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febrero 21, 2024

1era sesión: Teoría fenomenológica de la identidad (Descripción del ser humano, Hans Blumenberg).







1. La imposibilidad de definir la identidad es parte de la esencia del ser humano. Sabemos más de los otros que de nosotros mismos. Llamemos "nosotros" al género humano en general. Al animal bípedo-político que habla. Hace 2 millones de años se tiene registro arqueológico del primer homo sapiens. Hace 4.500 millones, según registros geológicos, se formó este planeta terráqueo (compuesto en un 70 % por agua). Hace 13.7 mil millones de años, según observaciones astronómicas, comenzó a expandirse el universo mediante el Big Bang. Por lo tanto, si hace apenas 2 millones de años surgió como especie el homo sapiens, eso quiere decir que en el tiempo profundo de la Historia planetaria y universal no somos casi nada. Partiendo de lo general a lo particular, de la historia planetaria a la historia del homo sapiens, el filósofo alemán Hans Blumenberg (1920-1996) se remontó hasta el tiempo profundo de la evolución en busca de la identidad humana en pureza. 


2.  En su libro póstumo Descripción del ser humano, el presupuesto teórico de Blumenberg es la fenomenología, una corriente filosófica formulada por Edmund Husserl en la primera mitad del siglo XX. Viene de la expresión griega fenómeno, que significa mostrarse, o lo que se muestra, lo patente. Fenomenología quiere decir: «permitir ver lo que se muestra, tal como se muestra por sí mismo, efectivamente por sí mismo» (Heidegger, Ser y tiempo & 7c, p. 45). “Más alta que la realidad está la posibilidad”. Esa posibilidad de ver las cosas en sí es, pues, la materia de la fenomenología. En este sentido, ¿qué fenómeno histórico-natural o biológico permitió la aparición de una conciencia, valga la redundancia, de una consciencia humana capaz de ser consciente de sí misma, a saber, de su identidad?


3. Blumenberg, en el último capítulo de Descripción del ser humano, plantea el principio de la visibilidad. Desde el punto de vista biológico, ¿qué condiciona el fenómeno interno o externo que llevó a que el bípedo humano se preguntara por su identidad? Según Blumenberg, en el surgimiento de la conciencia de la identidad hay una correlación con la postura bípeda o erguida, pues este cambio de postura significó también un cambio de biotopos o hábitat. Al pasar del ambiente selvático al estepario, el futuro ser humano o proto-humano ya pudo abandonar genéticamente la cola, ya no la necesitó para vivir colgado de los árboles. Al abandonar la aparente protección de la selva, el bípedo humanoide tuvo que vérselas con la estepa, es decir, con un horizonte despejado de árboles: con un valle, con un desierto o con un altiplano. Solitario con su prole, el ser humano tuvo que enfrentar varias condiciones que lo obligaron a desarrollar una tremenda conciencia de la visibilidad externa. Blumenberg se remonta dos millones de años atrás. Citémoslo:

"Para la historia del origen del ser humano tendremos que partir de la reducción de las selvas terciarias, provocada por el clima, lo que llevó a las especies que habitaban las selvas a emigrar a la estepa. Podemos suponer que en el cruce de la frontera entre ambos hábitats se fue decidiendo lentamente la superioridad en la capacidad de adaptación de los individuos y finalmente de las especies. Superiores fueron quienes no tuvieron necesidad de aguantar o perder la lucha por la existencia, intensificada en el hábitat reducido, exclusivamente con los recursos genuinos de su dotación orgánica. La lucha por la existencia no consiste sólo en agresión. Superior puede haber sido el que se dio a la fuga. Porque la fuga significaba aquí pisar y dominar un espacio de condiciones básicas inmensamente diferentes: la vastedad y la apertura óptica de la estepa [...]. Una condición fundamental para un ser vivo que ha sido forzado a hacer que sus acciones útiles para la vida sean precedidas por el procesamiento de multiplicidades de sensaciones para convertirlas en objetos es la condición totalmente elemental de tener tiempo. Ése es el beneficio de la estepa con respecto a la selva. La selva ofrece escondrijos, pero también constantes amenazas. En cambio, el vasto espacio de la estepa o de los valles o altiplanos puede ser explorado ópticamente, lo cual siempre significa a la vez que se lo puede organizar según las distancias y por consiguiente según los tiempos. La vida fuera de la selva, sin el obstáculo de tantos árboles, dio pie para el nacimiento de la visión y de la reflexión y de la toma de decisión. Aquí comienza una parte de esa dignidad humana peculiar y relativamente grave que consiste en evitar la prisa y la precipitación, lo expeditivo y la ligereza, la inmediatez como irreflexión. […]. El que duda, el que consigue dilatar su acción, gana en confianza [Dudar es parte de la identidad. No hay identidades unívocas y éstas están siempre en situación]". (pp. 416-418).

