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junio 04, 2019

«Close reading» de "La Cartilla Moral", de Alfonso Reyes





   
     No es mi intención preguntarme las razones políticas que han llevado al gobierno mexicano actual a publicar con semejante difusión el texto de Reyes. Más bien, lo que quisiera proponer es una contextualización de la Cartilla Moral, pues no se puede entender un texto sin comprender su contexto

Reyes escribió tal Cartilla moral muy rápido (¡en un fin de semana!), entre el 16 y 17 de septiembre de 1944 - ¡en dos días! - a juzgar por su diario y por la correspondencia con José Luis Martínez (véase el artículo al respecto del hijo de José Luis Martínez, Rodrigo Martínez Baracs, en  Letras Libres). ¿Por qué redactó tan rápido semejante texto? Porque, como veremos, Reyes buscó poner en práctica sus notas tanto de la Política como de la Retórica de Aristóteles. 


Conviene aclarar que la Retórica no está citada en la Cartilla moral. Tampoco se menciona en ella nunca, explícitamente, la palabra México. Pero tanto Aristóteles como guía y México como contexto están implícitos. 

              No hay que olvidar, por otra parte, que la Cartilla moral está escrita en plena Segunda Guerra Mundial y que su principal conclusión está tomada de la Política aristotélica: la parte debe dar la vida por el todo, es decir, el soldado por la patria; el ciudadano por la ciudad. Pero no se trata, como lo querían los dictadores del comunismo y del nazismo, de asumir la moral del Estado o de que el individuo renuncie a su individualidad. No. Reyes en ello es bastante sutil. Aconseja, para evitarlo, la ironía:  


“El descanso, el esparcimiento y el juego, el buen humor, el sentimiento de lo cómico y aun la ironía, que nos enseña a burlarnos un poco de nosotros mismos, son recursos que aseguran la buena economía del alma, el buen funcionamiento de nuestro espíritu. La capacidad de alegría y de humor es una fuente del bien moral. Lo único que debemos vedarnos es el desperdicio, la bajeza y la suciedad. Los antiguos griegos, creadores del mundo cultural y moral en que todavía vivimos, distinguían este sentimiento de la propia dignidad, y la justa indignación ante las vilezas ajenas. Estos dos principios son el fundamento exterior de las sociedades”. 

        En marzo de 1941, tres años antes de escribir la Cartilla moral, Reyes dio un curso sobre retórica grecorromana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, cuyas notas recogió y reunió en un tratado que publicó en el Fondo de Cultura Económica en 1942 y con el título de La antigua retórica (se puede encontrar, junto con La crítica en la edad ateniense, en el tomo XIII de sus Obras completas). Es quizás uno de sus mejores libros. Orgánico de principio a fin.  En él, Reyes resume a Aristóteles, Isócrates, Cicerón, Quintiliano. Y, para resumirlos, despliega su mejor prosa. No se ha reparado lo suficiente en que Reyes es uno de los mayores retóricos de la literatura mexicana del siglo XX en cuanto prosista (incluso de la moderna lengua española, junto con José Ortega y Gasset). Dos de sus libros de cabecera fueron, desde su juventud, la Retórica y la Política aristotélicas. 

            Al comenzar La antigua retórica, Reyes afirma que la Antigüedad sintió agudamente que el lenguaje es el sostén de la vida humana, el Logos. También dijo que el lenguaje lógico o filosófico de la Antigüedad todavía nos gobierna. No hacemos más que seguir a Aristóteles cuando hablamos de “facultad”, “energía”, “potencia”, “actualidad”, “máximo”, “medio”, “motivo”, “principio”, “forma” (p. 367). Ahora bien. Reyes considera la retórica una teoría del pensamiento discursivo –no científico, sino al alcance del pueblo; dicho de otro modo: el oficio de la Retórica es el de poner el Derecho en manos de la sociedad, como un ejercicio general de los ciudadanos, para que estos sean capaces de la demanda y la defensa, de la prueba, del alegato y de la sentencia. En consecuencia, la Retórica es el arma de la Política. 


