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octubre 04, 2018

Veracruz talasofóbico: «Aquí no es Miami» y «Temporada de huracanes» de Fernanda Melchor





            Leer los relatos –así los llama Fernanda Melchor en la contraportada– de Aquí no es Miami es abrir tremenda ventana hacia el Caribe. 

Un hombre de nombre Paco, estibero del puerto de Veracruz, se dirige por la avenida Montesinos hacia la garita del muelle. Hay, aparcadas, una furgoneta del Instituto Nacional de Migración y varias patrullas de la Policía Federal. Cuando los agentes con sus perros rastreadores se retiran a medianoche, de repente emerge el Caribe en boca de unos polizones ocultos en el último remolque: “¡Mi hermano! ¡Ayúdame, mi hermano! [...] Somos dominicanos. Po' favor, ayúdanos, tenemos una semana sin comer. […] Dinos que estamos en Miami, por favor”. Paco, el estibador, aterrado, responde: “¿Miami? ¡No mamen, están en Veracruz!”. 

Ahí está el meta-archipiélago sin límites y sin centros, el Caribe, que aparece en un remolque en Veracruz o en el barrio Little La Habana de Miami. Es decir: si aquí no es Miami, luego puede ser Santo Domingo, La Habana, Barranquilla, Maracaibo, Kingston… Si aquí no es Miami, bien puede sonar un son cubano, una cumbia barulera, un porro sabanero, un cha-chá, un bolero. ¿Acaso no sonó por todas las emisoras del planeta el famoso son jarocho “Bamba, bamba”, que primero popularizó Andrés Huesca durante la época de oro del cine mexicano y después dio a conocer Ritchie Valens en 1958 y que “Los Lobos” interpretaron como tema musical de la película «La bamba» que narraba la vida del Ritchie…?

            No decimos nada nuevo si insistimos en que México es un país talasofóbico (talas es mar en griego): México le tiene fobia al mar a pesar de estar bañado por dos océanos y en sí mismo constituir un istmo. Su megalópolis –incluyendo el área metropolitana de Puebla, Tlaxcala, Pachuca y Toluca– se extiende sobre los altiplanos centrales centrípetamente. Semejante centralismo hace que las ciudades costeras como Veracruz a menudo queden exangües, sin sangre, chupadas, cadavéricas, vampirizadas. No es extraño, por lo tanto, que varias casas del centro histórico de Veracruz cobren el aspecto de caserones góticos, abandonados, donde moran fantasmas y se esconden vampiros.

En su estupendo ensayo La isla que se repite (1998), Antonio Benítez Rojo observó que el Caribe no es solamente un mar interior entre Norteamérica, Centroamérica y Suramérica, el que baña las costas de Venezuela y Colombia y las de la península de Yucatán y las de la Florida y el que se adentra en el Golfo de México y el de las Antillas menores y mayores flotando en su centro. No. El Caribe es ante todo un meta-archipiélago sin límites y sin centros: 

"el Caribe desborda su propio mar, y su última Tule puede hallarse a la vez en Cádiz o en Sevilla, en un suburbio de Bombay, en las bajas y rumorosas riberas del Gambia, en una fonda cantonesa hacia 1850, en un templo de Bali, en un ennegrecido muelle de Bristol, en un molino de viento junto al Zuyder Zee, en un almacén de Burdeos en los tiempos de Colbert, en una discoteca de Manhattan y en la saudade existencial de una vieja canción portuguesa". (1998: 18).


Volviendo a los relatos de Aquí no es Miami, éstos tienen una presencia colombiana constante.  En el primero de los relatos, “Luces en el cielo”, la fantasmagoría de los ovnis y de platillos voladores, que en un principio fascina a la niña narradora que con su hermano las contempla desde una playa del puerto hacia 1991, tiene que ceder a la evidencia más prosaica o realista: son avionetas de narcos que traen cocaína desde Colombia. En el relato “No se metan con mis muchachos. Apuntes para una crónica de la llegada del crack al puerto”, aparece un hombre a quien apodan El Pollero y quien “sueña convertirse en narco y salir de la pobreza […] La droga colombiana llegaba en contenedores, a través de buques provenientes de Sudamérica, o atravesaba el Caribe a bordo de avionetas, hasta llegar a las bodegas en Mérida y Chiapas, para acabar en las narices de los empresarios y juniors del puerto” (pp. 119-120). Esta pequeña cita  permite reforzar una hipótesis en la que hemos venido trabajando. 