Tratemos de ejemplificar mejor el principio de visibilidad. Si nos subimos a una azotea o al mirador de una montaña se nos aparece un horizonte inabarcable. Tal horizonte inabarcable es el comienzo de la conciencia humana y de nuestra necesidad de identidad. El horizonte es como un desafío. Significa que, en él, quedamos expuestos a ser vistos y a mostrarnos, aunque también a distinguir en la lejanía los peligros del enemigo: un ejército invasor, una avalancha, un incendio, un norte, un huracán. Oteando el horizonte, el ser humano aprendió a predecir. Y la predicción, basada en la técnica de la observación, es la condición para la confianza. Y la confianza en oposición a la desconfianza es, según Blumenberg, la condición para cualquier identidad. La confianza, la identidad, se obtiene mediante el principio de la visibilidad. Pues la visibilidad presupone la experiencia del otro, la experiencia de lo que significa que el otro me vea como yo lo veo. Pero, sobre todo, que me identifique en y por mi apariencia. De ahí que el teatro (palabra de origen griego de la que se desprende la palabra teoría y que quiere decir “ver con ojos mentales”) haya sido la condición para ponernos en el lugar de otros, para representar a otros y hacer el papel de otros, de identificarnos con otros. El teatro primitivo con máscaras, que se practica al parecer por todas las culturas, pone en evidencia la conciencia de la identidad como un posible escándalo. Volveremos sobre ello más adelante. 

4. Por lo pronto, advertimos una tremenda secuela de la visibilidad. Según Blumenberg, lo que ganó el ser humano al erguirse y caminar en dos piernas fue sin duda una gran visibilidad: mirar las estrellas, dominar el horizonte en sus cuatro puntos cardinales en un afán por predecir movimientos y eclipses. Este dominio le permitió planificar el cómputo del tiempo y del clima. Pero lo que perdió el ser humano al erguirse y obtener semejante visibilidad, por otra parte, fue un desconocimiento tremendo y hasta una vergüenza de su propio cuerpo. Blumenberg se remonta al mito de Adán y Eva para preguntarse por qué ambos se cubren sus partes íntimas. ¿Acaso el conocimiento intelectual supone en el judeocristianismo un abandono o negación del cuerpo en virtud del alma? ¿Cómo nació la noción o identidad de un alma? Al ser conscientes de nuestra desnudez, se desarrolló en nosotros la necesidad del disimulo y del ocultamiento, de la opacidad, del fingimiento, todo lo cual contribuyó a la creación de trajes y telas, de la ropa, de una simbología y, más exactamente, de un lenguaje. En otro ensayo de Blumenberg, Trabajo sobre el mito (1979), se insiste en que la vergüenza a la desnudez se agudizó en el mundo judeocristiano por la condición monoteísta. El olvido del cuerpo, el limitar la sexualidad y hasta el oponerse a los instintos sexuales, fue una condición para obtener mayor conocimiento y ascender al cielo. Más allá de lo supersticioso del asunto, Blumenberg se apoya en el sociólogo Max Weber, en cuya sociología de las religiones éste insiste en la condición tremendamente antropomórfica del dios judeocristiano. Si bien este dios encarnó en su hijo Jesucristo hace 2024 años (según nuestro calendario), “el dios judeocristiano fue y siguió siendo un Dios sin esposa, y, por ello, sin hijos [...]. Esta circunstancia contribuyó –y seguramente, de una forma muy esencial en el caso de Yahvé– a hacerlo aparecer desde el principio, si lo comparamos con otras figuras de divinidades, como un ser de una especie singular; más alejada del mundo”. Incluso todavía hoy, el ser humano no se siente totalmente identificado –satisfecho– ni con su cuerpo ni con su ciudad ni con el paisaje ni con los animales ni con sus congéneres más inmediatos. Prefiere la simulación a la realidad. Interactuar todo el tiempo con su teléfono móvil que con la persona que tiene al frente. Prefiere la escritura a la oralidad, la representación a la voluntad.

5. Blumenberg se remonta aquí a la filosofía de Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación [en alemán, Die Welt als Wille und Vorstellung, un clásico de la filosofía publicado en Berlín en 1819 con una segunda edición ampliada y corregida en 1844]. Para Schopenhauer, existimos por una Voluntad de Vivir, que puede ser inconsciente o no y que, en cualquier caso, compartimos con el resto de los animales y seres vivos. Hasta una rana en una charca tiene una enorme voluntad de vivir. Si no la limitara su morfología o anatomía, la rana también quisiera expandirse hasta las estrellas. Cualquier bacteria se esfuerza en resistir al antibiótico. Todo ser vivo lucha por sobrevivir. El ser humano sería solamente un ser de voluntad incluso si no hubiera tomado la decisión general de existir. Es cierto que hay personas que nunca se preguntan por su identidad. Hay otras que, torturadas por la pregunta sobre su identidad, anulan su existencia mediante el suicidio, que es la última de las decisiones posibles, la de no querer existir más. Lo cierto es que existimos. Alguien nos arrojó a aquí.  Si la mariposa y el gato no saben qué son ni se lo preguntan, porque viven por voluntad y no por representación, ¿quién (qué dios) nos arrojó al mundo? ¿Por qué no nos sentimos del todo identificados con este mundo? ¿Acaso por eso hemos inventado tantos dioses supraterrenales, entre cuyos más poderosos y abstractos está el del judeocristianismo? Lo que condiciona el fenómeno externo que llevó a que el bípedo humano se preguntara y sufriera tanto por su identidad, como veremos más adelante, fue la invención de la escritura. Por lo tanto, para reforzar todo lo anterior desde la rigurosidad teórica, conviene abrir un paréntesis sobre los tres principios de la Lógica, el primero de los cuales es precisamente el principio de identidad.


abril 26, 2024

Antropología visual e identidad pictórica: brevísima historia del arte mexicano


Archivo:Vista de la Plaza Mayor de la Ciudad de México - Cristobal de Villalpando.jpg

Introducción 

La antropología visual implica un acercamiento a la historia del arte. Pues el arte ofrece una ventana única a la comprensión de las identidades culturales y a la percepción del entorno. No olvidemos el principio de visibilidad con el que hemos comenzado nuestro curso. 