            En la Lección 13 de la Cartilla moral, Alfonso Reyes resume el contenido de la primera parte. Detengámonos en el primer punto: “EL HOMBRE es superior al animal porque tiene conciencia del bien.” Esta es una noción tomada de la Política aristotélica, una variación de la famosa expresión politikón zoion (Libro 1, 1253ª9). El sustantivo zoion, explica en un pie de nota el traductor Manuel García Valdez, quiere decir “ser viviente”, “animal”, y el adjetivo que lo acompaña lo califica como perteneciente a una pólis, que es a la vez la sociedad y la comunidad política. La conciencia del bien, que hace superior al hombre con respecto al animal, se funda según Aristóteles en que el hombre es el único animal que tiene palabra […] Pues la palabra es para manifestar lo conveniente y lo perjudicial, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio del hombre frente a los demás animales: poseer, él sólo, el sentido del bien y del mal, de lo justo y lo de injusto, y de los demás valores, y la participación comunitaria de estas cosas constituye la casa y la ciudad”. (Libro, 1253ª 10). O, de acuerdo con la Ética a Nicómaco (Libro IX 9, 1170b11), “se intercambian palabras y pensamientos, porque así podría definirse la sociedad humana, y no, como la del ganado, por el hecho de pacer en el mismo prado”. Es decir, que así como el ganado hace comunidad pastando y rumiando, el hombre hace comunidad hablando en la plaza pública o posteando en blogs o chateando en el Facebook, twiteando, whatsappeando...


            Lo que entiende Reyes por el sustantivo bien es equiparable a la noción de polis, es decir, a la de ciudad. Pues, para Aristóteles, “la ciudad es anterior a la casa y cada uno de nosotros, porque el todo es necesariamente anterior a la parte”. (Política, 1253ª13). De ahí que sostenga que el bien no debe confundirse con nuestro gusto o nuestro provecho y que a él debemos sacrificarlo todo, porque si no fuese así, no habría persona humana, ni familia, ni patria, ni sociedad. El bien, pues, está encarnado en la idea de ciudad, que Reyes llama “el conjunto de nuestros deberes morales”. Desobedecer o salirse de este conjunto equivale al mal. Y la maldad más insoportable es la que posee armas; no sólo  armas cortopunzantes o de fuego, sino de palabra, verbales, retóricas. Pues la verdad y la justicia, aun cuando sean más fuertes que la mentira y la injusticia, pierden si carecen de métodos o técnicas. Si ya es lamentable no tener armas ni saberse defender con los puños, mucho más lo es no saberse defender con la palabra, lo más auténticamente humano.



De modo, lector, que no desperdicies tu tiempo en bajezas, pues el cerebro (por lo que ves y oyes) también se ensucia. La lectura de Aristóteles y de Reyes (pero sobre todo de Aristóteles) equivale a un aseo mental (la de Reyes equivale a un aseo verbal si se quiere). 

 .

mayo 19, 2019

Paz en Eichstätt: un «close reading» de "El pachucho y otros extremos", de El laberinto de la soledad




El 15 de mayo de 2019, por invitación de la Dra. Profesora Miriam Lay-Brander de la Katholische Universität Eichstätt-Ingolstadt, visité esta pequeña ciudad de Baviera al sur de Alemania,  Eichstätt, rodeada de pequeña montañas boscosas y cruzada de un pequeño río con patos. (Borges decía que el bosque era la metáfora donde vivían los alemanes). 


En Eichstätt ofrecí un pequeño curso, en la clase de la profesora Miriam,  sobre el primer capítulo de El laberinto de la soledad, de Octavio Paz. Procuraré plasmar lo que dije en aquella ocasión entre estudiantes alemanes.

0. El epígrafe


El epígrafe de El laberinto de la soledad (cuya primera edición salió en Cuadernos Americanos, 1950) está tomado del poeta español Antonio Machado. No es sin embargo un verso, sino una frase en prosa del ensayo de éste titulado Juan de Mairena (sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo), publicado originalmente en 1936. El epígrafe reza así: 


"Lo otro no existe: tal es la fe racional, la incurable creencia de la razón humana. Identidad = realidad, como si, a fin de cuentas, todo hubiera de ser , absoluta y necesariamente, uno y lo mismo.  Pero lo otro no se deja eliminar; subsiste, persiste; es el hueso duro de roer en que la razón se deja los dientes. Abel Martín, con fe poética, no menos humanas que la fe racional, creía en lo otro, en "La esencial Heterogeneidad del ser", como si dijéramos en la incurable otredad que padece lo uno.

Entre los escritores hispanoamericanos del siglo XX, el ensayo Juan de Mairena de Antonio Machado constituía la primera puerta hacia el camino a la filosofía. Una introducción. Machado inventó un profesor apócrifo, quien dialoga con alumnos apócrifos en torno a  todo tipo de temas. Y uno de ellos es el de la identidad. Para creer en el ser, según Machado, se necesita una “fe poética” más que una “fe racional”, pues el ser es Heterogéneo y, en consecuencia, supone imaginar al otro que nos habita.


