La presencia
del Papa en Colombia nos ha dejado tres impresiones.
La primera
impresión es que el catolicismo significa a menudo el único nexo o contacto
cultural que tiene gran parte del pueblo colombiano con la lectura y la
tradición bíblica y de ahí milenaria.
La segunda
impresión es que la venida del Papa a Colombia ha puesto en evidencia la
destrucción del mito liberal o posmoderno en cuanto no hay una separación tan
tajante entre religión y política.
La tercera y
última impresión es la alegría que desató el Papa entre ateos, comunistas o
descreídos, a quienes sin embargo no deberíamos llamar hipócritas porque,
aunque así lo fueran, pues con más gusto el Papa acogió esa alegría del pecador
arrepentido.
Nuestras tres
impresiones, como veremos, se refuerzan a la luz de la historia y la filosofía.
Que el catolicismo sea el único nexo cultural del colombiano promedio no
es algo que lamentar ni peyorativo. El Papa es el representante del Vaticano,
efectivamente un Estado-Iglesia cuyo centro puede estar tanto
en Roma como extendido por toda la tierra en parroquias, capillas y catedrales.
Francisco es el sucesor de Pedro y, en un sentido más amplio, del emperador del
Imperio romano a partir de Constantino (306-337), con lo cual recoge todas las
tradiciones del Mediterráneo incluido el judaísmo y el helenismo. Decía
Dante que el mundo no conocerá la paz hasta que el Imperio romano no esté
restablecido, y añadía Eugenio d’Ors que el concepto de Roma justamente se
opone al de Babel, es decir, al desorden de la guerra civil. Hegel, por su
parte, se dio cuenta de que no hay nada más revolucionario que
los Evangelios y que, en tiempos de revolución o de cambio, todo lo que
es antiguo es un enemigo –eslogan perfecto para el ambiente
progresista de nuestras universidades. Estos datos, por lo general, se ignoran
en la educación pública del Estado liberal y democrático y quedan ahogados por
la basura televisiva y de entretenimiento del capitalismo mass media.
Que la venida del Papa a Colombia haya puesto en evidencia la
destrucción del mito liberal se explica a la luz del concepto de teología
política, acuñado por el jurista y filósofo alemán Carl Schmitt en un libro
homónimo publicado en Berlín en 1922. Schmitt entiende la teología
política bajo esta impresionante definición: “Todos los conceptos
centrales de la moderna teoría del Estado son conceptos teológicos
secularizados”. Ello no va en contra del pasaje de Marcos (12, 17): “dad al
César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Antes bien, demuestra la
imposibilidad de imponer un poder político absoluto o una paz absoluta.
Dicho de otro modo: no basta que la ideología de la Paz, disparada por el
Estado a través de los grandes medios de comunicación, ni que la reconciliación
o el perdón, ratificados por las Altas Cortes, exoneren de delitos a los
antiguos terroristas de las FARC. Hace falta que la ideología Paz deje de serlo
y obtenga la misma significación que el milagro en la
teología, es decir, que posea la potestad de imponer algo rompiendo las leyes
naturales o regulares que la Constitución (Dios para seguir con la metáfora)
estableció. Sólo teniendo conciencia de esta analogía o similitud llegaremos a
conocer la significación de la visita del Papa a Colombia. Es la misma
conclusión a la que hubiera llegado Thomas Hobbes, en El Leviatán,
siguiendo su pensamiento decisionista y utilitarista:
“la Autoridad, no la Verdad, hace la Ley” (en latín suena más bonito: Autoritas,
non veritas facit legem).
Que la visita del Papa a Colombia haya alegrado incluso a ateos,
comunistas o descreídos se explica en cuanto es la alegría la primera
obligación y el primer paso para quien busca ganarse el cariño
de un pueblo. No hay que olvidar que, en su conjunto, el pueblo ama la
Autoridad. Y el Papa es, por lo tanto, una Autoridad: “y toda Autoridad es
buena por el solo hecho de existir”. (En francés, dicho por Joseph de Maistre,
suena mejor: “Tout gouvernement est bon lorsqu’il est établi”, Joseph de
Maistre, Du Pape, París, 1867). Y esto por la sencilla razón, añade
Carl Schmitt, “de que en la mera existencia de una autoridad va implícita una
decisión y la decisión tiene valor en sí misma, dado que en las cosas de mayor
cuantía importa más decidir que el modo como se decide.” Volviendo al caso
colombiano, el modo en cómo se ha decidido lo de la Paz en Colombia, ya se
sabe, está lleno de baches y males de procedimiento y hasta de injusticia.
