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noviembre 05, 2018

Premio Alfonso Reyes a Adolfo Castañón: invitación a su lectura



El escritor-editor

A ratos los premios suelen convertir a un autor en “culto” del que mucho se habla, pero poco se lee: trampas de la fama. Hay autores de quien basta leer una entrevista para saber lo que opinan del mundo, y ya está. De ADOLFO CASTAÑÓN (Ciudad de México, 1952), en cambio, no podemos aventurarnos a desentrañar su pensamiento de una sola mirada, tanto más cuando se esparce como el valle de Anáhuac en multitud de pequeños ensayos que sólo leídos uno por uno nos permiten contemplar una grandeza que precisamente consiste en la minucia, en la brevedad. Castañón mismo ha querido ordenar sus ensayos como “paseos” y no rutas prefijadas, como si supiera que cualquier pensamiento se entrecruza y se bifurca y se contradice a cada rato. Tenemos sobre el escritorio, en desorden, Arbitrario de literatura mexicana (Paseos I, 1993), La gruta tiene dos entradas (Paseos II,1994), Los mitos del editor (Paseos III, 1994), Lugares que pasan (Paseos IV, 1998), América sintaxis (Paseos V, 2000), De Babel a papel (Paseos VI, 2006), Lluvia de letras (Paseos VII, 2007), Alfonso Reyes, el caballero de la voz errante (Paseos VIII, 2007), y aun la condensación de belleza y verdad de sus aforismos, La belleza es lo esencial (2006) y de sus poemas, La campana y el tiempo (1973–2003). Así intentemos leerlos por orden, al resumirlos o comentarlos se entrelazarán uno a otro en nuestra mirada. Como en la matemática, tampoco en Castañón el orden de sus ensayos altera su producto.


Una crítica desde la filología y la edición

El día en que su padre se encontró con Alfonso Reyes en los pabellones de alguna feria del libro de 1958, Adolfo Castañón, que tenía seis años, habría de constatar mucho después que esa vez vio juntos a los dos hombres que más influencias han ejercido tanto en su obra como en su vida. La filiación entre su padre y Reyes llegó a más allá de un encuentro casual. Del 7 de enero al 11 de febrero de 1941, Castañón-padre asistió a los cursos de invierno que en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de México dictó el helenista mexicano sobre La crítica en la edad ateniense. Reyes, allí, comenzó por decirnos que lo más expresivo sobre la figura de la mente humana y griega es el observar “cómo la palabra se enfrenta con la palabra y le pide cuentas y la juzga”, cómo, en suma, la crítica se convierte en una herejía que no se resigna a tragar por entero y nunca pone “en duda el alcance de los instrumentos humanos para todo aquello que nació con el hombre” (1997, 39), esto es, los países, los gobiernos, las constituciones, los libros y la cultura. Si no hay crítica, decía, corremos el riesgo de que esas instituciones se enquisten como tumores, constriñan nuestro dinamismo y amenacen dejar tullida a una
sociedad.

Hablando de Carlos Fuentes, Castañón se atreve a compararlo con los cronistas de Indias. Pues una perversa tradición hispánica que viene desde los cronistas de Indias deduce, según Castañón, “que las obras de creación son trabajos encaminados a granjear el ocio, inversiones para defender el derecho a la encomienda: es el guerrero Bernal Díaz que se pone a batallar con la prosa para alegar la justicia de sus pretensiones o para dejar constancia de la injusticia que en su contra comete la máquina administrativa”. Castañón, como Gabriel Zaid, critica la contradicción a la que se enfrentan muchos hombres de libros sin saberlo: ser enemigos de la institución, pero cercanos al poder.
         A sus sesenta años de vida, la carrera literaria de ADOLFO CASTAÑÓN parece completar o dibujarse como un círculo en el que giran, sin chocar uno con otro, el oficio de editor, traductor, poeta, crítico, ensayista, cuentista y cronista. Durante más de treinta años (hasta el 2004) ofició como editor del Fondo de Cultura Económica, acaso una de las casas más importantes del idioma. Y fatigaríamos al enumerar los títulos y colecciones que Castañón editó o las traducciones que llevó a cabo. Lo curioso –o admirable– es que, al publicar sus propios libros, tal vez por un prurito ético (porque hubiera podido hacerlo), Castañón ha escogido editoriales no tan conocidas o no tan comerciales, de modo que para el gran público puede que sus libros no sean tan sonoros.
Quizá uno de sus más importantes sea Los mitos del editor. Nada conocemos mejor que nuestra experiencia propia, sostenía Alfonso Reyes. Y lo que más conoce Adolfo Castañón, editor por treinta años del Fondo de Cultura Económica, son precisamente los secretos del mundo editorial o de la tribu del libro que tejen y transforman la cultura. Su libro Los mitos del editor reúne un conjunto de ensayos cuyo efecto me atrevo a comparar con el polvorín que levantó Don Quijote (y que todavía no se ha asentado) entre los editores y escritores vanidosos. Castañón ha puesto al descubierto que toda esa solemnidad del mundillo editorial y cultural es puro fingimiento y nada de verdad. ¿No parece gozar el editor del privilegio que en el antiguo Egipto tenía el “embalsamador”: garantizar el paso al otro mundo de simples mortales? Hasta cita del mismo Cervantes el episodio en que el Quijote vio su libro en Barcelona y conversó con cierto editor, quien le respondió tajante: “Yo no imprimo mis libros para alcanzar fama en el mundo, que ya en él soy conocido; provecho quiero, que sin él no vale un cuatrín la buena fama”. Y a continuación se pregunta Castañón: “¿No parece sugerir Cervantes que los editores, no contentos con la comedia de vender inmortalidad, que juegan en sus horas hábiles, son dados a buscar esparcimiento en simulacros y falsas profecías…? (…) los editores solían ser hombres poco ilustrados, por más que quisiesen hacerse caballeros de la cultura y montarse sobre los libros publicados”.
         Otros de los ensayos contenidos en Los mitos del editor es una lanza en ristre contra la excesiva institucionalidad de la cultura: “Cheque y Carnaval. Glosas sobre el cultivo, el trabajo y la cultura en México”. A ratos, observa Castañón, “la cultura la deciden quienes no saben hacerla”. No es que las instituciones culturales sean malas en sí mismas; los malos son los dirigentes o funcionarios que se entregan demasiado al mundillo social (léase cocteles, lanzamientos, lobbies, cabildeos o intrigas) olvidando cultivarse a sí mismos. Lo supo bien pronto Castañón cuando entró a trabajar al Fondo de Cultura Económica en 1974. De hecho, uno de los secretos de su éxito ha consistido en colaborar en ese ámbito institucional, pero sin descuidar nunca el cultivo de su jardín interior: sus investigaciones personales y su preocupación por el lenguaje y por adquirir un estilo, esto es, criterio.
Escritores-Editores o Cultura-Poder nunca ha sido un matrimonio feliz, puesto que el público al que ambos pretenden dirigirse a menudo es indiferente a sus intrigas y rencillas.
De ahí las brevedades y sonoridades de su prosa preocupada en deleitar más que en persuadir o convencer. Su Arbitrario de literatura mexicana (1993) lo que menos tiene es de arbitrario. Son siluetas de autores y de obras que bien podemos comparar con los retratos de Ramón Gómez de la Serna: “prosas libres, sueltas y sencillas con tonos de conversación en el café, de confidencia menor y campechana dicha sin bombo ni sorna (…) es como una suelta mano que va poniendo las cartas sobre la mesa…, y gana de capicúa (…) Gran fiesta de la tolerancia y de la observación”. (La gruta…, 2002: 236). Practica lo que Walter Benjamin recomendó para una historia de la literatura: no presentar las obras literarias en conexión con su época, sino de presentar la época que las reconoce, o sea, la nuestra, en la época en que se produjeron. Aún más: el novelista o ensayista auténtico ha de ser en el fondo un filólogo de su propio idioma. No escribir como Fuentes “una lengua española pre-traducida y tironeada por el francés y el inglés” (Arbitrario…, 2002: 149). Sin descuidar el contacto con otras lenguas, claro está, Castañón propone, basado en María Zambrano, un “pensamiento que no pasa por alto los hábitos que ha asumido al escribirse”, que no caiga “en la trampa de soslayar las trampas que el lenguaje le puede tender…” (De Babel a Papel, 2006: 248).


Leer más No. 66-67

octubre 12, 2018

12 de octubre: ya no conmemoramos a Colón porque con base en Foucault...




Celebramos o exaltamos a quien nos es similar. 

Nada más alejado del sujeto actual (del urbanícola contemporáneo encerrado en cuatro paredes o en las latas de un coche como una sardina) que el almirante genovés, ese conquistador y aventurero de Cristóbal Colón...

En la era de los viajes interplanetarios y de la comunicación satelital, cuando el urbanícola cruza en 8 o 10 horas el Atlántico sin dejar de estar sentado, nuestro mundo se ha vuelto puro futuro. El pasado es una cosa despreciable; la conquista de América... sólo terror, despojo, sangre, venas abiertas...: 

"¡Desgraciado Almirante! Tu pobre América
[...]es una histérica de convulsivos nervios y frente pálida". (R. Darío).



.
Ya el antropólogo y filólogo cubano Fernando Ortiz, desde 1905, se opuso a conmemorar el 12 de octubre como el Día de la Raza o el Día de la Hispanidad. Cierto. 

Pero resulta que, en la era de los sustitutos de religión y símbolos patrios, el homo academicus necesita encarnar el milagro en un santo, es decir, necesita de un Sujeto para entenderse. Ya no es Colón por las razones susodichas. Ahora es Foucault... 

Porque Foucault es la  crítica pero también la encarnación del homo academicuses decir, del académico que se aleja de la Polis (del ágora y de la plaza pública) y se encierra, valga la redundancia, en su propia interioridad y comienza desde ahí a preguntarse quién domina el mundo y quién ha inventado los héroes, las conmemoraciones, las celebraciones, el Día de la Raza, de la Hispanidad, los indigenismos, la derecha, la izquierda...  

Dicho esto, valga presentar un interesante libro colectivo presentado por la BUAP y la Universidad de Chiapas, Prácticas dicursivas y creación de subjetividades. Estudios foucaultianos (2018), coordinado por Jorge Gómez Izquierdo y Colette Despagne Broxner. El libro cuenta con ensayos estupendos de Francisco Romero Múñoz (¨Sobre el problema del sujeto y la subjetividad en Michel Foucault"), de Sol Tiverovsky Scheiner ("Dispositivo de sexualidad y racismo. Algunos casos de la novelística mexicana") y de, entre otros, Ana Luisa Ramírez Múñoz ("La construcción del enemigo interno en México: una revisión del estallido del EZLN"). 

octubre 04, 2018

Veracruz talasofóbico: «Aquí no es Miami» y «Temporada de huracanes» de Fernanda Melchor





            Leer los relatos –así los llama Fernanda Melchor en la contraportada– de Aquí no es Miami es abrir tremenda ventana hacia el Caribe. 

Un hombre de nombre Paco, estibero del puerto de Veracruz, se dirige por la avenida Montesinos hacia la garita del muelle. Hay, aparcadas, una furgoneta del Instituto Nacional de Migración y varias patrullas de la Policía Federal. Cuando los agentes con sus perros rastreadores se retiran a medianoche, de repente emerge el Caribe en boca de unos polizones ocultos en el último remolque: “¡Mi hermano! ¡Ayúdame, mi hermano! [...] Somos dominicanos. Po' favor, ayúdanos, tenemos una semana sin comer. […] Dinos que estamos en Miami, por favor”. Paco, el estibador, aterrado, responde: “¿Miami? ¡No mamen, están en Veracruz!”. 

Ahí está el meta-archipiélago sin límites y sin centros, el Caribe, que aparece en un remolque en Veracruz o en el barrio Little La Habana de Miami. Es decir: si aquí no es Miami, luego puede ser Santo Domingo, La Habana, Barranquilla, Maracaibo, Kingston… Si aquí no es Miami, bien puede sonar un son cubano, una cumbia barulera, un porro sabanero, un cha-chá, un bolero. ¿Acaso no sonó por todas las emisoras del planeta el famoso son jarocho “Bamba, bamba”, que primero popularizó Andrés Huesca durante la época de oro del cine mexicano y después dio a conocer Ritchie Valens en 1958 y que “Los Lobos” interpretaron como tema musical de la película «La bamba» que narraba la vida del Ritchie…?

            No decimos nada nuevo si insistimos en que México es un país talasofóbico (talas es mar en griego): México le tiene fobia al mar a pesar de estar bañado por dos océanos y en sí mismo constituir un istmo. Su megalópolis –incluyendo el área metropolitana de Puebla, Tlaxcala, Pachuca y Toluca– se extiende sobre los altiplanos centrales centrípetamente. Semejante centralismo hace que las ciudades costeras como Veracruz a menudo queden exangües, sin sangre, chupadas, cadavéricas, vampirizadas. No es extraño, por lo tanto, que varias casas del centro histórico de Veracruz cobren el aspecto de caserones góticos, abandonados, donde moran fantasmas y se esconden vampiros.

En su estupendo ensayo La isla que se repite (1998), Antonio Benítez Rojo observó que el Caribe no es solamente un mar interior entre Norteamérica, Centroamérica y Suramérica, el que baña las costas de Venezuela y Colombia y las de la península de Yucatán y las de la Florida y el que se adentra en el Golfo de México y el de las Antillas menores y mayores flotando en su centro. No. El Caribe es ante todo un meta-archipiélago sin límites y sin centros: 

"el Caribe desborda su propio mar, y su última Tule puede hallarse a la vez en Cádiz o en Sevilla, en un suburbio de Bombay, en las bajas y rumorosas riberas del Gambia, en una fonda cantonesa hacia 1850, en un templo de Bali, en un ennegrecido muelle de Bristol, en un molino de viento junto al Zuyder Zee, en un almacén de Burdeos en los tiempos de Colbert, en una discoteca de Manhattan y en la saudade existencial de una vieja canción portuguesa". (1998: 18).


Volviendo a los relatos de Aquí no es Miami, éstos tienen una presencia colombiana constante.  En el primero de los relatos, “Luces en el cielo”, la fantasmagoría de los ovnis y de platillos voladores, que en un principio fascina a la niña narradora que con su hermano las contempla desde una playa del puerto hacia 1991, tiene que ceder a la evidencia más prosaica o realista: son avionetas de narcos que traen cocaína desde Colombia. En el relato “No se metan con mis muchachos. Apuntes para una crónica de la llegada del crack al puerto”, aparece un hombre a quien apodan El Pollero y quien “sueña convertirse en narco y salir de la pobreza […] La droga colombiana llegaba en contenedores, a través de buques provenientes de Sudamérica, o atravesaba el Caribe a bordo de avionetas, hasta llegar a las bodegas en Mérida y Chiapas, para acabar en las narices de los empresarios y juniors del puerto” (pp. 119-120). Esta pequeña cita  permite reforzar una hipótesis en la que hemos venido trabajando. 

La última «revolución proletaria» de la que tenemos noticia –si entendemos por «revolución» aquel proceso que acelera salir de la pobreza y entrar en la riqueza al pobre o saltar del «proletariado a la burguesía»– la ha protagonizado el narcotráfico y ha tenido a Colombia como escenario principal. No es gratuito que el narcoterrorismo haya estallado en Colombia entre 1989 y 1991. Pues, mientras al otro lado del mundo se desplomaba pacíficamente la Unión Soviética y el Muro de Berlín, el Cartel de Medellín ordenaba el estallido en pleno vuelo con 107 pasajeros a bordo del Boeing de Avianca 727-21 que cubría la ruta entre Bogotá y Cali (27 de noviembre de 1989); hacía estallar un camión cargado con 60 kilos de dinamita contra el edificio del diario bogotano El Espectador (2 de septiembre de 1989), y un autobús con 500 kilogramos de dinamita contra el edificio del Departamento Administrativo de Seguridad (6 de diciembre de 1989). Semejantes acontecimientos siguen siendo fotografías, imágenes, aun cuando abundan textos (ríos de tinta) novelas, crónicas y reportajes al respecto. 


 



octubre 01, 2018

La Literacidad o el olvidado Arte de la Lectura




  El tema de la lectura –de la literacidad y de alfabetización– no debería solamente asumirse desde una monolítica perspectiva sociológica, sino extenderse o elevarse a lo artístico o estético. Pues, como convertir un símbolo escrito en una símbolo sonoro supone un fenómeno estético (del griego "aesthetics", que se traduce como "lo sensible"), la lectura es ante todo un problema filosófico. Es cierto que abundan teorías y técnicas de fomento de la lectura, estudios con encuestas sobre cuántos libros se leen al año en tal o cual sector socioeconómico. Bien está. Pero es necesario asumir este problema desde el punto de vista del efecto retórico y poético, es decir desde las condición dialéctica escritor-lector-editor. La poesía o la literatura no son ramas del lenguaje. El lenguaje mismo es poesía (Nietzsche). La poesía hace posible el lenguaje (Heidegger). Toda lectura supone un performance lírico. Toda lectura, al descifrar símbolos escritos y transformarlos en sonoros, entraña un accionar mágico y místico.
 
