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septiembre 30, 2014

Aprendizaje y heroísmo, de Eugenio d'Ors

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El 20 de enero de 1915 Alfonso Reyes asiste a la Residencia de Estudiantes de Madrid y escucha la conferencia Aprendizaje y heroísmo, de Eugenio d’Ors (Barcelona, 1881-1954). Debió, fascinado, tomar apuntes. Son de oro las ideas de d’Ors:
Go to event: Un paseo por la Colina de los Chopos

            “[...] Lo de Kierkegard: “El que no sabe repetir es un esteta. El que repite sin entusiasmo es un filisteo. Sólo el que sabe repetir, con entusiasmo renovado constantemente, es un hombre”. 

“El arte de ayudar y guiar a los estudiantes se llama Pedagogía. Y el peligro de la Pedagogía está, como el de tantas cosas, en la ideología romántica. Todo un siglo ha padecido bajo su poder. Desde Rousseau hasta Spencer, y aun más tarde, ella ha impuesto, en la obra de enseñanza, con la superstición de lo espontáneo, la repugnancia que hemos llamado, desdeñosamente, medios mecánicos, o medios librescos, y sensibleramente, medios fatigosos de aprender. Se dice ya que esta pedagogía viene del Renacimiento. Pero hay aquí, me parece, algún error. Casi nada es, en el siglo XIX, continuación del Renacimiento. […] Comparemos el espíritu heroico de la educación y del aprendizaje que estalla magníficamente en el Gargantúa, con las blanduras del Emilio rousseauniano, de donde ha salido la ralea infinita de las blanduras modernas: claramente podemos ver que en estas últimas hay ya un principio de retorno de la sensualidad viciosa, oprobio de los primeros maestros del Gigante y de que le redimieron sus nuevos maestros renacentistas”. 

“[…] porque es caso demostrado que, para que el interés se despierte por algo, es ya necesario, como previa condición, algún conocimiento de lo que llega a interesar […] Cabría afirmar, por consiguiente, que no sabemos las cosas porque anteriormente nos hayamos interesado en ellas, sino que nos interesamos por ellas, porque antes las hemos, hasta cierto punto, sabido. Pero saber las cosas no quiere decir sino poder recordarlas en un momento oportuno. […] No recordamos las cosas porque ellas nos hayan interesado, sino que nos interesan por el recuerdo que ya tenemos de ellas. […]   El evangelio del conocimiento humano puede explicar su génesis así: “En un principio era la Memoria”.

“Estudiamos meses y meses el alemán: lo sabemos en un minuto. Silabea el párvulo torpemente: una mañana se levanta pudiendo leer. Cualquier adquisición mental se cifra, en rigor, en una intuición, pero le hemos preparado largos razonamientos. No es la adquisición el efecto de los razonamientos. En vano buscaríamos en éstos la causa eficiente de aquella; pero aquélla es el premio de éstos, o tal vez mejor, el premio a la actitud que éstos imponen y, como si dijéramos, la recompensa a la humildad que ha tenido el razonador… Sí; hay que empezar por lo exterior, hay que empezar por la actitud. Hay que abandonar todo orgullo. “Toma agua bendita –diremos siempre con Pascal, – toma agua bendita”.

“Que es altiva señora la Sabiduría y sólo alcanzará sus favores quien antes se haya arrodillado ante ella.” 

“Cualquier profesión es una aristocracia. Tú, amigo aprendiz, cuando alcances la maestría en tu oficio, te convertirás con eso en un aristócrata. Más aristócrata que el señor ministro de fomento, pongo por caso. Porque el señor Ministro de Fomento no ha tenido, para el trabajo que hoy se le encomienda, ninguna técnica preparación: es en él un recién llegado, un advenedizo. En tanto que tú solo pasarás a maestro mucho más tarde, y previa colaboración del Tiempo con la Heroicidad. Y el fruto de la unión del Tiempo con la Heroicidad se llama Nobleza".

"El mal de las modernas democracias no es tanto que en ellas no esté representado el espíritu de los marqueses, como que no lo esté el espíritu de los encuadernadores, de los alfareros, de los herreros, de los médicos, de los curtidores, de los artista, de los maestros de escuela, de los maestros sastres y de los maestros plateros. Bandas amorfas de hombres de profesión improvisada, indeterminada, múltiple o no muy conocida, deciden de la elección de otros hombres, también a menudo de oficio poco claro, si no es que sea equívoco o inconfesable; y delegan en ellos una voluntad imprecisa. De esos tales sale mañana un ministro de Fomento; el cual, cuando no es ministro de Fomento es, un cuarto, abogado; un cuarto, agitador; un cuarto, periodista. Y éste, con otros de un mismo tipo social, es el que resuelve los problemas que afectan a los plateros, a los sastres, a los maestros de escuela, a los artistas, a los curtidores, a los médicos, a los herreros, a los alfareros y a los encuadernadores. Luego hay genios, que no quieren ser más que genios; y los apóstoles, sin otra manera de vivir que el apostolado. Luego hay las cortesanas y las cupletistas, y los cómicos sin estudio, y los escritores sin humanidades, y los amateurs, y otros hombres y mujeres igualmente inmorales; porque no han sido aprendices como tú, hijo mío, y en nada llegarán a ser maestros, como tú llegarás”.