La última «revolución proletaria» de la que tenemos noticia –si entendemos por «revolución» aquel proceso que acelera salir de la pobreza y entrar en la riqueza al pobre o saltar del «proletariado a la burguesía»– la ha protagonizado el narcotráfico y ha tenido a Colombia como escenario principal. No es gratuito que el narcoterrorismo haya estallado en Colombia entre 1989 y 1991. Pues, mientras al otro lado del mundo se desplomaba pacíficamente la Unión Soviética y el Muro de Berlín, el Cartel de Medellín ordenaba el estallido en pleno vuelo con 107 pasajeros a bordo del Boeing de Avianca 727-21 que cubría la ruta entre Bogotá y Cali (27 de noviembre de 1989); hacía estallar un camión cargado con 60 kilos de dinamita contra el edificio del diario bogotano El Espectador (2 de septiembre de 1989), y un autobús con 500 kilogramos de dinamita contra el edificio del Departamento Administrativo de Seguridad (6 de diciembre de 1989). Semejantes acontecimientos siguen siendo fotografías, imágenes, aun cuando abundan textos (ríos de tinta) novelas, crónicas y reportajes al respecto. 


 



octubre 01, 2018

La Literacidad o el olvidado Arte de la Lectura




  El tema de la lectura –de la literacidad y de alfabetización– no debería solamente asumirse desde una monolítica perspectiva sociológica, sino extenderse o elevarse a lo artístico o estético. Pues, como convertir un símbolo escrito en una símbolo sonoro supone un fenómeno estético (del griego "aesthetics", que se traduce como "lo sensible"), la lectura es ante todo un problema filosófico. Es cierto que abundan teorías y técnicas de fomento de la lectura, estudios con encuestas sobre cuántos libros se leen al año en tal o cual sector socioeconómico. Bien está. Pero es necesario asumir este problema desde el punto de vista del efecto retórico y poético, es decir desde las condición dialéctica escritor-lector-editor. La poesía o la literatura no son ramas del lenguaje. El lenguaje mismo es poesía (Nietzsche). La poesía hace posible el lenguaje (Heidegger). Toda lectura supone un performance lírico. Toda lectura, al descifrar símbolos escritos y transformarlos en sonoros, entraña un accionar mágico y místico.
 
 En Estética de la lectura. Una teoría general (Verbum, Madrid, 2012), de Pedro Aullón de Haro, postula como una novedad un olvidado y maravilloso tratado, El Arte de la Lectura (1899) de Rufino Blanco, al que se puede acceder picando aquí: 



La definición de lectura de Rufino Blanco es impresionante: “la Lectura crea formas, porque transforma la expresión escrita en expresión oral, y transforma, asimismo, como otras artes, los sonidos naturales de nuestro aparato fonético en signos orales, o, lo que es lo mismo, en palabras; luego la Lectura es un arte". 

En este sentido, leer es crear. 

Hay una enorme diferencia entre leer y ver televisión o cine o, incluso, contemplar una obra plástica. Estas últimas operaciones (ver una pantalla o un cuadro) es directa y sin código absoluto y preciso. En cambio, y aquí vale la pena citar a Aullón de Haro:

"La contemplación de la obra literaria no es nunca directamente tal sino lectura estricta sobre la base de un completo código que alberga y recubre la obra como totalidad al tiempo que la une mediante el lenguaje a su contemplador".
 

