octubre 12, 2018

12 de octubre: ya no conmemoramos a Colón porque con base en Foucault...




Celebramos o exaltamos a quien nos es similar. 

Nada más alejado del sujeto actual (del urbanícola contemporáneo encerrado en cuatro paredes o en las latas de un coche como una sardina) que el almirante genovés, ese conquistador y aventurero de Cristóbal Colón...

En la era de los viajes interplanetarios y de la comunicación satelital, cuando el urbanícola cruza en 8 o 10 horas el Atlántico sin dejar de estar sentado, nuestro mundo se ha vuelto puro futuro. El pasado es una cosa despreciable; la conquista de América... sólo terror, despojo, sangre, venas abiertas...: 

"¡Desgraciado Almirante! Tu pobre América
[...]es una histérica de convulsivos nervios y frente pálida". (R. Darío).



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Ya el antropólogo y filólogo cubano Fernando Ortiz, desde 1905, se opuso a conmemorar el 12 de octubre como el Día de la Raza o el Día de la Hispanidad. Cierto. 

Pero resulta que, en la era de los sustitutos de religión y símbolos patrios, el homo academicus necesita encarnar el milagro en un santo, es decir, necesita de un Sujeto para entenderse. Ya no es Colón por las razones susodichas. Ahora es Foucault... 

Porque Foucault es la  crítica pero también la encarnación del homo academicuses decir, del académico que se aleja de la Polis (del ágora y de la plaza pública) y se encierra, valga la redundancia, en su propia interioridad y comienza desde ahí a preguntarse quién domina el mundo y quién ha inventado los héroes, las conmemoraciones, las celebraciones, el Día de la Raza, de la Hispanidad, los indigenismos, la derecha, la izquierda...  

Dicho esto, valga presentar un interesante libro colectivo presentado por la BUAP y la Universidad de Chiapas, Prácticas dicursivas y creación de subjetividades. Estudios foucaultianos (2018), coordinado por Jorge Gómez Izquierdo y Colette Despagne Broxner. El libro cuenta con ensayos estupendos de Francisco Romero Múñoz (¨Sobre el problema del sujeto y la subjetividad en Michel Foucault"), de Sol Tiverovsky Scheiner ("Dispositivo de sexualidad y racismo. Algunos casos de la novelística mexicana") y de, entre otros, Ana Luisa Ramírez Múñoz ("La construcción del enemigo interno en México: una revisión del estallido del EZLN"). 

octubre 04, 2018

Veracruz talasofóbico: «Aquí no es Miami» y «Temporada de huracanes» de Fernanda Melchor





            Leer los relatos –así los llama Fernanda Melchor en la contraportada– de Aquí no es Miami es abrir tremenda ventana hacia el Caribe. 

Un hombre de nombre Paco, estibero del puerto de Veracruz, se dirige por la avenida Montesinos hacia la garita del muelle. Hay, aparcadas, una furgoneta del Instituto Nacional de Migración y varias patrullas de la Policía Federal. Cuando los agentes con sus perros rastreadores se retiran a medianoche, de repente emerge el Caribe en boca de unos polizones ocultos en el último remolque: “¡Mi hermano! ¡Ayúdame, mi hermano! [...] Somos dominicanos. Po' favor, ayúdanos, tenemos una semana sin comer. […] Dinos que estamos en Miami, por favor”. Paco, el estibador, aterrado, responde: “¿Miami? ¡No mamen, están en Veracruz!”. 

Ahí está el meta-archipiélago sin límites y sin centros, el Caribe, que aparece en un remolque en Veracruz o en el barrio Little La Habana de Miami. Es decir: si aquí no es Miami, luego puede ser Santo Domingo, La Habana, Barranquilla, Maracaibo, Kingston… Si aquí no es Miami, bien puede sonar un son cubano, una cumbia barulera, un porro sabanero, un cha-chá, un bolero. ¿Acaso no sonó por todas las emisoras del planeta el famoso son jarocho “Bamba, bamba”, que primero popularizó Andrés Huesca durante la época de oro del cine mexicano y después dio a conocer Ritchie Valens en 1958 y que “Los Lobos” interpretaron como tema musical de la película «La bamba» que narraba la vida del Ritchie…?

