de Londres - a donde había ido de negocios - hasta Dover o Brighton a la espera del primer buque a Colombia. 

Colombia nunca se ha esforzado mucho por parecerse a Europa. 

El Weltgeist, el Espíritu universal, se reducía para Hegel a los países de origen germánico y protestante, y todo lo demás estaba destinado a extinguirse o subsumirse bajo ese Espíritu. Ya España lo ha hecho. 

Superficialmente, pero lo ha hecho. 

Cuando mis compañeras sudamericanas de la maestría en Madrid veían a los policías españoles altos y fortachones (tan distintos a los tristes chaparritos de sus países) sucedía en ellas una suerte de excitación. Algo contrario a lo que dice Hegel: se aproximaban al Espíritu sin pensar en el Espíritu, sino en el Cuerpo. 

Carne. Procreación. Mestizaje.

Nada satisface más al hegelianismo de la Unión Europea que escuchar maldecir del Espíritu Universal a nuestros países. Así, cuando el latinoamericano se queja del eurocentrismo, no sólo  acentúa más su provincianismo y su marginalidad, sino que refocila al europeo. 

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