El tema de la lectura –de la literacidad y de alfabetización– no debería solamente asumirse desde una monolítica perspectiva sociológica, sino extenderse o elevarse a lo artístico o estético. Pues, como convertir un símbolo escrito en una símbolo sonoro supone un fenómeno estético (del griego "aesthetics", que se traduce como "lo sensible"), la lectura es ante todo un problema filosófico. Es cierto que abundan teorías y técnicas de fomento de la lectura, estudios con encuestas sobre cuántos libros se leen al año en tal o cual sector socioeconómico. Bien está. Pero es necesario asumir este problema desde el punto de vista del efecto retórico y poético, es decir desde las condición dialéctica escritor-lector-editor. La poesía o la literatura no son ramas del lenguaje. El lenguaje mismo es poesía (Nietzsche). La poesía hace posible el lenguaje (Heidegger). Toda lectura supone un performance lírico. Toda lectura, al descifrar símbolos escritos y transformarlos en sonoros, entraña un accionar mágico y místico.
En Estética de la lectura. Una teoría general (Verbum, Madrid, 2012), de Pedro Aullón de Haro, postula como una novedad un olvidado y maravilloso tratado, El Arte de la Lectura (1899) de Rufino Blanco, al que se puede acceder picando aquí:
La
definición de lectura de Rufino Blanco es impresionante: “la Lectura crea
formas, porque transforma la expresión escrita en expresión oral, y transforma,
asimismo, como otras artes, los sonidos naturales de nuestro aparato fonético
en signos orales, o, lo que es lo mismo, en palabras; luego la Lectura es un
arte".
En
este sentido, leer es crear.
Hay
una enorme diferencia entre leer y ver televisión o cine o, incluso, contemplar
una obra plástica. Estas últimas operaciones (ver una pantalla o un cuadro) es
directa y sin código absoluto y preciso. En cambio, y aquí vale la pena
citar a Aullón de Haro:
"La contemplación de la obra literaria no es nunca directamente tal sino lectura estricta sobre la base de un completo código que alberga y recubre la obra como totalidad al tiempo que la une mediante el lenguaje a su contemplador".
El
Arte de la Lectura, relegado y olvidado hasta extremos incomprensibles, ejerció
un daño incalculable a generaciones de estudiantes por métodos
depredadores que desligaban sus objetos de estudio de la realidad temporal e
histórica en la cual únicamente adquieren sentido y existen, es decir, métodos
desnaturalizados que presuponían la dejación de la libertad, la responsabilidad
y el espíritu propio del sujeto lector, así como del objeto verbal o texto que
es leído y por ellos nos habla, en favor de un tercero. En palabras de Aullón
de Haro:
“Durante la segunda
mitad del siglo XX se vino a olvidar que el problema didáctico de la lectura,
enmarcado en el régimen de la racionalidad tradicional de la ciencia del
lenguaje y las evoluciones humanística y pedagógicas de la milenaria Retórica,
había obtenido su específico desarrollo disciplinario en el siglo anterior bajo
el marbete de Arte de la Lectura, vinculado a los usos académicos y dramáticos
de la lectura en voz alta, de la recitación y la declamación.” (p. 85).
La
lectura no es una tecnología o meramente un medio. La disciplina de la
LITERACIDAD, en consecuencia, debería admitir que la lectura es una práctica del
individuo no sólo la posee integrada con naturalidad en su comportamiento, sino
que además define su entidad psíquica, su integridad personal y su visión del
mundo. Y el abandono o la merma de esa práctica, la lectura seria, que
permanece secular en un sector significativo de las sociedades produciría sin
duda una caída de las capacidades de intuición, comprensión y reconciliación
con el mundo sin posible analogía o regreso a un régimen propio de las
culturales orales que es por completo ajeno al nuestro conocido por
históricamente fundado y cuyo destino conocido no es rectificable. Es decir. No
podemos volver a las llamadas nostálgica y retrógradamente “culturales orales”.
Decía
Camila Henríquez Ureña (la hermana de Pedro Henríquez Ureña, el gran ensayista dominicano)
que el proceso de lectura, de lectura literaria, consta de dos partes: recibir
las impresiones de la lectura hasta el límite de nuestra capacidad de
receptividad y comprensión” y “comparar y formarnos un juicio sobre las
múltiples impresiones recibidas pudiendo llegar a una conclusión. Por lo demás,
Camila Henríquez Ureña define al buen
lector como aquel que aspira a comprender.
El
problema al que hay que enfrentarse es, pues, al de la Lectura Seria.
La lectura hipertextual (Facebook, Twitter), por la que el
ojo y el cursor se deslizan a gran velocidad por muy diversos materiales,
ocasiona desconcentración, indisciplina, dispersión psíquica y conceptual, sin
mencionar la fragmentación del sentido de la realidad, todo lo cual lleva a un
retraso lector y a la dislexia.
Tiene
razón Aullón de Haro cuando afirma que la lectura, la lectura seria por mejor
decir, es realidad profunda del yo, vida
intensificada, y no sustitución de la vida, a diferencia de lo que pueden
llegar a pensar quienes leen poco.
Y esto último me encanta:
La
crítica, por principio mayor, ha de asumir la lectura, no dar un salto a otra
cosa.” (pp. 140.141).
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