            No decimos nada nuevo si insistimos en que México es un país talasofóbico (talas es mar en griego): México le tiene fobia al mar a pesar de estar bañado por dos océanos y en sí mismo constituir un istmo. Su megalópolis –incluyendo el área metropolitana de Puebla, Tlaxcala, Pachuca y Toluca– se extiende sobre los altiplanos centrales centrípetamente. Semejante centralismo hace que las ciudades costeras como Veracruz a menudo queden exangües, sin sangre, chupadas, cadavéricas, vampirizadas. No es extraño, por lo tanto, que varias casas del centro histórico de Veracruz cobren el aspecto de caserones góticos, abandonados, donde moran fantasmas y se esconden vampiros.

En su estupendo ensayo La isla que se repite (1998), Antonio Benítez Rojo observó que el Caribe no es solamente un mar interior entre Norteamérica, Centroamérica y Suramérica, el que baña las costas de Venezuela y Colombia y las de la península de Yucatán y las de la Florida y el que se adentra en el Golfo de México y el de las Antillas menores y mayores flotando en su centro. No. El Caribe es ante todo un meta-archipiélago sin límites y sin centros: 

"el Caribe desborda su propio mar, y su última Tule puede hallarse a la vez en Cádiz o en Sevilla, en un suburbio de Bombay, en las bajas y rumorosas riberas del Gambia, en una fonda cantonesa hacia 1850, en un templo de Bali, en un ennegrecido muelle de Bristol, en un molino de viento junto al Zuyder Zee, en un almacén de Burdeos en los tiempos de Colbert, en una discoteca de Manhattan y en la saudade existencial de una vieja canción portuguesa". (1998: 18).


Volviendo a los relatos de Aquí no es Miami, éstos tienen una presencia colombiana constante.  En el primero de los relatos, “Luces en el cielo”, la fantasmagoría de los ovnis y de platillos voladores, que en un principio fascina a la niña narradora que con su hermano las contempla desde una playa del puerto hacia 1991, tiene que ceder a la evidencia más prosaica o realista: son avionetas de narcos que traen cocaína desde Colombia. En el relato “No se metan con mis muchachos. Apuntes para una crónica de la llegada del crack al puerto”, aparece un hombre a quien apodan El Pollero y quien “sueña convertirse en narco y salir de la pobreza […] La droga colombiana llegaba en contenedores, a través de buques provenientes de Sudamérica, o atravesaba el Caribe a bordo de avionetas, hasta llegar a las bodegas en Mérida y Chiapas, para acabar en las narices de los empresarios y juniors del puerto” (pp. 119-120). Esta pequeña cita  permite reforzar una hipótesis en la que hemos venido trabajando. 

La última «revolución proletaria» de la que tenemos noticia –si entendemos por «revolución» aquel proceso que acelera salir de la pobreza y entrar en la riqueza al pobre o saltar del «proletariado a la burguesía»– la ha protagonizado el narcotráfico y ha tenido a Colombia como escenario principal. No es gratuito que el narcoterrorismo haya estallado en Colombia entre 1989 y 1991. Pues, mientras al otro lado del mundo se desplomaba pacíficamente la Unión Soviética y el Muro de Berlín, el Cartel de Medellín ordenaba el estallido en pleno vuelo con 107 pasajeros a bordo del Boeing de Avianca 727-21 que cubría la ruta entre Bogotá y Cali (27 de noviembre de 1989); hacía estallar un camión cargado con 60 kilos de dinamita contra el edificio del diario bogotano El Espectador (2 de septiembre de 1989), y un autobús con 500 kilogramos de dinamita contra el edificio del Departamento Administrativo de Seguridad (6 de diciembre de 1989). Semejantes acontecimientos siguen siendo fotografías, imágenes, aun cuando abundan textos (ríos de tinta) novelas, crónicas y reportajes al respecto. 


 



octubre 01, 2018

La Literacidad o el olvidado Arte de la Lectura




  El tema de la lectura –de la literacidad y de alfabetización– no debería solamente asumirse desde una monolítica perspectiva sociológica, sino extenderse o elevarse a lo artístico o estético. Pues, como convertir un símbolo escrito en una símbolo sonoro supone un fenómeno estético (del griego "aesthetics", que se traduce como "lo sensible"), la lectura es ante todo un problema filosófico. Es cierto que abundan teorías y técnicas de fomento de la lectura, estudios con encuestas sobre cuántos libros se leen al año en tal o cual sector socioeconómico. Bien está. Pero es necesario asumir este problema desde el punto de vista del efecto retórico y poético, es decir desde las condición dialéctica escritor-lector-editor. La poesía o la literatura no son ramas del lenguaje. El lenguaje mismo es poesía (Nietzsche). La poesía hace posible el lenguaje (Heidegger). Toda lectura supone un performance lírico. Toda lectura, al descifrar símbolos escritos y transformarlos en sonoros, entraña un accionar mágico y místico.
 
