Los estudiantes de letras hace unos cuantos siglos se
separaron de los monjes, pero asisten todavía a seminarios en academias “conventuales”.
No es raro que muchos tengan alma de teólogos.
Nietzsche trató de apartarse de ellos y escribió
a propósito El nacimiento de la tragedia
(1872) que sigue provocando una ardua polémica. Se preguntó por la filosofía de la filología, es decir, por
la justificación de estudiar Letras. Y se dio cuenta de cómo muchos estudiantes
de Letras despreciaban las referencias históricas o políticas en la medida en
que asumían todo poema o novela como auto-referencialidad, es decir, como
inspiración divina o mensaje de Dios,
sin fundamentos culturales y humanos. “A este instinto de teólogos –dijo
Nietzsche en traducción de Rafael Gutiérrez Girardot– hago la guerra:
encontré su huella por doquier. Quien tiene sangre de teólogo en el cuerpo se
sitúa de antemano frente a las cosas torcidamente y sin honradez”.[1]
Esta crítica de Nietzsche no tuvo eco alguno. Nuestros centros de estudios
literarios siguen tomados por pérfidos teólogos: por quienes detestan a quienes
asumimos el conocimiento como un goce, por quienes están en contra del “Amor al
Logos”. Esos teólogos disfrazados de literatos o lingüistas no exploran ni
enseñan a explorar, en palabras de Gutiérrez Girardot:
“[…] la experiencia vital e histórica que
ha sido configurada en las obras literarias y la de transmitir esa experiencia a
la sociedad y a las generaciones posteriores. Esta renuncia corre paralela con
la renuncia a la historia que fue consecuencia de la mala conciencia que sobrecogió a Europa tras la Segunda Guerra
Mundial […] para borrar su responsabilidad del Holocausto, los culpables
políticos destruyeron toda pretensión de visión total, es decir, de exigencia
de la comprensión y el análisis […] y tal renuncia al contexto convierte la
vida política y social en una convivencia de conformistas, de autómatas
consumidores, en especialistas sin
espíritu, hedonistas sin corazón”. (p. 131).
Así me siento después de mis
seminarios. Pero en fin. “Hay que conocerse en el enemigo”, por usar otra frase
de Nietzsche.
[1] Citado por Rafael
Gutiérrez Girardot, Nietzsche y la
filología clásica. La poesía de Nietzsche, Panamericana, Bogotá,
2000, p. 47.
No hay comentarios:
Publicar un comentario