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julio 01, 2013

Antonio Alatorre contra los filólogos moralistas


En uno de sus últimos artículos, escrito en 2002, Antonio Alatorre se enfrentó contra una legión de críticos que denigraban al personaje del Lazarillo de Tormes, el clásico anónimo del siglo de oro español.


Alatorre lo escribió para enfrentarse contra quienes juzgaban al Lazarillo de Tormes como un ser abyecto y desalmado, un pillo redomado, un blando que aceptaba los amancebamientos de su mamá y de su esposa.



No, dijo Alatorre. Y destrozó los racismos peninsulares (¿periféricos?) que blandía el lingüista Fernando Lázaro Carreter al acusar a Lázaro (apellidándose él también Lázaro) de hijueputa, dizque porque la mamá del Lazarillo, Antona Pérez, “estaba doblemente deshonrada, por cohabitar, con toda probabilidad, antes de transcurrido un año de viudez, por amancebarse, con un negro además […] y esa Antona Pérez es el primer eslabón de una cadena mujeres perversas, deshonestas e infieles que componen la galería del libro”. Así por el estilo también la emprende otro crítico, Vilanova, al considerar al Lazarillo “un vellaco sinvergüenza y dignidad, un cínico solapado y astuto…, la encarnación misma de la más estólida necedad y de la vanagloria satisfecha”.

            Total, decía Alatorre, al pobre Lázaro le caen como otras tantas pedradas los tres clásicos insultos del siglo de oro: cornudo, puto y judío.

            Filólogo del Tercer Mundo (que no del Tercer Reich), Alatorre acudió a testimonios personales para probar que personajes como el Lazarillo no eran tan perversos como se suponía:

 “[…] añado que yo conozco bien a lazarillos del Tercer Mundo, o sea de México. Me acuerdo sobre todo de uno bastante joven (25 años), que estaba feliz de la vida. Nacido pobre en un pueblo pobre, se vino a México [la ciudad] siendo muy chamaco, en busca de chamba. Cuando platiqué con él, hacía poco que había dejado de quebrarse la espalda como mozo de servicio en un edificio elegante, y ahora con favor de amigos –como Lázaro–, era chófer de taxi; tenía que pagarle feudo al dueño del coche, pero, aun así,  ya había salido de pobre, ¡y se sentía libre!”.

Si su esposa le pone los cuernos o no, o si su mamá se amanceba con un negro o un blanco, ¿para qué tanta indignación? Y cita Alatorre a don Quijote: “Allá se lo haya cada uno con su pecado…; no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello”. Y pide que observemos otra cosa: “el auténtico respeto de Lázaro por su mujer, cosa rara en una época en que la mujer no contaba”.


Me ha acudido a la memoria este artículo de Alatorre, leído alguna vez para alguna clase de mi doctorado, a propósito de una polémica fofa en Letras Libres: Con todo respeto

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