“(que sabor y sabiduría son tal vez una misma cosa)”.

“Pasa los ojos por las imágenes. Proceden de claustros catalanes del siglo XII. Las esculturillas nos dan un trasunto vivo del trabajo manual en aquellos tiempos. Trasunto exacto, piadosamente minucioso. Es delicioso de ver. Mira, mira reunida aquí, la síntesis de los oficios de la construcción. Adivina aquí toda su humildad, toda su nobleza, toda su santidad. El perfume de muchas vidas calladas nos llega, a través de ocho siglos. Capiteles de la Seo de Gerona, capiteles de San Cacufate del Valle. El Arca de Noé se cosntruye. Figurillas de carpinteros que la pulen la madera con garlopas; de picapedreros, bien asentados en taburetes y que se valen de morteros; de escultores, que manejan una maza de forma cilíndrica; de leñadores, con sus hachas; de labradores, con sus rostros y zapapicos; de albañiles, que trajinan el agua en una jarra de forma especial, suspendida entre dos palos; de astilleros, que construyen la nave. Y Adán, que arrojado del Paraíso, empuña, bravo, su azadón, mientras a su lado Eva, campesina hacendosa, hila pacientemente la lana”. 

“[…] se figuran que es cuestión de vivacidad y de listeza el arte de escribir, el de pensar filosóficamente, el arte de pintar y el de escribir discursos y comedias. Pero nosotros sabemos que toda obra humana, a cualquier formación y producción, convienen aprendizaje largo y seria y terca disciplina”. 


Obra Bien Hecha.  


julio 27, 2014

La Primera Guerra Mundial comenzó en México

El asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando y de su esposa Sofía Chotek el 28 de junio de 1914, que llevó a que un mes después el imperio austrohúngaro declarara la guerra a Serbia, parece baladí y sin las proporciones mundiales de lo que se jugaba en el ajedrez del mundo al otro lado del Atlántico. La Primera Guerra Mundial, en realidad, había estallado un año antes, durante los diez días de terror que sufrió la Ciudad de México entre el 9 y el 19 de febrero de 1913 y que se conocen en la historia como la Decena Trágica.
Reprocharán este enfoque muchos historiadores de corte eurocentrista o intracolonialista. Pero así como Inglaterra buscó impedir que Alemania –el imperio autrohúngaro– dominará en Europa, de la misma forma Estados Unidos debilitó a México, el país más poblado y fuerte de la América española, para controlar mejor el hemisferio. Ya en 1898 se había apoderado de Cuba y Puerto Rico bajo la excusa de expulsar cualquier presencia olorosa a España.
Tras la Decena Trágica, hacia finales de febrero de 1913, la Embajada de Estados Unidos impuso en México al dictador Victoriano Huerta. En el cambio de régimen presidencial, ya para 1914, el nuevo gobierno de Estados Unidos se declaró enemigo del dictador mexicano. Too late. Huerta había pactado con los alemanes, en secreto, el desembarco de nuevo armamento. Lo necesitaba para combatir a los revolucionarios Venustiano Carranza y Pancho Villa. A cambio, los alemanes tendrían puntos estratégicos en la frontera para un posible ataque contra the US.
Y, así, la primera batalla marítima de la Gran Guerra no sucedió en Europa sino en Veracruz, México, el 21 de abril de 1914, cuando la fuerza naval de Estados Unidos sitió el puerto para impedir que el dictador Huerta, al que había impuesto un año atrás, se aliara con los alemanes y los japoneses, y estos le desembarcaran armamento o, peor aun, soldados que amenazaran su hegemonía hemisférica: “México para los norteamericanos”.
Mi hipótesis se sostiene en buena parte a partir de una lectura cuidadosa de La guerra secreta en México [The Secret War in México], la estupenda documentación que el historiador austriaco Friedrich Katz publicó en la Universidad de Chicago en 1981. Efectivamente, México jugaba un papel preponderante a comienzos del siglo XX. Se había convertido en el primer o segundo productor mundial de petróleo. Si bien la gran parte estaba controlada por empresas de Estados Unidos, desde 1901 el presidente Porfirio Díaz, según Katz, “comenzó a volverse hacia las potencias europeas, Inglaterra y Alemania principalmente, invitándolas a invertir en su país y a desafiar la supremacía norteamericana”.[1] Pero pagó muy caro su desafío.
La nueva superpotencia de los Estados Unidos de América, que contralaba los Ferrocarriles Nacionales de  México con maquinistas y tripulantes que ni siquiera hablaban español, permitió en cierta forma el contrabando de armas a los opositores de Porfirio Díaz, y un ínfima guerrilla derrotó a todo un Estado. A la diplomacia imperialista angloamericana no le interesaba la transición democrática de México, para lo cual hubieran apoyado al general Bernardo Reyes, sino sumir al país en la anarquía.
Desde tiempo atrás, más bien, parecían conspirar contra el general Reyes. Éste tenía la idea de reforzar el ejército mexicano con nuevos sistemas de reclutamiento, cuestión poco conveniente para los intereses gringos. Si México hubiera tenido un ejército poderoso, organizado a la manera del ejército prusiano, Estados Unidos se hubiera abstenido de entrometerse tan a menudo en su política interna. Todo en política es fuerza.
Invasión naval de Estados Unidos en Veracruz, México

