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diciembre 26, 2023

Diálogo y diseminación: una teoría de la comunicación (John Durham Peters)

 



John Durham Peters toma la dialéctica de diálogo y diseminación de un ensayo homónimo de Derrida, Diseminación (1969), según el cual no hay primera inseminación, sino que la simiente «primera» es diseminación. Uno engendra dividiéndose, insertándose, proliferando. "Ninguna cosa es completa por sí misma ni puede completarse más que con lo que le falta" (p. 453). Hay en todo una ausencia de centro y de finalidad. 


Fedro y Sócrates denotan nerviosismo por la locura de las semillas dispersas y por el peligro de los acoplamientos promiscuos. Pero la parábola del sembrador celebra la diseminación como un modo equitativo de comunicar al dejar la cosecha del significado a la voluntad y capacidad del destinatario. 

La parábola viene del griego parabellein, que significa lanzar más allá, poner lado a lado (poner semillas en la tierra y palabras en el alma). El término griego parabolé puede significar una comparación o un enigma. En la Septuaginta (especialmente en el quinto libro, Deuteronomio 28-37) parabolé se traduce al hebreo como Mashal, que significa tanto un género de enseñanza judaica (una anécdota ilustrada) como algo desconcertante y sorprendente. 


Dicho de otro modo, los diálogos de Platón privilegian un modo privado y esotérico de la comunicación. Los Evangelios socavan las relaciones recíprocas y herméticas en favor de las relaciones asimétricas y públicas, exotéricas, concibiendo la diseminación como algo agradable y justo. 


Sócrates y Jesús encarnan una y otra postura. Sócrates es la vida erótica del diálogo. Jesús es la vida diseminada. Uno se limita a interlocutores concretos. El otro es amigo de todos. En términos sexuales, uno es monógamo. El otro es promiscuo y novio de todas. 


Sócrates desdeña el desperdicio, la Spermata desperdiciada. Jesús, en cambio, la celebra (p. 181). Dios, dice su hijo Jesús, no tiene favoritos, de modo que la dispersión, la diseminación justifica el amor cristiano: el amar masivamente. Paradójicamente, el monoteísmo varonil del judeo-cristianismo no permite la liberación ni el goce en sí y supone el monoteísmo (incluso, la ausencia de la mujer del orden divino).

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