El Arte de la Lectura, relegado y olvidado hasta extremos incomprensibles, ejerció un daño incalculable a generaciones de estudiantes por métodos depredadores que desligaban sus objetos de estudio de la realidad temporal e histórica en la cual únicamente adquieren sentido y existen, es decir, métodos desnaturalizados que presuponían la dejación de la libertad, la responsabilidad y el espíritu propio del sujeto lector, así como del objeto verbal o texto que es leído y por ellos nos habla, en favor de un tercero. En palabras de Aullón de Haro: 
    “Durante la segunda mitad del siglo XX se vino a olvidar que el problema didáctico de la lectura, enmarcado en el régimen de la racionalidad tradicional de la ciencia del lenguaje y las evoluciones humanística y pedagógicas de la milenaria Retórica, había obtenido su específico desarrollo disciplinario en el siglo anterior bajo el marbete de Arte de la Lectura, vinculado a los usos académicos y dramáticos de la lectura en voz alta, de la recitación y la declamación.” (p. 85). 


         La lectura no es una tecnología o meramente un medio. La disciplina de la LITERACIDAD, en consecuencia, debería admitir que la lectura es una práctica del individuo no sólo la posee integrada con naturalidad en su comportamiento, sino que además define su entidad psíquica, su integridad personal y su visión del mundo. Y el abandono o la merma de esa práctica, la lectura seria, que permanece secular en un sector significativo de las sociedades produciría sin duda una caída de las capacidades de intuición, comprensión y reconciliación con el mundo sin posible analogía o regreso a un régimen propio de las culturales orales que es por completo ajeno al nuestro conocido por históricamente fundado y cuyo destino conocido no es rectificable. Es decir. No podemos volver a las llamadas nostálgica y retrógradamente “culturales orales”. 
         Decía Camila Henríquez Ureña (la hermana de Pedro Henríquez Ureña, el gran ensayista dominicano) que el proceso de lectura, de lectura literaria, consta de dos partes: recibir las impresiones de la lectura hasta el límite de nuestra capacidad de receptividad y comprensión” y “comparar y formarnos un juicio sobre las múltiples impresiones recibidas pudiendo llegar a una conclusión. Por lo demás, Camila Henríquez Ureña define al buen lector como aquel que aspira a comprender
         
 El problema al que hay que enfrentarse es, pues, al de la Lectura Seria.
  
La lectura hipertextual (Facebook, Twitter), por la que el ojo y el cursor se deslizan a gran velocidad por muy diversos materiales, ocasiona desconcentración, indisciplina, dispersión psíquica y conceptual, sin mencionar la fragmentación del sentido de la realidad, todo lo cual lleva a un retraso lector y a la dislexia.

         Tiene razón Aullón de Haro cuando afirma que la lectura, la lectura seria por mejor decir, es realidad profunda del yo, vida intensificada, y no sustitución de la vida, a diferencia de lo que pueden llegar a pensar quienes leen poco

Y esto último me encanta:
         

 La crítica, por principio mayor, ha de asumir la lectura, no dar un salto a otra cosa.” (pp. 140.141).   


septiembre 21, 2018

Heine y la imagen de Alemania (contra el romanticismo)


            Introducción

Canetti y Borges y creo que también Roberto Bolaño, tres hombres tan distintos, dijeron que, así como el mar es el símbolo de los ingleses, el bosque era la metáfora donde vivían los alemanes.

A semejante metáfora se opondría Heinrich Heine (1797-1856). Él, que había acusado a Madame de Staël de ser una simple aficionada a la filosofía, habría celebrado un cuento de Borges, "Deutsches Requiem" (1949), en que el argentino advierte que no hay nada inofensivo en pensadores como Kant o Schopenhauer. 

Hacia 1835, cuando el autoritarismo prusiano disolvió el movimiento de la Junges Deutschland Literatur, Heine se exilió de Alemania y radicó en París. Allí se encontró que entre los franceses predominaba una imagen inocente y romántica de Alemania: un país sumido en un bosque encantado con reyes, duendes, princesas y filósofos. 

Perplejo, alarmado, Heine se dio a publicar  artículos que corrigieran semejante mentira. Quienes alababan la espiritualidad, la honestidad y la cultura de los alemanes, no veían "nuestras cárceles, nuestros burdeles y nuestros cuarteles ["unsere Zuchthäuser, unsere Bordelle, unsere Kasernen"]. 


Del mutuo entendimiento entre Francia y Alemania dependía el futuro de la humanidad. De lo contrario, como pasaría a partir de 1870, la falta de entendimiento entre ambas naciones desencadenaría la guerra franco-prusiana  y protagonizaría batallas campales en la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Ya en  la Segunda (1939-1945), en un santiamén, Hitler ordenó a sus soldados nazis ocupar París.   

