John Heartfield |
La
élite mexicana parece educada para no
polemizar. Cuando falleció José Emilio Pacheco uno de los rasgos que más
resaltó en él Rafael Tovar y de Teresa, el presidente de Conaculta (Consejo
mexicano para la Cultura y las Artes), es que nunca participó en “polémicas”. ¿Será
verdad que nunca? Antes de analizar
si hay o no hay polémica en la obra
de Pacheco, quisiera preguntarme por qué polemizar
se ve tan mal en México. ¿Por qué su élite cultural ve tan poco aconsejable polemizar?
Claro
está que tanta polémica pudo llevar en tiempos de Ortega a la Guerra Civil española.
Y si en México ya casi nunca se polemiza
es porque antes también se vivió en la perpetua polémica, de lo contrario no
hubiera habido Revolución: polémica de los modernistas para fundar la Revista moderna a finales del siglo XIX
(tesis de maestría de Diana H. Suárez); polémica contra el sistema positivista
o cientificista del régimen de Porfirio Díaz, que era enemigo de la polémica y
de la filosofía, por parte del Ateneo de la Juventud entre 1908 y 1910. Ya ven: consecuencias de tanta polémica, dirían
después las élites, guerras y más guerras. Mejor quedarse quieticos. Cultivar
la cortesía.
El
último artículo escrito en vida por José Emilio Pacheco salió publicado en la
revista más polémica de México, Proceso (revista de denuncias y escándalos políticos, más que de polémicas
intelectuales). Habló sobre la muerte de su amigo Juan Gelman, a quien
consideró el mejor poeta de nuestro tiempo, resaltando su salida de Argentina
tras el golpe militar de 1978. Pacheco insistió
en la escritura del exilio:
“Si uno hace
un leve repaso de lo que se ha escrito en este continente verá que gran parte
de nuestras literaturas se ha hecho fuera del suelo natal. Desterrar significa
quitar la tierra bajo los pies, dejar a la intemperie, derruir la casa, demoler
la ciudad de cada uno con todas sus memorias y sus costumbres. “El que se va no
vuelve aunque regrese”.
La
mejor literatura mexicana de la primera mitad del XX, en efecto, pudo pertenecer
al exilio: Alfonso Reyes escribió su mejor obra durante su destierro en Madrid,
Visión de Anáhuac, alejado del anarquismo revolucionario de Carranza,
Villa y Zapata; las geniales memorias de José Vasconcelos, Ulises criollo, La tormenta,
El desastre, El proconsulado, también son obras del exilio. Martín Luis Guzmán
escribió su mejor novela, La sombra del
caudillo (1929), en su segundo exilio.
Una
vez que se asentó –se institucionalizó– la Revolución, México pasó a ser, en
vez de expulsor de intelectuales, receptor de intelectuales de todas
partes. Vinieron muchísimos españoles desde el fracaso de la II República en 1936.
Vinieron muchísimos chilenos tras el golpe de Pinochet en 1973. Vinieron
multitud de argentinos tras el golpe militar de 1978. Vinieron también muchos
colombianos, a pesar de que aparentemente no había ninguna dictadura en ese
país como no fuera el hecho de que no hay allí ninguna institución cultural que
apoye intelectuales. Algunos cubanos disidentes del régimen totalitario de
Fidel Castro, como Reinaldo Arenas, prefirieron exiliarse en Estados Unidos
antes que en México. ¿Acaso México siente cierta preferencia por acoger intelectuales de izquierda?
Pero
volvamos a Pacheco. Ciertamente en su último artículo de Proceso no se nota ningún tono
polémico. Pacheco no se apartó, al parecer, de la típica corrección política (¿izquierdista?) del
intelectual mexicano de la segunda mitad del siglo XX. Ya he dicho en otro artículo cómo Pacheco representó lo orgánico, lo ordenado, lo sanamente institucional de México.
John Heartfield, 1930 |
1)
Como Hannah Arendt, Pacheco también culpa del
holocausto nazi a la auto-victimización de ciertos grupos judíos: “Nos habían
enseñado a tener esperanza aun con la soga al cuello. Sin fuerzas militares ni
armas ni disciplina bélica que nos permitiera enfrentarnos a un ejército
poderosísimo, no aceptamos la realidad del exterminio hasta entrar en la boca
de las cámaras”. (p. 50).
2)
Novela de auto-ficción, el narrador de Morirás
lejos también se enfrenta con un supuesto editor que le pide que hable de otra
cosa, puesto que el crimen de los nazis ya pasó, ya se olvidó la II Guerra
Mundial, que mejor trate problemas actuales: “…Si existen tantos conflictos no
resueltos en México no podemos dedicar espacio a lo que sucedió en Europa hace
ya muchos años –¿Genocidio? Genocidio el de quienes mueren de hambre aquí mismo
– Mire esto resulta contraproducente – Lo mejor que se puede hacer contra el
nazismo es olvidarlo” (pp. 64-65).
3)
Pacheco denunció en su novela la mala conciencia que invadió al mundo
luego del nazismo, claro, para evitar pensar y dar explicaciones de semejante
crimen, como bien lo sugirió el ensayista colombiano Rafael Gutiérrez Girardot
–quien, por cierto, consideró a Pacheco un poeta
doctus. Y Pacheco, en la misma novela, reafirmó su insistencia en narrar el
holocausto aun así no lo hubiera visto, porque tenía la fuerza, “la voluntad de
escribir sin miedo ni esperanza”. (p. 66).
Me
encanta eso de escribir sin miedo ni
esperanza. Me recuerda a Spinoza: el
miedo y la esperanza son los dos mecanismos para someter a los hombres a la
servidumbre. El miedo es evidente en
el control de la policía, del ejército o de las bandas armadas al margen de la
ley. La esperanza lo es menos, pero
es el mecanismo usado propagandísticamente por ciertas instituciones de control
cultural e ideológico, para también someter al individuo con paraísos inicuos.
John Heartfield |
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