En uno
de sus últimos artículos, escrito en 2002, Antonio Alatorre se enfrentó contra
una legión de críticos que denigraban al personaje del Lazarillo de Tormes, el clásico anónimo del siglo de oro español.
El
artículo se llama "Contra
los denigradores de Lázaro Tormes".
Alatorre lo escribió para enfrentarse contra quienes juzgaban al Lazarillo
de Tormes como un ser abyecto y desalmado, un pillo redomado,
un blando que aceptaba los amancebamientos de su mamá y de su esposa.
No, dijo Alatorre. Y destrozó los racismos peninsulares
(¿periféricos?) que blandía el lingüista Fernando Lázaro Carreter al acusar a
Lázaro (apellidándose él también Lázaro) de hijueputa, dizque porque la mamá
del Lazarillo, Antona Pérez, “estaba doblemente deshonrada, por cohabitar, con
toda probabilidad, antes de transcurrido un año de viudez, por amancebarse, con
un negro además […] y esa Antona Pérez es el primer eslabón de una cadena
mujeres perversas, deshonestas e infieles que componen la galería del libro”.
Así por el estilo también la emprende otro crítico, Vilanova, al considerar al
Lazarillo “un vellaco sinvergüenza y dignidad, un cínico solapado y astuto…, la
encarnación misma de la más estólida necedad y de la vanagloria satisfecha”.
Total,
decía Alatorre, al pobre Lázaro le caen como otras tantas pedradas los tres
clásicos insultos del siglo de oro: cornudo, puto y judío.
Filólogo
del Tercer Mundo (que no del Tercer Reich), Alatorre acudió a testimonios
personales para probar que personajes como el Lazarillo no eran tan perversos
como se suponía:
“[…] añado que yo conozco bien a lazarillos del Tercer
Mundo, o sea de México. Me acuerdo sobre todo de uno bastante joven (25 años),
que estaba feliz de la vida. Nacido pobre en un pueblo pobre, se vino a México
[la ciudad] siendo muy chamaco, en busca de chamba. Cuando platiqué con él,
hacía poco que había dejado de quebrarse la espalda como mozo de servicio en un
edificio elegante, y ahora con favor de amigos –como Lázaro–, era chófer de
taxi; tenía que pagarle feudo al dueño del coche, pero, aun así, ya
había salido de pobre, ¡y se sentía libre!”.
Si su
esposa le pone los cuernos o no, o si su mamá se amanceba con un negro o un
blanco, ¿para qué tanta indignación? Y cita Alatorre a don Quijote: “Allá se lo
haya cada uno con su pecado…; no es bien que los hombres honrados sean verdugos
de los otros hombres, no yéndoles nada en ello”. Y pide que observemos otra cosa: “el auténtico
respeto de Lázaro por su mujer, cosa rara en una época en que la mujer no
contaba”.
Me ha
acudido a la memoria este artículo de Alatorre, leído alguna vez para alguna clase de mi
doctorado, a propósito de una polémica fofa en Letras Libres: Con todo respeto.
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