Pero hay algo en nuestra naturaleza humana que nos empuja mucho más allá de las relaciones establecidas y de vecindad. Las personas necesitan su ilusión diaria de fotos, flashes. La tecnología militar que salió de la Segunda Guerra Mundial, al aplicarse en la vida civil, programó nuestro tiempo libre. Trascendió los frentes de batalla.
El poema “Nocturno de San Ildefonso” (publicado en 1974 dentro del núm. 36 de Plural, revista mensual de Excélsior, pp. 24-27) es un intento por reestablecer los vínculos con una “comunidad de sentido” y por desafiar el sentimiento de “aprehensión”. El “Nocturno de San Ildefonso” es un recorrido a pie (no en carro) por el centro de la Ciudad de México. Pues sólo aquel que anda y desanda sus pasos aprende algo de su potencia interior. Tan necesarias como el agua o el aire, las calles de nuestras ciudades son los corredores y las oscuras trayectorias de la memoria.
Paz está mirando una ciudad que se ha salido de la vista o la circunferencia y que ya no tiene forma humana. El ferrocarril, primero, y los automóviles, después, expandieron el horizonte urbano. Paz observa ya algo amorfo a través de su ventana.
Inventa la noche en mi ventana
otra noche
otro espacio:
fiesta convulsa
en un metro cuadrado de negrura.
Momentáneas
confederaciones de fuego,
nómadas geometrías,
números errantes.
Del amarillo al verde al rojo
se desovilla la espiral.
Comentario. La ventana, iluminada por el mundo comercial de las luces parpadeantes de neón, detrás de las cuales apenas son visibles las luces de las estrellas, es de repente iluminada por una auténtica presencia: la luna (la espiral).
Ventana:
lámina imantada de llamadas y respuestas,
caligrafía de alto voltaje,
mentido cielo/infierno de la industria
sobre la piel cambiante del instante.
Signos-semillas:
la noche los dispara,
suben,
estallan allá arriba,
se precipitan,
ya quemados,
en un cono de sombra,
reaparecen,
lumbres divagantes,
racimos de sílabas,
incendios giratorios,
se dispersan,
otra vez añicos
La ciudad los inventa y los anula.
Comentario. La ciudad inventa y anula la comunicación. Inventa y anula los Signos-Semillas. Si la dialéctica de la historia de la comunicación en la civilización occidental se ha movido entre el Diálogo (helenismo) y la Diseminación (judeocristianismo), algo de ello podemos vislumbrar en el binomio Signos (Diálogos) y Semillas (Diseminación).
Estoy a la entrada de un túnel.
Estas frases perforan el tiempo.
Tal vez yo soy ese que espera al final del túnel.
Hablo con los ojos cerrados.
Alguien
ha plantado en mis párpados
un bosque de agujas magnéticas,
alguien
guía la hilera de estas palabras.
La página
se ha vuelto un hormiguero.
El vacío
se estableció en la boca de mi estómago.
Caigo
interminablemente sobre ese vacío.
Caigo sin caer.
Tengo las manos frías,
los pies fríos
—pero los alfabetos arden, arden.
El espacio
se hace y se deshace.
La noche insiste,
la noche palpa mi frente,
palpa mis pensamientos.
¿Qué quiere?
El metro: la entrada de un túnel. Entre 1969 y 1973 se construyeron e inauguraron las primeras líneas subterráneas del metro de la Ciudad de México. Por el efecto de andar en metro, a través de sus redes subterráneas, podríamos decir que Paz experimenta aquello de sentir sobre sus párpados un “bosque de agujas magnéticas” (una aguja imantada apunta al Norte magnético terrestre, y cambia de dirección cuando se acerca a un campo magnético), o aquello de que “alguien guía la hilera de estas palabras” (la hilera hace referencia a los vagones uno detrás de otro), o aquello de sentir un “vacío en la boca de mi estómago” por el cambio de fuerzas o de dirección que rompe con la sensación de ingravidez.
En cualquier caso, Paz asume como un enigma la historia contemporánea cuya gran problemática es la aceleración en virtud de la revolución de los transportes con la multiplicación de redes subterráneas. El metro es una cinta de rotación continua, una circulación habitable por vagones interpuestos, y el de París tienen una línea subterránea, la Météor (Métro Est-Ouest Rapide) que circula de forma automática, sin conductor. Por efecto del metro y de su aceleración, redes y enredos, Paz se sumerge en el México de 1931.
México, hacia 1931.
Gorriones callejeros,
una bandada de niños
con los periódicos que no vendieron
hace un nido
Los faroles inventan,
en la soledumbre,
charcos irreales de luz amarillenta.
Apariciones,
el tiempo se abre:
un taconeo lúgubre, lascivo:
bajo un cielo de hollín
la llamarada de una falda
C'est la mort —ou la morte...
El viento indiferente
arranca en las paredes anuncios lacerados.
Lo de la “llamarada de una falda”, puesto por Paz en cursivas, viene del poema “Día 13” del poeta mexicano Ramón López Velarde, incluido en su poemario Zozobra (publicado en 1919). López Velarde era un poeta católico y en su poema “celebraba” la sensualidad de una viuda, cuya viudez él encontraba lasciva. Dice López Velarde:
Mi corazón retrógrado
ama desde hoy la temerosa fecha
en que surgiste con aquel vestido
de luto y aquel rostro de ebriedad.
Adivina mi acucioso espíritu […]
la llamarada de tu falda lúgubre
Paz también intenta hacer su poema con claroscuros.
Estas calles fueron canales.
Al sol,
las casas eran plata:
ciudad de cal y canto,
luna caída en el lago.
Los criollos levantaron,
sobre el canal cegado y el ídolo enterrado,
otra ciudad
—no blanca: rosa y oro—
idea vuelta espacio, número tangible.
La asentaron
en el cruce de las ocho direcciones,
sus puertas
a lo invisible abiertas:
el cielo y el infierno.
1517. Desde que Cortés y sus hombres, traspuestos los volcanes, divisan Tenochtitlán aque-lla ya era la ciudad más poblada del mundo. Los canales ya eran un preludio de la inmensa red de alcantarillas (a su vez preludio del Internet).
La Ciudad de México ya es una megalópolis. Una Metaciudad. Capital de capital, ciudad-mundo como París o Nueva York, pero con una construcción anárquica. No se olvide que construcción urbana y autoconstrucción personal van de la mano. El desorden sentimental de una persona es hasta cierto punto reflejo del desorden arquitectónico.
Barrio dormido.
Andamos por galerías de ecos,
entre imágenes rotas:
nuestra historia.
Callada nación de las piedras.
Iglesias,
vegetación de cúpulas,
sus fachadas
petrificados jardines de símbolos.
Embarrancados
en la proliferación rencorosa de casas enanas,
palacios humillados,
fuentes sin agua,
afrentados frontispicios.
Cúmulos,
madréporas insubstanciales:
se acumulan
sobre las graves moles,
vencidas
no por la pesadumbre de los años,
por el oprobio del presente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario