abril 27, 2025

Consejo para novelistas

 –“Distintas aventuras a idéntico protagonista o idéntica aventura a protagonistas distintos: quien pasa de la primera interpretación a la segunda, descubre la historia.
...y la diferencia entre el folletín y la novela”.

N. Gómez Dávila, Escolios a un texto implícito II. (Bogotá: Villegas Editores, 2005, p. 287).

El escolio  de arriba abre el cofre de la poética narrativa. Pues su mecanismo secreto reside en la arquitectura del relato y en la profundidad de sus criaturas.

 – Distintas aventuras, un solo rostro

Imagina el folletín decimonónico: una sucesión de peripecias, cada una más vertiginosa que la anterior, donde el protagonista –invariable, casi inmutable– es arrojado de tempestad en tempestad, de abismo en abismo. El héroe del folletín, como el Dick Sand de Verne o el Tom Sawyer de Twain, es un eje fijo alrededor del cual giran los engranajes de la aventura. El lector asiste a un desfile de pruebas, peligros y emociones, pero el protagonista permanece, en esencia, idéntico: su función es la de un imán para la acción, no un espejo del alma.
El folletín, por tanto, se alimenta de la repetición de la estructura: cada capítulo es una nueva aventura, un nuevo sobresalto, pero el protagonista es el mismo, y su transformación es escasa, si no nula. El suspense, el cliffhanger, la promesa de la próxima entrega sostienen la atención del público. Así pues, el folletín encarna una epopeya superficial: el héroe no cambia, cambian los decorados y los peligros.

 El rostro múltiple – Una aventura, múltiples rostros


En la novela –esa invención moderna, hija de la introspección y el desencanto– la mirada se desplaza. Ya no importa sólo lo que ocurre, sino a quién le ocurre. La misma aventura, si es vivida por distintos personajes, revela su pluralidad de sentidos: cada protagonista la interpreta, la sufre, la transforma según su carácter, su historia, sus heridas. Aquí la aventura es pretexto y espejo: lo esencial es la metamorfosis interna, la variación de la experiencia.
La novela, a diferencia del folletín, no se contenta con la acumulación de peripecias. Busca la profundidad, la ambigüedad, la resonancia. El protagonista puede ser muchos, o uno solo que se desdobla, se fragmenta, se interroga. La historia se convierte en una exploración de la conciencia, un laboratorio de identidades. Así, quien pasa de ver la narración como “distintas aventuras a idéntico protagonista” a “idéntica aventura a protagonistas distintos” ha comprendido el salto de la superficie a la hondura, del entretenimiento a la indagación.

Ensayo sobre la diferencia – Folletín versus novela

El folletín, como señala la crítica, tiende a la simplificación y la exageración, a la repetición de esquemas y emociones intensas, a la fidelización por medio del suspense y el cliffhanger. La novela, en cambio, busca la complejidad, la ambigüedad, la exploración de la interioridad y el sentido último de la experiencia humana.

Epifanía en la penumbra

Quien narra, pues, debe decidir: ¿quiere ofrecer al lector la embriaguez de la aventura incesante, la promesa de un héroe inalterable, o el vértigo de la transformación, el temblor de la identidad? ¿Quiere multiplicar las peripecias o desdoblar las conciencias? El tránsito de la primera a la segunda interpretación es la puerta de entrada a la historia –no como suma de sucesos, sino como exploración de lo humano.

La diferencia entre folletín y novela no es sólo de técnica o de formato, sino de visión del mundo: el folletín celebra la exterioridad; la novela la interioridad. Y, en el fondo, quien descubre esta diferencia, descubre también el arte de narrar: no basta con inventar aventuras, hay que inventar destinos.

abril 07, 2025

El Estado terapeútico




Como respuesta a la falta de solidaridad comunitaria y al resquebrajamiento familiar, el Estado terapéutico despliega  un ejército de psicólogos frente al cual conviene elevar nuestro intelecto. 

marzo 21, 2025

Rencor y frivolidad

 

 
Las palabras rencor y frivolidad son exquisitas en su asimetría lingüística. Mientras "rencor" admite la terminación rencorosa ("llena de rencor", pues en latín el sufijo -ōsus se utiliza para formar adjetivos que significan "lleno de" o "que contiene"), frivolidad no la admite; no se puede acusar a una mujer de "frivolosa", pues la frivolidad, por su propia naturaleza, carece de cualquier profundidad que pueda colmarse. El rencor puede saturar; la frivolidad, en cambio, siempre permanece hueca.

Rencor y frivolidad, según Gutiérrez Girardot, hacen inmune la vida social contra todo intento de clarificación, de transparencia, de solidaridad, de reconciliación. Actúan como anticuerpos perversos en el organismo social. Y precisamente rencor y frivolidad caracterizan nuestra sociedad latinoamericana, regodeada en un errático comportamiento, con relaciones opacas o hipócritas, pasando de una aparente sumisión a una abierta agresividad sin transición ni aviso.

«En México no hay tragedia, todo se vuelve afrenta», dice Ixca Cienfuegos en La región más transparente. O todo se vuelve molicie: "grata" pereza.  La tragedia requiere dignidad en el sufrimiento; la afrenta, solo rencor de orgullo herido. La tragedia demanda profundidad; la afrenta, apenas una vaga superficialidad, una
frivolidad carente de responsabilidad.

