ay escritores, como García Márquez, que conquistaron el mundo sólo con su imaginación: pero a todos los lectores nos gusta saber qué es lo que ese gran escritor piensa de la realidad, del acontecer social y cultural, cuál es su concepción del mundo. El ensayo de Vargas Llosa sobre Flaubert me resulta tan apasionante y profundo como su "Fiesta del Chivo".
El peruano colabora de manera habitual en los principales diarios de lengua española, especialmente en los de España que son, de lejos, los que más albergan intelectuales. Opina, discute. Se le enfrentó a Chávez en Caracas el año pasado. Criticó a Uribe por sus aspiraciones de reelección. A los Kirchner por populistas. Cuando no escribe novelas, polemiza en columnas de opinión. Gracias a su disciplina quizás castrense (pasó por la Escuela de Cadetes de Lima y de ahí "La ciudad y los perros") lee todas las mañanas diarios de medio mundo. Sabe que los periódicos son el mejor termómetro para medir la temperatura del lenguaje y de la realidad de un país, de una nación.
Una de las grandes diferencias intelectuales de España con Hispanoamérica reside en los periódicos. Mientras los de Madrid salen gruesos, ricos en contenido internacional y a menudo en cultura, en las capitales hispanoamericanas, Bogotá, por ejemplo, sólo salen en formatos escuetos, a ratos adelgazados casi a lo mínimo. Hablo de los periódicos "serios", de El Tiempo o El Espectador o El Colombiano. Con leves matices lo mismo ocurre con los diarios de Lima, Quito y Santiago. Mejoran en Buenos Aires y en Ciudad de México. Pero sólo en parte. Pareciera como si le temieran a una invisible censura. O como si los directores de periódico juzgaran a su público desdeñoso del debate o la lectura. Pero, ¿no son más bien ellos los poco amigos de la crítica, del debate y la cultura? ¿Los pocos amigos del lenguaje?
Con el Nobel a Mario Vargas Llosa ya los europeos no encontraran el típico escritor del trópico salvaje, telúrico y sensual. Hallarán a un escritor profesional. Alguien dedicado a escribir, y no a dirigir una empresa y en sus ratos de ocio a escribir. Vargas Llosa no tiene nada - o muy poco - de realismo mágico. Es, en el viejo sentido, un intelectual. Escribe por igual novelas llenas de imaginación en donde predomina la narración, y ensayos como tal en donde predomina la reflexión. Y suerte de teorías literarias en sus apuntes sobre Flaubert y Víctor Hugo. Su teoría de la novela total yo la hallo, diáfana, nítida, en "La Fiesta del Chivo". Nada se le escapa. Y también en su idea de que el narrador es otro personaje de la novela.
En EL País de España salió publicada, entre otras cosas, la ruta habitual de Vargas Llosa por las calles de Madrid. Recordemos que posee nacionalidad española, otorgada por Felipe González cuando Fujimori no lo dejó volver a su país por un tiempo, en parte por ponerse a untarse de esa porquería que otros llaman política. El peor error de su vida. Me sorprendió esa ruta habitual de Vargas Llosa porque alude a tres cosas imprescindibles en el intelectual moderno. La conversación (el café), la documentación (pasa horas consultando en la biblioteca) y los viajes o caminatas... No quedarse encerrado resulta clave. Ni silenciarse. Ni dejar tampoco que, como si uno fuera un escogido, la inspiración le cayera del cielo.
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