1. La pintura colonial mexicana

El Virreinato de la Nueva España, que duró apróximadamente entre 1521-1810, podemos conocerlo a profundidad a partir de sus pinturas. De la predominancia de los temas bíblicos y religiosos hasta la aparición de las pinturas de castas, el arte novohispano documenta la complejidad religiosa y diversidad racial de la sociedad colonial. 

1.1. La pintura de Cristóbal de Villalpando

Nacido en la Ciudad de México alrededor de 1649 y fallecido en la misma ciudad en 1714, Cristóbal de Villalpando es una de las figuras más luminosas del barroco novohispano. En 1675 Villalpando comenzó pintando el retablo mayor del convento franciscano de Huaquechula, Puebla, para luego pintar en las grandes catedrales. Él en sí mismo tenía algo de fraile franciscano. En la Catedral de México, por ejemplo, Villalpando pintó La Apoteosis de San Miguel y La Mujer del Apocalipsis. En la Catedral de Puebla, en 1688, pintó la cúpula principal con el tema de la Apoteosis de la Eucaristía: celebración del misterio eucarístico, del cosmos cristiano, de la salvación. Pero acaso uno de sus cuadros más interesantes sea el menos religioso y el más políticamente cargado, el de la Plaza Mayor de la Ciudad de México, pintado en 1695. Recordemos que el Zócalo de la CDMEX es la segunda plaza central más grande del mundo:

Archivo:Vista de la Plaza Mayor de la Ciudad de México - Cristobal de Villalpando.jpg


El Zócalo pintado por Villalpando, entre otros detalles, muestra la fachada dañada del palacio virreinal. Este daño se produjo en junio de 1692 durante el alboroto y motín de los indios de la Nueva España, según está documentado por una carta homónima del astrónomo y escritor novohispano Carlos de Sigüenza y Góngora. La pintura de Villalpando, además de invitar a la reflexión sobre las causas y consecuencias de semejante disturbio popular en el corazón del imperio español en América, anuncia ya una conciencia del paisaje: al fondo de la Plaza, al final del inmenso Valle de México, se levantan los dos volcanes sagrados. 

1.2. La pintura de castas

 A la representación de temas bíblicos y religiosos como identidad visual durante los primeros siglos del virreinato, siguió a finales del siglo XVIII (1700) un interés por la temática racial. Semejante cambio de intereses refleja un cambio discursivo: del tema bíblico a cierto tema naturalista, sociocultural, lleno de curiosidad por la composición racial y social de la Nueva España. 




El cuadro de arriba, de autor anónimo, representa las 16 categorías en las que se clasificaba la diversidad racial de la Nueva España. Es una típica pintura de castas:

1. Español con india, mestizo.
2. Mestizo con española, castizo.
3. Castizo con española, español.
4. Español con mora, mulato.
5. Mulato con española, morisco.
6. Morisco con española, chino.
7. Chino con india, salta atrás.
8. Salta atrás con mulata, lobo.
9. Lobo con china, gíbaro.
10. Gíbaro con mulata, albarazado.
11. Albarazado con negra, cambujo.
12. Cambujo con india, sambaigo.
13. Sambaigo con loba, calpamulato.
14. Calpamulato con cambuja, tente en el aire.
15. Tente en el aire con mulata, no te entiendo.
16. No te entiendo con india, torna atrás.
 
Pintura paisajística 

Dado que estamos en México, cuyo arte pictórico es sumamente rico y complejo, conviene comenzar por una impresión de orden paisajístico. ¿Qué tuvo que pasar para que, entre 1908 y 1915,  la representación artística del paisaje mexicano se modificara de manera tan abrupta? 


Valle de México desde el Tepeyac (1908), de J. M. Velasco. 


Paisaje zapatista (1915) de Diego Rivera

Cuando, el 2 de agosto de 1913, Alfonso Reyes abandonó en ferrocarril la Ciudad de México,
el paisaje se extendía sobre un escenario natural (sin urbanizar) y era, en efecto, “la región más transparente del aire”Cuando, en 1940, Reyes regresó a la Ciudad de México tras casi treinta años de ausencia, el paisaje había cambiado radicalmente y ya era -hasta cierto punto- el que podemos contemplar ahora no bien nos subamos a un cerro o a un avión:


diciembre 24, 2023

Descartes o el fin de la retórica

 Lo que guía la subjetividad (algo) ya no es la retórica, sino la matemática. 


En el Discurso del método, Descartes relata un sueño. En el sueño hay un libro intitulado Corpus poetarum (Antología de poetas) que Descartes abre al azar. Le aparece un verso de la primera Égloga de Ausonio: «¿qué camino seguiré en la vida?». Cita también otro extracto de la tercera égloga de Ausonio, "El sí y El no", que expresa también una fórmula pitagórica relacionada con la educación o la formación espiritual. Esta formación, según Descartes, tiene tres etapas: 


1) El del lector de libro (las letras). 

2) El de la salida al mundo (soldado-viajero). 

3) El del actor («avanzo ocultándome, como un actor que se esconde tras una máscara»). 


De aquí se desprenden a su tres fórmulas morales: 

1) Acepta las leyes y costumbres del país, sigue las opiniones moderadas, cambia de opinión a la más conveniente y acepta la refutación. 

2) Es mejor resolverse a fingir. Pues si no está en nuestro poder discernir las mejores opiniones, debemos seguir las más perdurables. Por ejemplo, se ha decretado una pandemia. Aun cuando todo esté muy opaco, hay que creer a pie juntillas en la pandemia.

3) Y aceptar la realidad. Nada hay que esté enteramente en nuestro poder, como no sean nuestros propios pensamientos. No hay, pues, que sentir pena por no ser dueños de los reinos de la China o de México. 


Con Descartes aparece la absoluta visibilidad. Descartes es contemporáneo de Velázquez y Cervantes, de Las meninas y el Quijote. Descartes también se enmascara y se funde con sus personajes. Abandona la red de metáforas relacionadas con la luz (Derrida) e inaugura un nuevo sistema metafórico relacionado con el suelo (H. Blumenberg). Para él ya todo ya es edificable. 


El suelo se hace edificable de acuerdo con reglas matemáticas, con la verificación del terreno y del suelo, en la capacidad de soportar los cimientos y levantar sobre ellos, caracteriza el carácter de profundidad teórica de la época moderna. 


Para Descartes el mundo es un sistema mecánico y todos los hechos son producto de tal sistema. Para el barroco Descartes, pues, no se trata de leer el mundo, sino de describir cómo funciona, con lo cual no es necesario acceder a su interior, a la Historia, a la argumentación retórica, sino dar razón de sus efectos mediante la geometría. 



julio 10, 2013

Salir del DF infinito




¿Para qué citan a Héctor Abad Faciolince al inicio del prólogo de una antología de Relato Fantástico de la Ciudad de México (Almadía, 2013)? Nada tiene que ver. Le da demasiado realismo; esos caprichos de los antologadores Vicente Quirarte y Bernardo Esquinca.
         Ignoro si ya ha salido el Tomo II. Sólo he leído el Tomo I, claro, con los relatos imprescindibles, clásicos, necesarios en cualquier selección de este tipo: “La cena” de Alfonso Reyes, “Teoría del Candingas”, de Salvador Elizondo, “La fiesta brava” de José Emilio Pacheco. No voy a entrar a juzgar éstos ni los otros relatos de la antología. No es mi propósito escribir una reseña. Sino aprovechar para recordar el relato inacabado que alguna vez me contó una amiga desaparecida, cuando la ciudad de México le pareció que se alargaba en suburbios infinitos. La dejaré hablar:

[…] Chale. Salí borracha del fiestón que se puso cansado en una casucha de Chalco. Al llegar no me preocupé mucho para saber cómo devolverme. ¿A dónde salgo ahora? He olvidado cómo llegué, chingada madre. El pinche huey con quien vine se equivocó tres veces de ruta guiándome a su propia casa. Y en lo que comprábamos las botanas y el six pack de chelas me hizo conducir por un laberinto de calles sin pavimento y llenas de escombros y basura para encontrar algún Oxxo o Seven/11 por estos... Y ahora me perdí. Pinche huey. Días que llevaba ya retándome en la Escuela. Acusándome de “fresa”, explotando mi complejo de culpa de supuesta niña rica por tener coche y vivir con mis papás. Cabrón. Claro que sé beber y coger, le dije. Y cogimos sin amor en su habitación sórdida. Se sació en mí el muy infeliz. Luego se puso a beber con sus cuates. Y se ha quedado vomitando con ellos. Se ha olvidado de mí. Ni me besó una sola vez en toda la fiesta por estar fumando mota. Me vale ese huey, ya. Me seco las lágrimas. Son las tres y cuarenta y cuatro de la madrugada. Bastante falta para amanecer. Es octubre 31, ay, ya Día de los Muertos: debo estar para la ofrenda a mi abuela luria. No encuentro mi celular. Me lo robaron esos pendejos poca madre. Mi papá debe estar llamándome desesperado. He dado reversa, por fin, para salir por la que parece ser la única vía. Un gato se encandila con las luces del coche. Mal augurio. No hay salida tampoco por esa calle: luego luego topo con pared. O muro: muro negro grafiteado y con bocetos de patinadores. Calle cerrada debieron haber puesto. Pinche delegación. Diviso a lo lejos una autopista a juzgar por las luces. A lo mejor puede ser el Periférico. Salen como fantasmas. Son ellos. El pendejo poca madre y sus cuates. Me ponen sus jetas contra el vidrio, queriéndome besar. “¿A dónde vas, mamacita? Abre el carro, güerita. O no saldrás nunca”.    
tomado de http://www.flickr.com/people/hotu_matua/

Mi amiga dice que les abrió. Que siguieron hacia las luces que anunciaban el Periférico o al menos una autopista. Que la niebla espesa impedía la visibilidad y caía una llovizna cenicienta, literalmente de ceniza, que dificultaba la labor de los limpiabrisas rechinando en el vidrio. Ella manejaba en tercera, a menos de 60 km, temerosa de estrellarse, y a pesar de que seguían dentro de la ciudad, saturados de urbanismo, se preguntó si no iban más bien por la carretera al Valle de Tlaxcala, hacia el Paso de Cortés, bajo el Volcán, a juzgar por tanta ceniza. ¿O por qué por esa zona México y Puebla se juntaban como dos lagos desbordados, sin orillas? "Tú sigue, güerita", le dijeron.
Y supo que el DF, a ciertas horas de la noche y por ciertas desviaciones, carece de límites: se extiende por el mundo.
Tomaron una desviación al sur, o por donde ella pensaba el sur en la noche inabarcable. La desviación zigzagueaba por barrios de Iztapalapa, por la falda de ciertos cerros; siguieron avanzando por Tlahuac y Xochimilco y Milpa Alta donde nació Octavio Paz, el que también se dio cuenta de otro laberinto mexicano.
Mi amiga, nerviosa, llorando, aterrada, no giró por la calzada Ignacio Zaragoza ni por la de Tulyehualco ni advirtió el viaducto Tlalpán ni reconoció nunca la carretera a Cuernavaca. Dice que siguió a Suramérica. A otra dimensión de la ciudad alargada, del DF infinito...
Ya desapareció. Se perdió en Bogotá: le debió parecer una extensión del DF, otra delegación O llegó hasta alguna costas, hasta el mar, porque hasta cierto punto –al menos– los Océanos ponen ciertos límites a la expansión de la ciudad devoradora de lagos y costas. Imagina a mi amiga avanzado al sur, al sur, al sur: hasta  el puerto de El Callao, en la delegación Lima, Perú, o acaso más lejos, por  Antofagasta, atravesando el desierto de Atacama, camino a Valparaíso.  
“Estás mal, Sebitas”, me dijo la última vez. “La carretera a Suramérica sólo se acaba en el Tapón del Darién para los cautos como tú”.

Ayer ensayé esa dimensión y a esa hora de la noche –cuatro de la madrugada– y también desde Chalco, pero hacia el norte. Vi, en efecto, cómo una vía alargada cargada de trailers petroleros, botaneros, con frigoríficos de refrescos y carne y pescado se alargaba, conurbadamente y a cada lado rodeada de  molls y restaurantes y unidades residenciales, hasta Canadá.
No lo podía creer.
Me eché un par de chelas para el impacto. Dormí en el trayecto.

He despertado en Boston.

febrero 12, 2024

¿Qué es la arqueología de los medios?

Erhard Schoen, plancha extraída del Traité sur les Proportions (¿1542?)



Es de notar que el término arqueología de los medios no está datado aún en la Enciclopedia Británica, y que las entradas de Wikipedia al respecto aún dejan mucho que desear. Pues se trata de una disciplina que exige una «mentalidad dura». Los resúmenes  y aproximaciones que abundan en la web sostienen que la «arqueología de los medios» se deriva de L’ Archéology du savoir (1969), de Foucault (ver la entrada del Centro de Cultura Digital).

La arqueología relacionada con prácticas discursivas, en efecto, es una disciplina (episteme) que puso de moda  Foucault. Para él, la arqueología es una disciplina que busca definir los discursos en su especificidad, sin la presencia del autor ni del sospechoso "humanismo"; la arqueología, al estudiar el archivo o el artefacto, no es una disciplina interpretativa o alegórica; deja de lado al sujeto creador y se concentra en el discurso-objeto. Foucault quería abandonar, con la arqueología, la historia de las ideas. "No tendré derecho a sentirme tranquilo, mientras no me haya liberado de la historia de las ideas" (Arqueología del saber, p. 230). Pero como rehuir de la historia de las ideas es darse un tiro en el pie, Foucault más adelante reconoció que "la historia de las ideas cuenta la historia de los anexos y de las márgenes". Es decir: las ideas involucran los archivos y son materiales en sí mismas (no abstracciones platónicas). En cualquier caso, Foucault entendió por "archivo" (de donde se desprende "arqueología") lo textual, lo alfabético, lo que llega hasta 1840, lo anterior al archivo fotográfico, cinematográfico auditivo. 

Pues bien. Al advertir esta limitación histórica de Foucault, el filósofo alemán Friedrich Kittler (1941-2011) reformuló la noción de discurso foucaultiano para poner punto final a la hermenéutica tradicional fundada en la textualidad, es decir, el fin de la escritura en beneficio de técnicas de inscripción numérica o algebraicas. La arqueología de los medios supone a partir de entonces interesarse menos por el contenido semántico de un mensaje y más por los modos de grabación y transmisión. 

Expliquemonos mejor. Aunque rehuyó como las grandes inteligencias de sacrificar su manera de pensar bajo una escuela específica,  Kittler dio una definición exquisita del estudio de los medios en Optical Media (1999): no se trata del sujeto humano per se, sino de la variabilidad de nuestras propiedades estéticas como dependientes de la viabilidad tecnológica. Desde 1880 más o menos nos encontramos en un imperio de estándares (Kittler). En una convergencia –en una simulación– entre cine y vida (Virilio), entre realidad y realidad simulada por computadora (Nick Bostrom).

Los medios digitales destruyeron la visibilidad para iniciar una historia de la desaparición –una estética de la desaparición propia de la elegancia de las matemáticas.  