 En Estética de la lectura. Una teoría general (Verbum, Madrid, 2012), de Pedro Aullón de Haro, postula como una novedad un olvidado y maravilloso tratado, El Arte de la Lectura (1899) de Rufino Blanco, al que se puede acceder picando aquí: 



La definición de lectura de Rufino Blanco es impresionante: “la Lectura crea formas, porque transforma la expresión escrita en expresión oral, y transforma, asimismo, como otras artes, los sonidos naturales de nuestro aparato fonético en signos orales, o, lo que es lo mismo, en palabras; luego la Lectura es un arte". 

En este sentido, leer es crear. 

Hay una enorme diferencia entre leer y ver televisión o cine o, incluso, contemplar una obra plástica. Estas últimas operaciones (ver una pantalla o un cuadro) es directa y sin código absoluto y preciso. En cambio, y aquí vale la pena citar a Aullón de Haro:

"La contemplación de la obra literaria no es nunca directamente tal sino lectura estricta sobre la base de un completo código que alberga y recubre la obra como totalidad al tiempo que la une mediante el lenguaje a su contemplador".
 

El Arte de la Lectura, relegado y olvidado hasta extremos incomprensibles, ejerció un daño incalculable a generaciones de estudiantes por métodos depredadores que desligaban sus objetos de estudio de la realidad temporal e histórica en la cual únicamente adquieren sentido y existen, es decir, métodos desnaturalizados que presuponían la dejación de la libertad, la responsabilidad y el espíritu propio del sujeto lector, así como del objeto verbal o texto que es leído y por ellos nos habla, en favor de un tercero. En palabras de Aullón de Haro: 
    “Durante la segunda mitad del siglo XX se vino a olvidar que el problema didáctico de la lectura, enmarcado en el régimen de la racionalidad tradicional de la ciencia del lenguaje y las evoluciones humanística y pedagógicas de la milenaria Retórica, había obtenido su específico desarrollo disciplinario en el siglo anterior bajo el marbete de Arte de la Lectura, vinculado a los usos académicos y dramáticos de la lectura en voz alta, de la recitación y la declamación.” (p. 85). 


         La lectura no es una tecnología o meramente un medio. La disciplina de la LITERACIDAD, en consecuencia, debería admitir que la lectura es una práctica del individuo no sólo la posee integrada con naturalidad en su comportamiento, sino que además define su entidad psíquica, su integridad personal y su visión del mundo. Y el abandono o la merma de esa práctica, la lectura seria, que permanece secular en un sector significativo de las sociedades produciría sin duda una caída de las capacidades de intuición, comprensión y reconciliación con el mundo sin posible analogía o regreso a un régimen propio de las culturales orales que es por completo ajeno al nuestro conocido por históricamente fundado y cuyo destino conocido no es rectificable. Es decir. No podemos volver a las llamadas nostálgica y retrógradamente “culturales orales”. 
         Decía Camila Henríquez Ureña (la hermana de Pedro Henríquez Ureña, el gran ensayista dominicano) que el proceso de lectura, de lectura literaria, consta de dos partes: recibir las impresiones de la lectura hasta el límite de nuestra capacidad de receptividad y comprensión” y “comparar y formarnos un juicio sobre las múltiples impresiones recibidas pudiendo llegar a una conclusión. Por lo demás, Camila Henríquez Ureña define al buen lector como aquel que aspira a comprender
         
 El problema al que hay que enfrentarse es, pues, al de la Lectura Seria.
  
La lectura hipertextual (Facebook, Twitter), por la que el ojo y el cursor se deslizan a gran velocidad por muy diversos materiales, ocasiona desconcentración, indisciplina, dispersión psíquica y conceptual, sin mencionar la fragmentación del sentido de la realidad, todo lo cual lleva a un retraso lector y a la dislexia.