             Prusia contra Napoleón

Ya en la Batalla de Jena (1806) las tropas napoleónicas habían expulsado a los últimos fantasmas medievales de los castillos alemanes, a sus duendes y princesas encantadas. Pero con la derrota de Napoleón en Waterloo (1815), a través de la Santa Alianza, "los alemanes recibimos la orden suprema de liberarnos del yugo extranjero, y así nos encendimos en cólera viril, indignados por haber soportado durante tanto tiempo aquella servidumbre, y nos entusiasmamos con las buenas melodías y los malos versos de las canciones de Körner, y conquistamos nuestra independencia: pues es sabido que nosotros hacemos todo lo que nos mandan nuestros príncipes." (p. 81 [cito la traducción de Manuel Sacristán y Juan Carlos Velasco (Madrid: Alianza, 2010)].  

Para Heine, la verdadera Reforma Protestante no fue la de Lutero, sino la sensual y plástica del Renacimiento italiano, cristalizada por Miguel Ángel cuando éste pintó los frescos del Vaticano.


         Los románticos son reaccionarios

En consecuencia, nostálgicos de Reyes, princesas, duendes y autoritarismo teológico,  hay quien subrepticiamente acude a la filosofía alemana en busca de teología. Nietzsche, en El Anticristo, le hizo la guerra a los teólogos alemanes disfrazados de filósofos  cuyo principal representante es el chino de Könisberg. 

Heine profetizó todo ello al sentar tremenda oposición contra el romanticismo fabricado en Alemania en su polémico e irónico ensayo titulado  La escuela romántica [Die Romantische Schule, 1833-1836]. En él, Haine se opone al mito indigenista alemán, es decir, se opone a creer que lo alemán tenga su origen en el ensueño medieval de los teutones o de los nibelungos, sin ningún contacto con Roma o el catolicismo. 

Es cierto que Alemania tuvo una Edad Media rica en cuentos populares llenos de fantasía. Pero idealizar el medioevo era, para Heine, una actitud reaccionaria que anhelaba en el fondo retornar al Antiguo Régimen de príncipes y reyes. 

La escuela romántica se volvió hostil al espíritu francés y gloriaba todo lo que fuera tradicionalmente alemán en el arte y en la vida. La escuela romántica apoyaba las tendencias del gobierno y de las sociedades secretas.

Cuando por último triunfaron plenamente el patriotismo alemán y la nacionalidad alemana, triunfo también definitivamente la escuela nacional-germánico-cristiana-romántica, el arte-alemán-religioso-patriótico. "Napoleón, el gran clásico, se derrumbó tan clásicamente como Alejandro y César, y los señores August Wilhelm y Friedrich Schlegel, tan románticos y pequeños como Pulgarcito y el Gato con Botas, se erigieron como vencedores". (p. 81-82)

Heine insistió en que la Antigüedad, el Renacimiento y la Reforma, así como también el Clasismo alemán desde Lessing a Goethe, conforman las tradiciones afirmativas que hay que propagar y robustecer. Porque, en contraste, la Edad Media y el Romanticismo son ramas "decadentes" que hay que extirpar para favorecer el Progreso de Alemania.



        Una teología solapada y terrorista

La Filosofía alemana es un Cristianismo materialista, más aun, un programa de acción, una máquina de matar, dijo Heine en su notas Sobre la historia de la religión y la filosofía en Alemania [Zur
Geschichte Der Religión und Philosophie in Deutschland, 1835]. La tesis inicial de Heine es que la filosofía alemana hay que verla, en buena parte, como un sustituto de la religión. Lutero, pues, el primer "filósofo" alemán. Es posible que el Papa no se diera siquiera cuenta de lo que pretendía Lutero en 1517. El Papa andaba demasiado ocupado con la construcción de la basílica de San Pedro, cuyos costos estaba precisamente cubriendo con la compraventa de indulgencias, de tal modo que el pecado era la fuente de la financiación de la gran Iglesia. Pero el placer de los sentidos (una Capilla Sixtina pintada por Miguel Ángel) eran cosas que no comprendía Lutero. 