El libro homónimo de Siegfried ZielinskiArqueología de los medios, el que ha popularizado el término. A su vez, el  Zielinski se apoya en el arqueólogo neoyorkino Stephen Jay Gould, especialmente en Time’s Arrow and Time’Cycle (Flecha del tiempo y ciclo del tiempo, 1987). Pues, si la historia de nuestro planeta sólo puede ser deducida de manera científica y exacta a partir de los cuerpos naturales, es decir, de la acumulación de erosiones, sedimentaciones y elevaciones y sucesivamente de nuevas erosiones, algo parecido sucedería con la historia de los medios. En palabras de Zielinski:

«Ya todo estuvo alguna vez presente, sólo que en forma menos elaborada. Sólo tienes que observar con mayor detenimiento [para] descubrir cosas nuevas, sorprendentes, en lo viejo» (Arqueología de los medios: hacia el tiempo profundo de la visión y la audición técnica, trad. Álvaro Moreno-Hoffman, Bogotá, Universidad de los Andes, 2011, p. 4).



marzo 06, 2024

3ra sesión: la escritura fonética como identidad occidental, según "De la gramatología" de Derrida




Como administrador del Lenguaje, el Estado otorga un valor adicional a la escritura para asegurar la propiedad privada y la identidad individual y moral.  Yo soy yo y mis cosas (mi auto, mi casa, mi rancho, mis muebles e inmuebles). El Estado me otorga este poder en la medida en que asegura, mediante archivos y oficinas públicas, la conservación, reproducción y difusión de los documentos escritos  que resguardan esas identidades (o propiedades) a mi nombre. El Estado controla las oficinas de archivos, las notarías públicas, los registros civiles, las oficinas de pasaportes, los diarios oficiales, los museos, la distribución de libros y de música y de cualquier información en radio, cine, televisión, internet. Sin escritura no habría Estado ni capitalismo. ¿Acaso el comunismo exaltó la oralidad (las culturas orales) para oponerse a la escritura, cuya supresión aseguraría la utopía de un mundo sin propiedad privada?

A continuación, vamos a resumir la primera parte De la gramatología (1967), del filósofo francés Jacques Derrida (1930-2004), en que se desmorona por completo semejante utopía. 

Como se habrá oído, Derrida fue muy celebrado y criticado por desarrollar la “deconstrucción”, una teoría que busca desmontar las estructuras de la identidad occidental. Pero como desmontar las estructuras de la identidad occidental con las herramientas occidentales es cuando menos contradictorio, hay que decir mejor que Derrida la emprendió contra el legado de la Ilustración francesa del siglo XVIII. Pues tanto la Encyclopédie (1751 y 1772) dirigida por Diderot y D’Alembert, como las utopías ilustradas de Jean Jacques Rousseau, impusieron una división radical entre las “ciencias” y las “humanidades”, reduciendo estas últimas al ámbito europeo. Derrida publicó De la gramatología en 1967 cuando Francia renunciaba a sus posesiones coloniales en África (él mismo había nacido en Argelia en el seno de una familia judío-francesa). ¿Pero realmente renunciaba? ¿No había un neocolonialismo, por ejemplo, en la antropología estructuralista de Claude Lévi-Strauss (1908—2009)? 


Para desmontar las oposiciones binarias de «naturaleza / cultura», «habla / escritura», que Lévi Strauss había teorizado en Los tristes trópicos (1955), cual si se tratara de una antropología de aplicación universal, Derrida primero tuvo que desmontar el binarismo del Curso de lingüística general (1914) de Ferdinand de Saussure (1857-1913), lo del «significado / significante», «habla [sonido] / escritura [imagen]». Sólo que desmontar semejante binarismo, aunque Derrida no lo reconoció lo suficiente, finalmente fue posible en virtud de la lógica computacional y de los sistemas operativos de la era digital. Dado que De la gramatología es un libro denso y con muchísimas referencias, conviene resumirlo en dos premisas y una conclusión:


 Primera premisa: No hay identidad sin lenguaje. O, dicho de otro modo, no hay identidad (interioridad) que no deje «huella» (exterioridad). 

Segunda premisa:  La escritura no debe limitarse a la de las palabras del alfabeto, es decir, al esquema binario de Saussure basado en el significado (voz-sonido) y significante (imagen-escritura), pues hay los llamados pueblos “sin escritura” que en realidad nunca carecen de un cierto tipo de escritura.

Conclusión: En la era de sistemas operativos cibernéticos o algorítmicos, la ciencia de la escritura (la gramatología) debe deconstruir el binarismo alfabético-grecolatino-occidental. O, dicho de otro modo, al haber una archi-escritura hay también una archi-identidad que supera, entre muchas otras cosas, el binarismo de la identidad sexo-genérica. 


Vamos a trabajar sobre estas dos premisas y su conclusión.


Primera premisa. En algún momento de su densa discusión con la metafísica occidental, Derrida llama la atención sobre una pregunta del matemático y lógico inglés Bertrand Russell (1872-1970): “¿Cuál es la más antigua forma de expresión humana, la escritura o el habla?” Esta pregunta-problema le permite a Derrida desafiar la primacía del habla sobre la escritura entendiendo por esta última algo tan antiguo y primitivo como la huella de un animal sobre el lodo o la de una explosión volcánica sobre el paisaje. A la pregunta de Russell, si la más antigua forma de expresión humana es la escritura o el habla, Freud diría que la primera. Pues Freud, al interpretar los sueños, admitió que el registro del contenido onírico era comparable a una escritura jeroglífica más que a una escritura fonética (ver p. 80). Efectivamente, en los sueños a veces uno habla otra lengua y ve lugares en los que jamás ha estado. Lo que al despertar queda del sueño es un leve recuerdo. A este recuerdo Derrida parece llamarlo huella.  La escritura en tanto huella es anterior al ente (p. 61), al ser, a la entidad, a la identidad. 