         Tiene razón Aullón de Haro cuando afirma que la lectura, la lectura seria por mejor decir, es realidad profunda del yo, vida intensificada, y no sustitución de la vida, a diferencia de lo que pueden llegar a pensar quienes leen poco

Y esto último me encanta:
         

 La crítica, por principio mayor, ha de asumir la lectura, no dar un salto a otra cosa.” (pp. 140.141).   


septiembre 21, 2018

Heine y la imagen de Alemania (contra el romanticismo)


            Introducción

Canetti y Borges y creo que también Roberto Bolaño, tres hombres tan distintos, dijeron que, así como el mar es el símbolo de los ingleses, el bosque era la metáfora donde vivían los alemanes.

A semejante metáfora se opondría Heinrich Heine (1797-1856). Él, que había acusado a Madame de Staël de ser una simple aficionada a la filosofía, habría celebrado un cuento de Borges, "Deutsches Requiem" (1949), en que el argentino advierte que no hay nada inofensivo en pensadores como Kant o Schopenhauer. 

Hacia 1835, cuando el autoritarismo prusiano disolvió el movimiento de la Junges Deutschland Literatur, Heine se exilió de Alemania y radicó en París. Allí se encontró que entre los franceses predominaba una imagen inocente y romántica de Alemania: un país sumido en un bosque encantado con reyes, duendes, princesas y filósofos. 

Perplejo, alarmado, Heine se dio a publicar  artículos que corrigieran semejante mentira. Quienes alababan la espiritualidad, la honestidad y la cultura de los alemanes, no veían "nuestras cárceles, nuestros burdeles y nuestros cuarteles ["unsere Zuchthäuser, unsere Bordelle, unsere Kasernen"]. 


Del mutuo entendimiento entre Francia y Alemania dependía el futuro de la humanidad. De lo contrario, como pasaría a partir de 1870, la falta de entendimiento entre ambas naciones desencadenaría la guerra franco-prusiana  y protagonizaría batallas campales en la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Ya en  la Segunda (1939-1945), en un santiamén, Hitler ordenó a sus soldados nazis ocupar París.   

             Prusia contra Napoleón

Ya en la Batalla de Jena (1806) las tropas napoleónicas habían expulsado a los últimos fantasmas medievales de los castillos alemanes, a sus duendes y princesas encantadas. Pero con la derrota de Napoleón en Waterloo (1815), a través de la Santa Alianza, "los alemanes recibimos la orden suprema de liberarnos del yugo extranjero, y así nos encendimos en cólera viril, indignados por haber soportado durante tanto tiempo aquella servidumbre, y nos entusiasmamos con las buenas melodías y los malos versos de las canciones de Körner, y conquistamos nuestra independencia: pues es sabido que nosotros hacemos todo lo que nos mandan nuestros príncipes." (p. 81 [cito la traducción de Manuel Sacristán y Juan Carlos Velasco (Madrid: Alianza, 2010)].  

Para Heine, la verdadera Reforma Protestante no fue la de Lutero, sino la sensual y plástica del Renacimiento italiano, cristalizada por Miguel Ángel cuando éste pintó los frescos del Vaticano.


         Los románticos son reaccionarios

En consecuencia, nostálgicos de Reyes, princesas, duendes y autoritarismo teológico,  hay quien subrepticiamente acude a la filosofía alemana en busca de teología. Nietzsche, en El Anticristo, le hizo la guerra a los teólogos alemanes disfrazados de filósofos  cuyo principal representante es el chino de Könisberg. 

Heine profetizó todo ello al sentar tremenda oposición contra el romanticismo fabricado en Alemania en su polémico e irónico ensayo titulado  La escuela romántica [Die Romantische Schule, 1833-1836]. En él, Haine se opone al mito indigenista alemán, es decir, se opone a creer que lo alemán tenga su origen en el ensueño medieval de los teutones o de los nibelungos, sin ningún contacto con Roma o el catolicismo. 

Es cierto que Alemania tuvo una Edad Media rica en cuentos populares llenos de fantasía. Pero idealizar el medioevo era, para Heine, una actitud reaccionaria que anhelaba en el fondo retornar al Antiguo Régimen de príncipes y reyes. 