julio 20, 2014

Top 5 Centenarios 2014




1)   Primer bombardeo aéreo sobre París





 
Las fantasías cubistas y futuristas de Picassos, Riberas y Marinnetis se hicieron realidad el 30 de agosto de 1914: zeppelines, turbando el aire de París, ladearon varias veces la Torre Eiffel arrojando bombas de seis libras. De paso pasaban arrojando panfletos de advertencia para la rendición absoluta: las tropas alemanas, que ya habían invadido Bélgica, estaban ad portas de la ciudad.[1]

2)   Invasión del puerto mexicano de Veracruz

La primera batalla marítima de la Gran Guerra no sucedió en Europa sino al otro del Atlántico, el 21 de abril de 1914, cuando la fuerza naval de Estados Unidos sitió el puerto de Veracruz para impedir que el dictador Victoriano Huerta, al que había impuesto un año atrás, se aliara con los alemanes y los japoneses, y estos le desembarcaran armamento o soldados que amenazaran su hegemonía: México era el primer o segundo productor mundial de petróleo. "México para los norteamericanos". [2] 


3) Pancho Villa y Zapata en el Palacio Nacional

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La anécdota la narraría mucho mejor nuestro amigo novelista Federico Guzmán Rubio: del norte y del sur dos ejércitos comandados por generales campechanos irrumpen con sus multitudes bravías de a caballo en la antigua capital de Nueva España, y sin saber muy bien lo que desean se entrevistan el 6 de diciembre de 1914 en el Palacio Nacional. La fotografía lo dice todo: están incómodos en esas sillas palaciegas, a disgusto lejos de sus caballos y de sus rústicos ranchos. Mientras tanto reina la anarquía en la vieja Ciudad de los Palacios –los más ricos se han marchado al exilio o se refugian a las afueras como la familia de Paz Solórzano: Octavio nace en Mixcoac). Así se lo contaba Pedro Henríquez Ureña a Alfonso Reyes –otro de los exiliados:
México ha dejado de existir. Allí no hay gobierno, ni propiedad privada, ni existencia individual jurídica, ni tribunales, ni registro civil. Se han destruido millones en valor de inmuebles en sólo la capital. Fenómeno único en las guerras civiles de América y que en las del mundo sólo hace recordar la inevitable Revolución Francesa. […] ¿Qué surgirá de este extraño desastre? ¿Volverá a haber civilización en México?[3]  


4)   Asesinato en Bogotá del general Rafael Uribe Uribe

Aterrada por eso tan “guache” de la Revolución mexicana, ¡ala!, la oligarquía colombiana se puso las pilas y el 15 de octubre de 1914, a plena luz de la mañana y a la vista del Capitolio Nacional y de la Catedral Primada de Bogotá (que luego se acusaban mutuamente), dos carpinteros sabaneros mataron a hachazos al general Rafael Uribe Uribe, no fuera a ser que a pesar de haber fracasado en treinta y dos levantamientos armados contra el Estado, esta vez, ya siendo senador por el Partido Liberal, triunfara en su oposición contra la discreta dictadura que urdían liberales y conservadores con la Unión Republicana –¿igual al Frente Nacional o a la actual Unidad Nacional? Probablemente García Márquez se inspiró en él para su coronel Aureliano Buendía.

5)   Apertura del Canal de Panamá

 
Once años después de que el antiguo departamento de Panamá lograra independizarse de Colombia en 1903, luego de que los políticos bogotanos que ni siquiera conocían el mar se rehusaran a firmar algún acuerdo con el presidente Roosevelt, el Canal abrió sus primeras compuertas para el paso de embarcaciones de un océano a otro el 15 de agosto de 1914. El contrato en beneficio de Estados Unidos se firmó a perpetuidad, pero el general Omar Torrijos le puso el tate-quieto, y el 7 de septiembre de 1977  firmó con Jimmy Carter lo contrario. Torrijos debería ser el político más admirable de América Latina. Más que Fidel, el Che o Allende.





[1] Véase de Eric y Jane Lawson, The First Air Campaign. August 1914-November 1918, Da Capo Press, Cambridge, MA, 1996, p. 40.
[2] Friedrich Katz, La guerra secreta en México, trad. del inglés de Isabel Fraire; trad. del alemán, José Luis Hoyos, Era, 6ª edición, México, 1999, p. 40. 
[3] “De PHU a AR”, en Epistolario íntimo (1906-1946), segundo tomo, recopilación de Juan Jacobo Lara, Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, Santo Domingo, 1983, p. 81.