Segunda premisa. Ya que la escritura no debe limitarse a las palabras del alfabeto, a riesgo de caer en el esquema binario de Saussure basado en el significado (voz-sonido) y significante (imagen-escritura), hay que reconocer que los llamados pueblos “sin escritura” siempre, en realidad, cuentan con un cierto tipo de escritura (p. 111). No hay que reducir la escritura a la alfabética, a la codificación del lenguaje hablado que une el sonido (la voz) con un símbolo visual (la letra). Derrida no insiste en que la tecnología fonética del alfabeto fue la condición para que los antiguos fundaran una nueva civilización basada en el Logos, en la palabra. Derrida más bien reprocha que Platón, en el Fedro, considerara la escritura como algo externo al espíritu, como un vestido o una máscara (p. 46), siendo lo contrario: los diálogos socráticos o platónicos adquirieron importancia y valor precisamente por la escritura alfabética, no al revés. ¿Por qué no adquirieron igual valor los “diálogos” de Confucio? Derrida cita un comparación clave del antropólogo francés J. Gernet, La Chine: aspects et fonctions psychologiques de l’écriture (1950):


"La escritura, al no llegar en China a un análisis fonético del lenguaje, nunca pudo ser sentida como un calco más o menos fiel del habla, y es por esta razón que el signo gráfico, símbolo de una identidad única y singular, conservó gran parte de su prestigio primitivo. En China el habla no tuvo antiguamente la misma eficacia que la escritura, pues el poder del habla fue en parte eclipsado por el poder de la escritura. Contrariamente, en las civilizaciones donde la escritura evolucionó muy temprano hacia el silabario o el alfabeto, es el verbo [el habla] el que concentró en sí, en definitiva, todas las potencias de la creación religiosa y mágica. Y, en efecto, debe destacarse que no se encuentra en China esta sorprendente valorización del habla, del verbo, de la sílaba o de la vocal, que se encuentra en todas las grandes civilizaciones antiguas, desde la cuenca del Mediterráneo hasta la India (citado por Derrida, pp. 122-123)". 


(Paréntesis. ¿No hay cierta similitud entre los chinos y los antiguos mexicanos? ¿No hay una tendencia a callar en la raíz de lo mexicano? A partir de una lectura de Juan de Palafox y Mendoza, quien fuera Obispo de Puebla de los Ángeles en México desde el 3 de octubre de 1639 hasta su traslado a la diócesis de Osma en España en 1653. Pues, durante su tiempo en México, Palafox y Mendoza publicó varios libros y escritos, siendo uno de sus más notables, Virtudes del indio (1643), en el que confesó su admiración por el excesivo mutismo de los mexicanos. Decía el Obispo Palafox que:

"así estuvieran dos horas aguardando audiencia y se juntaran treinta en la sala de espera, ninguno rompía el silencio. Entre dos el hablar es preeminencia tan grande que es señal de superioridad, como lo es de subordinación y obediencia el callar. Para decir a uno “superior” lo  llaman Tlatoani, que quiere decir el que habla, el que tiene jurisdicción para hablar".


El indígena mexicano, según Palafox, es callado hasta para declarar sus sentimientos amorosos, lo que a él le parece el colmo:


"El indio mexicano mancebo que pretende casarse con alguna doncella india, sin decirla cosa alguna —ni a sus deudos—, se levanta muy de mañana y le barre ha puerta de su casa. Y, en saliendo la doncella con sus padres, entra, limpia todo el patio; y otras mañanas les lleva leña, otras agua; y, sin que nadie le pueda ver, se las pone a la puerta. Y de esta manera va explicando su amor y mereciendo, descubriendo cada día más en adivinar el gusto de los suegros, incluso antes de que ellos le envíen cosa alguna. Y eso, sin hablar palabra a la doncella ni concurrir en parte alguna en su compañía, ni aun osar mirarla al rostro, ni ella a él. Hasta que a los parientes les parece que ha pasado bastante tiempo y que tiene méritos y perseverancia para tratar de que se case con ella. Y entonces, sin que él le hable en ello, lo disponen" (citado por A. Reyes, Los callados”, Tren de ondas, OC VIII, pp. 392-393).


¿No hay una simbología, una suerte de escritura externa en el acto de limpiar todo el patio y de llevar leña y otras veces agua? A veces, las palabras no son tan necesarias. Al menos la escritura no debería subordinarse al habla. Según el principio de visibilidad la imagen acaba por imponerse al sonido, el lenguaje es en primer término escritura. La escritura es anterior a cualquier fonema). 


Conclusión 1. Derrida critica que la identidad occidental (la metafísica y la ontología) se funden en la voz, en la palabra que da significado (concepto o sentido) al significante (al signo gráfico). Derrida cita dos definiciones iguales, una de Aristóteles y otra de Saussure, para indicar que la lingüística moderna sigue heredando lo de hace dos mil años: el auto-engaño del logocentrismo: a) “Los sonidos emitidos por la voz son los símbolos de los estados de alma, y las palabras escritas, los símbolos de las palabras emitidas por la voz” (Aristóteles, De interpretación). b) “Lengua y escritura son dos sistemas de signos distintos; la única razón de ser del segundo es la de representar el primero” (Saussure, 1914). 


