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septiembre 11, 2018

Academia, República, Institución, Escuela (conceptos de teoría literaria)

            Aclaración de conceptos:

Los conceptos –hasta cierto punto neologismos tomados de la sociología francesa– como Redes intelectuales, Campo literario, Institución de la literatura, Historia intelectual, etcétera, se han enseñoreado prácticamente de la sociología de la literatura.  

     Con el propósito de hacer dichos tecnicismos más útiles y de mayor alcance o comprensión social, conviene trazar un repaso por términos que no se han datado lo suficiente y que quizás sean más comprensibles para el estudiante que se acerca o el profesor que repasa nociones de Teoría Literaria relacionada con la Sociología.


Institución

Este término es el que más ha hecho carrera en la sociología literaria a partir del libro del belga Jacques DuboisLa institución de la literatura (1978; traducido por Juan Zapata en 2013). 

A partir del concepto de campo literario - datado por el célebre Pierre Bourdieu  en Las reglas del arte (1993) -, el concepto de institución  no ha logrado desplazar el de campo. Ambos conceptos se fundan en una sociología basada en el concepto de Ideología formulado por Louis Althuser. Ambas obras también da por hecho el conocimiento de la Literatura (sobre todo de la literatura francesa del siglo XIX), por lo que conviene no descuidar cierta formación filológica en historia literaria. 

Yendo a lo más obvio, para evitar equívocos, Institución está etimológicamente compuesta del latín in (penetración) y statuere (estacionar, colocar). Las instituciones, por lo tanto, procuran ordenar o normalizar el comportamiento de un grupo de individuos cuyo propósito es un bien social o un fin común (aunque también puede haber instituciones del “mal”). De Institución se desprende naturalmente institutoinstruccióninstructorinstitutriz, y hasta se hace verbo en el infinitivo instituir. 

Madame de Staël (Anne Louise Germaine Necker, 1766-1817) es la primera en titular un texto relacionando ambas palabras: La literatura considerada en relación con las instituciones sociales(originalmente en francés, De la Littérature, considérée dans ses rapports avec les institutions sociales, 1800). Madame de Staël toma “literatura” en su vieja acepción de gramática (es decir, de las letras) que abarca tanto los escritos filosóficos como las obras de imaginación, es decir, cuanto concierne al ejercicio del pensamiento; o dicho de otro modo: todo lo escrito con excepción de los guarismos o números de las ciencias físicas. 

Lo que yo he querido hacer, confiesa Madame de Staël en la introducción de su ensayo, es mostrar la relación que existe entre literatura y las instituciones sociales de cada siglo y cada país. Y agrega: “Il est imposible d’etre un bon littérateur, sans avoir étudié les auteurs anciens, sans connaitre parfaitement les auteur classiques du siècles de Louis XIV”. En la vieja disputa dieciochesca entre antiguos y modernos (véase La querelle des anciens et des modernes), Madame de Staël se inclina por los últimos. A la pregunta de si la poesía griega antigua ha sido sobrepasada o igualada por los modernos, ella responde que sí.

Hay un tipo de ideal que aumenta en proporción a las ideas. Virgilio, en la Eneida, tuvo más sensibilidad que Homero para retratar el amor. RacineVoltairePopeRousseauGoethe, han pintado el amor con una especie de delicadeza, de culto, de melancolía y de devoción que son completamente ajenos a las costumbres, las leyes y la personalidad de los antiguos. A Madame de Staël le interesaba ante todo la sensibilidad (¿lo que hoy llamaríamos sensiblería o charlatanería sentimental?), puesto que la predilección por la fría razón o por el intelecto –tan alabado por los ilustrados– había desembocado, ya no digamos en la Revolución francesa (1789), sino ante todo en la Terreur (el Terror) de Robespierre (1792-1795).  

En un mundo de grandes avances científicos, en que ya Copérnico Galileo, Kepler y Newton habían abierto la conquista del espacio exterior, Madame de Staël decía que las ciencias guardan una conexión íntima con las ideas, que determinan las situaciones moral y política de las naciones. El progreso de las ciencias hace necesario el progreso de la moral (“les pregrès des sciences rendent nécessaires les progres de la morale”). Si aumenta el poder del hombre para acelerar y alcanzar mayor velocidad y fuerza, de igual modo debe reforzarse el freno que le impida abusar de ese poder. Pero, dado que el progreso científico más bien había dado lugar a la desacralización y al ateísmo, ¿de dónde iba a salir una nueva moral? 