La escuela romántica se volvió hostil al espíritu francés y gloriaba todo lo que fuera tradicionalmente alemán en el arte y en la vida. La escuela romántica apoyaba las tendencias del gobierno y de las sociedades secretas.

Cuando por último triunfaron plenamente el patriotismo alemán y la nacionalidad alemana, triunfo también definitivamente la escuela nacional-germánico-cristiana-romántica, el arte-alemán-religioso-patriótico. "Napoleón, el gran clásico, se derrumbó tan clásicamente como Alejandro y César, y los señores August Wilhelm y Friedrich Schlegel, tan románticos y pequeños como Pulgarcito y el Gato con Botas, se erigieron como vencedores". (p. 81-82)

Heine insistió en que la Antigüedad, el Renacimiento y la Reforma, así como también el Clasismo alemán desde Lessing a Goethe, conforman las tradiciones afirmativas que hay que propagar y robustecer. Porque, en contraste, la Edad Media y el Romanticismo son ramas "decadentes" que hay que extirpar para favorecer el Progreso de Alemania.



        Una teología solapada y terrorista

La Filosofía alemana es un Cristianismo materialista, más aun, un programa de acción, una máquina de matar, dijo Heine en su notas Sobre la historia de la religión y la filosofía en Alemania [Zur
Geschichte Der Religión und Philosophie in Deutschland, 1835]. La tesis inicial de Heine es que la filosofía alemana hay que verla, en buena parte, como un sustituto de la religión. Lutero, pues, el primer "filósofo" alemán. Es posible que el Papa no se diera siquiera cuenta de lo que pretendía Lutero en 1517. El Papa andaba demasiado ocupado con la construcción de la basílica de San Pedro, cuyos costos estaba precisamente cubriendo con la compraventa de indulgencias, de tal modo que el pecado era la fuente de la financiación de la gran Iglesia. Pero el placer de los sentidos (una Capilla Sixtina pintada por Miguel Ángel) eran cosas que no comprendía Lutero. 

"Nosotros, septentrionales, somos gentes de sangre más fría, y para lavar nuestros pecados carnales no necesitábamos tantas cédulas y bulas de indulgencia como nos mandó León. El clima nos facilita el ejercicio de las virtudes cristianas, y el 31 de octubre de 1517, cuando Lutero clavó en la iglesia del castillo de Wittenberg sus tesis contra la indulgencia, los fosos de la muralla de Wittenberg estaban ya probablemente helados, y la gente saldría a patinar por ellos, lo cual es placer sumamente frío y, consiguientemente, nada pecaminoso” [cito la traducción de Manuel Sacristán y Juan Carlos Velasco (Madrid: Alianza, 2008). pp. 74-75]. 

            
Comentario: aquí está explicado, con suma claridad, el origen de Lutero. Lo de que salieran a patinar en el hielo, mientras Lutero clavaba sus tesis, me recuerda un cuadro de Brueghel el Viejo. 



        Tremenda interpretación del protestantismo 

A partir de la Dieta imperial en que Lutero niega la autoridad del Papa y declara que su doctrina debe refutarse por medio de sentencias de la Biblia misma o por motivos de razón, empieza una nueva era en Alemania. [...] La propia religión se transforma; desaparece de ella el elemento gnóstico-hindú, y vemos erguirse de nuevo en ella el elemento judeo-deísta Surge así el cristianismo evangélico. [...] El sacerdote se hace hombre, toma mujer y engendra hijos, como la manda Dios. El propio Dios vuelve, en cambio, a ser una celeste soledad orgullosa y sin familia; se discute la legitimidad de su Hijo; se destituye a los santos; se cortan las alas de los ángeles; la Madre de Dios pierde todas sus pretensiones a la corona celeste, y se le prohíbe hacer milagros.” (p. 84).   

            Todo lo real es racional

Los alemanes usan la misma palabra para pedir perdón que para envenenar: vergeben
            Es espantoso, dice Heine, cómo nos piden alma los cuerpos que hemos creado. “El pensamiento quiere ser acción, la palabra quiere ser carne". 
Y añade en uno de sus momentos de mayor lucidez:
      "Anotaos esto, orgullosos hombres de acción: no sois más que peones inconscientes de los hombres del pensamiento, los cuales, en humilde silencio, han predeterminado a menudo todo vuestro hacer del modo más exacto. Maximiliam Robespierre no fue sino la mano de Jean-Jacques Rousseau, la mano ensangrentada que sacó del seno de los tiempos el cuerpo cuya alma había creado Rousseau. […] Immanuel Kant, este gran destructor del reino del pensamiento, rebasa ampliamente en terrorismo a Maximilian Robespierre”. (pp. 153-155). 