"Nosotros, septentrionales, somos gentes de sangre más fría, y para lavar nuestros pecados carnales no necesitábamos tantas cédulas y bulas de indulgencia como nos mandó León. El clima nos facilita el ejercicio de las virtudes cristianas, y el 31 de octubre de 1517, cuando Lutero clavó en la iglesia del castillo de Wittenberg sus tesis contra la indulgencia, los fosos de la muralla de Wittenberg estaban ya probablemente helados, y la gente saldría a patinar por ellos, lo cual es placer sumamente frío y, consiguientemente, nada pecaminoso” [cito la traducción de Manuel Sacristán y Juan Carlos Velasco (Madrid: Alianza, 2008). pp. 74-75]. 

            
Comentario: aquí está explicado, con suma claridad, el origen de Lutero. Lo de que salieran a patinar en el hielo, mientras Lutero clavaba sus tesis, me recuerda un cuadro de Brueghel el Viejo. 



        Tremenda interpretación del protestantismo 

A partir de la Dieta imperial en que Lutero niega la autoridad del Papa y declara que su doctrina debe refutarse por medio de sentencias de la Biblia misma o por motivos de razón, empieza una nueva era en Alemania. [...] La propia religión se transforma; desaparece de ella el elemento gnóstico-hindú, y vemos erguirse de nuevo en ella el elemento judeo-deísta Surge así el cristianismo evangélico. [...] El sacerdote se hace hombre, toma mujer y engendra hijos, como la manda Dios. El propio Dios vuelve, en cambio, a ser una celeste soledad orgullosa y sin familia; se discute la legitimidad de su Hijo; se destituye a los santos; se cortan las alas de los ángeles; la Madre de Dios pierde todas sus pretensiones a la corona celeste, y se le prohíbe hacer milagros.” (p. 84).   

            Todo lo real es racional

Los alemanes usan la misma palabra para pedir perdón que para envenenar: vergeben
            Es espantoso, dice Heine, cómo nos piden alma los cuerpos que hemos creado. “El pensamiento quiere ser acción, la palabra quiere ser carne". 
Y añade en uno de sus momentos de mayor lucidez:
      "Anotaos esto, orgullosos hombres de acción: no sois más que peones inconscientes de los hombres del pensamiento, los cuales, en humilde silencio, han predeterminado a menudo todo vuestro hacer del modo más exacto. Maximiliam Robespierre no fue sino la mano de Jean-Jacques Rousseau, la mano ensangrentada que sacó del seno de los tiempos el cuerpo cuya alma había creado Rousseau. […] Immanuel Kant, este gran destructor del reino del pensamiento, rebasa ampliamente en terrorismo a Maximilian Robespierre”. (pp. 153-155). 

                      Contra Kant y Fichte


Heine les dice a los franceses: “No sonriáis al oír mi consejo, el consejo de un soñador que os pone en guardia ante kantianos, fichteanos y filósofos de la naturaleza. El pensamiento precede a la acción como el rayo al trueno.” (pp. 208-209). 


Heine se indigna de la ingenuidad pacifista de ciertos políticos franceses  que buscan desarmar a  Francia. "Debéis conocer el Olimpo", les dice. “Entre los desnudos dioses y las desnudas diosas que allí se complacen con néctar y ambrosía podéis ver a una diosa que, aunque rodeada de tanta alegría y entretenimiento, lleva siempre coraza, el casco puesto y la lanza en la mano. Es la diosa de la sabiduría” (p. 210).

A continuación, en un párrafo censurado y que más tarde publicó por separado en la revista Der Geächtete, bajo el título de “La futura revolución en Alemania”, agrega Heine: 

“La filosofía alemana es un asunto importante, que afecta a toda la humanidad.

[...] Aparecerán kantianos que tampoco querrán saber nada de compasión en el mundo fenoménico, y resolverán sin misericordia el suelo de nuestra vida europea con la espada y con el hacha, hasta arrancar las últimas raíces del pasado. Entrarán en escena fichteanos armados, que en su fanatismo de la voluntad no son refrenables ni por el temor ni por el egoísmo; pues ellos viven en el espíritu, resisten a la materia y la niegan igual que los primeros cristianos, a los que tampoco era posible vencer con torturas o placeres corporales; aún más: esos idealistas trascendentales serían, en una transformación social, mucho más resistentes que los primeros cristianos.