Ese otro que nos habita es, en muchas ocaciones, la ontología de nuestro país o cultura. Pazera un fervoroso lector de la poesía de Machado, y debía tener muy presente la imagen que de España éste había construido en el poema "A orillas del Duero", del poemario Campos de Castilla (1912): 

"(...) Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora.
¿Espera, duerme o sueña?..."


Paz, pues, bien pudo cambiar Castilla por México, y la imagen seguiría funcionando. ¿México espera, duerme o sueña? 


1) Los extremos o la noción de frontera


En "El pachucho y otros extremos", el primer capítulo de El laberinto de la soledad, Paz se pregunta si México espera, duerme o sueña, es decir, si despertará definitivamente a la historia y adquirirá conciencia de su singularidad.  No es por ello extraño que, a renglón seguido, Paz cite un verso de Novalis (1772-1801): 

"Cuando soñamos que soñamos está próximo el despertar"
[El original en alemán dice: "Wir sind dem Aufwachen nah, wenn wir träumen, daß wir träumen". (Vermischte Bemerkungen, 1797-1798). 

Novalis, autor entre otros libros del poemario Himnos a la noche (Hymnen an die Nacht), creó el término "idealismo mágico" (magischen  Idealismus) que consiste en potenciar la participación activa del Yo en la construcción del mundo. ¿Qué tanto hay de idealismo mágico en El laberinto de la soledad


Lo cierto es que sólo unos cuantos - una minoría selecta - tiene conciencia de que está cerca del despertar (de soñar que sueña, según el verso de Novalis). Es decir: no todos los mexicanos tienen conciencia de su ser en tanto que mexicanos. La mayoría vegeta en la inercia indo-española, según Paz. Pero basta cruzar la frontera norte, adentrarse en los Estados Unidos, para empezar a tener conciencia de México. Pues un país se define - y también se pierde - por sus fronteras. Existe en virtud de sus límites.

Hay 3169 kilómetros de línea fronteriza entre México y Estados Unidos. El país más próspero y poderoso del mundo, Estados Unidos, limita con el de los sueldos más bajos y con uno de los más contaminados, México, puesto que la frustración por la debilidad o inferioridad hacen que su gobierno tolere el constante saqueo de sus recursos y que no haya  ánimos o noción de identidad entre la población para protegerlos. 

Paz confiesa que mucha de sus reflexiones de El laberinto de la soledad nacieron durante dos años de estancia en Estados Unidos. En efecto: en diciembre de 1943, el ensayista viajó a Estados Unidos para estudiar en una universidad de California. Contaba con el auxilio de una beca de la Fundación Guggenheim, y tenía como propósito emprender una investigación que consistiera en un ensayo sobre América y su expresión poética. Lo que iba a ser un ensayo académico —seguramente con un aparato de notas y bibliografía— se convirtió en otra cosa. Pues, más que en la biblioteca, el ensayo que planeaba Paz encontró su material empírico en la realidad de las ciudades californianas, San Francisco y Los Ángeles. Ambas ciudades habían sido antes mexicanas o novohispanas, y a Paz se le antojó ver en ellas un espejo invertido: el reflejo de lo que pudo ser México y no lo fue. 


2) La soledad del pachuco o pocho


Ante todo, Paz quedó sorprendido por la personalidad de los migrantes mexicanos, de aquellas bandas de jóvenes que en la década de 1940 vivían en Los Angeles y que no reivindicaban su origen mexicano ni tampoco el deseo de fundirse a la American Way of Life. Paz se sintió identificados con ellos. "Vivimos ensimismados", dijo, "como esos adolescentes taciturnos"

En consecuencia, la conciencia del ser mexicano aparece como una crisis porque nace del contraste con el mundo angloamericano. Al pasar la frontera norte el mexicano no sólo experimenta un sentimiento de inferioridad, sino de soledad. Porque, según Paz, "sentirse solo no es sentirse inferior, sino distinto". Ni hispano, ni afrancesado (como en la era porfirista), ni indigenista, ni americanizado (o pocho), el mexicano se sumerge en la soledad a la espera de explotar o implotar. 

3) La crítica en México y en Estados Unidos

Cuenta Paz que, cuando llegó a los Estados Unidos, se asombró por la seguridad y la confianza de la gente, su aparente alegría y su aparente conformidad. Sin las "dictaduras latinoamericanas", la sociedad estadounidense se ha caracterizado por tener una crítica valerosa y decidida. Cierto. Pero la crítica estadounidense nunca se decide a descender hasta las raíces, es decir, nunca se cuestiona sí misma sobre su identidad.

