El pasado martes 20 de mayo de 2014 prendí
fuego a la segunda mesa sobre los 75 años
de Alfonso Reyes y el Exilio Español en México.
Ya el lugar es bastante inflamable. Se
trata de la Consejería de Educación de España, situada entre la calle Berlín y
Hamburgo (lo alemán siempre es bastante inflamable) en la colonia Benito Juárez
de la Ciudad de México. El consejero español estudió en Alemania y tiene, como
los visigodos, algo de ese viejo eurocentrismo; y tiene, naturalmente, algo muy
nuestro: algo del locuaz, del rudo, del áspero íbero. Se sentó en el centro de
la mesa. Se impuso: era su casa.
Primero leyeron dos profesoras de la UNAM,
Edith Negrín y Aurora Díez-Canedo, nieta de Enrique Díez-Canedo, uno de los
mejores amigos de Alfonso Reyes en Madrid desde 1914. Moderaba la mesa Conrado
Arranz, doctor ya en Letras de la UNED, abogado de la Cumplutense, hincha del
Vallecas de Madrid y nuestro amigo.
La mesa la cerró Héctor Iván González con
una ponencia sobre el contraste entre Alfonso Reyes y Luis Cernuda. Mientras
Reyes era pura simpatía, Cernuda era pura antipatía. Héctor Iván propuso una
relectura de los ensayos de Cernuda a la luz de los ensayos de Octavio Paz, es
decir, proponiendo una influencia de aquél en éste. Pero me temo que no hay
tal: Cernuda ensayista suena hosco y sañudo. En cambio, Paz-ensayista me suena
a ratos superior a Paz-poeta.
Lo más complicado estuvo en la segunda
mesa. Persistieron el moderador Conrado Arranz y el consejero, Agapito Maestre.
En ausencia de Liliana Weinberg se sentó, para leer sus palabras sobre María
Zambrano, el organizador de las Jornadas, Alberto Enríquez Perea. También sobre
María Zambrano leyó Diana Hernández Suárez, master en Letras de la UNAM, en torno al difícil exilio de la filósofa
española en México –por el machismo académico de Daniel Cossío Villegas y hasta
de José Gaos que no podían creerse lo de una mujer filósofa.
La mesa comenzó a caldearse cuando intervino
Ismael Carballo Robledo, director de ElCatoblepas, revista crítica del presente –ya he hojeado varios
números agradado de que haya tanto de lo que hace falta: pensamiento en lengua
española. La revista se hace desde Oviedo, España, alrededor de la escuela de
filosofía materialista de Gustavo Bueno. Me gustó mucho un ensayo de Ismael sobre
“Las generaciones de izquierda en México”, donde básicamente sostiene que la
utopía de Latinoamérica es eso: una utopía, algo irreal; dominan los
Estados-nacionales, no el “ser latinoamericano”: en esto estriba, para él, todo
nuestro drama.
La llama la siguió alimentándola Marcos
Daniel Aguilar: leyó una exaltada ponencia sobre Alfonso Reyes y las
utopías en tiempos de los exiliados. Me hubiera gustado preguntarle que, si
Latinoamérica nació de la utopía del Renacimiento, ¿no ha sido esa buena intención la que, en menor o mayor
grado, la ha conducido al infierno? ¿No hay un peligro latente en las
izquierdas al asociarse con los espejismos de la ficción? A Alfonso Reyes aquello
de sólo dedicarse a soñar utopías se le figuraba una forma abominable del
egoísmo. Tal vez por eso, a pesar de haber sido un hombre de “izquierda”,
ningún grupo intelectual de izquierda
reivindicó su nombre en el largo predominio cultural que tuvieron durante la
segunda mitad del XX. Bajo los brutales entusiasmos marxistas de las décadas
pasadas, más bien, Reyes apareció como de derecha. Y se le ignoró.
Fue mi turno. Dije: si este año de 2014 se
cumple 75 años del primer exilio republicano español en México, también en este
año se cumplen 100 años del exilio desatado por la Revolución mexicana, que
llevó a Alfonso Reyes a refugiarse en España en septiembre de 1914 y que nadie
parece recordar o discutir.
Reyes no fue el único exiliado hace cien
años. Se trató de un exilio masivo como puede rastrearse en las memorias de
José Vasconcelos, Federico Gamboa o José Juan Tablada. Lo más valioso de la
inteligencia mexicana, como lo demuestra el historiador Ramírez Rancaño, abandonó
el país: “Esta tesis resulta sumamente fuerte y contradice la versión oficial
expresa que los intelectuales revolucionarios fueron los más lúcidos y los más
capaces para entender al México revolucionario.”[1]
José
Ortega y Gasset fue el que más apoyó a Reyes una vez que éste se radicó en
Madrid. Lo invitó a escribir al diario El
Imparcial, al semanario España,
después le dio columna semanal en el periódico El Sol y, en fin, fue su amigo casi íntimo –al grado de que Reyes
le prestó las llaves de su apartamento de soltero en Buenos Aires para asuntos
de faldas– hasta que… en 1947, en una entrevista para El Universal, Ortega lo acusó de estar haciendo en México tonterías
y gestecillos de aldea con los exiliados españoles. Nunca se aclaró a qué se
refería Ortega con gestecillos de aldea.
Terminé con una pregunta abierta: ¿acaso se refería a que Reyes estaba jugando al gesto
aldeano de justificar, a través del asilo a los exiliados españoles, el régimen
revolucionario de Lázaro Cárdenas…?
Se desató la conflagración. Se incendió la Consejería.
Repliqué a las preguntas de Héctor Iván: ¿75 años del exilio
español en México? Vale. Pero pongámonos de acuerdo: ¿hablamos del exilio
solamente para referirnos a intelectuales? ¿Cómo llamar a los millones de inmigrantes
de nuestros países en Estados Unidos y en Europa? ¿Pobres, trabajadores, working class, or just inmigants?
Nuestra crítica tiene mucho que trabajar sobre el concepto contemporáneo de exilio. En las segundas significaciones radica el valor de las palabras, como en las segundas intenciones el de la conducta. Desconfiad –rezaba un proverbio– de los que se encolerizan.
Si la amabilidad se cultivara como la mayor fuerza y la mayor disciplina...
Nuestra crítica tiene mucho que trabajar sobre el concepto contemporáneo de exilio. En las segundas significaciones radica el valor de las palabras, como en las segundas intenciones el de la conducta. Desconfiad –rezaba un proverbio– de los que se encolerizan.
Si la amabilidad se cultivara como la mayor fuerza y la mayor disciplina...
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