[…] Pero aún más espantosos serían los filósofos de la naturaleza interviniendo activamente en una revolución alemana e identificándose ellos mismos con la obra destructora. Pues si la mano del kantiano golpea fuerte y segura porque su corazón está libre de todo respeto tradicional, y si el fichteano resiste valerosamente todo peligro porque para él la realidad empieza por no existir, el filósofo de la naturaleza será temible porque se encuentra en contacto con las potencias primigenias de la naturaleza, porque puede conjurar las fuerzas del antiguo panteísmo germánico, y porque en él se despierta entonces aquel gusto por la lucha que hallamos en los viejos germanos y que no lucha por destruir ni por vencer, sino por luchar.” (pp. 207-208).

En síntesis, Heine avizoraba a Marx y sus métodos tremendos de todas las formas de lucha. 



Heine vuelve a Alemania

Cuando, en 1844, Heine tuvo oportunidad de regresar a Alemania tras un largo exilio en París, compuso su poemario Deutschland. Ein Weintermärchen (Alemania. Un cuento de invierno). El título es engañoso porque nada tiene de infantil ni de navideño. En el canto séptimo, Heine acepta con ironía que Alemania sea una nación que ha llegado tarde al reparto colonial del mundo y que, en consecuencia, deberá resignarse a influir o dominar mediante el pensamiento: 

La tierra es de franceses y rusos 
y el mar de los británicos, 
pero en el aéreo reino del sueño 
poseemos el dominio indiscutible. 

Ahí ejercemos la hegemonía, 
ahí somos invencibles; 
los otros pueblos sólo se han 
desarrollado a ras de tierra 
(versión de Jesús Munáriz).


Ironizaba. La imagen de que los alemanes viven en la estratósfera como un pueblo filósofo, como un conglomerado de reinos con castillos, princesas, duques y nobles, y filósofos y poetas sumamente respetuosos de la Autoridad, es la que persiste todavía. Se trata de una imagen reaccionaria, fabricada desde 1814 por Madame de Staëlpara vengarse contra Napoleón, el "Espíritu a Caballo", el que en el 18 Brumario del año VII (9 de noviembre de 1799) dio el Golpe de Estado e instaló el primer Consulado (1799-1804), sin  restablecer nunca a la antigua nobleza a la que pertenecía Madame de Staël. 


septiembre 11, 2018

Academia, República, Institución, Escuela (conceptos de teoría literaria)

            Aclaración de conceptos:

Los conceptos –hasta cierto punto neologismos tomados de la sociología francesa– como Redes intelectuales, Campo literario, Institución de la literatura, Historia intelectual, etcétera, se han enseñoreado prácticamente de la sociología de la literatura.  

     Con el propósito de hacer dichos tecnicismos más útiles y de mayor alcance o comprensión social, conviene trazar un repaso por términos que no se han datado lo suficiente y que quizás sean más comprensibles para el estudiante que se acerca o el profesor que repasa nociones de Teoría Literaria relacionada con la Sociología.


Institución

Este término es el que más ha hecho carrera en la sociología literaria a partir del libro del belga Jacques DuboisLa institución de la literatura (1978; traducido por Juan Zapata en 2013). 

A partir del concepto de campo literario - datado por el célebre Pierre Bourdieu  en Las reglas del arte (1993) -, el concepto de institución  no ha logrado desplazar el de campo. Ambos conceptos se fundan en una sociología basada en el concepto de Ideología formulado por Louis Althuser. Ambas obras también da por hecho el conocimiento de la Literatura (sobre todo de la literatura francesa del siglo XIX), por lo que conviene no descuidar cierta formación filológica en historia literaria. 