 En este punto, Paz se apoyó en el ensayista español José Ortega y Gasset, de quien cita escuetamente la diferencia entre los usos y los abusos para definir el "espíritu revolucionario". Conviene ir hacia el texto de Ortega titulado "El ocaso de las revoluciones", publicado originalmente en El tema de nuestro tiempo (Madrid: Calpe, 1923). En él, Ortega aseguró que la idea de revolución ya había sucumbido entre los pueblos europeos u occidentales. El europeo o norteamericano busca cualquier cosa  antes de sentir el terror de afrontar solitario la existencia. No busca la libertad en sí, sino a quien servir. Sentencia Ortega: "tal vez el nombre que mejor cuadra al espíritu que se inicia tras el ocaso de las revoluciones sea el de espíritu servil". 

Sin embargo, Paz se resiste a creer que la idea de revolución haya pasado. Para él, aún hay pueblos deseosos de afrontar, solitarios, la existencia.  


4) Los recuerdos de la Guerra Civil española


En Memorias de España 1937, la primera esposa de Paz, Elena Garro, narró con lujo de detalles la participación y el frenesí bélico de su ex esposo mexicano en la contienda española a su paso por Valencia en 1937. Naturalmente, Paz estaba del lado de la República y en contra de los fascistas y, en consecuencia, en pro de los comunistas. 

La derrota del bando republicano, sin embargo, no cejó su empeño de hacer creer que España y los pueblos hispanoamericanos aún tenían un componente de idealismo mágico (Novalis), puesto que todavía se sentían marginados de la razón pura more geometrico de las ciencias físico-matemáticas. No en vano apunta Paz al final del capítulo que nos ocupa: 

"Recuerdo que en España, durante la guerra [la Guerra Civil], tuve la revelación de 'otro hombre' y de otra clase de soledad: ni cerrada, ni maquinal, sino abierta a la trascendencia. [...] El sueño español [se refiere a la de la República] fue luego roto y manchado. [...] Pero quien ha visto la Esperanza, no la olvida".

Aunque Ortega insistió en que tanto España como Hispanoamérica hacían parte de la idea de Europa, Paz quiso encontrar una particularidad diferenciada en pos de que aún cupiese la utopía de la idea de revolución. En los rostros de los milicianos de la República, "rostros obtusos y obstinados, brutales y groseros", Paz creyó encontrar a los personajes pintados por Goya en los fusilamiento del 2 de mayo de 1808 en Madrid, es decir, en la invasión de la Razón Pura Revolucionaria napoleónica de la Ilustración. Veamos:

Goya

Goya (detalle)


En consecuencia, si para Paz la Historia moderna es la comandada por el Estado-Nación producto de la Revolución francesa, buena parte de México –según él– está sumido en la inercia indo-española. Esta inercia sería, sin embargo, la que permitiría mantener a flote la idea de revolución. La que, siguiendo con Ortega, haría creer que la razón pura o el more geométrico, el que un triángulo perfecto se inserte y funcione en la realidad política, fuese posible. Nueve años después de la publicación de El laberinto de la soledad, en efecto, triunfó en La Habana, con apoyo del gobierno mexicano, la Revolución cubana. 

marzo 23, 2019

Las vanguardias históricas






Primera sesión: de la modernidad a las vanguardias

Tomemos como brújula la orientación de que las vanguardias históricas consistieron (en pasado, puesto que son históricas) en devolver el arte y la literatura a la praxis cotidiana. Semejante tesis está en Peter Bürguer (1974), cuyo libro enlazo a continuación en PDF como bibliografía teórica de nuestro curso: Teoría de la vanguardia (trad. de Jorge García. Barcelona: Ediciones Península, 1997).  


Dado que estamos en México, cuyo arte pictórico es sumamente rico y complejo, conviene comenzar por una impresión de orden paisajístico. ¿Qué tuvo que pasar para que, entre 1908 y 1915,  la representación artística del paisaje mexicano se modificara de manera tan abrupta? 


Valle de México desde el Tepeyac (1908), de J. M. Velasco. 




2) Segunda sesión: el futurismo  

Ariane Díaz, "Las vanguardias soviéticas". 


3) Tercera sesión: el cubismo 


En la Completa y verídica historia de Picasso y el cubismo, que publicó en los números 73 y 74 de la Revista de Occidente en 1929, Ramón Gómez de la Serna formuló su idea de que el cubismo es una de las más bellas rebeliones del hombre contra las apariencias.

"Las señoritas de Avignon", de Picasso (1907)




Gómez de la Serna organizó en 1915 la primera exposición de pintores cubistas en cuyo catálogo Los Pintores Íntegros, especialmente en el apartado IV, definió el movimiento así: “exclusión de todos los detalles inútiles y sobrantes, para quedarse con la masa más llena de luz”. 

