Reducir el estudio de la Literatura al fenómeno de la Lingüística es empobrecer a aquella sin que a ésta le haga ninguna gracia.
En el artículo "El nuevo análisis literario: expansión, crisis, actitudes ante el lenguaje" (1989), de Graciela Reyes, leemos:
"La relación entre lingüística y literatura podría presentarse como un buen ejemplo de la relación amo y esclavo: mientras la lingüística científica de nuestro siglo sigue rápidamente su camino, sacudiéndose de la chaqueta las últimas briznas de filología, y considerando que los estudios literarios pertenecen al dominio de lo acientífico, por más que se empeñen en formalizar sus análisis y en adoptar jergas, los estudios literarios, en papel de esclavos, van detrás, pidiendo categorías, pidiendo métodos, para luego aplicarlos (con menor o mayor fortuna) a ese material lingüístico que a la lingüística no le interesa, la literatura". (p. 15, citado también por Sultana Wahnón, Introducción al estudio de las teorías literarias, Universidad de Granada, 1991, p. 121)
A lo que agrega Rafael Gutiérrez Girardot en Nietzsche y la filología clásica (Bogotá, Panamericana, 2000, p. 51):
"La renuncia al contexto histórico, social y político convirtió la lingüística en una profesión de especialistas sin espíritu y hedonistas sin corazón. […] Por lingüística ha de entenderse aquí, en un sentido muy general, arte de leer bien –de poder deletrear inquisitivamente los hechos sin desvirtuarlos, sin perder la exigencia de comprensión, el cuidado, la paciencia, la finura. Pero para el lingüista actual la literatura es una especie de menestra de legumbres que le depara material para investigar parte esencial de su sustancia como objeto de análisis microscópico y desechar los principales componentes de lo que hace de ese essential una obra de arte del lenguaje. Este empobrecimiento solemne de la literatura, que descalifica la capacidad comprensiva de la lingüística, delata que para el nuevo emperador acartonado de las ciencias humanas, el logos se posó exclusivamente en los diccionarios y en las gramáticas. Profeta inconsciente y, por eso, concomitante de la “globalización”, el lingüista dictamina sobre fenómenos del lenguaje fundado en lenguas que no necesita conocer o que conoce con la superficialidad con la que un turista “domina” una lengua para pagar las cuentas del hotel de los restaurantes y de las tiendas de souvenirs. […] No es improbable que tanto el nuevo lingüista como su hijo natural, el –“ista” (postestructuralista, deconstruccionista, etc.) reflejen y correspondan a una versión peculiar de la democracia de post-guerra que garantiza la igualdad de todos bajo la condición de que nadie piense, excepto los beneficiarios del poder, que confunden semipensar con agarrar –manejo de las garras– y se vacunan contra todo peligro del pensamiento con reformas educativas para la imbecilización de todos. Con lo cual ocultan de modo sutilmente tecnofílico que cabe resumir en la letra de un bolero: “Estás perdiendo el tiempo, pensando, pensando”. […] El sectarismo y el hermetismo intimidante con el que se arman estos rebaños no son, empero, ni intelectual ni socialmente normativos. […] Pongámonos en guardia ante el supremo peligro de que la vida se nos convierta en algo habitual. No debe perderse la calidez de la sangre que percibe inmediatamente.”
En el artículo "El nuevo análisis literario: expansión, crisis, actitudes ante el lenguaje" (1989), de Graciela Reyes, leemos:
"La relación entre lingüística y literatura podría presentarse como un buen ejemplo de la relación amo y esclavo: mientras la lingüística científica de nuestro siglo sigue rápidamente su camino, sacudiéndose de la chaqueta las últimas briznas de filología, y considerando que los estudios literarios pertenecen al dominio de lo acientífico, por más que se empeñen en formalizar sus análisis y en adoptar jergas, los estudios literarios, en papel de esclavos, van detrás, pidiendo categorías, pidiendo métodos, para luego aplicarlos (con menor o mayor fortuna) a ese material lingüístico que a la lingüística no le interesa, la literatura". (p. 15, citado también por Sultana Wahnón, Introducción al estudio de las teorías literarias, Universidad de Granada, 1991, p. 121)
A lo que agrega Rafael Gutiérrez Girardot en Nietzsche y la filología clásica (Bogotá, Panamericana, 2000, p. 51):
"La renuncia al contexto histórico, social y político convirtió la lingüística en una profesión de especialistas sin espíritu y hedonistas sin corazón. […] Por lingüística ha de entenderse aquí, en un sentido muy general, arte de leer bien –de poder deletrear inquisitivamente los hechos sin desvirtuarlos, sin perder la exigencia de comprensión, el cuidado, la paciencia, la finura. Pero para el lingüista actual la literatura es una especie de menestra de legumbres que le depara material para investigar parte esencial de su sustancia como objeto de análisis microscópico y desechar los principales componentes de lo que hace de ese essential una obra de arte del lenguaje. Este empobrecimiento solemne de la literatura, que descalifica la capacidad comprensiva de la lingüística, delata que para el nuevo emperador acartonado de las ciencias humanas, el logos se posó exclusivamente en los diccionarios y en las gramáticas. Profeta inconsciente y, por eso, concomitante de la “globalización”, el lingüista dictamina sobre fenómenos del lenguaje fundado en lenguas que no necesita conocer o que conoce con la superficialidad con la que un turista “domina” una lengua para pagar las cuentas del hotel de los restaurantes y de las tiendas de souvenirs. […] No es improbable que tanto el nuevo lingüista como su hijo natural, el –“ista” (postestructuralista, deconstruccionista, etc.) reflejen y correspondan a una versión peculiar de la democracia de post-guerra que garantiza la igualdad de todos bajo la condición de que nadie piense, excepto los beneficiarios del poder, que confunden semipensar con agarrar –manejo de las garras– y se vacunan contra todo peligro del pensamiento con reformas educativas para la imbecilización de todos. Con lo cual ocultan de modo sutilmente tecnofílico que cabe resumir en la letra de un bolero: “Estás perdiendo el tiempo, pensando, pensando”. […] El sectarismo y el hermetismo intimidante con el que se arman estos rebaños no son, empero, ni intelectual ni socialmente normativos. […] Pongámonos en guardia ante el supremo peligro de que la vida se nos convierta en algo habitual. No debe perderse la calidez de la sangre que percibe inmediatamente.”
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