                      Contra Kant y Fichte


Heine les dice a los franceses: “No sonriáis al oír mi consejo, el consejo de un soñador que os pone en guardia ante kantianos, fichteanos y filósofos de la naturaleza. El pensamiento precede a la acción como el rayo al trueno.” (pp. 208-209). 


Heine se indigna de la ingenuidad pacifista de ciertos políticos franceses  que buscan desarmar a  Francia. "Debéis conocer el Olimpo", les dice. “Entre los desnudos dioses y las desnudas diosas que allí se complacen con néctar y ambrosía podéis ver a una diosa que, aunque rodeada de tanta alegría y entretenimiento, lleva siempre coraza, el casco puesto y la lanza en la mano. Es la diosa de la sabiduría” (p. 210).

A continuación, en un párrafo censurado y que más tarde publicó por separado en la revista Der Geächtete, bajo el título de “La futura revolución en Alemania”, agrega Heine: 

“La filosofía alemana es un asunto importante, que afecta a toda la humanidad.

[...] Aparecerán kantianos que tampoco querrán saber nada de compasión en el mundo fenoménico, y resolverán sin misericordia el suelo de nuestra vida europea con la espada y con el hacha, hasta arrancar las últimas raíces del pasado. Entrarán en escena fichteanos armados, que en su fanatismo de la voluntad no son refrenables ni por el temor ni por el egoísmo; pues ellos viven en el espíritu, resisten a la materia y la niegan igual que los primeros cristianos, a los que tampoco era posible vencer con torturas o placeres corporales; aún más: esos idealistas trascendentales serían, en una transformación social, mucho más resistentes que los primeros cristianos.

[…] Pero aún más espantosos serían los filósofos de la naturaleza interviniendo activamente en una revolución alemana e identificándose ellos mismos con la obra destructora. Pues si la mano del kantiano golpea fuerte y segura porque su corazón está libre de todo respeto tradicional, y si el fichteano resiste valerosamente todo peligro porque para él la realidad empieza por no existir, el filósofo de la naturaleza será temible porque se encuentra en contacto con las potencias primigenias de la naturaleza, porque puede conjurar las fuerzas del antiguo panteísmo germánico, y porque en él se despierta entonces aquel gusto por la lucha que hallamos en los viejos germanos y que no lucha por destruir ni por vencer, sino por luchar.” (pp. 207-208).

En síntesis, Heine avizoraba a Marx y sus métodos tremendos de todas las formas de lucha. 



Heine vuelve a Alemania

Cuando, en 1844, Heine tuvo oportunidad de regresar a Alemania tras un largo exilio en París, compuso su poemario Deutschland. Ein Weintermärchen (Alemania. Un cuento de invierno). El título es engañoso porque nada tiene de infantil ni de navideño. En el canto séptimo, Heine acepta con ironía que Alemania sea una nación que ha llegado tarde al reparto colonial del mundo y que, en consecuencia, deberá resignarse a influir o dominar mediante el pensamiento: 

La tierra es de franceses y rusos 
y el mar de los británicos, 
pero en el aéreo reino del sueño 
poseemos el dominio indiscutible. 

Ahí ejercemos la hegemonía, 
ahí somos invencibles; 
los otros pueblos sólo se han 
desarrollado a ras de tierra 
(versión de Jesús Munáriz).


Ironizaba. La imagen de que los alemanes viven en la estratósfera como un pueblo filósofo, como un conglomerado de reinos con castillos, princesas, duques y nobles, y filósofos y poetas sumamente respetuosos de la Autoridad, es la que persiste todavía. Se trata de una imagen reaccionaria, fabricada desde 1814 por Madame de Staëlpara vengarse contra Napoleón, el "Espíritu a Caballo", el que en el 18 Brumario del año VII (9 de noviembre de 1799) dio el Golpe de Estado e instaló el primer Consulado (1799-1804), sin  restablecer nunca a la antigua nobleza a la que pertenecía Madame de Staël.