Alfonso Reyes, cuando asistió en Madrid a dicha exposición, definió el cubismo como “El derecho a la locura”, y encontró las palabras precisas para describirlo:
"[…] visión rotativa y envolvente que domina, que doma el objeto, lo observa por todos sus puntos y, una vez que ha logrado saturarlo de luz, descubre que todo él está moviéndose, latiendo, arrojando comunicaciones –como los átomos del filósofo materialista– a los objetos vecinos, y recibiéndolos de ellos.[1]"

En la técnica cubista de Diego Rivera, en cierto retrato cubista que exhibió en aquella exposición, Reyes hasta creyó encontrar teorías epistemológicas:


"Cierto retrato que estuvo expuesto en la callecita del Carmen por milagro no provoca un motín. ¡Dioses! ¿Por qué no lo provocó? ¡Sus amigos lo deseábamos, tanto! Adoro la bravura de Diego Rivera. Él muerde, al pintar, la materia misma; y a veces, por amarla tanto, la incrusta en la masa de sus colores, como aquellos primitivos catalanes y aragoneses que ponían metal en sus figuras. Pintar así es, más bien, desentrañar la plástica del mundo, hundirse en las fuerzas de la forma, acaso intentar una nueva solución al problema del conocimiento." [2]

"Retrato de R. Gómez de la Serna" (1915) de Diego Rivera










[1] Alfonso Reyes, Cartones de Madrid [1915-1917] OC II, pp. 66-67. 
[2] Cartones..., OC II, p. 66. 



4) Cuarta sesión: el dadaísmo y el surrealismo 


Hacia 1918, hastiados de las noticias sobre las Revoluciones populares en Rusia y en México, y de la pila de cadáveres en las trincheras de Francia y Alemania, así como de las vanidades de cubistas y futuristas, George Droz y sus amigos publicaron en Zurich (no se olvide que Suiza era un país neutral), en el número de la revista DADA, el primer MANIFIESTO DADAÏSTA.





No más pintores, no más literatos, no más músicos, no más escultores, religiones, republicanos, monárquicos, proletarios, democracias, burguesías, revoluciones, policías, patrias. En fin –decían– basta de esas imbecilidades. No más nada, nada.
Dos cuadros de George Droz:






Y, sin embargo, en 1924 aparecieron los surrealistas comandados por Breton. Esta última vanguardia en el sentido histórico, digamos, se sumergió en el sueño del inconsciente, pero sin despertar con absoluta lucidez como pedía Benjamin. Pues la razón, desdeñada por los intelectuales y artistas en virtud del inconsciente y de lo ultrasensible, quedó en manos de los demagogos. El fascismo y el comunismo instrumentalizaron el arte de vanguardia para seducir y movilizar masas hacia el abismo o los hornos crematorios.  


5) Las vanguardias "pacifistas" de la segunda mitad del siglo XX o  el rock como un exceso del aparato militar


La complejidad de los movimientos estéticos o artísticos de la segunda mitad del siglo XX, luego de la borrachera bélica-vanguardista de las dos guerras mundiales, exige andar con una guía o brújula so pena de extravío. De modo que a partir del libro póstumo del crítico cultural alemán Friedrich A. Kittler (1943-2011), La verdad del mundo técnico. Ensayos para una genealogía del presente (trad. de Ana Tamarit, FCE, México, 2017) comenzaremos por preguntarnos sinceramente ¿para qué poesía en tiempos de tecnología? 


  Una pregunta similar ya la había formulado en 1801 F. Hölderlin (¿para qué poetas en tiempos de miseria?), de modo que en el siglo XIX obtuvo una de las respuestas más afortunadas en la filosofía de Nietzsche. Pues Nietzsche se dio cuenta que la poesía no es lenguaje. El lenguaje mismo es poesía, fabricación de ficciones. La lucha entre los dos dioses griegos Dionisio y Apolo es la lucha entre el sonido y la imagen: tesis (sonido, danza, música) y antítesis (imagen, pintura, escritura) cuya síntesis comenzó a revelarse en la Ópera de Wagner (imagen de luz arrojada sobre una pantalla oscura, según dijo Nietzsche en El origen de la tragedia, 9, I, 55) y posteriormente en la pantalla cinematográfica. Pues el lenguaje cinematográfico imitó el movimiento y las imágenes de los sueños, las formas oníricas. El cine hizo evidente la relación entre el psicoanálisis de Freud y la industria del entretenimiento. 

