La luz
de las diez de la mañana baña de fulgor las reproducciones de la pinturas de mi
apartamento. El Marte de Velásquez parece mirarme mejor, sin enfado. La maja
desnuda de Goya parece mas cómoda y sus senos gigantes y sus anchas caderas y
su vientre plano son regodeos para la luz. Los borrachos de Velázquez, con esta
luz, parecen convidarme a un trago. El
amarillo de Tolouse Lautrec cobra una rara tibieza. A mi izquierda el pequeño
planchón de madera, remolcado por dos hombres, se acerca al muelle principal, para
cargarse de material en la inmensa construcción de la Torre de Babel, oh
Brueghel.
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