El rencor y la frivolidad se exacerban a causa de una indisciplina moral. Nuestras universidades públicas carecen de facultades de teología (en cambio, por ejemplo, existe Harvard Divinity School), y la dimensión espiritual de la vida, entre ciertos grupúsculos de pseudointelectuales, se condena como algo inferior, iglesiero, destinado a la gente "inculta" y pueblerina. Complejos que revelan más carencias que recursos.

Donde el rencor habita, la tragedia se destierra; donde la frivolidad reina, la responsabilidad se exilia. La afrenta es el rencor vestido de gala; la frivolidad es la tragedia despojada de grandeza. En el teatro de nuestra sociedad, el rencor escribe el guion, la frivolidad diseña el vestuario, la afrenta dirige la obra, y la tragedia, verdadera protagonista, espera entre bastidores un llamado que nunca llega.

marzo 19, 2025

–V– La Flor Reparadora. Todo bien puede ser sustituido por otro género de bien



Nuestra historia turbulenta debería enseñarnos que no todos los problemas tienen solución y que un énfasis demasiado grande en dominarlo o controlarlo todo podría alterar la armonía del universo. Ninguna constelación está estática y cualquier camino es temporal. Algo así enseña la parábola de la Flor Reparadora.

 Un niño jugaba, en el jardín de su casa, a golpear con un palito una copa de cristal. Feliz de su música improvisada, de arrancarle al herido cristal ondas sonoras y vibrantes, el niño quiso cambiar de juego. 

Cogió arena del camino y llenó la copa de cristal, puliendo los bordes con el mismo palito, y aun así quiso volver a arrancar al cristal, con el palito de junco, la misma resonancia; pero el cristal, enmudecido por la arena, ya no respondía sino con un ruido de seca percusión. 

El niño, enfurecido, estuvo a punto de arrojar al suelo la copa de cristal. Pero se detuvo. Miró, como indeciso, a su alrededor: sus ojos se detuvieron en una flor muy blanca y pomposa a la orilla del camino en espera de una mano atrevida. El niño se dirigió, sonriendo, a la flor; la hizo suya y la colocó graciosamente en la copa de cristal. "Orgulloso de su desquite", según Rodó, "el niño levantó, cuan alto pudo, la flor entronizada, y la paseó, como en triunfo, por entre la muchedumbre de las flores."

En otras palabras, la parábola de la Flor Reparadora enseña que del mal irremediable ha de sacarse la aspiración a un bien distinto. Pues solo una Gran Pasión vence a otra Gran Pasión. 

El bien que muere nos deja en la mano una semilla de renovación. Cierto. Pero la Flor Reparadora también puede tornarse espinosa. Y cuidarla y cultivarla implica espinarse y afligirse y, en su momento, también convendrá abandonarla para embellecer algún acantilado, algún precipicio, en lugar de arrojarnos o precipitarnos por el desamor o la ira

Esta filosofía viril de enseñanza fecunda se parece al escolio XLV de la cuarta parte de la Ética de Spinoza. Nadie, a menos que sea un envidioso, puede deleitarse con nuestra desgracia ni tener por virtuosas las lágrimas, los sollozos, el miedo y otras cosas por el estilo, que son las señales de un ánimo impotente. Muy al contrario: cuanto mayor es la alegría que nos afecta tanto más participamos de la naturaleza divina. 

Semejante filosofía fecunda se opone a la sensiblería vulgar y lacrimosa que se deleita en el desamor, el sufrimiento y la pena.  

Gocemos del cambio abriéndonos camino en la espesura, en la selva de la vida. 

marzo 14, 2025

–IV– Anticiparse al agotamiento y al hastío


Un profeta errante auxilió demasiado a un humilde ovejero en el cuidado de su rebaño. En lugar de gratitud, el ovejero colmó al profeta errante con aparente sumisión y resignación. Lo dejó pastorear demasiado sus ovejas hasta que, agobiado, el ovejero se volvió  apático. Ni el profeta ni el ovejero  anticiparon tanto agotamiento y hastío. 


El ovejero, para librarse del profeta, pero para que incluso éste siguiera auxiliándolo, acudió a la treta de la agresividad, de la opacidad, de la «privacidad», de la independencia, de la rebeldía.  


Advertido, el profeta errante continuó su errancia, pensando:

«O es perpetua renovación o es una lánguida muerte nuestra vida. Conocer lo que dentro de nosotros ha muerto y lo que es justo que muera, para desembarazar el alma de este peso inútil. [...]. Renovarse, transformarse, rehacerse.» (Rodó, Motivos de Proteo»). 


Independencia con reciprocidad. Nada más difícil en un mundo regido por bajas pasiones. Quizás es lo natural entre los humanos ser un poco canallas y un poco crueles. Hasta es posible que la bondad y la generosidad sean una anomalía, observaba el realista y rudo Baroja en Las inquietudes de Shanti Andía

Se necesita una Ética muy alta y geométrica, forjada en el infierno como la de Spinoza, para recomendar la generosidad y la firmeza de ánimo en la práctica corriente de la vida. Pues quien vive bajo la guía de la razón se esfuerza cuanto puede en compensar, con amor o generosidad, el odio, la ira, el desprecio, etc., que otro le tiene.