El fonógrafo lo inventó Edison el 6 de diciembre de 1877. Quienes más estuvieron interesados en aumentar los decibeles de la voz humana para atraer multitudes fueron, desde luego, los gobernantes. De la amplitud de frecuencia que iba de los 200 hasta apenas 2.000 Hertz se introdujo, en medio de la Primera Guerra Mundial, el principio de la amplificación y se electrificó el aparato de Edison. Pero para perfeccionar la magia del sonido, según Kittler, "tuvo que estallar otra guerra mundial" (p. 61). En la batalla submarina, en la que el ruido es decisivo, los ingenieros alemanes inventaron la máquina de carrete magnetofónico, mientras los ingenieros británicos un disco de alta fidelidad, capaz de hacer audible incluso las sutiles diferencias de timbre entras dos submarinos diferentes. 



Después de la Segunda Guerra, la industria británica comprendió que sus avances en la detección de submarinos podía extenderse a usos pacíficos. Y en 1957 la Industria Eléctrica y Mecánica (EMI, por sus siglas en inglés) presentó el primer disco estéreo en 1957. Kittler se detiene en 1973 cuando apareció The Dark Side on the Moon, de Pink Floyd, especialmente en la canción Brain damage. Pues, a través de la incorporación de toda clase de capas o pistas sonoras, aquella canción ofrece un paso histórico en la reproducción del sonido. 



a)«The lunatic is on the grass»... juego de niños y risas. 
b) «The Lunatic is the hall. The lunatic is in my hall...» Paso a poso, oración tras oración, llega a su fin la distancia monótona o abstracción. 
c) «The Lunatic is my head. The lunatic is in my head...»: se ha ocasionado el daño cerebral... Y cuchillea una carcajada.

Para Kittler, en efecto, la manipulación del sonido desorienta. Saca de quicio. Deja al melómano rockero sin geografía: encerrado en su cuarto con sus audífonos. Los juicios sintéticos a priori de la filosofía de Kant, merced a los sonidos que atraviesan el final de Brain Damage, parecen evidenciar que probablemente el sintetizador estéreo dirige ahora la lógica del mundo. Es la tesis de Gilles Deleuze y Félix Guattari en Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia (trad. de José Vásquez, Valencia: 2004). 


La lírica de la posguerra en sentido literal está en una canción de los Beatles, Yellow Submarine, "con todos sus efectos de marcha militar y trucos de localizados de sonido" (p. 182).





 Los estudios de Abbey Road de los Beatles estaban provistos con máquinas de cintas magnetofónicas bastante famosas, como la serie BTR. En 1946, cuando Berlín acababa de ser bombardeado y dividido en dos, Berth Jones junto con otros ingenieros de audio de Inglaterra y los Estados Unidos visitaron los laboratorios de guerra del Alto Mando alemán, y entre los aparatos tomados como botín, encontraron también una máquina de grabación de cinta, que los nazis habían empleado en la guerra para tratar de descifrar los códigos. 


 De modo que cada discoteca, al amplificar los efectos sonoros y acoplarlos en tiempo real con los efectos ópticos respectivos de estroboscopios o luces de flash, nos está regresando a la Guerra. A la Blitzkrieg.


noviembre 05, 2018

Premio Alfonso Reyes a Adolfo Castañón: invitación a su lectura



El escritor-editor

A ratos los premios suelen convertir a un autor en “culto” del que mucho se habla, pero poco se lee: trampas de la fama. Hay autores de quien basta leer una entrevista para saber lo que opinan del mundo, y ya está. De ADOLFO CASTAÑÓN (Ciudad de México, 1952), en cambio, no podemos aventurarnos a desentrañar su pensamiento de una sola mirada, tanto más cuando se esparce como el valle de Anáhuac en multitud de pequeños ensayos que sólo leídos uno por uno nos permiten contemplar una grandeza que precisamente consiste en la minucia, en la brevedad. Castañón mismo ha querido ordenar sus ensayos como “paseos” y no rutas prefijadas, como si supiera que cualquier pensamiento se entrecruza y se bifurca y se contradice a cada rato. Tenemos sobre el escritorio, en desorden, Arbitrario de literatura mexicana (Paseos I, 1993), La gruta tiene dos entradas (Paseos II,1994), Los mitos del editor (Paseos III, 1994), Lugares que pasan (Paseos IV, 1998), América sintaxis (Paseos V, 2000), De Babel a papel (Paseos VI, 2006), Lluvia de letras (Paseos VII, 2007), Alfonso Reyes, el caballero de la voz errante (Paseos VIII, 2007), y aun la condensación de belleza y verdad de sus aforismos, La belleza es lo esencial (2006) y de sus poemas, La campana y el tiempo (1973–2003). Así intentemos leerlos por orden, al resumirlos o comentarlos se entrelazarán uno a otro en nuestra mirada. Como en la matemática, tampoco en Castañón el orden de sus ensayos altera su producto.


