Hay periodismo cultural cuando la
literatura invade la política. Porque todo artículo de periódico –incluso toda
entrada de blog, trino en Twitter en estos tiempos de Internet– es un gesto
político.
La cultura está hecha de planos oblicuos. De
correspondencias. Por un correo electrónico de Gustavo Restrepo, el director de una corporación llamada Otraparte muy lejos de México y sin nada que ver con Alfonso
Reyes, vi primero en PDF Un informante en
el olvido, el primer libro de Marcos Daniel Aguilar. Había ido a
presentarlo primero en Medellín y a su regreso a Ciudad de México me contactó. Y me regaló en físico un ejemplar de su
libro.
Veo planteada en Un informante en el olvido a la vez una propuesta oblicua: mirar al
erudito mexicano, no sólo como alguien sumido en bibliotecas subterráneas, sino
también como alguien asomado al mundo, capaz de abrir la portezuela del
carruaje y gritarle al cochero de la nación, “oiga, por ahí no es”. Es decir,
alguien empapado en política internacional que nunca se sintió extranjero en
España porque su idioma era la patria. Lo más agradable del libro de Marcos
Daniel es que continuamente confiesa su asombro de comprobar que Reyes también haya sido
un periodista. Alguien que corría de prisa por las calles de Madrid tomando notas de alguna noticia como un ágil reportero y que en casa a medianoche o en los cafés, olorosos a raciones de calamares, o en las salas de redacción de los periódicos, olorosos a plomo fundido, se esforzaba por verter esas notas en una escritura clara, lúcido, límpida. El chaparrito mexicano (no se piense en Cantinflas ni en Chespirito, por favor) llegó a ser de los mejores analistas políticos entre
1915 y 1922, durante y después de la Primera Guerra Mundial.
España se había declarado neutral en la Primera Guerra
Mundial, pero era un hervidero de espías, la punta en ristre de todos los problemas
europeos, por donde se definía y también se perdía Occidente. En Madrid, observa Marcos Daniel, Reyes
“debía tener la conciencia alerta para cualquier asunto que el azar de los días
pudiera traer a la temperatura de actualidad. […] En cualquier momento tenía
que escribir una nota en menos de cinco minutos, como todo un periodista
informativo”. (p. 46). Periodismo de adrenalina, llama a esto Marcos Daniel. Y
tiene razón: tanta adrenalina segregó Reyes en esos años madrileños que él
mismo no dejaba de asombrarse a juzgar por una carta que el 8 de noviembre de
1917 le escribió a su amigo cubano José María Chacón y Calvo:
“Estoy tan ocupado que tiemblo por mí
sinceramente. Pronto le enviaré nuevas publicaciones mías. ¡Dioses! ¿Qué furia
se ha apoderado de mí? Yo soy víctima de algo o de alguien que me va empujando
por detrás. Digo como Horacio al Dios: ¿Adónde me llevas tan lleno de tu
mismo”.
Si la literatura tiene ejércitos sobrantes para invadir
campos ajenos, según dijo en El deslinde
el propio Reyes, no es de extrañar que el mejor analista político en España
durante el siglo XX también haya sido otro escritor, nadie menos que José Ortega y Gasset. Ortega culturizó la
política a través de sus constantes editoriales y artículos. Volvió literario
el periodismo más cotidiano. En 1917, cuando fundó el periódico El Sol, invitó a escribir a su colega
mexicano. Y para El Sol Reyes escribía
todos los jueves una página de “Historia y Geografía”. Con lo que cobraba por eso llevaba de comer
a su esposa Manuela Mota y a su hijo Alfonso Reyes Jr. El jueves 16 de enero de
1916 publicó uno de sus mejores textos, “El sentido de la democracia” (recogido después como “El sentido de la política”, y que se puede consultar en original en la hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional de España).
Vean muchachos, dice Reyes en ese artículo: ser
inteligentes no significa ser poderosos; “la inteligencia sirve mejor para
consejera que para gobernante”. Es decir, si ustedes piensan que todo déspota, tirano, presidente o
primer ministro puede ser astuto, no necesariamente es inteligente. ¡Ay, cuántos
bobos no gobiernan el mundo! El principal instrumento de la inteligencia
es el lenguaje. Con el lenguaje se guía y se aconseja, de suerte que el
principal compromiso del periodista inteligente es escribir bien. Y por aquí llegamos al título del libro Marcos Daniel, Un informante
en el olvido. Claro. Aquellos prosistas políticos tan inteligentes como Ortega
o Alfonso Reyes escasean más que nunca. Están en vías de extensión.
Nuestros actuales columnistas de periódico
rara vez son escritores. Y si lo son rara vez acusan indicios de claridad, de
lucidez, de orden, de buenos modales. Rara vez se acercan a la prosa. Redactan
como botando mierda al río. Son ambiguos y se creen posmodernos y sofisticados
si no sostienen un punto de vista con convicción –con claridad. Temiendo
parecer autoritarios, los que rigen la opinión política de nuestros tiempos son
confusos, imprecisos y ambiguos. En modo alguno democráticos.
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