Pero la visita del Papa a Colombia hará que ese modo nefasto
deje de importar. Importará, ante todo, la decisión soberana.
Para el materialista de izquierda y de derecha, en efecto, toda
religiosidad o espiritualidad del hombre es secundaria y superflua. El materialista
piensa que para cambiar al hombre basta mudar las condiciones económicas y
sociales. Y sólo es cuando aquel materialista de izquierda o derecha está en o con el
Poder cuando se da cuenta de la importancia del pensamiento teológico y de sus
derivaciones. Se da cuenta, en efecto, de que el pueblo al que tanto ha
despreciado no sólo requiere de pan y circo sino
de un sentimiento metafísico, es decir, de una religión fundada en una teología
milenaria. Lo amenazante del asunto es la ignorancia del origen teológico de la
palabra paz o de la palabra pueblo. Para el
político materialista, por ejemplo, el pueblo es una masa
amorfa con un fin o utilidad bélica, laboral, económica y
receptora de propaganda ideológica. Para el religioso o teólogo católico, por
el contrario, el “pueblo” debería ser un cuerpo social y jerárquico, es decir,
dotado de una cabeza, dorso y extremidades. Solo para Dios somos importantes.
El catolicismo colombiano ha sido ultramontano, es decir, más
papista que el papa. Y grandes colombianos como Miguel Antonio Caro o
Nicolás Gómez Dávila (no hablemos aquí del teólogo negativo Fernando Vallejo),
probablemente, habrían de preguntarse si esa soberanía de imponer la decisión
de la Paz es para beneficio de la gloria trascendente de Cristo o para la
soberbia inmanente de los tiranos de una tierra pasajera.
Desde el punto de vista de la teología política resulta evidente que la
visita del Papa a Colombia es la puesta en marcha del utilitarismo de la
democracia liberal, a través de la Tercera Vía, para imponer la ideología
progresista del pacifismo como nueva escatología de reemplazo. Un latinazo se amolda
perfectamente al entusiasmo desatado por el Papa Francisco: “stat pro
ratione Libertas, et Novitas pro Libertate” [La Libertad reemplaza a la
Razón, y la Novedad reemplaza a la Libertad].
Resulta, sin embargo, que no hay mucho de novedoso en el ecumenismo, universalidad o
flexibilidad del Papa Francisco. En primer lugar, hay que tener en cuenta la
encíclica Annum Sacrum (mayo 25, 1899) del Papa León XIII:
«El
imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los pueblos católicos y sobre
aquellos que habiendo recibido el bautismo pertenece de derecho a la Iglesia,
aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la caridad, sino
que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de suerte que
bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano».
En segundo lugar, no hay que
olvidar la encíclica Quas primas (11 de diciembre de 1925) del
Papa Pío XI, según la
cual, “todos los gobernantes deben
considerarse bajo la regia potestad de Cristo –el rey de reyes– pues a ella
deben el carácter cuasi sagrado de su propia potestad.”. Dicho
esto, conviene aclarar que la teología no es lo mismo que la religión. La teología quiere ser
una ciencia, y lo fue y lo sigue siendo aun a pesar de que Freud y sus
seguidores inventaran un concepto de ciencia completamente diferente que
pretendió liquidar a la religión y a la teología psicoanalíticamente, es
decir, como si se trataran de neurosis. Hecha esta aclaración,
terminemos planteando la hipótesis de que la alegría desatada por la presencia
del Papa Francisco en Colombia no es una mera neurosis ni
tampoco asegura el posterior guayabo o desilusión de un eventual fracaso en la Paz y Reconciliación. De nuevo lo de Marcos (12,
17): “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
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