Una crítica desde la filología y la edición

El día en que su padre se encontró con Alfonso Reyes en los pabellones de alguna feria del libro de 1958, Adolfo Castañón, que tenía seis años, habría de constatar mucho después que esa vez vio juntos a los dos hombres que más influencias han ejercido tanto en su obra como en su vida. La filiación entre su padre y Reyes llegó a más allá de un encuentro casual. Del 7 de enero al 11 de febrero de 1941, Castañón-padre asistió a los cursos de invierno que en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de México dictó el helenista mexicano sobre La crítica en la edad ateniense. Reyes, allí, comenzó por decirnos que lo más expresivo sobre la figura de la mente humana y griega es el observar “cómo la palabra se enfrenta con la palabra y le pide cuentas y la juzga”, cómo, en suma, la crítica se convierte en una herejía que no se resigna a tragar por entero y nunca pone “en duda el alcance de los instrumentos humanos para todo aquello que nació con el hombre” (1997, 39), esto es, los países, los gobiernos, las constituciones, los libros y la cultura. Si no hay crítica, decía, corremos el riesgo de que esas instituciones se enquisten como tumores, constriñan nuestro dinamismo y amenacen dejar tullida a una
sociedad.

Hablando de Carlos Fuentes, Castañón se atreve a compararlo con los cronistas de Indias. Pues una perversa tradición hispánica que viene desde los cronistas de Indias deduce, según Castañón, “que las obras de creación son trabajos encaminados a granjear el ocio, inversiones para defender el derecho a la encomienda: es el guerrero Bernal Díaz que se pone a batallar con la prosa para alegar la justicia de sus pretensiones o para dejar constancia de la injusticia que en su contra comete la máquina administrativa”. Castañón, como Gabriel Zaid, critica la contradicción a la que se enfrentan muchos hombres de libros sin saberlo: ser enemigos de la institución, pero cercanos al poder.
         A sus sesenta años de vida, la carrera literaria de ADOLFO CASTAÑÓN parece completar o dibujarse como un círculo en el que giran, sin chocar uno con otro, el oficio de editor, traductor, poeta, crítico, ensayista, cuentista y cronista. Durante más de treinta años (hasta el 2004) ofició como editor del Fondo de Cultura Económica, acaso una de las casas más importantes del idioma. Y fatigaríamos al enumerar los títulos y colecciones que Castañón editó o las traducciones que llevó a cabo. Lo curioso –o admirable– es que, al publicar sus propios libros, tal vez por un prurito ético (porque hubiera podido hacerlo), Castañón ha escogido editoriales no tan conocidas o no tan comerciales, de modo que para el gran público puede que sus libros no sean tan sonoros.
Quizá uno de sus más importantes sea Los mitos del editor. Nada conocemos mejor que nuestra experiencia propia, sostenía Alfonso Reyes. Y lo que más conoce Adolfo Castañón, editor por treinta años del Fondo de Cultura Económica, son precisamente los secretos del mundo editorial o de la tribu del libro que tejen y transforman la cultura. Su libro Los mitos del editor reúne un conjunto de ensayos cuyo efecto me atrevo a comparar con el polvorín que levantó Don Quijote (y que todavía no se ha asentado) entre los editores y escritores vanidosos. Castañón ha puesto al descubierto que toda esa solemnidad del mundillo editorial y cultural es puro fingimiento y nada de verdad. ¿No parece gozar el editor del privilegio que en el antiguo Egipto tenía el “embalsamador”: garantizar el paso al otro mundo de simples mortales? Hasta cita del mismo Cervantes el episodio en que el Quijote vio su libro en Barcelona y conversó con cierto editor, quien le respondió tajante: “Yo no imprimo mis libros para alcanzar fama en el mundo, que ya en él soy conocido; provecho quiero, que sin él no vale un cuatrín la buena fama”. Y a continuación se pregunta Castañón: “¿No parece sugerir Cervantes que los editores, no contentos con la comedia de vender inmortalidad, que juegan en sus horas hábiles, son dados a buscar esparcimiento en simulacros y falsas profecías…? (…) los editores solían ser hombres poco ilustrados, por más que quisiesen hacerse caballeros de la cultura y montarse sobre los libros publicados”.
         Otros de los ensayos contenidos en Los mitos del editor es una lanza en ristre contra la excesiva institucionalidad de la cultura: “Cheque y Carnaval. Glosas sobre el cultivo, el trabajo y la cultura en México”. A ratos, observa Castañón, “la cultura la deciden quienes no saben hacerla”. No es que las instituciones culturales sean malas en sí mismas; los malos son los dirigentes o funcionarios que se entregan demasiado al mundillo social (léase cocteles, lanzamientos, lobbies, cabildeos o intrigas) olvidando cultivarse a sí mismos. Lo supo bien pronto Castañón cuando entró a trabajar al Fondo de Cultura Económica en 1974. De hecho, uno de los secretos de su éxito ha consistido en colaborar en ese ámbito institucional, pero sin descuidar nunca el cultivo de su jardín interior: sus investigaciones personales y su preocupación por el lenguaje y por adquirir un estilo, esto es, criterio.
Escritores-Editores o Cultura-Poder nunca ha sido un matrimonio feliz, puesto que el público al que ambos pretenden dirigirse a menudo es indiferente a sus intrigas y rencillas.
De ahí las brevedades y sonoridades de su prosa preocupada en deleitar más que en persuadir o convencer. Su Arbitrario de literatura mexicana (1993) lo que menos tiene es de arbitrario. Son siluetas de autores y de obras que bien podemos comparar con los retratos de Ramón Gómez de la Serna: “prosas libres, sueltas y sencillas con tonos de conversación en el café, de confidencia menor y campechana dicha sin bombo ni sorna (…) es como una suelta mano que va poniendo las cartas sobre la mesa…, y gana de capicúa (…) Gran fiesta de la tolerancia y de la observación”. (La gruta…, 2002: 236). Practica lo que Walter Benjamin recomendó para una historia de la literatura: no presentar las obras literarias en conexión con su época, sino de presentar la época que las reconoce, o sea, la nuestra, en la época en que se produjeron. Aún más: el novelista o ensayista auténtico ha de ser en el fondo un filólogo de su propio idioma. No escribir como Fuentes “una lengua española pre-traducida y tironeada por el francés y el inglés” (Arbitrario…, 2002: 149). Sin descuidar el contacto con otras lenguas, claro está, Castañón propone, basado en María Zambrano, un “pensamiento que no pasa por alto los hábitos que ha asumido al escribirse”, que no caiga “en la trampa de soslayar las trampas que el lenguaje le puede tender…” (De Babel a Papel, 2006: 248).