 En Estética de la lectura. Una teoría general (Verbum, Madrid, 2012), de Pedro Aullón de Haro, postula como una novedad un olvidado y maravilloso tratado, El Arte de la Lectura (1899) de Rufino Blanco, al que se puede acceder picando aquí: 



La definición de lectura de Rufino Blanco es impresionante: “la Lectura crea formas, porque transforma la expresión escrita en expresión oral, y transforma, asimismo, como otras artes, los sonidos naturales de nuestro aparato fonético en signos orales, o, lo que es lo mismo, en palabras; luego la Lectura es un arte". 

En este sentido, leer es crear. 

Hay una enorme diferencia entre leer y ver televisión o cine o, incluso, contemplar una obra plástica. Estas últimas operaciones (ver una pantalla o un cuadro) es directa y sin código absoluto y preciso. En cambio, y aquí vale la pena citar a Aullón de Haro:

"La contemplación de la obra literaria no es nunca directamente tal sino lectura estricta sobre la base de un completo código que alberga y recubre la obra como totalidad al tiempo que la une mediante el lenguaje a su contemplador".
 

El Arte de la Lectura, relegado y olvidado hasta extremos incomprensibles, ejerció un daño incalculable a generaciones de estudiantes por métodos depredadores que desligaban sus objetos de estudio de la realidad temporal e histórica en la cual únicamente adquieren sentido y existen, es decir, métodos desnaturalizados que presuponían la dejación de la libertad, la responsabilidad y el espíritu propio del sujeto lector, así como del objeto verbal o texto que es leído y por ellos nos habla, en favor de un tercero. En palabras de Aullón de Haro: 
    “Durante la segunda mitad del siglo XX se vino a olvidar que el problema didáctico de la lectura, enmarcado en el régimen de la racionalidad tradicional de la ciencia del lenguaje y las evoluciones humanística y pedagógicas de la milenaria Retórica, había obtenido su específico desarrollo disciplinario en el siglo anterior bajo el marbete de Arte de la Lectura, vinculado a los usos académicos y dramáticos de la lectura en voz alta, de la recitación y la declamación.” (p. 85). 


         La lectura no es una tecnología o meramente un medio. La disciplina de la LITERACIDAD, en consecuencia, debería admitir que la lectura es una práctica del individuo no sólo la posee integrada con naturalidad en su comportamiento, sino que además define su entidad psíquica, su integridad personal y su visión del mundo. Y el abandono o la merma de esa práctica, la lectura seria, que permanece secular en un sector significativo de las sociedades produciría sin duda una caída de las capacidades de intuición, comprensión y reconciliación con el mundo sin posible analogía o regreso a un régimen propio de las culturales orales que es por completo ajeno al nuestro conocido por históricamente fundado y cuyo destino conocido no es rectificable. Es decir. No podemos volver a las llamadas nostálgica y retrógradamente “culturales orales”. 
         Decía Camila Henríquez Ureña (la hermana de Pedro Henríquez Ureña, el gran ensayista dominicano) que el proceso de lectura, de lectura literaria, consta de dos partes: recibir las impresiones de la lectura hasta el límite de nuestra capacidad de receptividad y comprensión” y “comparar y formarnos un juicio sobre las múltiples impresiones recibidas pudiendo llegar a una conclusión. Por lo demás, Camila Henríquez Ureña define al buen lector como aquel que aspira a comprender
         
 El problema al que hay que enfrentarse es, pues, al de la Lectura Seria.
  
La lectura hipertextual (Facebook, Twitter), por la que el ojo y el cursor se deslizan a gran velocidad por muy diversos materiales, ocasiona desconcentración, indisciplina, dispersión psíquica y conceptual, sin mencionar la fragmentación del sentido de la realidad, todo lo cual lleva a un retraso lector y a la dislexia.

         Tiene razón Aullón de Haro cuando afirma que la lectura, la lectura seria por mejor decir, es realidad profunda del yo, vida intensificada, y no sustitución de la vida, a diferencia de lo que pueden llegar a pensar quienes leen poco

Y esto último me encanta:
         

 La crítica, por principio mayor, ha de asumir la lectura, no dar un salto a otra cosa.” (pp. 140.141).