El deseo de Madame de Staël por fundar una nueva moral se topa con la realidad de un país, Francia, destrozado por la Revolución y el Terror. Aunque ella escribe su libro en medio del primer Consulado (1799-1804) de Napoleón Bonaparte, nada obtiene de él. Aquel "plebeyo" se dio el lujo de dejarla plantada. Para vengarse de Napoleón, Madame de Staël se refugió en Alemania y se rodeó de quienes se opusieron a él, dejándose seducir por los hermanos Schlegel para, andando el tiempo, componer un ensayo lleno de admiración desenfrenada por los alemanes. De ahí su libro De la Alemania (1814). Más tarde, en 1835, el poeta alemán Heinrich Heine, entonces exiliado en París, escribiría un remaque con el mismo título, De la Alemania(1835), un ensayo irónico y lúcido contra la imagen inocente y romántica que de Alemania había vendido Madame de Staël. El libro de Heine suele editarse en  dos volúmenes distintos: Sobre la historia de la religión y la filosofía en Alemania, y La escuela romántica.


        Escuela

Llegados a este punto, conviene detenernos en el concepto de Escuela como refuerzo del concepto de Institución. Una escuela se compone de subescuelas, círculos, esferas o comunidades que pretenden ordenar individuos concretos con cierta tendencia intelectual discernible en una comunidad intelectual. Tal, por ejemplo, la Escuela Universalista Española del siglo XVIII formada a partir de los jesuitas exiliados en Italia y que representa un paradigma frente a la Ilustración de cuño francés o alemán. 

Ahora bien, la Escuela Romántica es la que más nos atañe, ya  tuvo una impresionante influencia –que aún nos afecta– y abarcó todos los géneros literarios y se legitimó en varias corrientes filosóficas, principalmente en el Idealismo alemán.  Merece una entrada aparte


Academia 

Platón inventó la academia, en cuyo frontispicio puso un letrero que rezaba: “que no entre aquí quien no sepa de geometría”. Era un precepto pitagórico, órfico, según el cual hay una música o armonía (un universo) en los números o guarismos. Semejante "perfección" geométrica necesitaba extenderse por igual al mundo de la doxa, es decir, de las opiniones, de la verbosidad, del habla y de la escritura  - de la Poesía en suma - cuya naturaleza es desorganizada y asimétrica, y de ahí que en el Libro X de la República, más que expulsar a los poetas, Platón los invite a racionalizarse en la construcción del  Estado que es, para él y en un plano abstracto, el Poema más perfecto. 
            Platónico hasta cierto punto, el catolicismo admitió la Academia para designar el cuerpo de profesores de un determinado lugar. En 1440, consolidándose o institucionalizándose en la Italia renacentista, se fundó la Academia platónica florentina con Pico della Mirandola. Posteriormente, merced a los viajes a Italia (el viaje a Italia es un género literario) de intelectuales de otros países, el resto de las capitales europeas comenzó a abrir sus respectivas academias: Academia Matemáticas de Madrid (1582), Royal Society of London (1660), Academia Francesa (1666). Durante el siglo XVIII se fueron desprendiendo las academias de las ciencias exactas, de la Historia y de la Lengua, etc. Esta última, desde España y con sus sucesivas etapas en los diversos países de Hispanoamérica, sigue teniendo un enorme peso en la fijación oficial del lenguaje y en la edición crítica de obras literarias. 

            República de las letras 

Lo que ahora se llama “redes inteletuales” (del francés réseaux y así datado por la moderna historia intelectual que ha buscado reemplazar injustificadamente la historia de las ideas) es lo que más bien deberíamos seguir llamando República de las Letras
        Se funda una República de las Letras entre quienes se cartean o tienen una correspondencia intelectual con amigos y colegas (así sea por el moderno e-mail o la red social),  pues también en español “letras” fue sinónimo de cartas como sigue diciéndose en inglés letter o en francés lettre
      El origen moderno de la República de las letras hay que buscarlo en 1384 entre los cancilleres italianos y franceses del Papado en Avignon, especialmente en el secretario italiano Coluccio Salutati, maestro en el arte retórico de componer cartas y así hasta fijar el arte novelesco de un Bocaccio. Una sólida formación en gramática latina permitió fijar, entre los secretarios italianos (piénsese, si no, en el secretario Maquiavelo), un modo de cartas familiares y oficiales, en el que los jóvenes de entonces se habituaban en el uso de la retórica y del Derecho romano. Con semejante modelo de redacción, frente al cual el destinatario se sentía atraído, fácilmente se obtenía lo deseado: dinero de los padres o ser absuelto por un tribunal. Por consiguiente, la República de las Letras se instaló o nació al calor de las cancillerías y diplomacias en donde la cultura se volvió un asunto político. O dicho de otro modo: un asunto de eficacia
        El fundar o habitar una República literaria siguió asumiéndose durante los siglos XIX y XX entre aquellos escritores o intelectuales que se carteaban entre sí y que a través de su correspondencia o epistolario terminaron por fundar una res (cosa) pública literaria. Escritores cuyo epistolario constituye una auténtica República de las Letras son, entre nosotros, Alfonso Reyes, José Ortega y Gasset, Menéndez Pelayo, Miguel Antonio Caro, García Márquez, Carlos Fuentes o Vargas Llosa. Varios de ellos, dicho sea de paso, también ocuparon cargos consulares o políticos.  

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