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octubre 12, 2018

12 de octubre: ya no conmemoramos a Colón porque con base en Foucault...




Celebramos o exaltamos a quien nos es similar. 

Nada más alejado del sujeto actual (del urbanícola contemporáneo encerrado en cuatro paredes o en las latas de un coche como una sardina) que el almirante genovés, ese conquistador y aventurero de Cristóbal Colón...

En la era de los viajes interplanetarios y de la comunicación satelital, cuando el urbanícola cruza en 8 o 10 horas el Atlántico sin dejar de estar sentado, nuestro mundo se ha vuelto puro futuro. El pasado es una cosa despreciable; la conquista de América... sólo terror, despojo, sangre, venas abiertas...: 

"¡Desgraciado Almirante! Tu pobre América
[...]es una histérica de convulsivos nervios y frente pálida". (R. Darío).



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Ya el antropólogo y filólogo cubano Fernando Ortiz, desde 1905, se opuso a conmemorar el 12 de octubre como el Día de la Raza o el Día de la Hispanidad. Cierto. 

Pero resulta que, en la era de los sustitutos de religión y símbolos patrios, el homo academicus necesita encarnar el milagro en un santo, es decir, necesita de un Sujeto para entenderse. Ya no es Colón por las razones susodichas. Ahora es Foucault... 

Porque Foucault es la  crítica pero también la encarnación del homo academicuses decir, del académico que se aleja de la Polis (del ágora y de la plaza pública) y se encierra, valga la redundancia, en su propia interioridad y comienza desde ahí a preguntarse quién domina el mundo y quién ha inventado los héroes, las conmemoraciones, las celebraciones, el Día de la Raza, de la Hispanidad, los indigenismos, la derecha, la izquierda...  

Dicho esto, valga presentar un interesante libro colectivo presentado por la BUAP y la Universidad de Chiapas, Prácticas dicursivas y creación de subjetividades. Estudios foucaultianos (2018), coordinado por Jorge Gómez Izquierdo y Colette Despagne Broxner. El libro cuenta con ensayos estupendos de Francisco Romero Múñoz (¨Sobre el problema del sujeto y la subjetividad en Michel Foucault"), de Sol Tiverovsky Scheiner ("Dispositivo de sexualidad y racismo. Algunos casos de la novelística mexicana") y de, entre otros, Ana Luisa Ramírez Múñoz ("La construcción del enemigo interno en México: una revisión del estallido del EZLN").