Yendo a lo más obvio, para evitar equívocos, Institución está etimológicamente compuesta del latín in (penetración) y statuere (estacionar, colocar). Las instituciones, por lo tanto, procuran ordenar o normalizar el comportamiento de un grupo de individuos cuyo propósito es un bien social o un fin común (aunque también puede haber instituciones del “mal”). De Institución se desprende naturalmente institutoinstruccióninstructorinstitutriz, y hasta se hace verbo en el infinitivo instituir. 

Madame de Staël (Anne Louise Germaine Necker, 1766-1817) es la primera en titular un texto relacionando ambas palabras: La literatura considerada en relación con las instituciones sociales(originalmente en francés, De la Littérature, considérée dans ses rapports avec les institutions sociales, 1800). Madame de Staël toma “literatura” en su vieja acepción de gramática (es decir, de las letras) que abarca tanto los escritos filosóficos como las obras de imaginación, es decir, cuanto concierne al ejercicio del pensamiento; o dicho de otro modo: todo lo escrito con excepción de los guarismos o números de las ciencias físicas. 

Lo que yo he querido hacer, confiesa Madame de Staël en la introducción de su ensayo, es mostrar la relación que existe entre literatura y las instituciones sociales de cada siglo y cada país. Y agrega: “Il est imposible d’etre un bon littérateur, sans avoir étudié les auteurs anciens, sans connaitre parfaitement les auteur classiques du siècles de Louis XIV”. En la vieja disputa dieciochesca entre antiguos y modernos (véase La querelle des anciens et des modernes), Madame de Staël se inclina por los últimos. A la pregunta de si la poesía griega antigua ha sido sobrepasada o igualada por los modernos, ella responde que sí.

Hay un tipo de ideal que aumenta en proporción a las ideas. Virgilio, en la Eneida, tuvo más sensibilidad que Homero para retratar el amor. RacineVoltairePopeRousseauGoethe, han pintado el amor con una especie de delicadeza, de culto, de melancolía y de devoción que son completamente ajenos a las costumbres, las leyes y la personalidad de los antiguos. A Madame de Staël le interesaba ante todo la sensibilidad (¿lo que hoy llamaríamos sensiblería o charlatanería sentimental?), puesto que la predilección por la fría razón o por el intelecto –tan alabado por los ilustrados– había desembocado, ya no digamos en la Revolución francesa (1789), sino ante todo en la Terreur (el Terror) de Robespierre (1792-1795).  

En un mundo de grandes avances científicos, en que ya Copérnico Galileo, Kepler y Newton habían abierto la conquista del espacio exterior, Madame de Staël decía que las ciencias guardan una conexión íntima con las ideas, que determinan las situaciones moral y política de las naciones. El progreso de las ciencias hace necesario el progreso de la moral (“les pregrès des sciences rendent nécessaires les progres de la morale”). Si aumenta el poder del hombre para acelerar y alcanzar mayor velocidad y fuerza, de igual modo debe reforzarse el freno que le impida abusar de ese poder. Pero, dado que el progreso científico más bien había dado lugar a la desacralización y al ateísmo, ¿de dónde iba a salir una nueva moral? 

El deseo de Madame de Staël por fundar una nueva moral se topa con la realidad de un país, Francia, destrozado por la Revolución y el Terror. Aunque ella escribe su libro en medio del primer Consulado (1799-1804) de Napoleón Bonaparte, nada obtiene de él. Aquel "plebeyo" se dio el lujo de dejarla plantada. Para vengarse de Napoleón, Madame de Staël se refugió en Alemania y se rodeó de quienes se opusieron a él, dejándose seducir por los hermanos Schlegel para, andando el tiempo, componer un ensayo lleno de admiración desenfrenada por los alemanes. De ahí su libro De la Alemania (1814). Más tarde, en 1835, el poeta alemán Heinrich Heine, entonces exiliado en París, escribiría un remaque con el mismo título, De la Alemania(1835), un ensayo irónico y lúcido contra la imagen inocente y romántica que de Alemania había vendido Madame de Staël. El libro de Heine suele editarse en  dos volúmenes distintos: Sobre la historia de la religión y la filosofía en Alemania, y La escuela romántica.