Conclusión 2. Para Derrida, no hay que hablar de identidades, sino de huellas. La huella como escritura es el movimiento de la diferencia, de algo que fue, pero que ya no es. La huella-escritura es por tanto ausencia como presencia. Permite un entre-espacio (in-between). Un no-origen: un presente eterno. La huella-escritura, además, no depende de un signo audible, fónico o gráfico para representarse. En tanto ausencia-presencia, ella supera al signo. Mejor dicho, la huella-escritura es lo que permite la articulación de los signos entre sí. En síntesis, la huella-escritura hace posible la pregunta por una identidad que no puede dejarse reducir a la forma de la presencia. Es evidente que Derrida adelantaba desde 1967 una identidad de la ausencia o de la distancia, es decir, la identificación digital o alfanumérica que registra –digita y computa mediante las microcomputadores de nuestros teléfonos celulares– cualquier huella, desde clics o movimientos del dedo índice hasta mensajes de textos, de voz, de video, o bien, cuántos latidos, respiraciones y un largo etcétera. 






febrero 14, 2024

0. Teorías de la identidad (programa del curso)




Introducción

Este curso, que se imparte en la Facultad de Antropología de la Universidad Veracruzana, introduce en el problema sobre las teorías de la identidad, particularmente en relación con el lenguaje (la Lógica) tanto en su dimensión lingüística como literaria, plástica y musical. Puesto que no hay en sí una teoría única y unívoca de la identidad, sino múltiples teorías al respecto que legitiman identidades plurales y diversas, este curso hará un recorrido panorámico por algunas escuelas filosóficas, tales la fenomenología, el estructuralismo y el posestructuralismo. Con base en la Realpolitik, en la realidad política de una identidad basada en el Estado-nación, no se descuidará el contexto veracruzano, mexicano y latinoamericano. 


1. la palabra identidad proviene del término latino entidad, que significa la cualidad de ser, derivada de ensentis («que es», «que existe»). El concepto de (id)entidad en griego antiguo se decía ousía. La entidad como la sustancia son categorías fundamentales en la historia de la filosofía, especialmente de la ontología (del estudio del ser). Por lo tanto, el núcleo característico de la Identidad se define por el verbo ser en todas sus conjugaciones: ¿quiénes fuimos, somos y seremos? Tu identidad (tu ID en inglés) es lo primero que te pregunta un policía al llegar a otro país, o un funcionario al solicitar cualquier trámite. La identidad es pues, desde la antigüedad, el estudio del ser de cualquier cosa que exista abstracta o concretamente. 

2. Según el Diccionario de filosofía, de Nicola Abbagnano, para Aristóteles la Identidad es una unidad, aun cuando la unidad se refiera a muchas cosas. Aristóteles define la (id)entidad como «el que es ser» (en griego antiguo, Tò tí ên eînai) o «la esencia de lo que es ser» (consúltese Metafísica, libros VII y VIII).  En 1936 el lógico austriaco Friedrich Waismann redefinió la identidad bajo la idea de que dos cosas en el universo no pueden ser absolutamente iguales, pues una mera diferencia espacio temporal es por tanto suficiente para considerar no-idénticos a dos objetos (consúltese Sobre el concepto de identidad, 1936 [Über den Begriff der Identität])

3. Recientemente,  desde el fin de la Guerra Fría, con la categoría de identidad se designan también nuevas realidades individuales y sociales entre los seres humanos, tales como identidad lingüística, nacional, regional, local, étnica, sexo-genérica (véase la entrada de Lindomar Albuquerque en Palabras claves para el estudio de las fronteras). Hacia esas identidades tendremos que enfocaremos. A continuación, indicaremos el contenido de nuestro curso:
  • a) ¿Qué es y de dónde viene la «identidad» y qué es la «teoría»? La formación fenomenológica y antropológica de la identidad humana en relación con el tiempo profundo y la tecnología. Leer, comentar y discutir de Hans Blumenberg, Descripción del ser humano, especialmente el capítulo “Variaciones de la visibilidad” (pp. 583-670). // Y de Jacques Derrida, De la gramatología, especialmente los capítulos “La guerra de los nombres propios. / La escritura y la explotación del hombre”, (pp. 183-180). 
  • b) Leer, comentar y discutir de Judith Butler, Lenguaje, poder e identidad, especialmente la “Introducción: de la vulnerabilidad lingüística”. Plantear un problema de investigación sobre el lenguaje políticamente correcto.
  • c) Introducción y contexto de la formación de la identidad nacional en la modernidad Leer, comentar y discutir afinidades en La invención de la nación. Lecturas de la identidad dos capítulos: a) de J. G. Herder, “Genio nacional"; b) A. Renan, “¿Qué es una nación?”. 
  • d) Introducción histórica a la novela latinoamericana como presupuesto de la identidad sexual-nacional. Leer, comentar y discutir de Pedro Henríquez Ureña, Seis ensayos en busca de nuestra expresión (especialmente, el apartado “El problema del idioma”). // También de Doris Sommer, “Un romance irresistible: las ficciones fundacionales de América Latina” (en Homi K. Bhabha, Nación y narración. Entre la ilusión de una identidad y las diferencias culturales, pp. 99-134). 
  • e) Introducción a la cultura visual como identidad nacional: el paisajismo en la pintura mexicana. Leer, comentar y discutir de Fausto Ramírez, José María Velasco, pintor de paisajes. - Control de lectura. Exposiciones grupales. 
  • f) Cultura musical como identidad comunitaria: el son jarocho como identidad veracruzana. y discutir afinidades en el libro de Santiago Auserón, Arte sonora: en las fuentes del pensamiento heleno