        Escuela

Llegados a este punto, conviene detenernos en el concepto de Escuela como refuerzo del concepto de Institución. Una escuela se compone de subescuelas, círculos, esferas o comunidades que pretenden ordenar individuos concretos con cierta tendencia intelectual discernible en una comunidad intelectual. Tal, por ejemplo, la Escuela Universalista Española del siglo XVIII formada a partir de los jesuitas exiliados en Italia y que representa un paradigma frente a la Ilustración de cuño francés o alemán. 

Ahora bien, la Escuela Romántica es la que más nos atañe, ya  tuvo una impresionante influencia –que aún nos afecta– y abarcó todos los géneros literarios y se legitimó en varias corrientes filosóficas, principalmente en el Idealismo alemán.  Merece una entrada aparte


Academia 

Platón inventó la academia, en cuyo frontispicio puso un letrero que rezaba: “que no entre aquí quien no sepa de geometría”. Era un precepto pitagórico, órfico, según el cual hay una música o armonía (un universo) en los números o guarismos. Semejante "perfección" geométrica necesitaba extenderse por igual al mundo de la doxa, es decir, de las opiniones, de la verbosidad, del habla y de la escritura  - de la Poesía en suma - cuya naturaleza es desorganizada y asimétrica, y de ahí que en el Libro X de la República, más que expulsar a los poetas, Platón los invite a racionalizarse en la construcción del  Estado que es, para él y en un plano abstracto, el Poema más perfecto. 
            Platónico hasta cierto punto, el catolicismo admitió la Academia para designar el cuerpo de profesores de un determinado lugar. En 1440, consolidándose o institucionalizándose en la Italia renacentista, se fundó la Academia platónica florentina con Pico della Mirandola. Posteriormente, merced a los viajes a Italia (el viaje a Italia es un género literario) de intelectuales de otros países, el resto de las capitales europeas comenzó a abrir sus respectivas academias: Academia Matemáticas de Madrid (1582), Royal Society of London (1660), Academia Francesa (1666). Durante el siglo XVIII se fueron desprendiendo las academias de las ciencias exactas, de la Historia y de la Lengua, etc. Esta última, desde España y con sus sucesivas etapas en los diversos países de Hispanoamérica, sigue teniendo un enorme peso en la fijación oficial del lenguaje y en la edición crítica de obras literarias. 

            República de las letras 

Lo que ahora se llama “redes inteletuales” (del francés réseaux y así datado por la moderna historia intelectual que ha buscado reemplazar injustificadamente la historia de las ideas) es lo que más bien deberíamos seguir llamando República de las Letras
        Se funda una República de las Letras entre quienes se cartean o tienen una correspondencia intelectual con amigos y colegas (así sea por el moderno e-mail o la red social),  pues también en español “letras” fue sinónimo de cartas como sigue diciéndose en inglés letter o en francés lettre
      El origen moderno de la República de las letras hay que buscarlo en 1384 entre los cancilleres italianos y franceses del Papado en Avignon, especialmente en el secretario italiano Coluccio Salutati, maestro en el arte retórico de componer cartas y así hasta fijar el arte novelesco de un Bocaccio. Una sólida formación en gramática latina permitió fijar, entre los secretarios italianos (piénsese, si no, en el secretario Maquiavelo), un modo de cartas familiares y oficiales, en el que los jóvenes de entonces se habituaban en el uso de la retórica y del Derecho romano. Con semejante modelo de redacción, frente al cual el destinatario se sentía atraído, fácilmente se obtenía lo deseado: dinero de los padres o ser absuelto por un tribunal. Por consiguiente, la República de las Letras se instaló o nació al calor de las cancillerías y diplomacias en donde la cultura se volvió un asunto político. O dicho de otro modo: un asunto de eficacia
        El fundar o habitar una República literaria siguió asumiéndose durante los siglos XIX y XX entre aquellos escritores o intelectuales que se carteaban entre sí y que a través de su correspondencia o epistolario terminaron por fundar una res (cosa) pública literaria. Escritores cuyo epistolario constituye una auténtica República de las Letras son, entre nosotros, Alfonso Reyes, José Ortega y Gasset, Menéndez Pelayo, Miguel Antonio Caro, García Márquez, Carlos Fuentes o Vargas Llosa. Varios de ellos, dicho sea de paso, también ocuparon cargos consulares o políticos.